La culpa

Pensando en inteligencia emocional, podríamos decir que todas las emociones que somos capaces de sentir nos conducen a cierto tipo especifico de movimiento; por ejemplo, la tristeza te mueve hacia el aislamiento, te lleva a introvertirte y ver qué ocurre dentro de ti. La felicidad tiene lo suyo, que te lleva a buscar a las personas y compartir con ellas; el miedo te hace correr en el sentido contrario, la nostalgia a revisar tu historia de vida y a veces a reinterpretarla. Pero, ¿qué hay con la culpa?

Del extenso abanico de emociones que los seres humanos somos capaces de sentir, la culpa es la que tiene peor imagen pública, y no sin razón. Ella te conduce a una baja opinión de ti misma o de ti mismo y en la mayoría de los casos, a convertirte a ti en tu propio juez, jurado y verdugo implacable. Las personas habituadas a  sentir culpa, frecuentemente viven intranquilas y con pensamientos de reproche que les restan energía para encarar a los demás o iniciar proyectos. La frase más vinculada a la culpa es “no me lo merezco”, no importa qué. Es como tener un lastre amarrado al cuello y que por más que intentas subir, no te lo permite.


Disexionemos  a la culpa: se trata de una emoción que me pone en deuda debido a una acción que he llevado a cabo o que evité hacer. Tiene que ver con alguien más, es decir, que esa deuda ¿moral? que he adquirido concierne además a otra persona distinta a mí; de ahí que la culpa usualmente sea respecto a alguien: evitamos ver a fulanita porque nos da culpa, aceptamos lo que nos pide menganito porque sentimos culpa, y así. Ahora, si el enojo nos mueve a generar cambios alrededor de uno, ¿hacia dónde nos mueve la culpa?

La culpa sin duda es un arrepentimiento, un tache que le ponemos a nuestro proceder pasado. Seguramente hemos decepcionado a alguien que esperaba algo de nosotros, probablemente hemos deteriorado la imagen que esa persona tenía de nosotros; y ahí está el espíritu de la culpa, justo en la premisa silenciosa de: “debo cumplir con las expectativas de los demás, debo satisfacer lo que los otros esperan de mi”, incluso a veces a costa de mi mismo.

¿Por qué no siento culpa al no haberme comprado la chamarra de la que tenía ganas?, ¿porqué no me reprocho no haber ido al parque ayer? La culpa es una emoción de carácter social; nos vincula a los demás de una forma jerárquica. Cuando la culpa está presente y domina al resto de mis emociones, yo me siento por debajo de los demás, y especialmente inferior a una persona en especial. La culpa me pone en desventaja frente a alguien y me mueve a compensar.

No hay peor negociador que una persona con culpa, porque entonces sus emociones le llevarán a ceder en todo y va a ponerse en manos de aquél o aquella persona frente a quien se siente culpable. En una macroescala, el objetivo de la culpa es la sumisión. Si yo consigo estimular la culpa en mi pareja, él o ella hará todo cuanto yo le pida; si estimulo la culpa en mis empleados, yo podré reducirles el sueldo sin que ellos protesten demasiado: “Godínez, usted nunca trabaja lo suficiente; ¿así quiere prosperar en esta empresa?”.

Empero, no todas las personas son igualmente propensas a sentirse culpables; al menos no en la misma magnitud. Quienes son asiduas víctimas de la culpa cuentan en su personalidad con una elevada exigencia hacia sí mismas o hacia sí mismos, una que les demanda cumplir las expectativas de los demás y acoplarse a la imagen que los otros se han hecho de él o ella. La culpa manifiesta entonces esa obligación de ser más congruente con los demás que conmigo mismo.

¿En su personalidad?, mejor pongamos que han desarrollado el hábito de satisfacer las expectativas de las personas importantes a su alrededor, ya sea porque no hacerlo tendría un costo más elevado, o ya porque no tenían expectativas propias que cumplirse a sí mismas o mismos. La culpa llega cuando rompen esa mala costumbre y hacen lo que necesitan (o quieren) hacer y no lo que se espera que hagan, entonces una vocecita en su cabeza les reprocha y les trata de convencer de compensar de alguna manera tan “imperdonable” falta.

¿Entonces hay que aprender a ignorar a la culpa? Claro que no. Del arcoíris de emociones que los seres humanos somos capaces de sentir, y piénsalas todas ellas como colores en un espectro que va de lo más luminoso a lo más oscuro, es necesario experimentarlas todas a lo largo de la vida para vivir con plenitud; así que experimentar la culpa tiene un aspecto funcional y positivo. La cuestión es no confundirse: en lugar de ignorarla, solo evita darle la razón por default. Evalúa tu culpa, revisa si tiene razón de estar ahí porque la has regado, ya sea por negligencia, maldad o descuido al hacer algo que afectó a alguna persona que es importante para ti. Si eres honesta u honesto y la culpa tiene sentido, has algo al respecto.

Si lo que hiciste o no hiciste, fue porque necesitabas portarte con mayor lealtad contigo que con los demás, y la decisión que tomabas te ponía en la encrucijada de ser más congruente con la otra persona que contigo, entonces apechuga y acepta que no tienes el material suficiente para sentirte culpable.

Y en presencia de la culpa, saca cuentas: ¿frente a quién me siento culpable?, ¿cuál es el reclamo que supongo que él o ella me haría?, ¿cómo defino esta deuda que yo asumo hacia esa persona?, ¿de qué manera imagino que podría saldar esa deuda para recuperar mi tranquilidad? Detecta cómo muchas de las reflexiones que pueden clarificar el sentimiento de culpa son en realidad conjeturas; a veces uno se siente el más culpable y la persona hacia la que nos sentimos en deuda no tiene absolutamente nada que se le ocurra reprocharnos; la culpa surge de lo que yo mismo pensaría imperdonable, pero afortunadamente todas las personas pensamos cosas diferentes.

También pasa que para alguien pueda ser imperdonable que no le visite en casa todos los  días y como su queja no tiene sentido para mí, no me estimule la menor culpa.

Recuerda no darle la razón a la culpa tan a la primera; planteate punto por punto respecto a qué y a quién te sientes culpable y escucha tus propios argumentos, escribelos, ¿sigue manteniendo la culpa su mismo peso? Si le das la razón a la culpa y te sientes en deuda con alguien, pacta contigo una forma de resarcir tu falta; plantéate el modo en que pagarás tu deuda para que ésta no quede en tu consciencia marcándote de por vida.

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