El COVID y sus metáforas

El humano moderno se siente orgulloso del progreso que ha consolidado con el paso de los siglos. Hoy las personas presumen sus autos con tecnología de punta, sus teléfonos celulares que son en realidad pequeñas supercomputadoras de bolsillo, o sus casas que suben o bajan la luz, enciendan o apagan electrodomésticos con solamente un comando de voz... y mientras la tecnología que nos envuelve va cobrando inteligencia, nosotros la vamos perdiendo; y en una de esas, nuestra humanidad también.

En tiempos de la economía de la información y la vida 2.0, la y el pequeño cavernícolas, se resisten a ser solo un aspecto rancio de nuestro pasado evolutivo. Lo rancio se mantiene, pero mi pequeño cavernícola interior personal, todavía se despabila y quiere salir a jugar cuando los humanos a su alrededor se asustan viendo extranjeros que migran a su vecindario, cuando un hombre golpea a una mujer porque no le hizo su cena o cuando pretendemos categorizarnos desde una jerarquía imaginaria a según de nuestro color de piel y rizado en el cabello.

Si, en el fondo seguimos siendo cavernícolas con teléfonos inteligentes.

Hablemos ahora de la enfermedad. En tiempos de la humanidad cazadora - recolectora, al miembro enfermo de la tribu me lo abandonaban a su suerte mientras el grupo seguía adelante en busca de mejores territorios de caza. Virtualmente los individuos enfermos morían solos porque la tribu los consideraba una carga para el grupo. Paulatinamente, los seres humanos aprendieron a relacionarse con las hierbas, y desarrollaron métodos de curación contra muchos malestares; sin embargo las enfermedades que continuaban siendo incurables, significaban invariablemente el abandono y la muerte.

La centurias transcurrieron y pasamos de ser cazadores y recolectores, a instalarnos en un territorio que hicimos nuestro, gracias a los dones de la agricultura. Esto permitió que las tribus se convirtieron en sociedades más complejas, dando paso a poblaciones diversificadas y de ahí, a ciudades. Con bastante más tiempo llegó la edad media, etapa en la que teníamos un conocimiento más profundo de la sanación del cuerpo y del espíritu, y frecuentemente estos conocimientos estaban en manos de los sacerdotes.

Durante la edad media, algunas de las enfermedades podrían curarse con remedios herbolarios y etcétera, pero muchas otras seguían siendo un misterio para los estudiosos, por no mencionar esos remedios médicos que en realidad aceleraban del proceso de muerte de los pacientes. Para justificar la natural ineficacia de los remedios médicos, los sacerdotes decían que tal o cual persona había enfermado por la voluntad de Dios, y no había recurso clínico o filosófico que pudiera salvar el cuerpo de esa persona que había enfermado porque su alma misma, había dejado de estar saludable.

Entonces, las personas con enfermedades incurables que enfermaron por la voluntad de Dios, eran sacadas de la sociedad y enviados o enviadas a un exilio que se fue sofisticando con el tiempo. Inicialmente, eran granjas o sitios apartados donde se les encerraban, luego podían ser islas de las que no se podía regresar sin una embarcación adecuada; se llegaron a emplear navíos deteriorados que mandaban repletos de enfermos para hundirse mar adentro (origen de muchas leyendas acerca de barcos fantasma), o bien, ya a finales de la Edad Media, fueron grandes nosocomios, habitualmente regenteados por sacerdotes, donde la gente moría igualmente en abandono.

Es comprensible que estando tan poco avanzados en conocimientos científicos y médicos, la enfermedad equivaliera frecuentemente a morir; y esta inevitabilidad encontraba explicaciones muy razonables en el discurso religioso. La enfermedad asustaba porque se la entendía como una especie de castigo divino o maldición diabólica que al caer sobre una persona y su familia, les arrastraba a una muerte fatal y dolorosa. A veces muy dolorosa. En esos tiempos de oscuridad intelectual, poco se sabía o intuía acerca de bacterias, parásitos o virus.

Entendiendo las enfermedades como maldiciones, no pocas mujeres fueron arrastradas a la hoguera tras ser acusadas como brujas; porque finalmente, alguien tenía que pagar por aquello que no sabían explicar de otra manera. La triste ironía es que frecuentemente, muchas mujeres sabias que pretendían ayudar, fueron condenadas por cargos de brujería y asesinadas.

Eran tiempos oscuros para la intelectualidad, pero hoy en día sabemos que la enfermedad no es un castigo divino, ni es una maldición causada por el mal de ojo; conocemos la existencia de virus, microorganismos, priones, e incluso tenemos los recursos para curar la mayoría de las enfermedades que ellos causan; lo verdaderamente maravilloso de nuestro tiempo, es que este conocimiento está en manos de los especialistas en ciencias médicas, y dentro de la debida proporción, también en la mayor parte de personas que cuentan con una educación básica. Hoy en día, asumimos que las enfermedades son consecuencia de los patógenos y no de brujería. No buscamos quién es el culpable de una enfermedad. Hoy ya no somos irracionales.

Pues dispénseme, pero se lo voy a quedar a deber, señito. Precisamente en 1978, Susan Sontag tuvo que publicar "la enfermedad y sus metáforas" para darnos a conocer una reflexión antropológica de lo que significa la enfermedad para la gente posmoderna, y tan no entendimos el mensaje, que se vió obligada a escribir el spin off: "el SIDA y sus metáforas" a ver si con eso ya nos caía el veinte. Pero no, no nos cayó.

Ella vivió una vida marcada por su lucha contra el cáncer, y comparte en su libro de metáforas, cómo frente a las y los demás, ella era la enfermedad personificada; de algún modo, Susan Sontag, una periodista brillante y carismática, guapa y solidaria, había sido reducida a una sola y contundente palabra: "cáncer". La gente a veces la trataba con hostilidad y distancia emocional, como si la enfermedad que padecía fuese contagiosa, y otras veces le miraban con conmiseración lastimera, como si no hubiera nada heroico en la batalla que ella libraba.

Y es que efectivamente, no hemos mejorado en nuestro abordaje hacia la enfermedad. Todavía hoy seguimos segregando irracionalmente y dejando morir a los enfermos porque tenemos miedo de "su impureza", no vaya a ser que Diosito también se enoje con nosotros e igualmente, nos maldiga. Antes podíamos justificarnos argumentando que dejábamos atrás a los heridos y enfermos por supervivencia, luego que por falta de conocimientos médicos... ¿hoy cuál es la excusa esta vez, para la y el moderno cavernícola?

La epidemia del SIDA es otro ejemplo bastante claro del como seguimos achacando las enfermedades al castigo divino, y estigmatizamos a quien vive con VIH como asumiendo una especie de ¿superioridad moral? sobre esa persona. Incluso hay lugares donde se les niega atención médica, se les rechaza para un empleo o se les discrimina en una relación romántica, porque la gente no ve a una persona con una condición médica (ni siquiera una enfermedad, porque alguien con VIH puede mantenerse perfectamente saludable), lo que la gente ve es un VIH al cual rechazan porque les asusta.

2020, año en que tuvimos el susto de conocer al virus SARS Cov 2 y su enfermedad, la COVID 19; perdone usted si no me levanté para estrechar su mano.

Se expande la pandemia desde una ciudad en China porque en nuestra sociedad globalizada, es sencillo que un portador del virus viaje de un punto del planeta a otro en cuestión de horas, diseminando sin saber, la infección hacia sus vecinos, familia, compañeros de trabajo; y ellas o ellos a su vez, harán lo propio desconociendo el riesgo y repartiendo infecciones a diestra y siniestra. El virus además, tiene un proceso muy lento de infección, lo que permite que la gente ande por la vida ignorando que lleva el virus, pero trasmitiéndolo.

La ventaja de nuestro mundo globalizado, por otra parte, es que todos los países pueden desarrollar una misma estrategia de enfrentamiento contra la pandemia: cubrebocas, distancia física, lavado de manos, cuarentena. Es poco lo que las personas pueden hacer para aludir el contagio, pero efectivo si se hace bien.

El problema es que siendo un virus desconocido, da la pauta para que nuestro lado cavernícola empiece a buscar culpables a quienes cortar la cabeza, ya se trate de los chinos que inventaron el virus, tal como dicen las teorías de la conspiración (que nunca se equivocan), o de los estadounidenses que también lo inventaron, porque esos gringos son bien quién sabe cómo. Y si no satisfacemos nuestra ira con conspiranoias (los envidiosos dirán que no es ira, sino miedo disfrazado), entonces miraremos con suspicacia al vecino que vimos toser el otro día.

Y si no privamos de su libertad a ese vecino para que ni siquiera pueda recibir los alimentos básicos para sobrevivir, porque le hemos sitiado en su departamento sin permiso de que alguien entre o salga por su puerta, no vaya a ser que la maldición que sufre se lleve a nuestros primogénitos; si no nos vamos en contra de él, nos encargaremos de hacerles ver a los médicos y enfermeras que atienden a las víctimas del COVID 19, que no son bienvenidos de vuelta en el vecindario. Y maltrataremos a los profesionistas de la salud, y levantaremos vituperios contra las instituciones que buscan protegernos del colapso social en tiempos de la pandemia, y les querremos llevar a la hoguera (a la hoguera de las redes sociales, al menos) porque no distinguimos a las personas que pueden ayudarnos, de las que son capaces de hacernos daño.

Y lo más irónico, es que muchas de esos hombres y estas mujeres generosas, solamente pretenden ayudarnos.

No se puede ser cavernícola y buena persona al mismo tiempo; por eso tenemos que reconocer a la brevedad, que nuestra idiosincrasia no está avanzando al ritmo de la ciencia y la tecnología de las que nos rodeamos. Somos solamente cavernícolas sofisticados, a los que poquito les falta matarse entre sí con piedras y palos. Ojalá nos demos el obsequio personal de utilizar esta cuarentena para detenernos tantito y mirarnos al espejo, evaluar quienes estamos siendo y reconocer el camino que nos lleve a ser hombres mejores... mujeres mejores... que sepan crecer no solo en lo exterior, con nuestros smartphones y hogares inteligentes, medios en streaming y globalización 2.0, sino también en lo interior, con compromisos personales hacia una mejor versión de nosotros, con empatía y solidaridad, con amor y compasión por el otro y por una o por uno mismo.

Tal vez este virus SARS CoV 2 es un aviso de que no nos queda mucho tiempo para cambiar 
¿voy yo a aprovechar esta probable advertencia?
¿lo harás tu? 

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