Se cree que los grandes miedos aparecen debido a experiencias muy traumáticas, pero la realidad es que pocas veces sucede así. Y no es que tengamos mucha resiliencia en la vida, sino que para cultivar un temor incapacitante, habitualmente hay que afanarse día… con día… y echarle ganitas.

Para presumir de un miedo robusto, como ese que se ve en las películas de Hollywood tipo El Conjuro y así, hay que hacer sacrificios como: no decir algunas cosas, quedarte con ciertas ganas, negarte varios permisos… todo para hacer que esa semillita del miedo, que efectivamente extraemos de los eventos desafortunados, germine como una saludable enredadera.
De lo contrario, si no le echas ganas, convertirás ese evento desafortunado en un aprendizaje, o le verás el lado positivo y ya no te va a servir para cultivar un miedo.
El secreto consiste en mantener constantes estrategias de evitación. Te daré un ejemplo, ¿te apetece tenerle miedo a las cajas de cartón?