Cuando éramos pequeños, era frecuente que tuviéramos que dar respuesta a la pregunta más existencial del momento: “dime Juanito, ¿qué quieres ser de grande?”, y entonces nosotros, o Juanito en este caso, abandonábamos nuestros juegos para imaginarnos rescatando heroicamente a las ahumadas víctimas de algún incendio, arrestando peligrosos criminales o hasta de safari por ignotos recovecos del África Negra; y entonces contestábamos con satisfacción anticipada y una sonrisa de oreja a oreja, lo que seríamos de grandes.
Años después crecimos, fuimos al bachillerato; tal vez nos aventamos una carrera y entre desvelos, trabajos, exámenes, y sábados de ligue, nos topábamos con nuestras tías y las amigas de mamá que interrumpían su algarabía social para preguntarnos otra vez: ¿qué harás al terminar tus estudios, Juanito?, y el pobre Juanito, así como en su momento también nosotros, mira estupefacto a las menopáusicas señoras mientras se devana los sesos buscando para ellas una respuesta convincente.
Así, Juanito se enfrenta cada tanto a una nueva versión de la misma pregunta; cada tanto debe buscar dar atisbos de lo que va a ser su futuro para darle un sentido al hoy que a su vez le ocupa. Y con los años, llega el cumpleaños en que no es más Juanito, sino un Don Juan adulto que por fin es lo que iba a ser de grande y ya hace lo que se supone que haría cuando terminara sus estudios, con cierto margen de error, por supuesto.