El arte de la conversación


A lo largo de mi carrera como terapeuta, me he sentido conducido a la profundidad de un centenar de conversaciones donde las palabras que he intercambiado con mis clientes han edificado nuevas realidades, han abierto posibilidades y han sacado a luz mejores versiones de los involucrados en la terapia, es decir, de mis clientes y de mí mismo.

Siempre he creído que una buena sesión de psicoterapia, de esas que dan mucho material para reflexionar, es buena porque la conversación va desarrollándose de manera fluida. También he creído que la psicoterapia es como un modelo a escala de la vida, donde se suscitan experiencias que nos invitan a ver el mundo de formas nuevas y con una mayor riqueza. Y si mis dos creencias son correctas, entonces una buena vida es una que reboza de buenas conversaciones. ¿Será que el arte de conversar sea una de las vías para una vida plena?


Pensemos en cuántas situaciones interpersonales se han vuelto conflictos debido a una mala comunicación: crisis familiares, rupturas de pareja, malentendidos entre los amigos, chismes en el trabajo. Todo ello tiene que ver con cómo nos comunicamos; al grado que uno de los clichés más recurridos en la psicoterapia es achacar a la comunicación los cualesquiera problemas con que uno llega solicitando el servicio.

¿Qué pasaría si supiéramos conversar mejor?; no me refiero a únicamente hablar y expresar todo cuanto me pase por la cabeza, me refiero más bien a un equilibrio bien medido entre hacerte llegar mi mensaje, realizar una pausa, ser receptivo a tu mensaje, nuevamente una pausa, reflexionamos, te digo lo que opino de lo que me has comunicado y me dices tú lo que opinas de lo que yo dije, luego empezamos nuevamente.

Un buen conversador no se queda con nada relevante sin decir, ni nada relevante sin escuchar. Por eso, quien sabe conversar se interesa por lo que su interlocutor dice, y le va orientando conforme la conversación se desenvuelve, para que pueda explicarse mejor; es decir, le va preguntando, comenta a qué le suena lo que escucha, a cuáles experiencias propias le remite y etcétera. La premisa básica es que todos entendemos mediante mecanismos distintos.

No es verdad que al buen entendedor, basten pocas palabras. A veces un buen entendedor ayuda a construir una buena explicación, pide paralelismos, ejemplos, formas y hasta colores. No me negarás que cuando estás platicando es muy sabroso que te hagan preguntas relevantes a eso de lo que estas contando.

En teoría al menos, cuando converso soy tan responsable de explicarme con claridad y empatía, como de escuchar e involucrarme activamente en lo que me estás diciendo. Y si de plano, lo que me estás diciendo me interesa un tantito menos que un pepino, habría de tener la delicadeza suficiente para hacerte saber que ese tema me aburre.

¿Qué sería de nosotros y nuestras relaciones si conversáramos adecuadamente?, a través de las conversaciones podemos conocer a esa persona con la que platicamos y generar fuertes vínculos emocionales en el ínterin. Vamos, ¿cuántas de tus preocupaciones no se relacionan con problemas en alguna relación dentro de la que te encuentras inmerso o inmersa?, ¿cuántas de esas situaciones no tienen que ver con problemas al comunicarse?

Las relaciones interpersonales dependen tanto de las conversaciones, que las considero mutuamente indistinguibles. Yo puedo conversar por primera vez con alguien, y si la conversación cobra vida y de desarrolla y evoluciona, y surca de un tema a otro sin naufragar en algún silencio necesario, entonces posiblemente declararé que esa persona me ha caído bien y tendré ganas de verle nuevamente. Mientras platicábamos se tejían entre líneas los primeros vínculos para una relación; futuras charlas consolidarían esos vínculos, y una sucesión de buenas conversaciones forjarán una relación cada vez más entrañable.

El punto flaco es el grado en que nos involucramos. Cuando platicamos con alguien, usualmente dejamos que sea nuestro interlocutor quien nos lleve por donde le apetezca, y nuestro interlocutor espera de nosotros lo mismo a su vez; entonces andamos erráticos y a la deriva, sin llegar a lugares interesantes de los cuales hablar y sin que la conversación capte nuestra atención. Una cosa importante es que usualmente no hacemos preguntas que vuelvan interesante lo que sea que estamos escuchando.

Qué pasaría si  aquél o aquella con quien estamos conversando se ha extendido quince minutos completos hablando de petunias coloradas y nosotros ya estamos bostezándole a escondidas o en su cara, y conocedores de nuestro creciente aburrimiento le preguntáramos porqué le gustan tanto las petunias, si en su familia es tradicional este interés botánico, o si ha pensado poner un negocio con esas flores. La idea es considerar la posibilidad de permitirle a la otra persona explayarse en ese tema que quizá le da seguridad al hablarlo, o puede que genuinamente le guste mucho. Uno indudablemente también tiene sus intereses, y una premisa habitual pero incorrecta, es creer que en una conversación solamente puede regir el interés de uno y sólo uno de los involucrados.

Si yo soy médico, podría preguntar u opinar acerca del modo en que las petunias pueden sanar ciertas enfermedades o favorecerlas. Si soy arquitecto, puede que tome las petunias para hablar de su función como flores de ornato, o retome el 'feng shui y las petunias'. Un antropólogo retomaría las petunias para mencionar lo que ellas han significado en algunas culturas, y un psicólogo podría llevarlas al territorio de la salud mental y petunias.

Y entonces, cuando el tema en la conversación son las petunias y las energías renovables de origen orgánico, posiblemente sea sencillo pasar de botánica a ecología para dejar por la paz a esas pobres plantas.

Sin embargo para eso es necesario que me visualice como participante activo de la conversación que estoy sosteniendo; no importa cuál sea el tema que esté sobre la mesa, el reto es preguntarme ‘qué tiene eso que ver conmigo’ y entonces arrastrar ese tópico a una de mis áreas de interés, sin desoír la intensión de mi interlocutor de platicar conmigo de ese tema.

Puede ser que para él o para ella sea importante que le conozcamos desde su gustos en botánica porque se siente especialmente orgullosa u orgulloso de sus dotes en la floricultura. También eso es muy importante: los temas que arrojo a la conversación son una radiografía de quién soy yo, por eso vale la pena preguntarme cuáles son los tópicos mediante los que me encantaría que las personas me conocieran. ¿Me gustaría que me conocieran como el maniaco de las petunias, o hay algo en mi de lo que podría hacer mayor gala?, ¿de qué en mi siento mayor orgullo?

Parte del balance en la conversación es cuidar que, como en un juego de ping pon, los temas en la mesa sean puestos uno por mí, otro por ti, uno nuevo por mí, y así. Si en la charla hay más de un conversador, podemos elegir tener la cortesía de introducir en el tema a quien menos ha hablado, especialmente si nos inspira una particular curiosidad: ¿a ti te ha pasado eso alguna vez?, o ¿cómo ven los agrónomos esa problemática?, qué se yo.

La conversación es un acto de construcción en equipo, quien sabe conversar sabe tomar en cuenta a los demás; quien desarrolla habilidades en este campo se hace a sí mismo (o a ella misma) notoriamente más empática y inspira confianza en los demás.

Hay pequeñas claves muy fáciles de intuir al conversar: ¿cuánto tiempo has pasado hablando de ti y solamente de ti?, ¿los temas hacia los que llevas la conversación son demasiado personales o demasiado superficiales? Si te sorprendes en una de esas charlas narcisistas donde tu es el personaje protagónico, mete el freno de emergencia preguntando ‘¿te ha sucedido algo así?’, o ‘¿qué opinas tu?’, por ejemplo. Entonces preguntas, y luego te callas para hacer espacio para la respuesta de tu interlocutor.

Recuerda: la conversación debe estar equilibrada. Si tu selección de temas va siendo demasiado profunda, la conversación será cansada y tu interlocutor aburrirá en la misma medida en que tu continúes intenseando. Si tu selección de temas es demasiado superficial, quien te escuche igualmente se aburrirá por la sarta de temas irrelevantes a los que recurres. La clave es campechanear los temas y pasar desde tu selección de temas intensitos a los temas superficiales y de regreso.

Por eso es que dicen que el conversar es un arte, uno que se domina con práctica, práctica y mucha práctica.

Conversar es emitir unos mensajes y recibir otros de vuelta, responder a unos y aguardar a que respondan los nuestros. Para todo eso no siempre empleamos palabras, también hay gestos, señales, silencios. Para el ser humano es imposible no comunicar, así que siempre estamos diciendo algo a los demás: tu vestimenta expresa como anda tu ánimo hoy, tu postura habla de qué opinión tienes de quienes tienes enfrente, tu ausencia al evento dice mucho del interés que tienes respecto a los involucrados, etcétera. Los tips del conversar aplican igualmente aquí; si te interesa la relación con los, el o la aludida, deberás atender al modo en que tu interlocutor recibe el mensaje que estás emitiendo y necesitarás escuchar lo que tiene que decir al respecto. Nunca asumas que tu conducta no decía nada sólo porque no estaba revestida de palabras, tampoco seas siempre tu quien comunique, ni seas siempre tu quien escuche.

Si participamos a cada momento en un intercambio de mensajes con las personas que nos son cercanas, ¿en qué momento se termina la conversación? Yo pienso que nunca termina, creo que podemos identificar el momento en que un capítulo se cierra e inicia otro, pero la conversación continúa y en todo momento retomamos tanto viejas charlas, como iniciamos otras nuevas.

Desde que te conocí empecé a conversar contigo, y empecé a creer que no me amabas cuando dejaste de responderme.

El origen de muchos conflictos en las relaciones estriba en la indiferencia, en la falta de respuestas o los monólogos que se traslapan fingiéndose conversación cuando solamente son soliloquios encontrados. Cuando dejamos de escuchar y perdemos el interés de explicar, nuestras relaciones tienden a romperse y nos quedamos con muchas cosas que pudimos haber dicho, con muchas otras que hubiésemos deseado escuchar.

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