Todos podemos desear más de una cosa al mismo tiempo, pero a veces entre estos deseos simultáneos hay varios que se contraponen mutuamente: podemos querer un pastel de chocolate con mucho merengue, cerezas y trocitos de nuez, acompañado con una copa de chocolate espumoso para una tarde lluviosa de domingo; pero a la vez podríamos desear no subir de peso y mantenernos esculturales para el próximo verano en la playa; entonces deberemos elegir pastel de chocolate o modelito playero, una cosa u otra, pero no podemos tener ambas. Tomar una decisión implica que renunciaremos a algo, ese algo es justamente la alternativa que no estamos eligiendo.
Es sencillo captar la idea central de algo que parece un completo absurdo: buscamos con afán nuestra rebanada de pastel de chocolate con merengue y nueces, para luego no poder comérnoslo porque la culpa nos impide disfrutarlo plenamente. Elegir comerme el pastel entero implica que subiré un poco de peso, particularmente si ya rebaso la tremenda brecha de los 30 y soy adulto contemporáneo. Renunciar a mi deseo verme como quiero y lucirme en la playa es lo que duele, y de lo que no me puedo desprender fácilmente a favor de la otra alternativa.
Es sencillo captar la idea central de algo que parece un completo absurdo: buscamos con afán nuestra rebanada de pastel de chocolate con merengue y nueces, para luego no poder comérnoslo porque la culpa nos impide disfrutarlo plenamente. Elegir comerme el pastel entero implica que subiré un poco de peso, particularmente si ya rebaso la tremenda brecha de los 30 y soy adulto contemporáneo. Renunciar a mi deseo verme como quiero y lucirme en la playa es lo que duele, y de lo que no me puedo desprender fácilmente a favor de la otra alternativa.