El dilema disfuncional de la Familia Ideal

Desde la década de los setenta ha habido una tremenda difusión a lo que los medios de comunicación primero, y después los programas gubernamentales han definido como la familia ideal. En las series de televisión hemos visto agrupaciones familiares donde, salvo algún que otro conflicto intrascendente, todo es armonía, amor y colaboración: la familia Ingalls en su casita de la pradera, los Adams que aunque un poco locos, bastante “funcionales”, y etcétera. No es difícil prolongar esta lista de aquél entonces, hasta la serie animada de “Padre de Familia” que dejará de transmitirse en el 2014.

El modelo de la familia ideal nos ha vendido, y nosotros nos hemos comprado, la sentencia de que para que una familia sea funcional, necesita incluir una mamá, un papá y al menos dos hijos para que se hagan compañía mutuamente, que según porque los hijos únicos crecen traumatizados. La familia ideal puede incorporar uno o ningún perro al grupo, según sea el gusto. Con este bombardeo cultural, en Latinoamérica y especialmente aquí en México, hemos asumido peligrosamente que una familia sin estos elementos es una familia incompleta y disfuncional.


Prohibido hacer sus necesidades

La mayor parte de los hombres homosexuales que viven su sexualidad de manera clandestina, fantasea en algún momento con poder expresar su erotismo de forma abierta y frente a la aceptación de las personas con quienes convive, particularmente las que le son emocionalmente significativas. Básicamente, salir del clóset es estructurar alrededor de uno un estilo de vida que sea congruente con sus necesidades afectivas y sociales, es decir, si quiero ser novia de otra mujer, serlo; si quiero ir a bares gays sin temor a ser pillado, hacerlo. En general a todos nos gustaría poder hacer lo que nos viene en gana sin restricciones, pero a veces no es del todo posible debido a normas, códigos o prejuicios sociales.

En ocasiones los límites son reales y válidos, como los que se refieren a portar armas en la calle, matar a tus congéneres, violar los derechos de otra persona o etcétera; y otras veces están sustentados en una percepción del modo en que el mundo “debiera” ser a partir de presupuestos morales e ideas claramente descontextualizadas, o más bien, fuera de tiempo (por no decir retrógradas). A esta segunda categoría, la de las limitaciones retrógradas, pertenecen las restricciones para las mujeres acerca de abordar o no a un pretendiente con intenciones sexuales, los límites acerca del grado en que un hombre puede mostrar sus sentimientos y permitirse actuar en consecuencia de éstos, o un sin fin de otros de impedimentos impuestos. Todos tenemos presente al menos una decena de normas que nos vemos forzados a seguir sin que haya una lógica funcional o práctica detrás de ellas.


Adictos a despedirnos

Conforme pasan los años, vamos volviéndonos expertos en despedir a personas de nuestra vida, pero no alimentamos la capacidad de darle la bienvenida a personas nuevas.

Crecen las intolerancias, abundan las manías. Cada vez nos hacemos mas solemnes, formales y buscamos tener la razón a costa de cualquiera.

Tenemos derecho a poner nuestro ego frágil por encima de cualquier relación, pero pensémoslo: ¿dentro de treinta años quién será una mejor compañía, el amigo que me ha acompañado durante tanto tiempo, o este ego que hoy defiendo como si no hubiese un mañana?

La diferencia entre la vejez digna de ser vivida, y una contaminada por el abandono y la soledad, estriba hoy en saber hacer ese recorrido bien acompañadas y acompañados.

Echa tus barbas a remojar...