Desde tiempos inmemoriales, hombres y mujeres hemos
celebrado las fechas decembrinas como un símbolo de algo que acaba y de algo
nuevo que inicia; todavía antes de que diciembre fuese el décimo mes del
calendario romano y recibiera por eso el nombre con el que hoy le identificamos,
ya había fuegos que ardían para llevarse lo viejo y rituales de renovación, desprendimiento
y esperanza que le daban forma a lo que estaría por venir. Por eso entre las
tradiciones occidentales, todavía mantenemos la costumbre de formularnos propósitos
para el año que sigue, para renovarnos y dejar atrás viejos aspectos de lo que
no nos gustaba de nosotros mismos; es el modo en que hacemos frente a los
primeros momentos del porvenir y nos comprometemos a ser mejores seres humanos.
Si bien los propósitos de año nuevo suelen englobarse
en los temas de salud, relaciones interpersonales y finanzas, pueden volverse objeto
de frustración para quienes se lo toman en serio, pero no planean adecuadamente
sus objetivos. Recuerda que el primer paso para alcanzar cualquier meta,
siempre será el describirla adecuadamente: los propósitos inalcanzables son el
camino más corto hacia la frustración. Cuando pienses tus propósitos para el
2012, date tiempo para escribirlos en un sitio visible: una agenda que
efectivamente vayas a utilizar, un pizarrón o de perdida como notitas sobre el
refri. Ten mucho cuidado de ser el o la protagonista central de esos objetivos,
no se vale decir: “este año lograré que Martha baje de peso” o “ahora si convenceré
a Felipe de que se case conmigo”, metas así no están completamente en tus manos,
no las vuelvas tu proyecto personal 2012.