A través de los tiempos, al hablar del amor y de los enamorados se han vertido galones de tinta, perfume y suspiros en el afán de explicar esa aparente locura que todo lo confunde. Para algunos es una reacción fisiológica absolutamente explicable, predictible y lógica que corresponde con las leyes mecánicas de la causa y el efecto; para otros hablar de amor es describir a detalle un pequeño milagro para dos, de entre los pocos milagros que se dan hoy en día. En lo que todos coinciden, desde las mentes científicas hasta los idealistas filosóficos, es que el amor es un fenómeno que inesperadamente transforma a quienes están involucrados, algunas veces para bien y otras para no tan bien.
Ahí radica la riqueza de las relaciones interpersonales en general, y de las relaciones de pareja en particular, en las que cada uno deja una huella indeleble en las esencia del otro: el trato mutuo les cambia y al final cada cual termina siendo alguien muy distinto a como fue en un principio. Cuando vemos esta mutación desde afuera, se ve como una clara locura dentro de la que el enamorado hace lo que nunca hubiera hecho, habla de cosas que otrora le aburrían y es precisamente hoy como siempre juró que jamás sería. A veces esto dura solamente lo que dura el enamoramiento, acaso 6 meses, lo que tarda en extinguirse la pasión; y a veces la transformación es permanente.
Ahí radica la riqueza de las relaciones interpersonales en general, y de las relaciones de pareja en particular, en las que cada uno deja una huella indeleble en las esencia del otro: el trato mutuo les cambia y al final cada cual termina siendo alguien muy distinto a como fue en un principio. Cuando vemos esta mutación desde afuera, se ve como una clara locura dentro de la que el enamorado hace lo que nunca hubiera hecho, habla de cosas que otrora le aburrían y es precisamente hoy como siempre juró que jamás sería. A veces esto dura solamente lo que dura el enamoramiento, acaso 6 meses, lo que tarda en extinguirse la pasión; y a veces la transformación es permanente.