Elecciones, heroes y mártires

Cuando nacimos no traíamos nada con nosotros, no teníamos nada y no éramos nada, pero de inmediato empezamos a construir: nos construimos un yo para diferenciarnos de nuestra madre, de quien hasta entonces formábamos parte fisiológica y funcionalmente; nos construimos características especiales en nuestro cuerpo, quedando unos mas gorditos, otros más flacos y etcétera. Así, incluso antes de tener una consciencia estructurada, nosotros ya éramos constructores.

Y seguimos construyendo conforme los días se volvieron meses y los meses se hicieron años. Conocimos y reconocimos al mundo y nos construimos un modelo de éste dentro de nuestras mentes, entre nuestras expectativas. Construimos ideologías, relaciones interpersonales, proyectos y sueños; y nos volvimos adultos.

El adulto tipo, en la plenitud de su madurez, sabe que el mundo es cosa complicada: demasiadas variables, cada una más extraña que la anterior, muchas ansiedades generalizadas, demasiadas fuerzas y esa vastedad inconmensurable, que es el universo. El adulto tipo aprende que no tiene el control de su vida y, entendido lo anterior, en pleno uso de su madurez, deja de construir y se concreta a echar mano de lo que otros han construido ya. Se instala en la comodidad de lo que ya quedó establecido.

Aprende que el hombre propone y finalmente, es su dios personal quien dispone.


Y es correcto. Nadie podría presumir de tener el control total sobre su vida. Ignoramos lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina, desconocemos cuanto tiempo más tendremos de vida, no tenemos garantía alguna de… nada. Así, la vida se vuelve alguna de dos posibilidades, la primera es aceptarlo y tomar de la vida lo que ella te da, sin someterte a ti mismo a ociosas frustraciones e infelicidad. Hay que aceptar lo que somos y lo que tenemos, ser feliz con lo poco o mucho que nos ha tocado, y vivir a la expectativa de lo que las mareas del existir traen hasta nuestras manos.

La formula es buena, funciona. Docenas de cientos de hombres y mujeres en el mundo, no pueden estar equivocados.

La segunda es un interminable acto de fe. Vivir es construir rascacielos sobre dunas de arena, a la espera que nuestros cimientos topen con roca y nada haya en el mundo que los pueda derribar. No sabemos lo que el existir nos depara, no tenemos certezas suficientes para proyectar infaliblemente nuestro futuro, no tenemos nada, salvo la esperanza. Existen otras tantas docenas de cientos de hombres y mujeres que asumen esta verdad y sustituyen la incertidumbre con la fe: fe en sí mismos, fe en el destino, fe en que si lo que han construido se llega a derrumbar, podrán comenzar de nuevo, erigiendo algo similar al anterior, pero distinto, mejorado por la experiencia de sus primeros intentos.

Construir la vida es hacer una apuesta por el futuro, bajo una certeza vacía de que el universo existe para echarte la mano. Es confiar en la evolución y en las herramientas que se adquieren al recorrer nuestro camino; confiar en que la vida corresponde positivamente al esfuerzo invertido, aunque no siempre sea evidente a simple vista.

Ambas posibilidades son eficaces, ambas funcionan y ambas son buenas en todo el sentido de la palabra, pero como sendas a seguir, conducen en la vida hacia destinos diferentes. La primera posibilidad es vivir en la expectativa, es adoptar un papel pasivo, y es llegar a ser tan grande o tan pequeño como asumamos que el basto mundo lo permite; la segunda es vivir en la certeza (aunque en realidad nunca haya la suficiente), es adoptar un papel activo, y es llegar a ser tan grande o tan pequeño como uno mismo se lo haya propuesto.

Una es la senda del mártir, la otra pertenece al héroe.

El mártir es realista y no se involucra con proyectos inciertos que no tienen las de ganar, y cuán pocos proyectos las tienen; vive angustiado porque no percibe control sobre su propia vida, pero busca a otras personas, instituciones, empleos que le den estabilidad existencial y la promesa de que su vida transcurrirá con la menor incidencia de percances. Al mártir lo caracteriza su búsqueda por la tranquilidad, y en el ínterin, considera que sus fracasos son responsabilidades de otro, y que sus victorias… son también responsabilidades de otro.

Después de todo, él no construye, él sólo toma lo que la vida oportunamente le da.

El héroe, por su parte, es capaz de arrojarse a un barranco por conseguir lo que busca, es capaz de dejarse llevar por la más mínima certeza, y lo cierto es que siempre encuentra alguna para seguir andando. El héroe tiene manos que toman, boca que pide y la voluntad para improvisar, levantarse e intentar de nuevo; puede darse el lujo de arrojarse al vacío, porque sabe que sucumbir nunca es obligatorio.

Esa es la certeza del héroe, el conocimiento oculto que le permite materializar al futuro que se imagina: sabe que no importando la dificultad, siempre encontrará los recursos para salir avante. Así se justifica su acto de fe. En su caso la vida es intrigante, lo desconocido lo emociona y le sorprende; su vida es una búsqueda por la plenitud, y en el ínterin, hace suyas sus victorias y evalúa el nivel de éxito en sus fracasos; error o acierto, ambos le son inagotables pretextos para aprender.

En fin, ¿héroe o mártir?; en realidad no hay persona que sea uno u otro de manera persistente; cada quien transcurre de un extremo a otro del contínum según su ánimo, las situaciones, las herramientas con las que se cuentan hasta el momento. Sin embargo, frecuentemente nos instalamos más próximos a alguno de estos extremos y desde ahí negociamos con la vida, como héroes o como mártires.

Por eso es que a veces miramos lo que tenemos y vemos que ese aspecto de lo que hemos construido no era lo que hubiésemos deseado, vemos que sólo tomamos lo que arrastraba la marea y con ello erigimos nuestras vidas, o que permitimos que alguien construyera en nuestro lugar, sólo para contar con algo construido. O, a veces vemos que, básicamente, se trata de aquello que siempre quisimos ver construido, que buscamos los elementos, intercambiamos y elaboramos lo necesario para que fuera justo a la medida de nuestro deseo.

Cotidianamente hay personas que temen porque creen que cualquier viento puede derribarlos, porque dado que no construyeron lo que son de manera activa, no conocen la magnitud de su resistencia frente a los embates de la vida: salen a las calles temerosas, sufren ansiedad frente a la posibilidad de ser asaltados camino a la tienda, se inventan dolencias mortales, se desploman frente a la incertidumbre, por haber buscado evitar esa misma incertidumbre. Ellos son los mártires absolutos, pero en realidad son pocos.

También los héroes absolutos son escasos (como sea, ¿quién querría ser el héroe en todo momento?).

En general es cuestión de elección: dejar que la vida amontone experiencias para nosotros y de ahí construirnos un Frankenstein, o ir a la busca precisa de las experiencias que necesitamos y con ellas erigirnos un monumento. La vida construida como un monumento… todo depende si se elige o no tomar el riesgo; finalmente, nunca es obligatorio fracasar.

1 comentario:

  1. Hola.
    En fechas pasadas, tuve la oportunidad de leer un artículo sobre los 12 arquetipos y el Libro Despertando tus Heroes Interiores, creo que viene mucho a colación con tu artículo.

    Saludos

    jocres2007@hotmail.com

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