Dime quien eres... y sabre que identidad tienes


Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que siempre soñó de sí misma
-La Agrado, en Todo sobre mi madre

Si te llamo por tu nombre y te pregunto quién eres, ¿qué sería lo primero que responderías? La identidad es esa explicación que haces de ti, tan simple o tan compleja como tú mismo o como tú misma quieras describirte. Cada persona desde el momento en que nace, afronta el reto de convertirse en el tipo de ser humano que va soñando ser, y ese sueño y esas ganas de un “yo ideal” es la primera piedra para la elaboradísima estructura de su identidad, y el primer paso en el camino de alcanzarla.

Se dice por ahí que construimos nuestra identidad cuando somos más jóvenes, y una vez que nos hacemos adultos, la identidad queda terminada e inquebrantable. Se habla mucho de crisis de identidad o de búsquedas por la identidad que son un reflejo del buen o mal trabajo que he hecho al constituir este quien creo y afirmo que soy.


Sin embargo no es tan simple: mi identidad es la definición que voy haciendo cada día de mí mismo (o de mi misma) y la voy modificando conforme tengo experiencias en mi vida que me demanden redefinirme y reinventarme; tantas veces como sea necesario, tan intenso como me sea necesario. Por eso no hay una etapa en la vida en que mi identidad o mi propio concepto de quien soy, quede terminado; trabajo en ello cuando niño, y trabajo en eso también cuando soy anciano.

Por supuesto que no es lo mismo empezar desde cero, como cuando somos chicos, que dar continuidad a algo que ya iniciamos siendo jóvenes, adultos o ya de mayores. Es como construir un edificio: lo rudo es empezar con los cimientos y ponerle paredes, pero después ya se trata nada más de afinar detalles y remodelar  de vez en cuando. De ahí que un adolescente ponga tanta energía y énfasis en definir quién es y en lo distinto que es del resto de las personas (particularmente de sus padres).

Hay momentos en la vida en que vivimos grandes confrontaciones a nuestra identidad, justo la adolescencia es una de ellas y la más significativa; posteriormente llegan otros retos a vencer como las crisis de la edad o los cambios de estatus social, como la graduación de la universidad, el matrimonio, el divorcio y demás. En lo demás, la vida es un constante devenir de pequeños cuestionamientos acerca de quién decimos que somos, pequeños retos cotidianos que no debemos dejar acumularse para que a la larga no se vuelvan un gran problema.

Eso que llaman “búsqueda de la identidad” es más una frase hecha a la que le hacemos copy & paste, que un concepto cabalmente reflexionado. Los seres humanos no buscamos una identidad, porque no funciona del modo en que yo vaya caminando por la calle y de pronto diga: “caramba, una identidad...!!” y entonces al ver que no es de nadie me la ponga y siga feliz por la vida felicitándome de mi buena suerte de haberme encontrado una identidad. No. Yo ya tengo una identidad y la llevo conmigo a donde quiera que voy; sin importar cuán confundido me mantenga ante la vida o poco responsable sea yo de mí mismo, no importa si soy psicótico, neurótico, maniático o estrambótico, ya tengo una identidad.

Puede que sea chiquita y esté rota, pero es mi identidad.

Lo que si hago cotidianamente es escuchar los mensajes que recibo de la vida y que me dicen que debo madurar o tener mayor valor para afrontar los conflictos, o que debo ser más alivianado o comprometerme más, o ser más sociable, o qué se yo. Entonces escucho, y si quiero llevarme bien con la vida, cambio la definición que hago de mi persona a través de una prolongada cadena de decisiones del tipo: “atreverse a…”.

Una señora del antiguo Polanco, habituada a codearse con la alta sociedad, pero que ha entrado en un declive económico, debe “atreverse a” no vivir con tanta ostentación y habituarse a la austeridad. Un hombre que se ha divorciado luego de 35 años de matrimonio continuo debe “atreverse a” volver a socializar y conocer personas. Si una no elige hacer los ajustes menores en la definición que hace de sí misma, su economía tronará y se verá obligada a hacer un GRAN ajuste y encarar una nueva identidad como señora desamparada y en quiebra; si el otro no opta por hacer un ajuste menor a su identidad y permitir abrirse a nuevas relaciones, estará virtualmente obligado a afrontar una nueva identidad de sí mismo como hombre aislado y solitario.

La gran belleza del modo en que funcionan nuestras identidades es que siempre pueden ser distintas conforme lo vayamos necesitando; siempre podremos ser mejores a través de nuestras identidades. La definición que hago de mí mismo es el marco dentro del que tomo cada una de mis decisiones: si yo me veo a mi mismo como un hombre sociable, las decisiones que voy a tomar van a ser decisiones sociables, si soy alguien maduro, difícilmente me atrevería a tomar decisiones de manera irreflexiva. Mi identidad orienta qué clase de elecciones hago, y esas elecciones constituyen a la larga el tipo de vida que yo tengo.

O sea, el tipo de identidad que me he construido se manifiesta en el tipo de vida que llevo. Si de repente no me gusta la vida que tengo, cambio mi identidad, me “atrevo a” tomar decisiones diferentes a las que he venido tomando, y ya está.

Ok, no es tan sencillo. No es sencillo porque habitualmente no identificamos la relevancia que tiene el cómo nos vemos a nosotros mismos y a nosotras mismas sobre la forma en que vamos construyendo nuestras vidas: no ubicamos que si me siento un perdedor, tendré la vida de un perdedor. No, tampoco estoy sugiriendo que te mires al espejo repitiéndote cien veces “no soy un idiota cualquiera, soy un idiota excelente!”; no. Lo que estoy sugiriendo es que revises las supuestas “verdades” que tienes acerca de ti misma o de ti mismo para que identifiques la clase de oportunidades que puedes o no permitirte a partir de esas premisas.

Ejemplo: Felipito es un hombre que cree firmemente que tiene pocas oportunidades porque solamente estudió hasta el bachillerato, y entonces en cada ocasión en que se encuentra una buena oportunidad laboral, él no se postula como candidato a esa plaza porque “sabe” que no se la van a dar.

Obvio, no se la dan porque jamás aplicó para ese puesto, y al hacer retrospectiva y evaluar el conjunto de (malos) trabajos que ha tenido en los últimos años, Felipito confirma que efectivamente el tipo de vida que tiene (de bajos ingresos y escasas oportunidades) se debe a que no terminó el bachillerato. Él no toma en cuenta que ha acumulado una experiencia práctica que compensa con creces la falta de estudios académicos y que pudo haber sido buen candidato para más de un puesto que él mismo dejó pasar; no se entera que el problema que tiene no es el de haber elegido mal en el pasado, sino la actitud que mantiene hacia sí mismo en el presente.

El problema está en la actitud, y la actitud  proviene de nuestras creencias. ¿Puedes o no puedes?, tanto si dices que si, como si dices que no, en cualquiera de los casos vas a tener razón, porque lo que tú crees moviliza tus actitudes y ellas a su vez son el motor de tus acciones.

Tu identidad entonces, es el conjunto de creencias que tienes hacia ti mismo o que tienes hacia ti misma. ¿Quieres cambiar tu vida?, cambia las creencias que tienes de ti sin importar cuánto esfuerzo creas que puede costarte.

Si, vivimos una crisis social de identidades. No se trata de que los chavitos se hagan emos o ninis o cualquier otra categoría social que nosotros les impongamos; se trata de que allá afuera hay un montón de personas a quienes no les gusta su vida y que se sienten atrapadas por la creencia resignada de que no tienen una salida. No somos conscientes del impacto de nuestras identidades ni del modo en que al hacernos responsables de vernos como queremos vernos, moldeamos nuestras vidas a nuestro antojo.

¿Qué tanto te pareces tú a lo que siempre has soñado de ti? Hazte responsable de quién vas siendo día a día y atrévete a lo que nunca te has atrevido pero siempre has tenido ganas de hacer. Afronta el riesgo y cambia tus creencias; cada vez que te atrevas a algo distinto y resulte bien, tendrás una evidencia de que el cambio correcto va en esa dirección. Lleva una bitácora, toma notas del experimento: registra a qué vas a atreverte mañana y ponle una palomita cuando hayas tenido éxito. Al final del mes cuenta las palomitas. Presume tus cambios con tus amigos, permítete mostrarte a los demás como alguien distinto y explora más esa nueva mejor versión de ti; habla de ella, vuélvela real. Tu vida es la consecuencia de tus creencias, ¿qué crees qué estas esperando?

2 comentarios: