Cuéntame un cuento... sin sangre

“...y entonces, su mamá advirtió a Caperucita: toma el camino largo y no te detengas para que llegues antes de oscurecer, evita el camino corto porque ahí acecha el lobo feroz, y si te encuentra te va a comer y no volveremos a verte…”
I.

De manera muy desenfadada podríamos hablar de dos momentos históricos para los cuentos de hadas: uno marcado por la creatividad de Charles Perrault y los hermanos Grimm, y otro que se define por la narrativa moderna de Walt Disney.

En el primer momento, los cuentos para niños estaban plagados de escenas de horror, muerte y sangre al más puro estilo de Quentin Tarantino; y posteriormente ya no, gracias al toque de Disney. A los niños de la actualidad les horrorizaría saber que en un principio la sirenita no solo pierde su voz, sino que el príncipe nunca la pela y ella termina sola y disolviéndose en espuma sobre las olas del mar.


La necesidad de vincularnos

Los seres humanos pasamos la mayor parte de nuestras vidas buscando pertenecer a algo, desde complejas religiones con las cuales identificarnos, hasta una empresa donde trabajar, una familia o una pareja con la cual caminar por la vida. Ya se trate de grandes sistemas sociales o pequeños, a las personas no nos gusta quedar aisladas, porque somos animales sociales que en épocas muy tempranas descubrimos que nuestra sobrevivencia está en los números.

Y así como fue al principio de los tiempos, lo sigue siendo hoy en día en la vida de cada uno de nosotros y nosotras: queremos pertenecer. Buscamos incorporarnos a la vida de los demás y recíprocamente, incorporar a los demás a nuestra vida volviéndonos mutuamente significativos. A eso le llamamos “relaciones”, y cotidianamente solemos afirmar que no hay cosa más complicada que eso.


¿Qué es lo que vuelve complejas las relaciones interpersonales?