Detrás de cada gran hombre...

Cuándo hacemos un repaso de los nombres que tapizan la historia de la humanidad, tenemos un aplastante porcentaje de nombres masculinos por encima de algún que otro nombre femenino en algún arte o acontecimiento memorable. Esto le funciona a muchas personas, como una evidencia a favor de que ¿los hombres somos más proactivos en el desarrollo y progreso de la humanidad? La verdad es que estos datos están trucados y sirven de muy poco al momento de articular una estadística. 

¿Por qué no hay más mujeres trascendiendo en la historia de la humanidad? vamos a dejar para después, el argumento de que la historia es un ejercicio narrativo escrito por los ganadores… y en esta guerra de los sexos que nos hemos inventado, parece que las mujeres van perdiendo. 

Esto nos deja espacio para preguntarle a la gente que sabe de feminismo, cómo es que las mujeres llegaron a ser borradas de la historia. Tu feminista escribida’ y leída de confianza, posiblemente va a llegar y contarte acerca de lo que es en ciencias, el llamado Efecto Matilda. 

En 1997, la revista Nature publicó un estudio sobre unas becas de investigación otorgadas por el Consejo de Investigación Médica de Suecia, en el que se demostraba que las mujeres debían presentar hasta 2,4 veces más méritos que los hombres para obtener la misma beca, algo que obligó al gobierno sueco a replantearse este tipo de convocatorias.

Como te imaginarás, el Efecto Matilda es un sesgo cognitivo que lleva a atribuir los logros obtenidos por determinadas mujeres, a los hombres que trabajaron con ellas; lo cual sin duda, le da un significado diferente a la frase “detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer”, ¿no es así?

Este sesgo ganó su nombre cuando una sufragista estadounidense llamada Matilda Joslyn Gage, describió este fenómeno a finales del siglo XIX, fenómeno que al parecer, provoca que los comités científicos no puedan imaginarse una colaboración profesional entre un hombre y una mujer en pie de igualdad. Por eso no es de extrañar que Marie Curie, la única mujer científica que casi todo el mundo conoce, quedara inicialmente fuera de la nominación al premio Nobel de 1903 porque era mujer y el premio lo estaban recibiendo sus dos compañeros científicos hombres. 

En investigaciones más recientes, como la publicada en la revista PNAS en 2012, se observó que cuando se mostraba un mismo curriculum a distintas instituciones académicas de EEUU, si el curriculum obtenía una mejor valoración, es porque era de un hombre.

Una parte importante a la hora de evaluar el curriculum profesional de un científico, es el número de veces que sus artículos científicos han sido citados en trabajos posteriores. A mayor número de citas, se sobrentiende que el trabajo de la o el investigador ha sido más relevante, lo que genera más opciones de promoción, fideicomisos y financiamiento. Pero cuando realizas un metaanálisis de las referencias que sustentan un texto científico, todavía en la actualidad hay una diferencia aplastante entre las citas investigaciones hechas por investigadores hombres, que por mujeres. 

Lo mismo sucede en las artes. Por dar un ejemplo, una experiencia de la novelista Catherine Nichols en 2015 (@clnichols6 en twitter) puso en evidencia que las mujeres deben suscribirse a ciertos géneros literarios o sus obras no serán evaluadas con justicia. 

En ese año y a modo de experimento, Catherine envió el mismo manuscrito de su nueva novela a distintos agentes literarios usando su nombre real unas veces y el nombre de un alter ego masculino ficticio otras. Los agentes que leyeron la obra de Catherine, alabaron su escritura “sensible” y “lírica”; pero quienes pensaron que estaban leyendo el manuscrito de un tal “George”, por otra parte, decidieron que su prosa era “inteligente” y “bien construida”. 

Al final, por supuesto, los agentes prefirieron publicar la novela que les parecía inteligente y bien construida, en lugar de la sensible y lírica, con una diferencia 17 manifestaciones de interés hacia George y solamente 2 para Catherine.

George fue, como constató irónicamente la autora, ocho veces y media más exitoso que ella, escribiendo el mismo libro.

Es por esto que hay nombres que nunca leerás en un curso de enseñanza básica. Y el común denominador de esos nombres, es que todos ellos son de mujeres:

  • Caroline Herschel (1750 – 1848), quien descubrió la ciencia gracias a su hermano William, que era el astrónomo personal del rey de Inglaterra. Mientras trabajaba como asistente de William. Caroline se convirtió en una brillante astrónoma que descubrió nuevas nebulosas y cúmulos de estrellas; fue la primera persona en descubrir un cometa, la primera mujer cuyo trabajo fue publicado por la Royal Society y que obtuvo un salario por realizar trabajo científico.
  • Ada Lovelace (1815 – 1852), es considerada como la primera programadora de ordenadores de la historia y la persona que inició el sistema informático que conocemos en la actualidad; trabajó con Charles Babbage, juntos trabajaron en la calculadora denominada “máquina analítica”. Entre las notas de Ada sobre esta máquina se encontró el primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina; por eso el Departamento de Defensa de Estados Unidos llamó “Ada” a un lenguaje de programación en su honor.
  • Lise Meitner (1878 – 1968) fue una física sueca de origen austriaco que, junto con su compañero de investigación, Otto Hahn, trabajó en el estudio de elementos radiactivos. Aunque ambos investigadores tuvieron que separarse cuando Lise se vio obligada a abandonar la Alemania nazi en 1938 debido a su origen judío, pudieron continuar con su colaboración por correspondencia. Lise fue quien calculó la energía liberada en la fisión nuclear y quien acuñó dicho término. Otto Hahn ganó un Premio Nobel por este descubrimiento.
  • Rosalind Franklin (1920 – 1958) supo desde muy joven que quería ser científica. Aunque al principio su padre rechazó la idea, finalmente Rosalind se doctoró en Química en la universidad de Cambridge. Trabajó en el laboratorio de King’s College, en Londres, donde logró hacer una fotografía que mostraba la doble hélice del ADN. Otro investigador del mismo laboratorio, Maurice Wilkins, mostró la imagen a otros dos compañeros y juntos publicaron el descubrimiento en la revista Nature. En 1962, estos tres investigadores, luego de la muerte de Franklin por cancer de ovario, recibieron el Premio Nobel por el descubrimiento de la doble hélice del ADN.
  • Margarita Salas (1938 – 2019) fue una de las más notables científicas españolas, doctorada en Biología por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó durante tres años con Severo Ochoa en la Universidad de Nueva York, centrando sus investigaciones en el campo de la biología molecular. Una de sus principales contribuciones a la ciencia fue el descubrimiento del ADN polimerasa, que es el responsable de la replicación del ADN.
  • Elizabeth Blackburn (1948) es hoy en día una científica australiana, doctorada en Biología Molecular, ganó un Premio Nobel de Medicina en 2009 por descubrir la telomerasa, una enzima que alarga los telómeros, que son los extremos de los cromosomas, e influyen directamente en la vida de las células. Sus investigaciones sobre la telomerasa contribuyen al estudio de terapias contra el cáncer.

Probablemente estos nombres te eran desconocidos, pero ¿te das cuenta como para hablarte de ellas, es habitual incluir un nombre masculino para dar contexto? En un mundo construido por y para nosotros los hombres, nuestra masculinidad es el punto de partida para valorar y entender lo femenino y a las mujeres. 

Incluso cuando pensamos en relaciones o estructuras de igualdad, definimos el concepto como aquello que es igual a lo masculino… nuevamente, con lo masculino como punto de arranque. Por eso, funciona mejor que empecemos a tomar más en serio la noción de “equidad” Y dejemos que cada género sea un referente específico para sí mismo.

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