Vampiros emocionales

El problema de ser un vampiro, es que la existencia diaria resulta mucho menos glamorosa que un libro de Anne Rice o Stephanie Meyer. Ser vampiro es vivir en la imposibilidad de tener independencia o autonomía, siendo acosados por una dolorosa ansia que te demanda alimento constantemente, pero no puedes hacerte cargo directamente de lo que necesitas para sobrevivir, porque esa misma ansia te impone limitaciones insalvables, y por eso debes de sustraerlo, o a veces arrebatarlo, de las y de los demás a tu alrededor.

Es ahí precisamente donde las clases de vampiros se dividen. Por una parte teníamos a los vampiros adictos a la hemoglobina, que ya están más extintos que la vaquita marina, y por la otra están los vampiros emocionales, que de esos si, hoy te encuentras a montones en cualquier parte.

El dilema de ser vampiro, es que cualquiera en esta condición sabe, o al menos intuye, que si no encuentra en alguien más lo que necesita para sus sustento, su ansia interna empezará a devorarle desde adentro. Eso fue lo que sucedió con los vampiros de sangre, pero los vampiros emocionales han aprendido a sobrevivir de forma más eficiente...

Verás, ellos se mezclan con la gente, tienen amigos, pareja o hijos, compañeros de trabajo, jefes y vecinos. No utilizan garras y colmillos como sus primos chupasangre, sino que atrapan a sus presas mediante las sutilezas del chantaje, el reproche, la manipulación y la culpa. Mantienen a sus víctimas cerca, y en cada ocasión que su ansia les domina, tiran de los hilos para robar la energía emocional de sus presas.

Esto le resta ánimo, voluntad y atención a las personas que les rodean, llegando en ocasiones, incluso a ocasionar burnout o combustión emocional espontánea. La cicatriz de su mordida se nota en el autoconcepto de sus víctimas, que poco a poco se va deteriorando, disminuyendo a su vez, el valor que se dan a ellas o a ellos mismos.

Y es que una característica en la anatomía de un vampiro emocional, es que el ansia ocupa el lugar donde otras personas llevan su autoestima.

Quizá les has visto operar, suelen utilizar trampas en apariencia inocentes como la famosa estratagema del “debes hacerme feliz”, o “te llamé 78 veces porque me preocupa que estés bien", “porqué no me contestas si estoy viendo que estás en línea” o "reviso tu celular porque no confío en las zorras de tus amigas"; y saben atrapar a sus presas mediante la culpa, para que aún con sus jaulas abiertas, las víctimas no puedan escapar demasiado lejos.

Saben volverse indispensables en la vida de los demás, porque adoptan el papel de personas "tan buenas" que son incuestionables, y no podrías negarles nada si también quieres ser alguien "bueno"; o bien te llevan el conteo exacto de tus fallas, para recordarte un día si y el otro probablemente también, que tienes una deuda impagable con ellos. Algunas veces recurren al miedo, recordándote lo peligroso que sería decepcionarles, y otras veces hacen un "combo fiesta" con todas las tácticas anteriores.

Los vampiros emocionales no son felices; no solamente por su tóxica dependencia hacia las personas con las que se relacionan, sino porque carecen de los mecanismos que les permitirían gestionar sus propias emociones, y puede afirmarse que incluso, la mayoría de ellas o de ellos aspiran simplemente a la tranquilidad de vivir sin su ansia, en vez de pretender propiamente a la felicidad.

En su cultura vampírica, ellas y ellos creen poder ser ¿felices? si y sólo si, tienen la intermediación de alguien ajeno a ellos, que se haga cargo de ellos... desde el circulo de estudiosos en la materia, nosotros los entendidos, llamamos a estos sujetos “Renfields” (Stocker, 1895), y pueden ocupar el rol de la pareja por ejemplo, o un amigo cercano que no se da cuenta del deterioro que sufre, hasta que es demasiado tarde.

Ocioso es decir que esta estrategia de ser feliz a través o a costa de los demás, ha resultado en la práctica, completamente ineficiente. Entonces, no alcanzan a construir una felicidad sostenida, y por eso deben de conformarse con momentos de felicidad efímera, que les deja un retrogusto amargo en el paladar y un ansia todavía mayor.

Pero como en todo caso de vampirismo descrito por los expertos (Von Patoven, et al. 1881), este tipo de depredación emocional es altamente contagiosa. Frecuentemente la autoestima de alguien víctima de un Vampiro Emocional, va intoxicándose del ansia de su depredador, necesitando a su vez, saciar sus propias necesidades emocionales a costa de nuevas víctimas en este ciclo interminable.

En este punto, es menester ser buen observador de una o de uno mismo, y de los propios estados emocionales, para conseguir identificar la depredación emocional y poder entonces interrumpir la cadena de contagio.

En general, el ansia voraz de los vampiros emocionales puede ser domesticada y su vampirismo curado sin necesidad de ajos, estacas y demás recursos de películas de Serie B de muy bajo presupuesto. Dado que la existencia de un vampiro emocional está marcada por una eterna huida de su propia ansia interior, la cura para su condición sobrenatural es precisamente enfrentar esa ansia, hasta su última consecuencia.

Se sabe de vampiros emocionales que pudieron curarse administrando dosis calculadas de una soledad constructiva, muchas y muchos de ellos empezaron por la labor de ser responsables de sus propias emociones, y hay registros de quienes pudieron rehabilitarse aprendiendo a abrazar con cariño a su propio reflejo.

La tarea es ardua, se trata de declarar la guerra al vampirismo, pero no a los vampiros emocionales, porque lamentablemente, todas y todos hasta este momento, estamos contaminados en cierto grado por este mal. Se vienen tiempos oscuros, la noche es larga y llena de tormentos, pero juntos con responsabilidad emocional y autoestima, prevaleceremos para ver el amanecer de un mundo nuevo.

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