Bienvenido a la crisis de los treinta

Cuando eres estudiante, tu existencia esta repleta de certezas: sabes qué cosa sigue a cada experiencia que estas viviendo, tienes un proyecto de vida claro, entiendes cuál es tu papel en la sociedad e incluso, por el simple hecho de estar estudiando obtienes gratuitamente un cierto prestigio social, particularmente cuando estas en la universidad. Cuando tienes veintitantos, tu vida está igualmente definida: eres “chavo”, careces de responsabilidades y si te equivocas no falta quien se haga cargo por ti, nadie espera que seas especialmente maduro o etcétera; además de que cuando ves el discurso mercadológico de los medios, te es claro que el ochenta por ciento de los spots, escaparates y anuncios publicitarios te hablan a ti.

Cuando estás en los veintes y eres estudiante, es fácil encontrar oportunidades para relacionarte con los demás: en el antro, en el salón de clases, en la explanada de la universidad. Basta dar a conocer estas dos categorías fundamentales (veinteañero + estudiante) para que el otro se identifique contigo y obtengas el intro para una hermosa amistad. Pero nada dura para siempre, o como solía decir mi traqueteada abuela: todo por servir se acaba.


Hasta ese momento quedaba por demás claro quién eres, que se espera de ti y tu que puedes esperar de los demás, del universo y de la vida. Eso es identidad, y los medios, los vecinos, los profesores, los amigos y todo el mundo te ayudan oportunamente a mantenerla. Pero de repente, un día te levantas y ya estás titulado de la carrera; todo por lo que tanto estudiaste, cada una de las pestañas que te quemaste, todos tus esfuerzos se ven consumados de sopetón, luego de un solemne pero breve examen profesional.

Al menos ese fue mi caso. Pasan algunos días y una mañana la vida te recibe con un pastel de cumpleaños que más bien parece una maqueta de San Juanico; es el inexorable momento en que cumples los treinta. ¿Y luego...?

Como es corriente, la vida sigue y dejas atrás los estudios, tus veintes se vuelven poco menos que un nostálgico recuerdo y te miras tratando de convencerte de que nada ha cambiado. Pero vaya que las cosas han cambiado. En nuestra sociedad tener treinta y tantos es como estar en el limbo, eres socialmente invisible; no hay programas sociales que se dirijan a ti, como pasaba antes que cabías oficialmente en la abstracta categoría de “joven”; no eres interesante, ni marginado, ni perteneces a un grupo vulnerable a menos que seas indígena o te falte una pierna, por lo que tampoco la sociedad te voltea a ver cuando se trata de repartir las dádivas del sistema.

Y ¿recuerdas que tenías una identidad?, bueno, ahora no tienes idea de quién eres, cómo vas a hacerle, ni dónde estas parado. Y luego, cuando se trata de la vida social, ya no cuentas con los atajos del salón de clases y los pasillos de la facultad como lugares comunes para conocer gente nueva, ya nadie se siente identificado contigo con la facilidad de antaño, y perdiste el prestigio que te daba el ser estudiante; ahora eres un “licenciado” más. Ya nadie meterá las manos para que el peso de tus errores no te agobie tanto, ni tienes esa especie de fuero que infaliblemente te rescata de tener que actuar como un adulto o de responder a las demandas sociales.

Ahora, de hecho, eres oficialmente un adulto, y todos esperan que puedas salir adelante con tus propios recursos. Bienvenido a la faceta mas cruda del darwinismo social y sus dinámicas urbanas de la selección natural; en estos terrenos postmodernos la consigna es: o te aclimatas, o te aclimueres, o te adaptas o te extingues. A simple vista, pareciera que tras la metamorfosis de los treintas, surgen más contras que pros; y volteas para ver cómo es que otros le han hecho para salir airosos de esta situación, y lo que te encuentras es  por demás decepcionante: eres hetero, te caen los treintas y sin previo aviso te encuentras ya casado y esperando a tu primer o segundo hijo, quizá una hija. Lo que antes ganabas para satisfacer tus gustos personales y antojos, ahora lo inviertes en la casa para mantener a tu familia.

Quizá tu pareja también le chambea para solventar los gastos, pero eso no impide que tu libertad económica se haya limitado notoriamente. Los pasatiempos que tenías, esos han quedado atrás porque ahora careces del tiempo que cuando joven (hace dos años o por ahí) despilfarrabas sin empacho, además ahora eres formal. Y esas actitudes que tenías frente a la vida, tales como despreocupación, optimismo, juego y hasta un picaresco sentido de aventura ya no tienen cabida, la sociedad te exige que hayas madurado.

Porque ser maduro es ser solemne; todos sabemos que un adulto no se sienta en el piso, ni anda por la calle dando saltos por encima de los contenedores de basura. Ser adulto es estar en un nivel elevado de la sociedad, implica un prestigio distinto al que teníamos cuando estudiantes, pero prestigio al fin, con sus responsabilidades, porque como decía el tío Ben: "con un gran poder, viene una gran responsabilidad". Y vaya que los adultos tienen poder en esta sociedad. Pero cuando actúas medianamente diferente a como se esperaría de alguien ya instalado en sus treintas, antesala de los cuarentas, la sociedad, esas buenas personas bienintencionadas, gentilmente te harán saber su desaprobación.

No, no esperes que sean sutiles.

Este es el modelito para todos, el rol que asumes si quieres recuperar cierta certidumbre de la que gozabas en la década pasada. Si a tus treintas cuentas ya con una familia, un empleo estable y una actitud que es un fastuoso despliegue de valores morales, entonces la sociedad, orgullosa de ti, te lo compensará cobijándote en su ceno como uno de sus hijos legítimos.

Podrás sentirte "perteneciente" y podrás relacionarte con los demás a través de tus pequeños hijos que balbucean desde sus carreolas rosadas, o de tu perro cuando lo pasees cada tarde por el Parque México. Pero si irresponsablemente eliges hacer las cosas a tu manera, y llegas a los treinta sin casarte, sin tener un empleo que proyecte estabilidad social y económica y además te comportas puerilmente cuando la situación te deja, entonces deberás hacerte a la idea de ser un paria. ¡Hay de la mujer que cumple sus treinta años sin tener un hombre que la mantenga!, ¡hay del hombre que abandona su veintes a pié y no en su auto lavado religiosamente cada mientras se apoltrona tras el escritorio de su oficina!

Cuando decides dar inicio al resto de tu vida según tu gusto y apetencias personales, necesitas entender que la sociedad te confrontará a cada minuto, y que frente la maltrecha identidad que les es regalada a los que se conformaron con lo tradicional, tú tendrás que arreglártelas para armar la tuya de una forma incesantemente creativa. Ahora más que nunca se hará evidente que tendrás que ingeniártelas para ser feliz y armarte una vida que realmente te satisfaga. Otrora, nunca ese hecho fue tan tangible: una vez que empiezas a tomar decisiones autónomas, no puedes detenerte.

Y lo lograrás; adoptarás un modo de vida notablemente satisfactorio porque tienes todas las herramientas para conseguirlo; solo hace falta que te decidas a aventarte, porque vale la pena. Y la sociedad continuará confrontándote, pero entonces sabrás que es inevitable porque tu simple presencia les confronta; tu existencia plena dentro de una vida a la medida, personalizada para ti y con tu sello y marca, les muestra a cada segundo lo que pudieron haber tenido de haber escogido, como tú, diseñarse su vida; lo que habría sido para ellos de haber rechazado el proyecto prefabricado que les heredaron las generaciones pasadas: míralo, se parece tanto al abuelo… como éste era igualito a tu tatarabuelo…

Diseñar tu propia vida no es sencillo, construir una identidad propia es una tarea a la que muy pocos se avientan, pero es claro que vale la pena. No hay mejor vacuna que ésta, contra la vergüenza de llegar a la muerte sin haber realmente vivido.

2 comentarios:

  1. Excelente!!!

    Yo tengo 30 y lo que más extraño de antes es lo fácil que era socializar por la escuela. Es más dificil en el trabajo, donde la mayoria esta casado y una simple cita se puede complicar. Sin embargo, nunca me sentí más mujer, más atractiva y más independiente que ahora, que tengo mi negocio y vivo felizmente soltera y sin hijos, excepto el chihuahua que siempre quise tener. Vivan los 30´s!!!

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