3:30 a. m. y veo la noche deslizarse, llevándose lejos la posibilidad de que yo pueda dormir. La cabeza me da vueltas como a la niña del Exorcista… mas o menos, al menos yo no floto sobre la cama, y pienso en esto que tengo atorado entre sentimiento y pensamiento:
…estoy en terapia de pareja, yo soy el terapeuta, ellos no tienen sexo desde hace meses y por eso se miran como dos bulldogs a punto de decidir quien tira la primera mordida.
Ella, entre atisbos de feminismo, declara que no tiene porqué estar disponible para él, cuando el marido anda caliente; que ella no es un objeto sexual, un juguete suyo o una muñeca inflable, dice. Que su cuerpo es de ella y no de la pertenencia de nadie más. Yo le doy la razón, y en ese momento fugaz, el marido me odia.
Le doy la razón a ella, porque yo mismo no llevo 25 años perdiendo el tiempo dos horas diarias en el gimnasio para que otras personas pretendan procurarse placer a expensas de mi cuerpo… mío, de mi… para mí, desde mi.