Y tu, ¿crees que son tod@s iguales?

A través de los tiempos, al hablar del amor y de los enamorados se han vertido galones de tinta, perfume y suspiros en el afán de explicar esa aparente locura que todo lo confunde. Para algunos es una reacción fisiológica absolutamente explicable, predictible y lógica que corresponde con las leyes mecánicas de la causa y el efecto; para otros hablar de amor es describir a detalle un pequeño milagro para dos, de entre los pocos milagros que se dan hoy en día. En lo que todos coinciden, desde las mentes científicas hasta los idealistas filosóficos, es que el amor es un fenómeno que inesperadamente transforma a quienes están involucrados, algunas veces para bien y otras para no tan bien.

Ahí radica la riqueza de las relaciones interpersonales en general, y de las relaciones de pareja en particular, en las que cada uno deja una huella indeleble en las esencia del otro: el trato mutuo les cambia y al final cada cual termina siendo alguien muy distinto a como fue en un principio. Cuando vemos esta mutación desde afuera, se ve como una clara locura dentro de la que el enamorado hace lo que nunca hubiera hecho, habla de cosas que otrora le aburrían y es precisamente hoy como siempre juró que jamás sería. A veces esto dura solamente lo que dura el enamoramiento, acaso 6 meses, lo que tarda en extinguirse la pasión; y a veces la transformación es permanente.


¿A qué se debe esto?, ¿Es en verdad un rasgo de franca locura? La respuesta más romántica sería afirmativa, sin duda; ahora, si lo que buscas en una idea más aproximada a la realidad, las cosas podrían encaminarse a una respuesta más o menos como ésta: nos han dicho hasta el cansancio que no necesitamos cambiar para ser aceptados por los demás, porque ellos deben de amarnos incondicionalmente como somos; pero la realidad es que sí cambiamos, así como igual la gente cambia para agradarnos más a nosotros, y mientras más nos importa alguien, más cambiamos por esa persona. Es lo natural, parte de una permanente negociación que pocas veces se expresa de manera explícita: yo cedo para que tu cedas también, yo dejo el cigarro para que tu dejes de comer en la cama.

Negociamos entre sus gustos y los propios, entre sus necesidades y las nuestras, entre su forma de ser y la de uno. De esta manera, tiempo después llega el momento en que nos damos cuenta de que la cercanía con ese alguien que nos es tan significativo nos ha cambiado, y que en muchos aspectos dejamos de ser lo que fuimos para volvernos distintos, y a veces mejores, al mismo tiempo que nos vamos sintonizando con nuestra pareja.

Por eso cambiamos cuando nos enamoramos, porque frente a la expectativa de compartir la vida con otra persona, nos adaptamos paulatinamente a su forma de ser, y él o ella se adapta también a nuestras maneras conforme las va descubriendo. Es un proceso de aprendizaje en el que el uno le enseña al otro la forma de relacionarse con él (o con ella). Saber esto, y tenerlo presente, es muy útil cuando nos preguntamos porqué siempre nos involucramos con el mismo tipo de personas. Uno mira su historia en retrospectiva, frecuentemente luego de haber terminado una relación importante, y pareciera hacerse evidente que siempre que acaban las cosas mal, terminan en cada ocasión por razones muy similares; nos preguntamos qué fue lo que pasó, qué se perdió o porqué fue que cambió este candidato o candidata que parecía tan distinto a los anteriores.

Una de las razones por las que el otro cambia, y es un hecho que hay que asumir, es que suelen cambiar por causa de uno mismo... o de una misma.

Así que evaluando tus pasadas relaciones, antes de lanzar al aire la sentencia fatal del “todos son iguales”, o echarle la culpa a la mala suerte, conviene hacer una revisión de cómo cambia la gente cuando se relaciona con nosotros; porque tanto para bien como para mal, en cada relación en la que nos involucramos, le enseñamos al otro la forma de relacionarse con uno; no de una manera explícita, no de forma evidente o incluso consciente, sino de una manera velada y persistente a lo largo de cada encuentro íntimo, de cada cita con tus amigos o los suyos, o de cada día que despiertas a su lado en la cama. Le enseñas con cada uno de tus gestos, reacciones, iniciativas y detalles, el modo en que te gusta ser tratada (o tratado), y tu pareja va aprendiéndolo poco a poco, y modificando su actuar conforme los sutiles pero consistentes indicios que cada día le vas ofreciendo.

La otra cara de la moneda también es real, él o ella, con sus actitudes hacia ti, te va enseñando el modo en que le gusta ser tratado, dónde no le gusta que le toques, donde sí, que le molesta a un grado tal que le lleva a perder los estribos, lo que le complace increíblemente, lo que le prende; y de ese modo las actitudes aprobadas las seguimos haciendo o las hacemos mucho más, y lo que nuestra pareja nos desaprueba se vuelve una conducta que omitimos y terminamos por abandonar. Todo en el afán de reducir los conflictos en la convivencia y ser cada vez más aceptados. El o ella harán lo mismo contigo.

Así, hay a quienes les gusta sentirse protegidos, aunque algunos prefieren la sobreprotección; otros buscan respeto hacia su espacio, unos el desapego más absoluto, y etcétera; y cuando una persona busca aproximarse y ser amado por alguien así, echa ojo de los sutiles mensajes que le son enviados, aprende como acercarse a su prospecto, y le tratará como asume que le gusta ser tratado a partir de las señales que recibe. De este modo, haciendo las pequeñas cosas que al otro le gustan, quien jamás lo hubiera imaginado termina siendo extremadamente protector, increíblemente desapegado, crítico, o lo que corresponda, según las reglas del juego en su nueva relación.

Este mutuo intercambio de reglas tiene un aspecto positivo: dado que el príncipe azul no existe y la princesa del cuento vive sólo en los cuentos, si lo que buscamos es a una pareja ideal, podemos esperar a que nuestra pareja actual lo vaya siendo conforme le mostremos el modo en que nos gustaría que la relación evolucionara. Si sabemos negociar, y tenemos claro qué es lo que queremos y lo que podemos ofrecer, podremos enseñarle con claridad cómo queremos ser tratados y qué soñamos respecto a nuestro ideal de pareja; y si estamos dispuestos a ser su pareja ideal, probablemente él o ella no tendrá problema en serlo para nosotros. La clave de todo es la negociación.

El aspecto negativo de este asunto aparece cuando no tenemos claro cuáles son los deseos que tenemos en torno a una relación, es decir, qué mensajes estamos emitiendo acerca de cómo nos gusta ser tratados. Si, por ejemplo, en cada ocasión en que inicias una relación de pareja, le envías al novio en turno el mensaje de que te gusta ser protegido o protegida, aunque no necesariamente seas conciente de esta necesidad, entonces él tenderá a ser contigo protector, y si sigues solicitando más protección, él te protegerá más, y más, hasta que te sientas acorralada o limitado y con tu libertad coartada por su vigilancia y celo. Es entonces cuando explotas y cortas la relación con el pobre fulanito a quien ya no soportas por ser posesivo, celoso y controlador; ¿quién se hubiera imaginado al principio que él llegaría a ser de esa manera?, probablemente ni siquiera él mismo, solo que asumió que para entrar en la relación contigo, había que ser y comportarse así.

No hubo un error de lectura, la falla estuvo en los mensajes verbales y no verbales que le mandaste. Luego empiezas otra relación, le enseñas a tu nueva pareja a relacionarse contigo sobreprotegiéndote, pero no te das cuenta del mensaje que estás enviando, y con el tiempo resulta que el nuevo novio también se vuelve un control freak de pesadilla que no te deja ni respirar. Cortas la nueva relación e inicias otra con la esperanza de que esta vez las cosas terminen diferente, pero sigues haciéndolo todo de la misma manera y el nuevo pretendiente termina por ser otra vez un controlador. Y los que no aceptan esos términos de la relación contigo, del asunto este de protegerte  más y más cada vez, puede que ni siquiera figuren como pareja, porque se alejaron antes de ser considerados como pretendientes.

Entonces miras para atrás y haces un recuento de tus intentos, y ves que todos esos intentos terminaron igual; ¿porqué te toca puro espécimen controlador y posesivo? Llegado el momento debes hacer una parada en el camino y valorar la situación; encontrar si se trata de una muy mala suerte que te lleva relacionarte invariablemente con el mismo tipo de personas, o si eres tú quien se relaciona de un mismo modo en el que conduces a tus parejas hacia actitudes y conductas que a la larga te resultarán contraproducentes.

Cualquiera esperaría que nada tuviéramos más claro que lo que nosotros mismos deseamos, pero entre los seres humanos las cosas no funcionan necesariamente así. El primer paso para conseguir la relación de pareja que buscas, es definir exactamente qué es lo que quieres: ¿porqué y para qué quieres una relación de pareja?, ¿qué estarías dispuesto a dar a cambio de una relación como la que buscas?, ¿qué tipo de relación buscas?Una vez que defines qué es lo que quieres, es más sencillo que logres relaciones satisfactorias donde construyas con tu pareja la dinámica más adecuada para ambos. ¿Alguna vez te has detenido a preguntare qué espera de ti, o que impresión tiene él o ella de las expectativas que tienes hacia la relación?, quizá valga la pena formular un día estas preguntas y ver que te contesta.

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