Causas y peligros del auto - boicot

Cuando trabajas en un consultorio, es sorprendente el número de personas que acuden a psicoterapia llevados por el final de una relación de pareja que acaba de manera abrupta; y entre ellos, todavía más sorprendente es el número de gente que termina su relación por problemas con su celular.

Me explico:

Cuando Juan se quedó solo en el departamento, descubrió que Israel, su pareja, había dejado olvidado su teléfono celular en el buró del dormitorio. Juan lo tomó y mientras miraba la televisión, jugueteaba mecánicamente con el aparatito entre las manos. "La tentación era demasiada", me dijo en el consultorio un mes después; lo abrió rápidamente entre un comercial para aspiradoras y un adelanto de la telenovela, y cuidándose de que Israel no apareciera derepente cruzando la puerta. Juan se dirigió directamente a los mensajes de texto recibidos en los últimos días; nunca antes lo había hecho, tampoco esperaba encontrar nada en específico.


Al menos eso es lo que él dijo.El hecho es que entre los mensajes, además de encontrar los que él mismo le había escrito a Israel, se topó con varios de un tal Gerardo X., quien en un mensaje le confirmaba alguna cita dos días antes, en otro le avisaba que llegaría tarde a la susodicha, y en algunos más le enviaba una dirección o un número de teléfono. Juan estaba furioso, eso ya se lo imaginaba, ahora para él todo tenía sentido. Cuando Israel llegó a casa esa tarde, Juan ya le esperaba con una colección de sus mejores insultos, dispuesto como estaba a hacer confesar a su pareja cada detalle sobre su presunta infidelidad.

En el ínterin, Israel supo, obviamente, que Juan había revisado sus mensajes en el celular, lo que le hizo sentirse invadido y traicionado. Le dijo a Juan que el tal Gerardo era un cliente suyo y que la cita había sido simplemente de negocios, pero el aludido, lejos de dar su brazo a torcer, le dio final a la relación con tres o cuatro frases que dejaron malherido al que había sido su pareja por tres años.Semanas después, sintiéndose fuera de lugar en su recién conquistada soltería y nuevamente en casa de sus padres, Juan se enteró mediante un amigo mutuo que Israel, quien se dedicaba a las ventas, había efectivamente sido proveedor de Gerardo, dentro de una relación estrictamente profesional. Para entonces Israel no quería saber ya más de Juan.

A esto me refiero cuando hablo de parejas que terminan por problemas con el celular.

Y no sólo debido a éste perverso dispositivo tecnològico, también hay el correo electrónico y el correo ordinario, la cartera, los archivos personales de la computadora y una infinidad de oportunidades listas para ser aprovechadas por cualquiera lo suficientemente creativo o creativa para confirmar sus más sórdidas suspicacias. Inseguridades, al fin y al cabo, miedos que tienen más que ver con uno mismo que con el depositario de nuestros afectos.

Claro, sería muy iluso afirmar que la culpa del acabose de esta relación la tuvieron los mensajitos, el celular o incluso el olvido de Israel; en realidad Juan atravesaba por una etapa difícil en su vida que le llevó a creer que todo a su alrededor iba mal; un fracaso en su trabajo y su personal crisis económica, y tal vez también de edad, mellaron el concepto que tenía de sí mismo, y consecuentemente, concluyó que no había razón alguna para que Israel deseara estar con él: se sentía poco atractivo, poco susceptible de ser amado. Así que sin darse cuenta, Juan se boicoteó a sí mismo. Buscó evidencias de que su pareja ya no lo amaba, y al creer encontrarlas lo ahuyentó de su vida antes de que Israel lo ahuyentara a él.

Carece de toda lógica, ¿cierto? Juan era tan feliz, que no creía que eso fuera posible, así que lo estropeó todo por no sentirse merecedor de lo que tenía; pero insisto, es asombroso el número de parejas que corren exactamente con esta misma suerte, tal vez con otros nombres, tal vez unas ellas en lugar de ellos, acaso con el eMail en lugar del celular o la variante que sea, en el fondo lo que sucede es exactamente lo mismo: uno se deja abordar por sus propias inseguridades y consecuentemente invade en secreto la intimidad del otro para buscar lo que jamás querría encontrar, y al final, un ciego arranque de celos que termina en una dolorosa rupturaque no deja posibilidades para una recuperación.

La principal vacuna para este mal es, sin la menor duda, la confianza; no solamente hacia nuestra pareja, sino (y sobre todo) hacia nosotros mismos. Si como Juan, de repente te sientes inseguro o insegura y crees que necesitas saber algo que no te queda claro de tu pareja, pregúntale y confía en su respuesta. No hagas las cosas a sus espaldas cuando concierne a su privacidad, y no te construyas historias donde tu mismo te dejas en el peor papel. Pero si los celos se te desborda, piensa primero que provienen de ti y no de tu relación. A veces los celos están de lo más justificados, pero son las menos de las veces; en general nacen en nosotros porque nos hemos descalificado y, en más de una forma, no nos sentimos suficientes.

No tomes decisiones cuando tengas las emociones a flor de piel, es casi seguro que doce horas después estarás lamentándote de haberlo hecho, y muy probable que no puedas solucionarlo luego; y confía en ti . Cuando sientas que las cosas a tu alrededor son demasiado perfectas, cierra los ojos y permìtete disfrutarlo; no tienes que cuestionarlo todo, pero si tienes que aprovechar cualquier oportunidad para ser feliz. Si lo estas viviendo, con toda seguridad te lo mereces; no dejes que las inseguridades te lo echen a perder.