sábado, 13 de marzo de 2010

¿Opuestos o complementarios?

Si entre tus planes se encuentra hacer un programa de televisión, una campaña publicitaria o, incluso, un chiste ingenioso que te convierta en el alma de la fiesta, mi sugerencia es que recurras al popular tema de la guerra entre los sexos; es un lugar común, pero recurrir a él te garantizará la atención de varones y féminas por igual.

Todos y todas hemos disfrutado alguna vez de una ingeniosa parodia acerca del sexo opuesto, incluso la hemos hecho: ellas conducen fatal, ellos creen que medio metro son diez centímetros, ellas nunca llegan temprano, ellos jamás piden ayuda y un prolongado etcétera. Tan tremendamente distintos los unos de las otras que es imposible no encontrarse mutuamente el lado cómico; es la ventaja de ser tan opuestos e irreconciliables: los unos de Marte y las otras de Venus.

Ahora, la pregunta incómoda: ¿cómo rayos va a juntarse un hombre con una mujer para compartir sus vidas y formar una familia, cuando sus respectivas naturalezas se oponen tanto? Entre los opuestos inherentemente surge la descalificación, la infelicidad, los malentendidos y la guerra. Por eso sería digno de dudarse el que pensar en opuestos sea en la práctica una buena idea.

Entonces dejemos a un lado la guerra de los sexos, junto con la noción de los opuestos, y pensemos más en lo complementario: ellas y ellos unidos en un mismo proyecto de vida para compartir sus días a favor de conformar una nueva familia, una y otro brindándose apoyo mutuo con el fin de cubrir los puntos flacos del otro o la otra. De esa manera, juntos, consiguen alegremente ser seres completos.

Pensar en sexos complementarios esta bonito porque no hay un pique de por medio, la cuestión de un trabajo en equipo queda implícita en esta complementariedad: una chica se vuelve una mujer completa cuando tiene un hombre a su lado, y un varón  se vuelve un hombre compelo cuando tiene una mujer, o varias, como pareja.

Y entonces sales a la calle y encuentras a miles de mujeres que son capaces de tolerar cualquier maltrato con tal de no perder al wey que les complementa como mujeres: golpes, aislamiento, menosprecio; y a hombres que buscan empezar una relación tras otra para sentirse cada vez más hombres, cada vez más completos.

Hablando de sexos opuestos, hombres y mujeres quedan aislados e imposibilitados para compartir proyectos o hacer contacto emocional, intelectual y en muchos sentidos, también físico. Hablando de sexos complementarios implicamos que ninguno puede ser una persona completa por sí mismo o misma a menos que venga un fulanito o fulanita que le aporte lo que está faltando.

¿Quién dice que me falta algo, o que no puedo cobrar valor por mi mismo?; tiene sentido afirmar que es preferible estar solo, que aguantarse y quedar mal acompañado.

Sin embargo en todos lados escuchamos referencias a la oposición o la complementariedad de los sexos, con tanta recurrencia, de hecho, que se ha vuelto algo obvio y ciento por ciento natural: “no la contrato porque esta es chamba de hombres”, “tendrás que conseguirte una mujer que te sepa cocinar”, “si quieres un hijo, primero consíguete un buen marido”, y demás.

Hay muy pocas cosas frente a las que universalmente tengamos tanta claridad: hay hombres y hay mujeres, son dos sexos, como hay un día y hay una noche, como positivo y negativo, como bien y mal o activo y pasivo, yin y yang, Viruta y Capulina. Son el tipo de certezas que a uno le tranquilizan en esta existencia tormentosa plagada de incertidumbres.

Pero así como además del día y la noche, está también el amanecer, y el ocaso, la madrugada y otros estados por los que el sol, luna, estrellas y la tierra se van acomodando, igualmente resulta que entre el binomio indisoluble de hombre y mujer también hay mujeres retacadas de testosterona y hombres con glándulas mamarias superdesarrolladas, hay cromosomas XY, XX, e igual XXY, XYY; hay mujeres con órganos sexuales masculinos y hombres con vagina, mujeres que se creen hombres y hombres que aseguran ser damas encerradas en la anatomía de un señor. Así le podría seguir, pero creo que se nota a dónde voy: no es sencillo diferenciar la línea que divide un sexo del potro, orque tal línea, hablando desde el contexto de la naturaleza, del mismísimo plan del universo, no existe.

Los sexos no son ni opuestos ni complementarios porque no son dos, porque existen matices; porque en la naturaleza todas y cada una de las cosas que puedes encontrarte, existen en un continuum de  matices. Somos los humanos quienes nos inventamos las categorías pares y nuestras definiciones absolutas para tratar de hacer encajar a la naturaleza dentro de esas categorías. ¿Se puede ser más ingenuo?

Nosotros inventamos la noción de hombre y la de mujer y la forma en que cada cual tenía que comportarse; les asignamos un papel en la sociedad e impusimos jerarquías, donde unos acabaron estando por encima de la otras, y las otras, a lo mucho, quedaban con la posibilidad de ser la gran mujer que siempre está detrás de un gran hombre.

Luego afirmamos ante los demás que “esto es natural” y que “siempre ha sido así”, esperando volverlo indiscutible; e incluso se dijo que “así es como dios lo quiere”, y con eso, ya ni que decir.

Para muchas personas no es tan evidente esta jerarquía donde los hombres quedan encima de las mujeres; no encuentran relación con eso en la diferencia de salarios, en el tipo de puestos, las imágenes en los periódicos, o las campañas publicitarias que suelen dirigirse a hombres, poniendo a las mujeres como quienes cargan el producto o siendo una ganancia secundaria una vez que hiciste tu compra del mentado producto.

En nuestra cultura, pon tu que occidental, las mujeres no solamente son inferiores, sino también invisibles: los periódicos no hacen noticias de ellas, salvo en un muy bajo porcentaje (vamos, toma alguno y empieza a contar), ¿cuántas presidentas conoces?; cuando hablas refiriéndote a ellos y a ellas, ¿cuántas veces empleas sustantivos o adjetivos en femenino?, se entiende que cuando dices “todos”, te refieres a hombres y mujeres por igual, no es necesario nombrarlas.

Y lo que se nombre, no existe.

En los años setenta florecieron una serie de movimientos que dieron pie a un cambio en el modo en que vemos los rollos sociales: el feminismo. Algunas veces de modo más radical que otras, las feministas han puesto un marquito rojo sobre esta situación cotidiana que viven las mujeres, para que resalte. Le han llamado violencia de género porque en este trato no solamente se niega la visibilidad de las mujeres en la vida social, sino que igual se niegan sus derechos.

Una mujer debe buscar autorización para practicarse un aborto, para usar anticonceptivos, para salir en la noche, para hacer planes personales. Si obtiene el permiso, debe estar en casa de vuelta para preparar la cena; puede trabajar, pero no debe desatender a los niños; puede ir con sus amigas, pero tiene que estar en cama por si al hombre le dan ganas de tener sexo. Lo analizas y termina resultando que una chava no es dueña de su cuerpo, ni puede tomar decisiones sobre él porque los demas la van a cuestionar vehementemente.

Cuando ellas son pequeñas se les dice “tienes que darte tu lugar”, pero parece que ese lugar no lo quisiera nadie.

¿Qué es lo que mantiene así las cosas? La educación tradicional lo hace; muchas de las que llamamos “nuestras tradiciones” no son más que formas veladas de tiranía que preservan “el lugar que le corresponde a una mujer”. Las abuelas se indignan en presencia de la mujer que no necesita de un hombre para sentirse completa; las madres se preocupan cuando la niña estudia su posgrado universitario y no se preocupa por los preparativos del casorio. De la mujer que elige ser madre solera, bueno, “pobre criatura”, afirmarían mis tías. Los hombres también participamos de igual manera en la manutención del sometimiento.

Como se afirma que fue dios mismo quien le dio este lugar a la mujer, entonces la que llega a ser una exitosa directora de corporativo, académica sobresaliente o cabeza de familia por su propia elección, está muy cerca de estar cometiendo pecado al asumirse independiente y no buscar un hombre que “se ocupe de ella”. Así, el costo de su realización personal es la culpa si es creyente, o la culpa, de nuevo, si está involucrada con un sistema social que la ve desobedecer las viejas tradiciones. Entonces la sociedad le exige que compense, pues vive en un continuo estado de tabú.

Esto es violencia de género,, lease: impedir que una persona acceda a los recursos para satisfacer sus necesidades y lograr realizarse, debido a motivos de género. ¿De que manera tu la ejerces?, ¿de que forma la aceptas?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

¿Opuestos o complementarios?

Si entre tus planes se encuentra hacer un programa de televisión, una campaña publicitaria o, incluso, un chiste ingenioso que te convierta en el alma de la fiesta, mi sugerencia es que recurras al popular tema de la guerra entre los sexos; es un lugar común, pero recurrir a él te garantizará la atención de varones y féminas por igual.

Todos y todas hemos disfrutado alguna vez de una ingeniosa parodia acerca del sexo opuesto, incluso la hemos hecho: ellas conducen fatal, ellos creen que medio metro son diez centímetros, ellas nunca llegan temprano, ellos jamás piden ayuda y un prolongado etcétera. Tan tremendamente distintos los unos de las otras que es imposible no encontrarse mutuamente el lado cómico; es la ventaja de ser tan opuestos e irreconciliables: los unos de Marte y las otras de Venus.

Ahora, la pregunta incómoda: ¿cómo rayos va a juntarse un hombre con una mujer para compartir sus vidas y formar una familia, cuando sus respectivas naturalezas se oponen tanto? Entre los opuestos inherentemente surge la descalificación, la infelicidad, los malentendidos y la guerra. Por eso sería digno de dudarse el que pensar en opuestos sea en la práctica una buena idea.


miércoles, 3 de marzo de 2010

Elecciones, heroes y mártires

Cuando nacimos no traíamos nada con nosotros, no teníamos nada y no éramos nada, pero de inmediato empezamos a construir: nos construimos un yo para diferenciarnos de nuestra madre, de quien hasta entonces formábamos parte fisiológica y funcionalmente; nos construimos características especiales en nuestro cuerpo, quedando unos mas gorditos, otros más flacos y etcétera. Así, incluso antes de tener una consciencia estructurada, nosotros ya éramos constructores.

Y seguimos construyendo conforme los días se volvieron meses y los meses se hicieron años. Conocimos y reconocimos al mundo y nos construimos un modelo de éste dentro de nuestras mentes, entre nuestras expectativas. Construimos ideologías, relaciones interpersonales, proyectos y sueños; y nos volvimos adultos.

El adulto tipo, en la plenitud de su madurez, sabe que el mundo es cosa complicada: demasiadas variables, cada una más extraña que la anterior, muchas ansiedades generalizadas, demasiadas fuerzas y esa vastedad inconmensurable, que es el universo. El adulto tipo aprende que no tiene el control de su vida y, entendido lo anterior, en pleno uso de su madurez, deja de construir y se concreta a echar mano de lo que otros han construido ya. Se instala en la comodidad de lo que ya quedó establecido.

Aprende que el hombre propone y finalmente, es su dios personal quien dispone.

Y es correcto. Nadie podría presumir de tener el control total sobre su vida. Ignoramos lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina, desconocemos cuanto tiempo más tendremos de vida, no tenemos garantía alguna de… nada. Así, la vida se vuelve alguna de dos posibilidades, la primera es aceptarlo y tomar de la vida lo que ella te da, sin someterte a ti mismo a ociosas frustraciones e infelicidad. Hay que aceptar lo que somos y lo que tenemos, ser feliz con lo poco o mucho que nos ha tocado, y vivir a la expectativa de lo que las mareas del existir traen hasta nuestras manos.

La formula es buena, funciona. Docenas de cientos de hombres y mujeres en el mundo, no pueden estar equivocados.

La segunda es un interminable acto de fe. Vivir es construir rascacielos sobre dunas de arena, a la espera que nuestros cimientos topen con roca y nada haya en el mundo que los pueda derribar. No sabemos lo que el existir nos depara, no tenemos certezas suficientes para proyectar infaliblemente nuestro futuro, no tenemos nada, salvo la esperanza. Existen otras tantas docenas de cientos de hombres y mujeres que asumen esta verdad y sustituyen la incertidumbre con la fe: fe en sí mismos, fe en el destino, fe en que si lo que han construido se llega a derrumbar, podrán comenzar de nuevo, erigiendo algo similar al anterior, pero distinto, mejorado por la experiencia de sus primeros intentos.

Construir la vida es hacer una apuesta por el futuro, bajo una certeza vacía de que el universo existe para echarte la mano. Es confiar en la evolución y en las herramientas que se adquieren al recorrer nuestro camino; confiar en que la vida corresponde positivamente al esfuerzo invertido, aunque no siempre sea evidente a simple vista.

Ambas posibilidades son eficaces, ambas funcionan y ambas son buenas en todo el sentido de la palabra, pero como sendas a seguir, conducen en la vida hacia destinos diferentes. La primera posibilidad es vivir en la expectativa, es adoptar un papel pasivo, y es llegar a ser tan grande o tan pequeño como asumamos que el basto mundo lo permite; la segunda es vivir en la certeza (aunque en realidad nunca haya la suficiente), es adoptar un papel activo, y es llegar a ser tan grande o tan pequeño como uno mismo se lo haya propuesto.

Una es la senda del mártir, la otra pertenece al héroe.

El mártir es realista y no se involucra con proyectos inciertos que no tienen las de ganar, y cuán pocos proyectos las tienen; vive angustiado porque no percibe control sobre su propia vida, pero busca a otras personas, instituciones, empleos que le den estabilidad existencial y la promesa de que su vida transcurrirá con la menor incidencia de percances. Al mártir lo caracteriza su búsqueda por la tranquilidad, y en el ínterin, considera que sus fracasos son responsabilidades de otro, y que sus victorias… son también responsabilidades de otro.

Después de todo, él no construye, él sólo toma lo que la vida oportunamente le da.

El héroe, por su parte, es capaz de arrojarse a un barranco por conseguir lo que busca, es capaz de dejarse llevar por la más mínima certeza, y lo cierto es que siempre encuentra alguna para seguir andando. El héroe tiene manos que toman, boca que pide y la voluntad para improvisar, levantarse e intentar de nuevo; puede darse el lujo de arrojarse al vacío, porque sabe que sucumbir nunca es obligatorio.

Esa es la certeza del héroe, el conocimiento oculto que le permite materializar al futuro que se imagina: sabe que no importando la dificultad, siempre encontrará los recursos para salir avante. Así se justifica su acto de fe. En su caso la vida es intrigante, lo desconocido lo emociona y le sorprende; su vida es una búsqueda por la plenitud, y en el ínterin, hace suyas sus victorias y evalúa el nivel de éxito en sus fracasos; error o acierto, ambos le son inagotables pretextos para aprender.

En fin, ¿héroe o mártir?; en realidad no hay persona que sea uno u otro de manera persistente; cada quien transcurre de un extremo a otro del contínum según su ánimo, las situaciones, las herramientas con las que se cuentan hasta el momento. Sin embargo, frecuentemente nos instalamos más próximos a alguno de estos extremos y desde ahí negociamos con la vida, como héroes o como mártires.

Por eso es que a veces miramos lo que tenemos y vemos que ese aspecto de lo que hemos construido no era lo que hubiésemos deseado, vemos que sólo tomamos lo que arrastraba la marea y con ello erigimos nuestras vidas, o que permitimos que alguien construyera en nuestro lugar, sólo para contar con algo construido. O, a veces vemos que, básicamente, se trata de aquello que siempre quisimos ver construido, que buscamos los elementos, intercambiamos y elaboramos lo necesario para que fuera justo a la medida de nuestro deseo.

Cotidianamente hay personas que temen porque creen que cualquier viento puede derribarlos, porque dado que no construyeron lo que son de manera activa, no conocen la magnitud de su resistencia frente a los embates de la vida: salen a las calles temerosas, sufren ansiedad frente a la posibilidad de ser asaltados camino a la tienda, se inventan dolencias mortales, se desploman frente a la incertidumbre, por haber buscado evitar esa misma incertidumbre. Ellos son los mártires absolutos, pero en realidad son pocos.

También los héroes absolutos son escasos (como sea, ¿quién querría ser el héroe en todo momento?).

En general es cuestión de elección: dejar que la vida amontone experiencias para nosotros y de ahí construirnos un Frankenstein, o ir a la busca precisa de las experiencias que necesitamos y con ellas erigirnos un monumento. La vida construida como un monumento… todo depende si se elige o no tomar el riesgo; finalmente, nunca es obligatorio fracasar.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Elecciones, heroes y mártires

Cuando nacimos no traíamos nada con nosotros, no teníamos nada y no éramos nada, pero de inmediato empezamos a construir: nos construimos un yo para diferenciarnos de nuestra madre, de quien hasta entonces formábamos parte fisiológica y funcionalmente; nos construimos características especiales en nuestro cuerpo, quedando unos mas gorditos, otros más flacos y etcétera. Así, incluso antes de tener una consciencia estructurada, nosotros ya éramos constructores.

Y seguimos construyendo conforme los días se volvieron meses y los meses se hicieron años. Conocimos y reconocimos al mundo y nos construimos un modelo de éste dentro de nuestras mentes, entre nuestras expectativas. Construimos ideologías, relaciones interpersonales, proyectos y sueños; y nos volvimos adultos.

El adulto tipo, en la plenitud de su madurez, sabe que el mundo es cosa complicada: demasiadas variables, cada una más extraña que la anterior, muchas ansiedades generalizadas, demasiadas fuerzas y esa vastedad inconmensurable, que es el universo. El adulto tipo aprende que no tiene el control de su vida y, entendido lo anterior, en pleno uso de su madurez, deja de construir y se concreta a echar mano de lo que otros han construido ya. Se instala en la comodidad de lo que ya quedó establecido.

Aprende que el hombre propone y finalmente, es su dios personal quien dispone.