sábado, 19 de febrero de 2011

Y tu, ¿crees que son tod@s iguales?

A través de los tiempos, al hablar del amor y de los enamorados se han vertido galones de tinta, perfume y suspiros en el afán de explicar esa aparente locura que todo lo confunde. Para algunos es una reacción fisiológica absolutamente explicable, predictible y lógica que corresponde con las leyes mecánicas de la causa y el efecto; para otros hablar de amor es describir a detalle un pequeño milagro para dos, de entre los pocos milagros que se dan hoy en día. En lo que todos coinciden, desde las mentes científicas hasta los idealistas filosóficos, es que el amor es un fenómeno que inesperadamente transforma a quienes están involucrados, algunas veces para bien y otras para no tan bien.

Ahí radica la riqueza de las relaciones interpersonales en general, y de las relaciones de pareja en particular, en las que cada uno deja una huella indeleble en las esencia del otro: el trato mutuo les cambia y al final cada cual termina siendo alguien muy distinto a como fue en un principio. Cuando vemos esta mutación desde afuera, se ve como una clara locura dentro de la que el enamorado hace lo que nunca hubiera hecho, habla de cosas que otrora le aburrían y es precisamente hoy como siempre juró que jamás sería. A veces esto dura solamente lo que dura el enamoramiento, acaso 6 meses, lo que tarda en extinguirse la pasión; y a veces la transformación es permanente.

¿A qué se debe esto?, ¿Es en verdad un rasgo de franca locura? La respuesta más romántica sería afirmativa, sin duda; ahora, si lo que buscas en una idea más aproximada a la realidad, las cosas podrían encaminarse a una respuesta más o menos como ésta: nos han dicho hasta el cansancio que no necesitamos cambiar para ser aceptados por los demás, porque ellos deben de amarnos incondicionalmente como somos; pero la realidad es que sí cambiamos, así como igual la gente cambia para agradarnos más a nosotros, y mientras más nos importa alguien, más cambiamos por esa persona. Es lo natural, parte de una permanente negociación que pocas veces se expresa de manera explícita: yo cedo para que tu cedas también, yo dejo el cigarro para que tu dejes de comer en la cama.

Negociamos entre sus gustos y los propios, entre sus necesidades y las nuestras, entre su forma de ser y la de uno. De esta manera, tiempo después llega el momento en que nos damos cuenta de que la cercanía con ese alguien que nos es tan significativo nos ha cambiado, y que en muchos aspectos dejamos de ser lo que fuimos para volvernos distintos, y a veces mejores, al mismo tiempo que nos vamos sintonizando con nuestra pareja.

Por eso cambiamos cuando nos enamoramos, porque frente a la expectativa de compartir la vida con otra persona, nos adaptamos paulatinamente a su forma de ser, y él o ella se adapta también a nuestras maneras conforme las va descubriendo. Es un proceso de aprendizaje en el que el uno le enseña al otro la forma de relacionarse con él (o con ella). Saber esto, y tenerlo presente, es muy útil cuando nos preguntamos porqué siempre nos involucramos con el mismo tipo de personas. Uno mira su historia en retrospectiva, frecuentemente luego de haber terminado una relación importante, y pareciera hacerse evidente que siempre que acaban las cosas mal, terminan en cada ocasión por razones muy similares; nos preguntamos qué fue lo que pasó, qué se perdió o porqué fue que cambió este candidato o candidata que parecía tan distinto a los anteriores.

Una de las razones por las que el otro cambia, y es un hecho que hay que asumir, es que suelen cambiar por causa de uno mismo… o de una misma.

Así que evaluando tus pasadas relaciones, antes de lanzar al aire la sentencia fatal del “todos son iguales”, o echarle la culpa a la mala suerte, conviene hacer una revisión de cómo cambia la gente cuando se relaciona con nosotros; porque tanto para bien como para mal, en cada relación en la que nos involucramos, le enseñamos al otro la forma de relacionarse con uno; no de una manera explícita, no de forma evidente o incluso consciente, sino de una manera velada y persistente a lo largo de cada encuentro íntimo, de cada cita con tus amigos o los suyos, o de cada día que despiertas a su lado en la cama. Le enseñas con cada uno de tus gestos, reacciones, iniciativas y detalles, el modo en que te gusta ser tratada (o tratado), y tu pareja va aprendiéndolo poco a poco, y modificando su actuar conforme los sutiles pero consistentes indicios que cada día le vas ofreciendo.

La otra cara de la moneda también es real, él o ella, con sus actitudes hacia ti, te va enseñando el modo en que le gusta ser tratado, dónde no le gusta que le toques, donde sí, que le molesta a un grado tal que le lleva a perder los estribos, lo que le complace increíblemente, lo que le prende; y de ese modo las actitudes aprobadas las seguimos haciendo o las hacemos mucho más, y lo que nuestra pareja nos desaprueba se vuelve una conducta que omitimos y terminamos por abandonar. Todo en el afán de reducir los conflictos en la convivencia y ser cada vez más aceptados. El o ella harán lo mismo contigo.

Así, hay a quienes les gusta sentirse protegidos, aunque algunos prefieren la sobreprotección; otros buscan respeto hacia su espacio, unos el desapego más absoluto, y etcétera; y cuando una persona busca aproximarse y ser amado por alguien así, echa ojo de los sutiles mensajes que le son enviados, aprende como acercarse a su prospecto, y le tratará como asume que le gusta ser tratado a partir de las señales que recibe. De este modo, haciendo las pequeñas cosas que al otro le gustan, quien jamás lo hubiera imaginado termina siendo extremadamente protector, increíblemente desapegado, crítico, o lo que corresponda, según las reglas del juego en su nueva relación.

Este mutuo intercambio de reglas tiene un aspecto positivo: dado que el príncipe azul no existe y la princesa del cuento vive sólo en los cuentos, si lo que buscamos es a una pareja ideal, podemos esperar a que nuestra pareja actual lo vaya siendo conforme le mostremos el modo en que nos gustaría que la relación evolucionara. Si sabemos negociar, y tenemos claro qué es lo que queremos y lo que podemos ofrecer, podremos enseñarle con claridad cómo queremos ser tratados y qué soñamos respecto a nuestro ideal de pareja; y si estamos dispuestos a ser su pareja ideal, probablemente él o ella no tendrá problema en serlo para nosotros. La clave de todo es la negociación.

El aspecto negativo de este asunto aparece cuando no tenemos claro cuáles son los deseos que tenemos en torno a una relación, es decir, qué mensajes estamos emitiendo acerca de cómo nos gusta ser tratados. Si, por ejemplo, en cada ocasión en que inicias una relación de pareja, le envías al novio en turno el mensaje de que te gusta ser protegido o protegida, aunque no necesariamente seas conciente de esta necesidad, entonces él tenderá a ser contigo protector, y si sigues solicitando más protección, él te protegerá más, y más, hasta que te sientas acorralada o limitado y con tu libertad coartada por su vigilancia y celo. Es entonces cuando explotas y cortas la relación con el pobre fulanito a quien ya no soportas por ser posesivo, celoso y controlador; ¿quién se hubiera imaginado al principio que él llegaría a ser de esa manera?, probablemente ni siquiera él mismo, solo que asumió que para entrar en la relación contigo, había que ser y comportarse así.

No hubo un error de lectura, la falla estuvo en los mensajes verbales y no verbales que le mandaste. Luego empiezas otra relación, le enseñas a tu nueva pareja a relacionarse contigo sobreprotegiéndote, pero no te das cuenta del mensaje que estás enviando, y con el tiempo resulta que el nuevo novio también se vuelve un control freak de pesadilla que no te deja ni respirar. Cortas la nueva relación e inicias otra con la esperanza de que esta vez las cosas terminen diferente, pero sigues haciéndolo todo de la misma manera y el nuevo pretendiente termina por ser otra vez un controlador. Y los que no aceptan esos términos de la relación contigo, del asunto este de protegerte  más y más cada vez, puede que ni siquiera figuren como pareja, porque se alejaron antes de ser considerados como pretendientes.

Entonces miras para atrás y haces un recuento de tus intentos, y ves que todos esos intentos terminaron igual; ¿porqué te toca puro espécimen controlador y posesivo? Llegado el momento debes hacer una parada en el camino y valorar la situación; encontrar si se trata de una muy mala suerte que te lleva relacionarte invariablemente con el mismo tipo de personas, o si eres tú quien se relaciona de un mismo modo en el que conduces a tus parejas hacia actitudes y conductas que a la larga te resultarán contraproducentes.

Cualquiera esperaría que nada tuviéramos más claro que lo que nosotros mismos deseamos, pero entre los seres humanos las cosas no funcionan necesariamente así. El primer paso para conseguir la relación de pareja que buscas, es definir exactamente qué es lo que quieres: ¿porqué y para qué quieres una relación de pareja?, ¿qué estarías dispuesto a dar a cambio de una relación como la que buscas?, ¿qué tipo de relación buscas?Una vez que defines qué es lo que quieres, es más sencillo que logres relaciones satisfactorias donde construyas con tu pareja la dinámica más adecuada para ambos. ¿Alguna vez te has detenido a preguntare qué espera de ti, o que impresión tiene él o ella de las expectativas que tienes hacia la relación?, quizá valga la pena formular un día estas preguntas y ver que te contesta.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Y tu, ¿crees que son tod@s iguales?

A través de los tiempos, al hablar del amor y de los enamorados se han vertido galones de tinta, perfume y suspiros en el afán de explicar esa aparente locura que todo lo confunde. Para algunos es una reacción fisiológica absolutamente explicable, predictible y lógica que corresponde con las leyes mecánicas de la causa y el efecto; para otros hablar de amor es describir a detalle un pequeño milagro para dos, de entre los pocos milagros que se dan hoy en día. En lo que todos coinciden, desde las mentes científicas hasta los idealistas filosóficos, es que el amor es un fenómeno que inesperadamente transforma a quienes están involucrados, algunas veces para bien y otras para no tan bien.

Ahí radica la riqueza de las relaciones interpersonales en general, y de las relaciones de pareja en particular, en las que cada uno deja una huella indeleble en las esencia del otro: el trato mutuo les cambia y al final cada cual termina siendo alguien muy distinto a como fue en un principio. Cuando vemos esta mutación desde afuera, se ve como una clara locura dentro de la que el enamorado hace lo que nunca hubiera hecho, habla de cosas que otrora le aburrían y es precisamente hoy como siempre juró que jamás sería. A veces esto dura solamente lo que dura el enamoramiento, acaso 6 meses, lo que tarda en extinguirse la pasión; y a veces la transformación es permanente.


domingo, 6 de febrero de 2011

Erastes del siglo XXI: los roles sexuales

En la Grecia Clásica era común el que los hombres tuvieran sexo con otros hombres, era un rasgo de virilidad, quizá no era tan común la misma práctica entre mujeres, pero entre varones se le asociaba a elementos sociales de poder y enseñanza. Los hombres de mayor rango, principalmente mayores en edad, eran los erastes, o quienes tenían un rol activo durante el acto sexual; los erómenos, por el contrario, solían ser más jóvenes y quienes debían ser sexualmente receptivos. Tal era la usanza y la tradición.
De esta manera, cada hombre tenía, si bien la oportunidad de mantener una sexualidad homoerótica a su antojo, también la obligación de ser erastes o erómenos según su rango, su edad y algunas otras circunstancias; era inalienable. Esto es que si un erómenos tenía a bien adoptar un papel activo en el coito, la sociedad al enterarse lo tachaba de insubordinado; y si a un erastes se le antojaba ser penetrado en el acto sexual por su compañero, la misma sociedad le volvía objeto de burla y escarnio. Finalmente, aún entre los griegos había una notoria intolerancia sexual.

Pero eso es lo que sucedía en aquél entonces, momento histórico en el que un hombre solamente tenía a su disposición una alternativa para buscar el placer homoerótico. Años ya han pasado a montones, y sin duda muchas cosas han cambiado conforme el tiempo ha transcurrido hasta traernos a nuestra época.

Vamos, en la sociedad moderna nuevamente es común que hombres tengan sexo con otros hombres, hecho que es palpable en los medios de comunicación y en la cotidianidad de las calles. Hay una creciente aceptación social que, empero, no alcanza aún a ser completa, y se reconoce paralelamente que también a las mujeres les apetece relacionarse eróticamente entre ellas, pero carecen, como en la Grecia Clásica, de la visibilidad social de la que ellos gozan.

Los hombres homosexuales o gay, suelen agruparse en dos categorías: pasivos (quienes durante el coito reciben la penetración) y activos (los que penetran), lo que hace referencia al tipo de conducta al que recurren durante el acto sexual. Para cada categoría la sociedad gay asocia una serie de atribuciones, es decir, en tanto que se espera que los hombres activos sean dominantes, se deja para los pasivos el ser sumisos; mientras los activos sean masculinos, los pasivos se mostrarían femeninos; etcétera. En este momento histórico cuando un hombre se identifica como gay, no es directamente víctima del escarnio social, principalmente en las grandes ciudades, pero lo es si reconoce públicamente ser pasivo, porque según San Pablo y otros intelectuales, quien debe se objeto de toda penetración sexual debe de ser la mujer.

Es una cuestión de prestigio y poder que impide el que un hombre usualmente activo, pruebe un rol pasivo: en un contexto donde los hombres están por encima de las mujeres, se estila que los gays masculinos estén por encima de los gays femeninos (en el caso de que la existencia de éstos últimos sea algo más que un prejuicioso mito). Así, el ghetto se estratifica a partir de una cuestión tremendamente sutil: el modo en que se disfruta de la sexualidad, emparejándonos sin empacho con la idiosincrasia de los antiguos griegos.

¿Qué hay con todo esto? Que si bien para los griegos ser erómenos o erastes era una atribución inalienable, obligatoria, que se proyectaba más allá de su elección personal, en la sociedad actual tendemos a asumir que ser pasivo y activo son calidades igualmente inalterables. Hay quien al considerarse activo teme explorar el rol pasivo por miedo a mellar su masculinidad, y que al encontrar un recurrente gusto por ser sexualmente receptivo, su forma de ser se afemine, se le note más el ser homosexual o, simplemente, se convierta en objeto de burla al hacerse público que al menos en alguna ocasión a él le agradó ser pasivo.

Por otra parte, entre el conjunto total de hombres en el mundo, hay personalidades específicas para las que el control es una meta muy atractiva por alcanzar; sentir el poder, en varias de sus manifestaciones, les es altamente gratificante. Esto es hablar de hombres con actitudes dominantes, que no necesariamente deban de modificar este rasgo en su forma de ser, pero que frecuentemente su anhelo de dominio les lleva en el terreno sexual a buscar un insistente papel activo que les permita dominar al otro (la tendencia leather es un útil ejemplo de lo anterior), volviendo el acto sexual en un velado juego de poderes.

El problema, ya sea que haya de por medio un temor a lesionar su masculinidad, la necesidad de dominio sobre el otro o un mero hábito sexual que le conduce a un hombre a ser siempre activo, surge cuando lo que se pierde es el impulso a explorar; dado que el éxito del placer sexual se deriva de la innovación y el ejercicio de la creatividad, el recurrir constantemente al mismo y único modo de obtener placer (nota que también incluye a quienes siempre buscan placer en la receptividad sexual) puede desgastar esa práctica y volver el sexo anodino, sin chiste y en una simple manera de aliviar la tensión sexual, pero sin el placer orgásmico de por medio.

Innovación es renovar la dinámica incluyendo nuevas posturas sexuales, experimentar otros roles, integrar elementos a la relación sexual como juguetes, comida, etcétera. Al faltar la innovación surge esta especie de tedio sexual que exalta el placer del sexo con desconocidos (si no innovas cambiando tu técnica, lo haces cambiando a tu compañero sexual) que hace de la relación sexual un acontecimiento novedoso y fresco de per se, en tanto que se mantenga nueva y fresca por sí misma.

El tip aquí no es, sin duda, dejar de tener sexo con desconocidos, sino cambiar y variar el estilo para enriquecer el acto sexual y no anclar la sexualidad en un solo rol, conformándose tan sólo con la mitad de las probabilidades de sentir placer. Afortunadamente, en tiempos recientes ha habido una mayor cantidad de hombres que se definen como inter, es decir, que encuentran placer tanto en el rol activo como en el pasivo durante el coito, y aunque probablemente el placer para ellos, o para cualquiera, será mayor con la estimulación del glande o de la próstata, según su gusto, no dudan en recurrir a todas las fuentes de éxtasis para alcanzar un orgasmo pleno.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Erastes del siglo XXI: los roles sexuales

En la Grecia Clásica era común el que los hombres tuvieran sexo con otros hombres, era un rasgo de virilidad, quizá no era tan común la misma práctica entre mujeres, pero entre varones se le asociaba a elementos sociales de poder y enseñanza. Los hombres de mayor rango, principalmente mayores en edad, eran los erastes, o quienes tenían un rol activo durante el acto sexual; los erómenos, por el contrario, solían ser más jóvenes y quienes debían ser sexualmente receptivos. Tal era la usanza y la tradición.

De esta manera, cada hombre tenía, si bien la oportunidad de mantener una sexualidad homoerótica a su antojo, también la obligación de ser erastes o erómenos según su rango, su edad y algunas otras circunstancias; era inalienable. Esto es que si un erómenos tenía a bien adoptar un papel activo en el coito, la sociedad al enterarse lo tachaba de insubordinado; y si a un erastes se le antojaba ser penetrado en el acto sexual por su compañero, la misma sociedad le volvía objeto de burla y escarnio. Finalmente, aún entre los griegos había una notoria intolerancia sexual.

Pero eso es lo que sucedía en aquél entonces, momento histórico en el que un hombre solamente tenía a su disposición una alternativa para buscar el placer homoerótico. Años ya han pasado a montones, y sin duda muchas cosas han cambiado conforme el tiempo ha transcurrido hasta traernos a nuestra época.


sábado, 5 de febrero de 2011

El tema del sobrepeso en la actualidad

Platicaba un día con mi amigo acerca de cualquier cosa, cuando de repente saltó a la conversación la palabra gordo, y no es que sea una mala palabra, ni altisonante por demás, pero mi amigo se alebrestó ante la sola mención y protestó sintiéndose peyorativamente aludido. Mi amigo, quien por cierto tiene 31 años y es ganador de varios certámenes de culturismo, hasta hace algunos años estaba gordo, muy gordo. Que loco, ¿no?

Punto número uno: ¿Es válido decir que alguien es gordo o es mejor decir que está gordo? Vamos, “estar” gordo implica que se tiene sobrepeso, que la cintura mide cierta cantidad de jocosos centímetros extra y que probablemente los hábitos alimenticios le queden un poquito desordenados. Pero con estas características no decimos de quién se trata ni hablamos de su identidad, solo decimos que, sea quien sea, está gordo. Otro cantar es decir que alguien “es” gordo, la onda se vuelve más personal. Decir que se es algo, es definir con totalidad a la persona, y a pocas personas les gustaría ser definidas mediante un calificativo tan poco halagüeño como “gordo”, o “flaco” o “pecoso”, porque a todas luces somos más que eso. No son características relevantes que te digan como es uno en esencia, y cuando son usadas de esta manera, da la impresión de que no hay nada más trascendental respecto a alguien que el hecho de que está gordo.

Así que no es lo mismo estar gordo que ser gordo. Ontología para principiantes.

Punto número dos: ¿Te has puesto a pensar lo que para nosotros significa estar gordo? Imagínate un hombre gordo, de lonjas por demás generosas y una mujer igualmente rellenita, ambos desnudos y al filo del la excitación, teniendo sexo desenfrenadamente en el catre a la luz de las velas. ¿Qué pasó?, si eres como la mayoría de las personas, la idea de imaginar una situación así, probablemente te habrá un poco chocado; porque en nuestra cultura, a las personas con obesidad no se las visualiza teniendo sexo, como si el tener más curvas que la gente delgada le volviera a uno asexual. No hay cosa más castrante. Otra idea irracional ligada al sobrepeso en hombres y mujeres, es que los gorditos son simpáticos, de cajón, alegres, buenos amigos o gente en la que puedes confiar; no te los imaginas de pareja, y tan es así, que cuando en la tele o el cine vemos ese tan choteado squetch del rechazo amoroso estilo “no eres tu, soy yo…”, habitualmente se lo están diciendo, efectivamente, a un hombre con sobrepeso.

Un buen amigo me platicaba que cuando dejó de estar gordo, la gente a su alrededor le reclamaba el haber adelgazado; parecían no querer verle en otro estado que no fuese con sobrepeso, ni aceptar su libertad para dejar de ser un gordito. Se habían habituado tanto a verlo como le veían, que para muchos se volvió un conflicto el que dejara de ser la figura simpática, asexual y fraternal, nunca erotizante, que hasta entonces había sido. Presión social para mantenerte gordo… ¿Qué tal?

Hace algunos siglos, desde la Europa del medioevo hasta la China Imperial, la imagen de los hombres gordos evocaba suntuosidad, riquezas, lujos y derroche; la de las mujeres gordas, por su parte, aún hasta el Renacimiento implicaba excesos, lascivia, fertilidad y sensualidad voluptuosa. Y de repente llegó la modernidad que fue exaltando el culto a los cuerpos esbeltos, volviendo el ser delgado algo más que deseable e impulsando la constante creación de necesidades hacia ese sentido. Los gorditos dejaron de ostentar prestigio por el simple hecho de estar gordos, ahora era el turno de la gente delgada. Pero un buen día, en una de esas en que nadie presta la menor atención a lo que sucede, pasamos de buscar “ser” delgados a evitar “ser” gordos.

Suena esto a eso del vaso medio vacío, ¿verdad?

Desear estar delgado es ver de manera positiva la delgadez, sin más implicación. No hace, por sí mismo, que veamos mal a quienes no están delgados y promueve ciertas conductas que son racionales a favor de ese objetivo. La otra: evitar “ser” gordo o convertirse en “un gordo”, por el contra, es rechazar la idea de subir de peso y llevar a cabo cosas desesperadas, bastante irracionales, que nos aparten de ello; generan un miedo innecesario a la obesidad que arroja a la gente a las garras de tantas y tantas “dietas milagro” que sólo adelgazan la cartera y potencian el malestar en nuestro maltrecho organismo. Y a la par de esto, al rechazar la gordura se crea un estigma contra los gordos.

Vivimos el nacimiento de una moda contra la gente que está gorda. Ahora asociamos la obesidad con rasgos negativos como la flojera, la apatía, y otras adjetivaciones que nunca podríamos generalizar a todas y cada una de las personas con sobrepeso. Pero se les ha estereotipado dentro de una reduccionista confusión mediática, un malentendido llegado de escuchar a los organismos de salud que hablan en contra de la obesidad, esa enfermedad que viene con el sobrepeso extremo, pero jamás contra la gente, las personas que tienen sobrepeso y que, además, no necesariamente están enfermas de nada.

Lamentablemente México es un país en el que se nos da mucho la discriminación. Mucho. Y desde las calles hasta dentro de las instituciones los hombres o las mujeres con sobrepeso son víctimas de algún estigma, discriminación y la burla directa, en un mundo globalizado en el que la obesidad se va convirtiendo en un grave problema de salud pública. La obesidad llegará a convertirse en una pandemia.

Para el año 2013, México será un país de gordos. Es decir, los que hoy en día discriminan a la gente obesa, en un par de años serán a su vez discriminados. ¿Justicia poética? nop, se trata mas bien de una ausencia de sensibilidad general. No somos sensibles a nosotros mismos en la medida suficiente que nos lleve a cuidarnos y preservar tantito nuestra salud, y no somos sensibles a las otras personas para percibirlas con empatía y más allá de nuestros miedos. Porque en México, en China y en todo el mundo, cuando discriminamos, lo hacemos nada más por el miedo que nos despierta el otro. Piénsalo, es más fácil y tranquilizador creer que la obesidad le da sólo a la gente especial que tiene un montón de atributos indeseables, gente que no es como uno, evitando así pensar en la realidad que implica el que los propios hábitos alimenticios y de actividad física son tan malos como los de cualquiera y por ello también uno está en riesgo de caer en el sobrepeso. Ya no es tan sencilla la cosa cuando la vemos tan de cerquita, ¿no?

Pero mientras no hacemos consciencia, fomentamos una cultura que hace sentir mal a las personas que están gordas; con bromas, comentarios o, incluso sobreprotegiéndolos e ignorando sus necesidades reales, no conseguimos otra cosa que diluir su autoestima, generar en ellos enfermedades reales que no tenían y conflictos que nada más les complican la vida. ¿Te acuerdas de mi amigo el fisiculturista que dejó de comer para enajenarse en el gym? Y una cosa más, discriminando a la gente con sobrepeso le enseñamos a los demás como tratar a la gente que está gorda, y una vez que ellos lo aprenden, también les tratarán así de mal; y a nosotros, si en dado momento también llegamos a excedernos de peso.

Uno nunca sabe…

De cualquier manera, estar gordo no implica no estar sano. Como en todo, en la obesidad también hay niveles y matices, por eso es bueno estar al tanto del punto en que nuestro sobrepeso efectivamente implica un riesgo de adquirir diabetes, arterosclerosis e hipertensión arterial, y hasta donde no afecta el  buen funcionamiento de nuestro organismo.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

El tema del sobrepeso en la actualidad

Platicaba un día con mi amigo acerca de cualquier cosa, cuando de repente saltó a la conversación la palabra gordo, y no es que sea una mala palabra, ni altisonante por demás, pero mi amigo se alebrestó ante la sola mención y protestó sintiéndose peyorativamente aludido. Mi amigo, quien por cierto tiene 31 años y es ganador de varios certámenes de culturismo, hasta hace algunos años estaba gordo, muy gordo. Que loco, ¿no?

Punto número uno: ¿Es válido decir que alguien es gordo o es mejor decir que está gordo? Vamos, “estar” gordo implica que se tiene sobrepeso, que la cintura mide cierta cantidad de jocosos centímetros extra y que probablemente los hábitos alimenticios le queden un poquito desordenados. Pero con estas características no decimos de quién se trata ni hablamos de su identidad, solo decimos que, sea quien sea, está gordo. Otro cantar es decir que alguien “es” gordo, la onda se vuelve más personal. Decir que se es algo, es definir con totalidad a la persona, y a pocas personas les gustaría ser definidas mediante un calificativo tan poco halagüeño como “gordo”, o “flaco” o “pecoso”, porque a todas luces somos más que eso. No son características relevantes que te digan como es uno en esencia, y cuando son usadas de esta manera, da la impresión de que no hay nada más trascendental respecto a alguien que el hecho de que está gordo.

Así que no es lo mismo estar gordo que ser gordo. Ontología para principiantes.