Los mitos acerca del clóset

Una verdad fehaciente es que cuando hablas con la gente acerca de si en sus casas “saben”, una gran proporción de tus interlocutores te responderán que si, que obviamente: “bueno, yo no les he dicho; pero son mis papas… claro que lo saben ya”, suelen agregar. Y ahí es donde empezamos a hablar de los mitos del Clóset.

Es cierto que para tu familia, particularmente cuando compartes un techo con ellos, será evidente que hace ya algunos años que no te ven una novia, o si eres chava, ya hará un ratote que andas sin novio, y notan también que eso no pareciera molestarte. Entonces empiezan a elaborar sus conjeturas; muy pocas veces irán a preguntarte. Las conjeturas irán por el lado de: “es que es muy madura para los chavitos de su edad”, “es que se ha aplicado tanto a sus estudios / trabajo, que ni tiempo le queda para andar de novio” y etcétera.

Ok, la cosa sería bien distinta si se tratara de alguien externo a la familia, acerca de quien la sospecha podría conducir directamente a una conjetura sobre su orientación sexual. Cuando se trata de la hija hermano, papá o hasta del querido primo Miguelito, aunque las evidencias apunten directamente a que es gay, la familia va a resistirse a llegar a esa conclusión y va a buscar convencerse a sí misma de que hay otras explicaciones más tranquilizadoras. Saber que alguien querido es homosexual inicia para cualquiera en un contexto heterosexual un proceso de aceptación doloroso en el que tienen que dejar ir las expectativas que mantenían a sus respecto: los nietecitos y la nuera, el ayudarle y estar con ella durante su embarazo, o vaya usted a saber que más.

Por eso, cuando alguien sostiene todo el estilo de vida gay frente a sus padres, éstos no necesariamente van a llegar a la conclusión de que su pequeño retoño es gay, pues aunque les lata que así es, se convencerán a sí mismos de que la razón es otra. La situación cambiará cuando él o ella hable con ambos y les diga que onda con su orientación sexual, entonces los padres habrán de enfrentarlo e iniciar su propio proceso de aceptación.

Sin embargo, para que él o ella le diga a sus papás que es gay, tiene que atreverse a hacerlo. No es cosa fácil. Usualmente en el hogar escuchamos mil y un comentarios de carácter homofóbico, bromas, chistes y hasta críticas sociales acerca, por ejemplo, de esa gente que sale a hacer su desmán en Reforma los días del orgullo. Así es la cultura, ésta en la que estamos inmersos nos invita y estimula a hacer objeto de rechazo a grupos y categorías sociales que no tienen que ver con nosotros; que en teoría no tienen que ver con nosotros. Es sencillo estar en contra de esas entidades abstractas sin nombre ni rostro, es fácil rechazarlas porque nada tienen que ver con uno.

Yo, por ejemplo, me declaro estar en contra de la drogadicción, porque según yo, es algo que esta mal (desde mi personal marco referencial), pero mantendré mi afecto hacia muchos de mis amigos que emplean diversos géneros de sustancias adictivas. El rechazar un concepto abstracto, no significa rechazar a las personas que se relacionan con ese concepto.

Volviendo a nuestro punto, cada vez más resulta una grata sorpresa el que un chavo proveniente de una familia que rechazaba la homosexualidad, al verse obligado a contarles acerca de su homoerotismo, encuentra aceptación y un esfuerzo por comprender en lugar del rechazo que se preveía por las actitudes que los padres, por ejemplo, dejaban ver al respecto de la homosexualidad (como concepto abstracto). Y es que no es lo mismo rechazar algo sin rostro y a la ligera, porque nos sentimos en la obligación de hacerlo para quedar socialmente bien, que rechazar a alguien con quién compartimos una historia, nos sabemos su nombre y le tenemos afecto.

Por eso, es falso que las actitudes de la familia hacia la homosexualidad sean un antecedente del grado de aceptación o rechazo con que recibirán la noticia de que eres gay.

Mucho se habla acerca de salir del clóset como la manera de aceptar tu sexualidad homoerótica y el modo de responsabilizarte de esta orientación. Sin embargo el planteamiento mucho suena a que una vez que te sales del clóset ya te quedas fuera de manera permanente. Nada hay mas equivocado.

El salir del clóset es un estilo de vida, pues una vez que te abriste con tus papás, tendrás la posibilidad de abrirte con tus amigos, o con la gente de tu oficina, o con el tendero de la esquina y así, con cada nueva persona que te topes en la vida, en cada nueva situación que vivas ahora o en el futuro. El salir del clóset es, así, una sucesión de elecciones en las que decides o no compartir esto con uno u otro fulanito; elecciones, por supuesto, de carácter muy personal y en lo absoluto cuestionable por nadie, excepto por ti mismo.

No es verdad que quien empezó a contarles a los demás acerca de su sexualidad, deba mostrarse congruente y seguirle así con todas y cada una de las personas que formen parte de su mundo social. No, en esto nada tiene que ver la congruencia y sí la diplomacia. Algunas veces tenemos poco que perder y otras mucho cuando revelamos nuestra orientación sexual, por eso, salir o no salir del clóset es consecuencia de una valoración previa en la que cada quien evalúa lo que gana y lo que pierde al hacerlo; y si resulta que sale perdiendo campalmente al salir del clóset en esa situación determinada, entonces sería un error de sentido común el seguir adelante.

Mantenerse en el clóset no es malo, así como tampoco es bueno; simplemente es una situación que puede resultar conveniente o no para mantener el bienestar social de laa mujeres y hombres gay, de quienes viven con VIH y, ¿porqué no?, también de los emigrantes, de los pertenecientes a minorías raciales y etcétera. El único modo de saber cuando quedarnos en el clóset constituye ya un error, es cuando empezamos a sentirnos mal, encerrados y con nuestra libertad coartada. Si llega ese momento en el que sientes la necesidad de expresarlo a alguien, hazlo y arriésgate; finalmente la confianza es un obsequio que le hacemos a pocas personas, y posiblemente esa persona en particular sabrá valorarlo