Decisiones, relaciones de pareja... y pasteles

Todos podemos desear más de una cosa al mismo tiempo, pero a veces entre estos deseos simultáneos hay varios que se contraponen mutuamente: podemos querer un pastel de chocolate con mucho merengue, cerezas y trocitos de nuez, acompañado con una copa de chocolate espumoso para una tarde lluviosa de domingo; pero a la vez podríamos desear no subir de peso  y mantenernos esculturales para el próximo verano en la playa; entonces deberemos elegir pastel de chocolate o modelito playero, una cosa u otra, pero no podemos tener ambas. Tomar una decisión implica que renunciaremos a algo, ese algo es justamente la alternativa que no estamos eligiendo.

Es sencillo captar la idea central de algo que parece un completo absurdo: buscamos con afán nuestra rebanada de pastel de chocolate con merengue y nueces, para luego no poder comérnoslo porque la culpa nos impide disfrutarlo plenamente. Elegir comerme el pastel entero implica que subiré un poco de peso, particularmente si ya rebaso la tremenda brecha de los 30 y soy adulto contemporáneo. Renunciar a mi deseo verme como quiero y lucirme en la playa es lo que duele, y de lo que no me puedo desprender fácilmente a favor de la otra alternativa.


Vivir una vida de pastel en pastel, hará muy improbable que me pueda conservar como cliente de tallas pequeñas en las tiendas de ropa sexy; si asumo esto y renuncio a la perspectiva playera, podré gozar plenamente del mundo de la repostería.

Una clave para la vida es asumir que cada decisión tomada implica a una misma vez ganar algo y perder algo. Puede ser que lo perdido pueda ser obtenido en un futuro, pero entonces tomarlo (llegado el momento ulterior)  implicará dejar pasar algo más que no será nuestro hasta que llegue el momento para ello, si llega. Por mucho que negociemos con la vida, no podemos tener todo lo que deseamos; por eso siempre necesitaremos definir qué importa más frente al resto de nuestras necesidades.

¿Quedó claro lo de la disyuntiva del pastel de chocolate frente al proyecto de ser una luminaria en la playa?; vamos ahora a un tema un tanto más complejo: buscar pareja.

Encontrar un alguien especial con quién iniciar una relación, para muchas personas es más un ejercicio de precisión y cálculo que una cadena sucesiva de coincidencias; es decir, la noción de "encontrar pareja" o buscarla, remite a que uno podría ir andando por la calle y de pronto, sin más exclamar: "...caray!, una pareja; ¿de quién será?" y entonces la levantas del piso y luego de ver que efectivamente no es de nadie, te la guardas en la bolsa feliz y satisfecha o satisfecho de ti, porque por fin encontraste pareja. ¿Se trata de una chiripa azarosa el que se consuma un proyecto tan importante? Hay quienes visualizan la cosa precisamente así; el amor es asunto de primera vista, o de la media naranja, un impulso que el karma promueve a tu favor o que te toca porque ya te has portado suficientemente bien. Los dioses te premian y entonces empiezas una relación; si el amor es puro, la relación es sólida, si resuelves que el fulano o fulana no era el o la adecuada, entonces hay que soltar sin apegos y seguir buscando. Y seguir buscando, y seguir...

Y hay quienes creen en que la cosa es de precisión y cálculo; o al menos estrategia: empiezas una relación con aquél o aquella que cumple tus requerimientos mínimos indispensables, y vas construyendo desde cero, sin esperar a que el destino, el karma o los dioses te hagan parte de la chamba. Y la manera en que construyes y le confieres estructura y solidez a la relación es, precisamente, tomando decisiones respecto a lo que si aceptas y lo que no, a lo que renuncias y a qué le das la bienvenida. La cosa no está mal, finalmente el otro que te vea de prospecto va a hacer exactamente lo mismo en su relación contigo: decidir.

Como decía, por mucho que sepamos negociar con la vida, no podemos tener todo el tiempo todo lo que deseamos; y aquí viene la complejidad al momento de empezar a construir una relación de pareja, o al momento más concreto, en el que debo elegir a qué renunciar para darle cabida en mi cotidianidad al fulano o fulana que se está integrando a mi vida. Pero a veces pasa que después de días cortejo y seducción, tiempo en que cada cual hace su luchita para ganarse el corazón del otro, después de estar mutuamente convencidos o convencidas de que las cosas no podrían marchar mejor, sucede tremendamente de repente que la cosa termina. El o ella se esfuma en la nada y no se le vuelve a ver jamás. ¿Que pasó, si todo marchaba tan bien?

Yo no tengo idea. Quizá yendo con tu adivina de cabecera te enteres de que "...esa mujer te lo andaba sonzacando", o alguna cuestión por el estilo. Pero al margen de que le pagues a la pitonisa o le preguntes al mismísimo interfecto, hay que tomar en cuenta que muchas veces tenemos ganas de tener pareja, pero nos es muy difícil hacerle un espacio en nuestra rutina para que pueda acomodarse una relación. Puede que en lugar de ir al gym tres horas al día, debas de ir sólo dos; puede que los fines de semana tengas también que ir a visitar a su familia, o puede que tenga alergia a los gatos y tu debas de regalar a tu amado y viejo mr. Mistoffelees. Y puede que prefieras quedarte en la soltería antes que bajarle a tu rutina en el gym o despedirte del gato; también puede que lo prefiera él o ella y entonces te vuelva a sacar de su vida.

Como sucede con mi pastel de chocolate hipercalórico, el deseo de encontrar a alguien y establecer una relación de pareja existe y es muy fuerte, pero dado que construir una relación también implica realizar ciertos sacrificios, lo que se desea al mismo tiempo también se evita. A todos nos ha sucedido al menos una vez en la vida. Iniciar una relación implica dejar ir algo que formaba parte cotidiana de nuestro existir, y esta es la primera claridad que necesitamos cuando salimos a la caza de una o un prospecto para la relación; la segunda claridad indispensable definir qué estamos dispuestos a dar a cambio de una vida en pareja, que cambios en nuestro día a día podríamos tolerar a cambio de eso que le llaman las mieles del amor.

A veces queremos el pastel, pero no lo queremos porque nos engorda; queremos una pareja, pero no la queremos porque cambiará nuestro estilo de vida. Y dentro de este forcejeo de querer y no quererlo, cualquiera sufre la incertidumbre de no tener las cosas claras. Frecuentemente he escuchado la voz del desconcierto, afirmando que es imposible encontrar pareja, que no hay uno o una que embone con lo que nosotros buscamos, e incluso, que la naturaleza de uno mismo esta hecha para jamás lograr una relación de pareja. ¡Eso es absolutamente falso!, y la verdad no hay necesidad de azotarse tanto; el problema es que no hemos sido francos con nosotros mismos y no hemos clarificado qué costes estamos dispuestos a pagar a cambio de una relación.

La cuestión es un poco simple: ¿quieres encontrar una pareja? Pon primero en una balanza lo que deseas de una relación, ya se trate de que te quiera, que vivan juntos, que te acompañe a los eventos importantes, etcétera; todo ello acomodado en un mismo lado de la balanza. En seguida visualiza qué efectos tendría tu relación a su alrededor: como modificaría tu dinámica con la familia, con tus amigos, con tus actividades preferidas y tu rutina en el trabajo, todo ponlo del otro lado de la balanza. ¿Para qué lado ves que se inclina?

Si siendo lo más realista posible, ves que pesa más en la balanza tu deseo de tener una relación con alguien, entonces lánzate teniendo en cuenta cuáles son las cartas con las que estas jugando. No vas a abrumarte cuando la relación se vuelva seria, porque tendrás claro qué es lo que viene y el modo en que afrontarás el siguiente paso, cualquiera que este sea. Pero si con la misma tentativa objetividad, resulta que te pesa más los sacrificios que tendrías que hacer para mantener una relación, entonces lo tuyo no es buscar algo serio, por lo menos no ahorita. Nada de esto significa que tú seas de esos o esas que nacieron para estar solos; simplemente te habla de que en este momento de tu vida, tu prioridad no es estar con alguien; ya sea porque estas a tu gusto y satisfecho o satisfecha de cómo te va yendo en el trabajo, o lo pasas genial con los amigos y que vas progresando fenomenal en el gym, o lo que sea que para ti resulte importante. La vida esta llena de etapas y momentos, y no en todos estamos receptivos a iniciar una relación estable. Vale la pena considerar eso.

A lo largo de esas etapas por las que pasas mientras marcha la vida, lo que ahora es necesario, mañana para ti ya no lo será, y lo que hoy no necesitas, mañana será una prioridad. No vale la pena comprometerte con algo que hoy no te hace falta solo porque en el futuro es probable que lo necesitarás. Si efectivamente querrás tener una pareja en el futuro, preocúpate cuando llegue ese momento, no ahora en que tienes ocupaciones mas propias de la etapa que estás.

A veces creemos que todo el mundo, todo el tiempo debería tener pareja, que hay algo incorrecto en la soltería o que no tener a nadie es andar por la vida como un apestado; también eso es falso. No tener pareja es el momento justo para conocerse y aprender a convivir contigo mismo o contigo misma; finalmente, si yo no he podido conocerme a mí, ¿como voy a conocer a alguien?; si no logro quererme, ¿cómo voy a querer a otro? y ¿cómo él o ella me va a lograr querer?. Si en la soledad ni yo mismo me aguanto, ¿cómo alguien va a poder aguantarme? Ya sea que no tengas pareja porque estás en el camino de construir una relación o porque este no es tu momento, el estar soltera o soltero es el momento en el que defines muchas cosas de ti sin que nadie te interrumpa, es un tiempo para ti; hoy creces, te reestructuras y enriqueces tu vida para tener en el futuro algo interesante que compartir. Si administras de este modo el presente, tendrás más probabilidades de encontrar justo la relación que quieres en tu siguiente intento.