miércoles, 30 de junio de 2010

Identidades en construcción

Y a todo esto, ¿quién dices eres tú?; ok, más allá de cómo te llaman, que no me dice demasiado y mucho más allá de esas frases hechas y tan tremendamente comunes que ya han dejando de decir algo, ¿quién eres tú?, ¿cómo defines lo que eres y, especialmente, cómo defines la manera en que sientes?

Hace algunos años, cuando tomé la decisión de hacer la tesis para convertirme finalmente en un psicólogo hecho y derecho, me motivaba particularmente un capricho por rascarle más al asunto de las identidades. Tiempo después, durante el desarrollo de ésta investigación teórica aterrizada en el tema gay, me he sorprendido ante el alcance que este sencillo concepto tiene; no sólo por su belleza teórica que, por teórico, a nadie le sirve, sino por la posibilidad que tiene para dar explicaciones acerca de lo que nadie se pregunta, pero que a todos nos mueve… de alguna manera.

Por ejemplo, ¿te has detenido a pensar cuantas cosas tenemos seguras en la vida? o dime por favor una verdad que sea absolutamente irrefutable.

Ok, tal vez la he puesto muy difícil. No me consta que la tierra sea redonda, pero lo creo porque eso me han dicho. Es la versión oficial. Ni me consta que Japón este en Asia, jamás he ido a comprobarlo. No estoy seguro de que Cortés, Colón y Jerónimo hayan existido, o Sócrates, o la Atlántida; pero algo que si puedo garantizar con absoluta convicción es que yo estoy aquí, escribiéndote para que leas esto. Se también que soy un hombre, que soy más alto que el promedio, más viejo que unos, más joven que otros… Y aún cuando todo en el mundo esté incierto, aunque nada sea seguro y todas mis convicciones se pudieran quebrantarse, aún así sabré que hay algo cierto a secas: que soy yo quien está ahí, tratando de entender lo que sucede.

Denme una palanca y moveré al mundo. Igual funciona con una certeza.

Ah!, pero no puede ser tan simple. Ya Heráclito decía que lo único constante en el universo es el cambio mismo. Pantha rei, todo cambia. No puedes bañarte dos veces en el mismo río, porque ese río de aguas mutables ha cambiado al mismo instante en que le has dejado atrás y, peor aún, tú dejaste de ser ese que momentos antes había entrado en sus tibias aguas. Te transformas mientras lees mis líneas, te conviertes en algo distinto al desplazarte por el tiempo, por el espacio, por las experiencias que vives.

El Tao te cambia.

Siempre una misma ecuación, pero las variables cambian, volviendo la fórmula cada vez más exacta, más perfecta, incluso mas sabia. ¿Notas tú como cambiaste de ayer a hoy? No eres el mismo, no piensas igual, ni sientes de la misma manera. ¿Maduraste?, ¿Creciste?, eso no lo se, pero has cambiado y la definición que haces de ti mismo también lo ha hecho. Tu identidad cambió y lo seguirá haciendo.

Identidad es eso que dices que eres ahorita, y aquello en lo que quieres convertirte. Un hombre soltero de mediana edad. Ese es mi caso. Sin embargo, cuando me haya casado, si lo hago, esa definición que tengo de mí ya no va a servir, y me veré forzado a abandonarla y hacerme otra que me quede bien. ¿Has notado como se siente eso? Cuando te das cuenta que lo que creías ser, ya no lo eres más.

Lo único que tenemos seguro es que somos lo que sabemos que somos; y si cambiamos deberemos de ajustar nuestra identidad, a la brevedad, hacia nuestro nuevo modo de ser y de estar. El niño se vuelve un incierto adolescente, el estudiante debe ahora buscar trabajo, el soltero ve que se ha casado, el expatriado ya no es más paisano de sus padres. En cada caso se trata de renunciar a ser lo que fuimos y transformarnos en algo nuevo, o quedarnos fingiendo que nada ha cambiado y que aún somos lo que, en realidad, no seremos más, lo que no tenemos necesidad de ser más.

Al fin y al cabo, solo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.

Hay que renunciar y dejar morir la piel que ya no utilizaremos; la que nuestros padres conocieron, nuestros amigos, nuestros rivales. Pero renunciar no es sencillo, y suele doler mucho y asustar profundamente.

Eso es la identidad, un proceso de construcción, a pulso, de nuestra mayor obra: nosotros mismos. Hacia donde nos llevamos, en que elegimos transformarnos y que a pieles nos aferramos sin querernos desprender. A veces es tranquilo y paulatino, como el crecer del día con día; otras es súbito y violento, como la muerte del marido de la que a partir de ahora será viuda, pero siempre hay que dejar ir, soltar los lastres para que el peso de lo que hemos sido no nos doble la espalda y canse nuestro espíritu.

¿En qué te estás transformando ahora?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Identidades en construcción

Y a todo esto, ¿quién dices eres tú?; ok, más allá de cómo te llaman, que no me dice demasiado y mucho más allá de esas frases hechas y tan tremendamente comunes que ya han dejando de decir algo, ¿quién eres tú?, ¿cómo defines lo que eres y, especialmente, cómo defines la manera en que sientes?

Hace algunos años, cuando tomé la decisión de hacer la tesis para convertirme finalmente en un psicólogo hecho y derecho, me motivaba particularmente un capricho por rascarle más al asunto de las identidades. Tiempo después, durante el desarrollo de ésta investigación teórica aterrizada en el tema gay, me he sorprendido ante el alcance que este sencillo concepto tiene; no sólo por su belleza teórica que, por teórico, a nadie le sirve, sino por la posibilidad que tiene para dar explicaciones acerca de lo que nadie se pregunta, pero que a todos nos mueve... de alguna manera.

Por ejemplo, ¿te has detenido a pensar cuantas cosas tenemos seguras en la vida? o dime por favor una verdad que sea absolutamente irrefutable.


lunes, 21 de junio de 2010

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Contra el Sida, una buena calidad de vida

Carlos es un hombre que llegó un día a consulta, considerando que era ya tiempo de ver como andaba su infección por VIH. Me sorprendí mucho al verlo entrar: un tipo alto y atractivo, cercano a los cuarenta, de cuerpo extremadamente atlético, bronceado y de movimientos enérgicos. Llegó sonriendo, haciendo bromas como si la entrevista que habríamos de sostener fuese de lo más cotidiano, y con toda la tranquilidad del mundo, me contó su breve historia.

Sucede que él fue uno de aquellos hombres que se infectaron de VIH en la década de los ochenta, y entre orgías, fiestas y parrandas, un día, por la mañana, decidió hacerse la prueba de detección de anticuerpos al virus y ver como andaba la cosa. El resultado fue positivo. Ser seropositivo a los veinticinco años no era el sueño de su vida, pero no por vivir con el VIH iba Carlos a renunciar a sus proyectos que ya empezaban a materializarse.

Y cuenta que asimilarlo fue muy difícil. Pasó de una etapa de negación a la de enojo y por ahí a todas las fases que se viven a lo largo del duelo, pero paulatinamente fue descubriendo que, al menos en su caso, el VIH no tenía que ser el protagonista de su historia, porque el protagonista verdadero era Carlos; y así empezó a vivir.

Sin volver a negar su realidad como hombre que vivía con VIH, Carlos resolvió no construir su existencia en torno al virus, y su primera acción fue informarse; saber que era lo que sucedía si no se protegía en lo sucesivo y se reinfectaba, saber cuando eran necesarios los medicamentos antirretrovirales, y conocer sus posibilidades, en general. Resolvió que se medicaría a las primeras señales de deficiencia inmunológica, que se cuidaría al tener sexo para no reinfectarse y fortalecer al virus, y que haría lo que estuviese en sus manos para ser feliz.

Yo al ver al hombre que me contaba esta historia, contada un poco más per extenso que como yo se las platico en estas líneas, me quedó muy en claro que él lo había conseguido: sentado frente a mí, en mi consultorio, tenía a un hombre que era feliz. De los ochenta a la fecha había vivido su vida de manera especial, más enfocado en su bienestar de lo que se enfoca la gente común, y más consciente que los demás del estado de sus propias emociones. Se cuidó a sí mismo, dice, como cuidaría de alguien a quien amara tremendamente; se arriesgó como se arriesgaría cualquiera para conseguir sus proyectos, pero siempre hubo ciertas cosas que no eran negociables, como su tiempo para estar consigo mismo y con los suyos, como sus momentos de descanso y etcétera.

Finalmente, Carlos terminó platicándome que en su caso, el VIH cambió su vida de una forma en que él mismo jamás hubiera imaginado; aprendió a vivir para evitar morirse, adquirió una firme responsabilidad de sí y conoció los sabores, colores y esencias del mundo mediante toda la capacidad de sus sentidos. Estaba efectivamente más vivo que muchos que a su alrededor vivían sin la infección, y se sentía más feliz. Jamás me mencionó estar agradecido por haberse infectado, hubiera sido muy bizarro que así lo hiciera, pero sí insistió un par de veces en el orgullo que sentía por haber encontrado la manera de salir adelante.

Semanas después, Carlos regresó por los resultados de su prueba; serológicamente era positivo como podía esperarse, dado que el VIH no desaparece del sistema sino que, como resultó ser el caso de Carlos, llega en las mejores situaciones a un nivel indetectable entre las células de la sangre y hace innecesario el tratamiento con medicamentos antirretrovirales.

Se dice que hay personas que toleran mejor que los demás la infección al VIH y que pueden jamás llegar a desarrollar enfermedad ninguna asociada con este virus. Se dice que es debido a su genética privilegiada, a una cuestión cromosomática y etcétera, etcétera. Con Carlos dudo que haya sido así.

Cuando una mujer o un hombre vive con la infección del virus, el estilo de vida es fundamental para protegerse del SIDA: el VIH afecta directamente las células blancas de la sangre, las que corresponden al sistema inmunológico, y lo deterioran. Cuando las defensas quedan tan bajas, las enfermedades oportunistas llegan y hacen su agosto sobre la salud de la persona. Paralelamente, cuando nosotros estamos muy contentos y reímos, cuando bailamos o hacemos ejercicio y cuando, básicamente, estamos muy a nuestro gusto, el organismo secreta unas hormonas de nombre: endorfinas. Las endorfinas afectan inmediata y positivamente la producción de células del sistema inmunológico, fortaleciéndolo y protegiéndonos de las enfermedades.

Lo que Carlos hizo al vivir monitoreando el bienestar de sus emociones, haciendo ejercicio y buscando sentirse a gusto con él mismo, fue precisamente fortalecer su sistema inmunológico contra los ataques diarios del VIH. Además, Carlos se tomaba muy en serio sus horas de descanso. El no lo sabía, pero mientras dormimos, nuestro cuerpo secreta una sustancia llamada “hormona del crecimiento”, la que tiene por labor el regenerar todos los tejidos que se van deteriorando a lo largo del día, ya sea por el desgaste cotidiano o por la presencia de algún virus insidioso que merma al sistema inmunológico.

Así Carlos pudo mantener su salud, pese a vivir infectado por el virus que puede llegar a ocasionar el SIDA, en un tiempo en el que los medicamentos antirretrovirales eran verdaderamente agresivos contra el organismo de la persona que vivía con VIH. En nuestros días la cuestión es ligeramente más sencilla, los medicamentos han dejado de ser tan nocivos y existe una mayor apertura frente al tema del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, pero todavía hace falta entender lo que de manera intuitiva fue muy clara para Carlos: la calidad de vida puede ser una determinante para desarrollar o no el SIDA o, incluso, otras enfermedades.

Actualmente, en ocasiones me encuentro con él en la barra de algún bar, charlando con alguien o despidiéndose luego de una o dos cervezas. Él, por supuesto, no se llama realmente Carlos, pero creo que su historia es una anécdota sobre la que podríamos reflexionar un rato.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C
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Contra el Sida, una buena calidad de vida

Carlos es un hombre que llegó un día a consulta, considerando que era ya tiempo de ver como andaba su infección por VIH. Me sorprendí mucho al verlo entrar: un tipo alto y atractivo, cercano a los cuarenta, de cuerpo extremadamente atlético, bronceado y de movimientos enérgicos. Llegó sonriendo, haciendo bromas como si la entrevista que habríamos de sostener fuese de lo más cotidiano, y con toda la tranquilidad del mundo, me contó su breve historia.

Sucede que él fue uno de aquellos hombres que se infectaron de VIH en la década de los ochenta, y entre orgías, fiestas y parrandas, un día, por la mañana, decidió hacerse la prueba de detección de anticuerpos al virus y ver como andaba la cosa. El resultado fue positivo. Ser seropositivo a los veinticinco años no era el sueño de su vida, pero no por vivir con el VIH iba Carlos a renunciar a sus proyectos que ya empezaban a materializarse.

Y cuenta que asimilarlo fue muy difícil. Pasó de una etapa de negación a la de enojo y por ahí a todas las fases que se viven a lo largo del duelo, pero paulatinamente fue descubriendo que, al menos en su caso, el VIH no tenía que ser el protagonista de su historia, porque el protagonista verdadero era Carlos; y así empezó a vivir.