Niñ@s: educación para la violencia


¿Cuándo fue la última vez que te escandalizaste al saber que un niño era agredido por alguien mayor que él?, ¿te indignaste? Quizá pienses que es raro que un niño o una niña sufra violencia, probablemente asumas que es obligación de los adultos cuidarlos y responsabilizarnos de su desarrollo; lamentablemente en la práctica, aquí en México, esos ideales distan mucho de reflejar la realidad que viven los miembros más vulnerables de nuestra sociedad. Según el informe de 2006 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre violencia infantil, en México sufren violencia familiar 3 000 000 de niños, ocasionando la muerte de al menos 80 000 cada año debido a la inexistencia de una política de Estado que los proteja. Según organizaciones de la sociedad civil mexicana, estas cifras se incrementan a 8.5 millones los niños y niñas sujetos a la violencia.

Además, entre 80 y 98 por ciento de los niños y niñas en el país son víctimas de castigos corporales, pues como una “forma de educación”, los padres propinan golpes en sus manos con correas, alambres, cables y objetos diversos como piedras o zapatos, llegando incluso a quemaduras severas, ante lo que los niños no están protegidos porque estas prácticas están disfrazadas de disciplina y se las acepta tanto por tradición como por costumbre, por lo que existe un alto nivel de tolerancia para la violencia que se ejerce contra la población infantil.


Se trata de una normalidad cultural, y si bien el hogar es uno de los sitios donde más violencia sufren las niñas y niños, los castigos físicos y el maltrato verbal son prácticas cotidianas que gozan de niveles altos de aceptación. Según cifras del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), en 99 por ciento de los hogares hay violencia emocional, en 16 por ciento hay intimidación, en 11 por ciento sufre violencia física y en uno por ciento hay abuso sexual.

En el Distrito Federal organizaciones sociales indican que en uno de cada tres hogares se vive algún tipo de maltrato infantil, que equivale a un 1 400 000 hogares. El Informe Nacional sobre Violencia y Salud reveló que la violencia sexual contra niñas y niños es más común dentro del hogar, pues los agresores comúnmente son los padres que aprovechan tanto su situación de poder como la vulnerabilidad de los infantes.

Por estas razones, si el contexto en el que las familias en México ha cambiado debido a los múltiples factores que inciden y moldean nuestra sociedad, es materia urgente el actualizar la legislación con el fin de promover y dar seguimiento a nuevas reformas institucionales que reconozcan los diversos arreglos familiares dentro y más allá de la consanguinidad, que preserven los derechos y la dignidad de cada uno de sus integrantes y que fortalezcan entre ellos las relaciones equitativas y justas. No hacer esto y dejarlo para después, es día con día un asunto de vida o muerte.

Además el maltrato no es equitativo, a los niños se les agrede físicamente en una mayor frecuencia, que a las niñas. Esto enseña a los hombres a tolerar el castigo corporal y a replicarlo, llevando a mediano plazo que expresen su frustración y enojo mediante acciones físicamente violentas que, evidentemente, no han surgido de la nada. ¿A las niñas no se las violenta físicamente?, efectivamente ocurre, pero en una menor intensidad. A las mujeres se las descalifica en los proceso de educación, de las enseña a darse su lugar mediante una serie de prohibiciones y descalificaciones que coartan la libertad e iniciativa de ellas. No es accidental que las mujeres ejerzan con mayor frecuencia la violencia psicológica, que es más sutil pero igualmente destructiva. Nosotros, los adultos de hoy, les estamos nutriendo con un versátil catálogo de expresiones violentas.

Sin mencionar que en el seno de la familia son más las niñas que sufren de abuso sexual que los niños, sin que esto implique que los casos en varones que sufren de violación sean pocos. Ese es un triste y vergonzoso indicador de nuestra sociedad.

Nos urge sensibilizar a nuestras familias acerca del peligro de preservar en la educación tanto la violencia, como los estereotipos de género, pues el  Informe Nacional sobre Violencia de Género en la Educación Básica en México, llevado a cabo por la Secretaría de Educación Pública (SEP), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), reveló que entre los niños y jóvenes de México están fuertemente arraigados los prejuicios, los estereotipos y la violencia de género, imponiendo desventajas importantes en el desarrollo pleno de sus capacidades.

Este informe, realizado en abril del 2010, se obtuvo analizando una muestra de 26 mil 319 alumnos de los niveles de 4to de primaria a tercero de secundaria, en 395 escuelas públicas primarias y secundarias, de los niveles de marginación muy alta - alta, media y baja-muy baja. Los resultados revelaron que 60.3 % de los adolescentes hombres y el 54.8 % de las mujeres, coincidieron en que la mujer es la responsable de cuidarse para no quedar embarazada (y es culpa suya si por descuido se embaraza); 90% de los estudiantes de sexto grado de primaria y de los de secundaria ha sufrido alguna vez humillaciones o insultos de sus compañeros varones obedeciendo el estereotipo que vincula masculinidad con violencia y 30% ha sufrido violencia física recurrentemente.

La desigualdad es en México un fenómeno tan generalizado que arremete contra la calidad de vida de niñas y niños que, si bien se enfrentan a sus primeros contactos con los estereotipos y la violencia doméstica, frecuentemente se encuentran en su desarrollo con otros retos que escapan de sus recursos; por ejemplo,  los conflictos relacionados con las discapacidades: discriminación, maltrato específico, segregación y baja autoestima. Según el primer Registro Nacional de Menores con Discapacidad (1995), se identifican 2 millones 727 mil 989 personas menores de 20 años con discapacidad; de éstas 2 millones 121 mil 365 reciben algún tipo de servicio educativo, mientras que 606 mil 624 no reciben ninguno; de aquí deviene nuevamente el problema sustancial de la equidad, para lo que es menester lograr un efectivo acceso universal a las escuelas, que asegure la igualdad de oportunidades de aprendizaje y éxito educativo para todas las niñas y niños. Por supuesto, esto incluye al grupo de pequeños y jóvenes con alguna discapacidad. También es imperativo el que todos los alumnos independientemente de su origen étnico, ambiente familiar de procedencia o características individuales participen en experiencias educativas, para que desarrollen al máximo sus potencialidades.

En este sentido, en su momento fue un logro importante la instauración de la Ley General de Educación, promulgada en 1993, cuyo artículo 41 señala que la educación especial propiciará la integración de los alumnos con discapacidad a los planteles de educación regular mediante la aplicación de métodos, técnicas, y materiales específicos. Además establece que la educación especial procurará la satisfacción de las necesidades básicas de aprendizaje para la autónoma convivencia social y productiva, a través de programas y materiales de apoyo específicos, de aquellos alumnos con discapacidad que no se integren a las escuelas de educación regular. Pero pese a las buenas intenciones, aún existen serios problemas de cobertura y distribución de los servicios y en la calidad de la atención que reciben niñas, niños y jóvenes.

No es necesario puntualizar que los niños y las niñas de hoy, van a ser los adultos del futuro, y que si bien nadie nos enseña a nosotros a ser padres, si debemos detenernos a revisar cómo aprendimos a educar a partir del ejemplo de nuestros padres: ¿nos educaron mediante castigos físicos y ejercicios de poder?, ¿en verdad funcionó?; si lo hizo, ¿a qué costo? Por regla general, cualquier castigo que implique humillación, dolor intencionado o menosprecio de la dignidad de la persona, bien merecería la pena que nos los evitáramos.

¿Deseamos dejar este país en manos de adultos habituados a sembrar el dolor, humillar a los otros y pasar por encima de la dignidad humana de los demás? Quizá generaciones anteriores a la nuestra podría responder que si; bueno... hoy el mundo no es el nicho de paz y armonía que hubiésemos preferido. El cambio empieza desde la casa.

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