jueves, 1 de julio de 2010

Diferenciando entre parejas gay y heterosexuales

Ya Marina Castañeda, en su libro La Experiencia Homosexual, resaltaba el que algunos psicoterapeutas bienintencionados tendían a tratar a la pareja homosexual como si fuesen heterosexuales, bajo la consigna de evitar la discriminación y no partir en el acto terapéutico del estigma social. Sin embargo la estrategia no es funcional al cien por ciento.
Ni siquiera al 40…
No es una novedad el que una pareja hetero tiene una dinámica de relación distinta a la de una pareja homo, y tampoco es igual una conformada por dos hombres que otra de dos mujeres. Todos ellos fueron, muy probablemente, educados como heterosexuales y en un escenario hetero: si eres mujer, te realizas como tal embarazándote, siendo madre y teniendo hijos; si eres hombre, te toca realizarte siendo proveedor, macho y el que manda.

Los adeptos del psicoanálisis dirían que a unos les toca ser sádicos y a otras masoquistas, o sea, unos activos y las otras pasivas. Esto funciona cuando él y ella se unen en pareja, cada cual con sus roles establecidos, y no habrá conflicto, a menos que por cuestiones de personalidad o educación alguno de entre ambos cuestione estas directrices. Hasta ese momento todo esta equilibrado.

El conflicto llega cuando a un integrante de la pareja hetero le da por no querer cumplir con su rol y se revela, queriendo ser tan activa como se supone que es el hombre, o tan frágil como se supone que es la mujer, por poner un ejemplo. Habrá competencia, uno querrá la exclusividad del atributo que le corresponde según su género y la otra el suyo, por no mencionar que la mujer que quiere ser protegida, porque así le enseñaron, no querrá protegerlo a él y enfrentar la incertidumbre de sentirse descobijada; mientras él, que le educaron para ser “el que manda”, no querrá delegarle la decisión a ella pues le haría sentir menos masculino: menos hombre, siguiendo con el ejemplo.
No es necedad ni neurosis de su parte, es solo que estamos tan profundamente condicionados por la cultura que tomamos de la familia, los amigos, los medios y etcétera, que es lento en extremo el proceso aquél de liberarte de los estereotipos de género. La mujer no querrá ser menos mujer y el hombre no querrá ser menos hombre, porque de serlo, la sociedad los castigaría con la burla, la ley del hielo o la desacreditación neta.
En una pareja homo es casi igual. Educados para ser como se supone que deben ser hombres y mujeres, dos hombres que forman una pareja querrán ambos ser EL proveedor, EL que toma las decisiones y EL protector; dos mujeres en pareja querrán ser LA que nutra, LA maternal, LA que cuide con ternura del otro. El no conseguir la satisfacción de esta necesidad emocional por cumplir con su rol de género, genera el riesgo de vulnerar la imagen que tienen de sí mismos y el grado en que se quieren a sí mismos.
Como con la pareja hetero, entre dos personas gay, la competencia proviene de las ideas de género; sin embargo, mientras que en la primera se origina cuando cuestionan el rol que les determinaron seguir, en la segunda comienza desde el inicio y no finaliza sino hasta que cuestionan ese mismo rol. Por ello el conflicto venido de la competencia es más importante en una pareja homo que en su contraparte heterosexual.
Por otro lado, no está igual vista una pareja gay que una hetero, ¿cierto? Ser gay implica ser mal recibido, los cuchicheos de la gente y el estigma y la desacreditación en menor o mayor grado. Un homosexual es, por principio de cuentas, alguien que emplea el sexo únicamente para encontrar placer, sin ocuparse de las funciones reproductivas que su sexualidad tiene inherentes. Al menos eso dicen las voces de derecha.
Aquí en México está Provida, por ejemplo. Conozco chistes muy buenos contra ellos. Por no mencionar al Partido Ación Nacional, al que pertenece nuestro H. Presidente y a la Iglesia, en sus piadosos esfuerzos por hacer de nosotros buenos hombres y mujeres castrados, asexuales y tremendamente frustrados por ser. Sólo por ser.
La sexualidad ha sido y probablemente será tópico tabú y motivo de vergüenza, dentro del marco de esta vergüenza intrínseca que mantiene el ser humano por ser tan humano. La única excusa aceptable que la moral acepta para ser sexual es la reproducción, y lo inadmisible aparece cuando se ejerce la sexualidad sólo por placer. Menudo origen de todos los pecados: el placer. Todavía hay algunos que no entendemos que el placer viene luego de que te mueres, dentro de un paraíso de algodones de azúcar blanco que puede que exista y que quizá nos esté esperando; mientras tanto, es nuestro deber moral sufrirle y sangrarle en este valle de lagrimas que es la vida…
…y así quieren que tengamos salud mental?
A los homosexuales no se les mira con buenos ojos por ese pecaminoso hedonismo que se les atribuye, por esa contranaturalidad en la que incurren, y todo aquél que haya sido educado dentro de una cultura igual o paralela a la judeocristiana, va a aplicarles el estigma en pequeña o gran medida. Los hombres y mujeres gay nacieron en una cultura así, por lo que tampoco se salvan de ejercer el estigma y la discriminación contra otros homosexuales… y contra sí mismos.
Y es que puedes manejar el discurso, ser consciente de la falla y argumentar convencido al respecto de ella, pero las emociones van a tardar mucho en adaptarse. De igual manera a como un hombre puede saber que la araña que sostienen en la mano no le hará daño, no implica que deje de sentir con angustia una opresión en su pecho; o así como el que argumenta con convicción contra el machismo se va a sonrojar cuando una mujer pague de su bolsa el taxi del que se están apeando. Razón y emoción. Siempre será más fácil trabajar la primera que la segunda, y siempre la primera será la vía para lograr un cambio a nivel emocional. El que sostiene la araña o el que rechaza el machismo no tienen la labor ya terminada, les falta trabajar sus emociones, pero llevan ya un muy buen camino recorrido.
Igual pasa con la mujer o el hombre gay. Probablemente sepan que ser homo no esta mal… ni bien, que únicamente es y existe ajeno a cualquier axiología. Quizá sepan que son tan valiosos como cualquiera y tal vez más, según sus características individuales. Posiblemente dominen todo este discurso, pero aún necesiten tener relaciones sexuales con la luz apagada, o todavía se nieguen abiertamente a decir que son gay. Razón y emoción, la diferencia entre saberlo y sentirlo.
Por esto, dentro de una pareja homo suele haber esa discriminación hacia el otro y hacia sí mismo, lo que lleva a coercionar al otro cuando muestra “demasiado” su homosexualidad y a reprimir la propia expresión, pera no parecer “tan“ homosexual.
Es este mismo tenor el que lleva a la comunidad gay en el mundo a segmentarse en sub grupos: leather, queens, rubber y etcétera, donde un grupo discrimina a otros según el grado en que manifiestan su homosexualidad. En general, como diría Goffman en su ensayo sobre el estigma, los que presentan el objeto de su estigma con mayor evidencia o notoriedad son puestos en lo más bajo de la jerarquía, mientras quedan en la cima del prestigio aquéllos a los que “se les nota” en menor medida.
…en una pareja homo existe una dinámica de competencia mucho más fuerte que en una hetero por las razones de género que mencionan los primeros párrafos y por el estigma, donde uno y otro tratarán de que sea a quien menos se le note que es homosexual. Por eso, en psicoterapia, no puedes tratar igual a una pareja que a otra, porque cada cual tiene sutiles características que las diferencian y necesidades muy particulares.
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Diferenciando entre parejas gay y heterosexuales

Ya Marina Castañeda, en su libro La Experiencia Homosexual, resaltaba el que algunos psicoterapeutas bienintencionados tendían a tratar a la pareja homosexual como si fuesen heterosexuales, bajo la consigna de evitar la discriminación y no partir en el acto terapéutico del estigma social. Sin embargo la estrategia no es funcional al cien por ciento.

Ni siquiera al 40...

No es una novedad el que una pareja hetero tiene una dinámica de relación distinta a la de una pareja homo, y tampoco es igual una conformada por dos hombres que otra de dos mujeres. Todos ellos fueron, muy probablemente, educados como heterosexuales y en un escenario hetero: si eres mujer, te realizas como tal embarazándote, siendo madre y teniendo hijos; si eres hombre, te toca realizarte siendo proveedor, macho y el que manda.


Breve reflexión acerca de la mentira

Hace unos días, una buena amiga conversaba conmigo acerca de que entre los antiguos judíos, la verdad de las palabras que alguien expresaba estaba implícita en la confianza. En ese escenario semita, uno podía creer en lo que escuchaba por el simple hecho de que el otro se hacía responsable de las palabras salidas de sus labios, porque la mentira a primera instancia ponía en juego el vínculo entre el interlocutor y la persona, y les afectaba a ambos, y les hería a ambos.

Pero los tiempos modernos son muy distintos a los que se vivían hace miles de años, y ahora lo verdadero es lo que es comprobable, y uno no es inocente hasta que es demostrado lo contrario. ¿Por qué tanta desconfianza?

En nuestro mundo las mentiras piadosas son una licencia que a veces la verdad se toma para no herir al otro; las mentirillas blancas corresponden a travesuras que no lastiman a nadie y que se olvidan en poco tiempo. Teóricamente.

Para la corriente filosófica llamada “postestructuralismo”, la realidad corresponde al lenguaje: a lo que la gente dice. Pero no porque lo que decimos sea determinado por el modo en que son las cosas, sino al contrario, que lo que decimos determina cómo son: el lenguaje estructura la realidad. En otras palabras, la realidad que nos envuelve es percibida por nosotros según cómo la describimos y según la describen aquellos con quienes hablamos mediante el lenguaje.

Físicamente se trata del mismo vaso, pero para uno está medio lleno y para otro está medio vacío. De sutilezas como ésta depende el modo en que vemos al universo.

Pero siendo realistas, los humanos mentimos con cierta asiduidad; a veces por hábito. Yo miento, tú mientes e incluso los animales mienten. Se trata de una cuestión de sobrevivencia, ya en un contexto salvaje, ya en uno social. Pero lejos de afirmar que la mentira es algo positivo, sí puedo decir que en ocasiones es necesaria. ¿Qué ocasiones?, bueno, eso ya depende del criterio y la mesura de cada quien. El mismo quien que además habrá de ser confrontado por las consecuencias de su mentira.

Un escenario común para la mentira suele ser el científico, en el que el investigador establece una hipótesis y recaba datos que luego, mediante cien malabares silogísticos, habrá de ajustar para que encajen dentro de su planteamiento inicial. Los que no entren serán catalogados como excepciones poco significativas para la regla, y así una nueva ley ve la luz del debate científico.

No toda la ciencia se basa en mentiras, evidentemente, pero el engaño, aún sin dolo, a veces parido por un exceso de entusiasmo, suele ser recurrente. Los científicos son susceptibles de engañarse a sí mismos ajustando la realidad a sus hipótesis, y engañar consecuentemente a los otros; porque, a última instancia, la mentira sirve para modificar la realidad.

Particularmente la realidad que no nos agrada. En el terreno de lo cotidiano la mentira es todavía más recurrente; a veces las personas echamos mano de ella para modificar la imagen de lo que somos, esencialmente cambiando el modo en que nos describimos. Más cotidiano de lo que llegamos a concebir, nos hacemos ver como personas de mayor distinción para impresionar infaliblemente al que es o la que es objeto de nuestro afecto; nos presentamos más profesionales para obtener mejores empleos; más amenazadores para evitar alguna trifulca que vemos llegar.

Probablemente un exceso sea el momento en el que la mentira irrumpe y se instala en las relaciones cercanas que mantenemos con los otros; amigos, familia, relaciones que en teoría debieran ser el santuario donde podemos romper nuestra defensa y descansar de las presiones sociales que nos requieren mentir. No hay un lugar como este en el que quede más claro que la mentira pone en riesgo el vínculo entre dos personas.

Puede suceder que lo que percibimos ser, no forme parte de una realidad que nos guste particularmente, y por eso hagamos una descripción de nosotros, para los demás, que no se ajuste a lo que en verdad somos. Un engaño. A veces esta mentira se prolonga más allá del momento en que la relación inicia, más allá del tiempo de la primera impresión, y permitimos que la relación completa se sustente en algo falso. Sucede mucho con las llamadas caretas, las poses y actitudes parecidas, que dan una imagen falsa de nosotros y ponen en juego, por no decir en riesgo, la relación a la que estábamos apostándole.

Cuando la otra persona se da cuenta que ha establecido una relación con alguien que no es lo que conocía, siente desconcierto y frecuentemente decide partir.

Y en ocasiones necesitamos que los otros nos mientan, que nos digan que somos de una manera en la que no creemos ser. Les proyectamos una imagen falsa para que nos devuelvan una descripción más cercana a lo que querríamos ser, que a lo que en realidad somos. Es la situación que se asocia al estereotipo del bravucón o el sabelotodo, que cada tanto aprovechan la oportunidad para reforzar la imagen que desean proyectar de sí, aún cuando sin enterarse, vayan forjando una dinámica que irónicamente los distancia de la gente.

El sabelotodo, particularmente, no tiene empacho en fingir contar con respuestas que no tiene; dice las cosas sin medir la consecuencia, dado que su principal interés es demostrar “una vez más” que es él quien sabe. Contradice a los otros con suficiencia e inventa hechos que suenan bien, ganando prestigio a partir de sus aseveraciones falsas que son aceptadas en lugar de las que son ciertas. De este modo moldea inintencionadamente el modo en que sus interlocutores perciben el mundo a partir de la mentira.

El sabelotodo, quien miente sistemáticamente para mantener su estatus, sabe para su coleto que lo que ven los demás en él es falso, pero puede resistir calladamente la incongruencia mientras se sienta aceptado por ellos. Lamentablemente para él, en su búsqueda por aparecer como quien guarda y mantiene la verdad, entra en una dinámica de competición, dentro de la que le es menester desacreditar a sus amigos u otras personas que le son personalmente significativas, para conservar el anhelado prestigio. Tristemente, el engaño sostenido sienta una distancia entre él y la misma gente cuya aceptación busca.

El mentiroso sistemático vive condenado a no ser conocido por aquellos a los que quiere, a no establecer intimidad con nadie en tanto haga uso de la mentira como su vía de interacción. Las personas se vinculan con su careta y no con él; recuerdan sus narraciones, pero no su historia. Y finalmente, la mentira se vuelve en la defensa que es difícil de abandonar, pues para él siempre existirá la incredulidad frente a lo exitoso que su verdadera forma de ser pudiera resultar; la duda de que sin la mentira todavía podría conseguir ser agradable a los ojos de los otros.

El mentiroso queda tristemente cautivo en un calabozo del que él mismo guarda la llave.

¿Qué tanto es tantito?, diríamos aquí en México. La mejor manera de conocer cuándo la mentira raya en lo “demasiado” es cuando empezamos a sentir que el ocultar la verdad nos distancia de nuestra gente. Ese puede, probablemente, ser una alerta eficaz.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Breve reflexión acerca de la mentira

Hace unos días, una buena amiga conversaba conmigo acerca de que entre los antiguos judíos, la verdad de las palabras que alguien expresaba estaba implícita en la confianza. En ese escenario semita, uno podía creer en lo que escuchaba por el simple hecho de que el otro se hacía responsable de las palabras salidas de sus labios, porque la mentira a primera instancia ponía en juego el vínculo entre el interlocutor y la persona, y les afectaba a ambos, y les hería a ambos.

Pero los tiempos modernos son muy distintos a los que se vivían hace miles de años, y ahora lo verdadero es lo que es comprobable, y uno no es inocente hasta que es demostrado lo contrario. ¿Por qué tanta desconfianza?

En nuestro mundo las mentiras piadosas son una licencia que a veces la verdad se toma para no herir al otro; las mentirillas blancas corresponden a travesuras que no lastiman a nadie y que se olvidan en poco tiempo. Teóricamente.