La comunicación en pareja

¿Cuándo fue la última vez que discutiste con tu pareja? Es muy probable que en esa ocasión, una vez resuelto el conflicto, alguno de los dos se haya jurado jamás volver a pelear. Pero sucederá, porque los conflictos son algo común a todas las dinámicas de pareja y una fabulosa oportunidad de consolidar la relación cuando son abordados con madurez por los dos involucrados.

Por supuesto, esto no hace de los conflictos algo deseable; nadie piense que para mejorar la forma en la que te relacionas con tu pareja, habrá que inventarse religiosamente un conflicto cada martes por la mañana. Si se les puede evitar, bienvenido; si no, recurrir a estrategias derivadas de una buena comunicación, como la empatía o la negociación, pueden no sólo salvar el día, sino el destino de tu relación.

¿Quién de los dos tiene la culpa de las broncas en pareja? Ok, si bien es cierto que cada cual debe hacerse cargo de su cincuenta por ciento de la responsabilidad frente a los conflictos, también es correcto decir que buena parte de esas broncas se originan en la educación que tú y tu compañero recibieron cuando niños. Me explico: cuando eres chavo, tienes a tu disposición los juguetes y accesorios más “adecuados” según cada caso: ropita azul si eres niño, tus carritos, muñecos de acción, balones y pistolas de juguete; vestiditos en rosa pastel si eres niña y tu kit completo para maquillarse, cocinitas, hornitos, estufitas y hasta una regordeta muñeca que balbucea cuando la acuestas.

Así a ellas prematuramente les enseñan a atender al marido y a ellos a ser competitivos frente a los otros de su género.

Para los niños los juegos de contacto, para las niñas todo lo que es artístico y delicado; y para el acaso en que quedara alguna duda, están los cuentos de hadas que ayudan a ejemplificar cuál es el lugar que a las unas y los otros les corresponde en sociedad: a las princesas del cuento se las rescata, en tanto que de los caballeros se esperan valerosas batallas. Ambas son dos verdades tantas veces repetidas y en tantas versiones distintas, que ya nadie las cuestiona ni por accidente. Entonces ellos crecen y ellas también; ellas convencidas de que su lugar es cuidando de alguien, y ellos teniendo claro que deben de proveer y proteger, quedando vetado así para las unas ser atendidas, y para los otros ser alguna vez protegidos. Fin de la discusión.

Así, mientras él sale a buscar comida, ella se queda en casa cocinando, teniendo más hijos y atendiendo a los que ya están; este es un modelo tradicional y evidentemente heterosexual al más puro estilo de Aldous Huxley y su imaginario mundo feliz, donde la gente tendía a ser más feliz mantener el status quo que por satisfacción real. Esta forma de relacionarse, con cada quien en su papel, ha sido una enseñanza transmitida desde tiempos muy antiguos, en los que sí era necesario que toda interacción social se tradujera en mas niños para incrementar la población, cosa que sería de mucha utilidad a pueblos como el hebreo, que necesitaba grandes ejércitos para defenderse de las naciones invasoras, o para los romanos, que requerían ejércitos inmensos para expandir su imperio.

Y si bien en todas las culturas el homoerotismo entre hombres y mujeres siempre estuvo presente y no necesariamente castigado, los líderes sociales de antaño debieron regularlo coartando la libertad individual para favorecer el crecimiento poblacional. Fue en esta época en la que el concepto de sexualidad quedó asociado al de reproducción y el de familia al de pareja heterosexual. Sin embargo los tiempos cambiaron, desapareció obviamente la necesidad de incrementar el número de habitantes y dejo también de ser obligatorio salir a la guerra cada semana; el mundo dejó de ser un sitio tan hostil, por lo que dejó de requerirse este modelo de pareja tan funcional solo en el momento y escenario en que surgió, pero nadie se ocupó en actualizarlo ahora que carece de una razón de ser.

El mensaje se transmitió generación tras generación hasta llegar a nosotros, y es aquí y ahora que sucede, que luego de los vestidos en rosa pastel o los trajecitos azules, los juegos de cocina, las pelotas y los cuentos de hadas con todo y príncipes y princesas, que los chavitos crecen para darse cuenta un día de que a él le gustan los niños y que a ella le van mejor las chavas. Es así cuando empiezan los problemas que se manifestarán cuando él o ella integren una relación de pareja con alguien que probablemente también recibió una educación heterosexual que le preparó para otro tipo de relaciones. Ambos, luego de conocerse, iniciarán un recorrido de ensayo tras error hasta encontrar la fórmula exacta para convivir en armonía.

Una primera pregunta: ¿Las parejas homosexuales tienen mayor probabilidad de desarrollar conflictos que las heterosexuales? Pese a lo que puedas imaginarte, definitivamente no; sin embargo los conflictos que debes atender cuando andas con alguien de tu mismo sexo, surgen directamente de tratarse de dos chavas que fueron educadas para cuidar de otro, pero no para dejarse recibir cuidados, o de un par de hombres que crecieron para proteger a otros, pero no para ser protegidos. ¿Como consigues que las dos piezas embonen? Si la educación que recibimos y los ejemplos de los que entonces eran adultos fuesen todo cuanto determina nuestro éxito o fracaso en una relación, francamente en lo amoroso no tendríamos demasiado futuro.

Afortunadamente seguimos aprendiendo, y no hay mejor maestro que la propia relación. ¿Por dónde buscar? La pista para lograr una relación de pareja armónica y equilibrada se encuentra en la comunicación con el otro, es decir, conocer a primera instancia el modo en que él o ella, si eres chava, concibe una dinámica entre dos personas a este nivel de intimidad. ¿Espera él, dado que es un hombre, dominar en la relación?, ¿espera ella encargarse por entero del cuidado de la pareja?; conocer las expectativas del otro y compartir con él o ella las propias, sirve para poner en claro qué proyecto tiene cada uno, pues como un proyecto que es, es indispensable que ambos tiren de la carreta en la misma dirección, como un equipo.

Los proyectos, ya se trate del proyecto de vida, del profesional o el de pareja, una vez definidos sigue modificándose conforme crecemos, vamos aprendiendo y maduramos a través de nuestras experiencias; así que no debe resultarte extraño que lo que en un momento era para ambos un hecho a futuro, ahora haya cambiado para ajustarse a lo que uno u otro o ambos viven en el momento actual. Por eso es que, en este mismo marco, la definición de pareja es algo que los dos habrán de mantener como un tema recurrente a lo largo de la vida, definiéndola y redefiniéndola para estar seguros de que cuando los dos hablan de ustedes, estén hablando de lo mismo.

Pero la chamba no se termina ahí. Uno de los grandes problemas de las relaciones heterosexuales es que el hombre asume que conoce lo que está bien para ambos, por lo cual decide unilateralmente y, en el mejor de los casos, posteriormente informa a su compañera de los resultados. En una relación homoerótica puede recurrirse a una estrategia semejante, causando consecuentemente el distanciamiento en la pareja. En lugar de esto, lo más conveniente es que permanezcas al tanto de las necesidades de tu chavo o de tu chava, al mismo tiempo que debes estar súper consciente de las tuyas; son dos tareas simultáneas que sobre la marcha se vuelven sencillas de manejar. Como lo es tu proyecto de pareja, las necesidades tuyas y suyas también son cambiantes y deben de ser algo sobre lo que se hable o se pregunte en cualquier situación en la que haga falta.

Así, comunicación es hacer preguntas para saber, y es también expresar lo que sentimos cuando todavía nadie ha preguntado.

Ahora que, tampoco hay que abusar; comunicación no es tratar de saber a cada minuto donde anda, con quien, qué hace y cómo. Hay que dejarse mutuamente respirar y darse cada quien su espacio, porque el modelito de telenovela en el que ambos están juntos como muégano mutante y no necesitan de nada ni nadie más, no es que este pasado de moda, es simplemente que jamás funcionó. Si bien siendo pareja cada uno es dependiente del otro, cada cuál debe ser capaz de mantener un vínculo independiente con el universo.

Hay tres mundos para la pareja: un mundo es el que te corresponde a ti, en el que están tus amigos, tus actividades profesionales y los hobbies que no compartes con tu pareja; otro es el suyo, con sus amigos, actividades y sus hobbies, y sólo a veces te invita a participar de él, como tu a veces le invitas a entrar al tuyo; ninguno está obligado a compartirlo si no tiene ganas de hacerlo. Un tercer mundo es el que ambos han construido durante el desarrollo de su relación, que incluye a veces el espacio donde viven o simplemente conviven, las amistades que se hicieron comunes, el negocio que ambos abrieron, etcétera. Lo que define y limita cada mundo es la comunicación: decir con franqueza lo que queremos compartir y lo que de plano no, así corresponda a su mundo o al tuyo, asumiendo que no hay obligaciones de por medio.

Pero, a todo esto, ¿porqué en algún momento todos buscamos tan afanosamente iniciar una relación de pareja? La respuesta la encuentras en el rollo de la realización personal. Cada ser humano, hombre o mujer, gay o hétero, busca alcanzar todas sus potencialidades para las que esta destinado; nos involucramos en proyectos que retan nuestra inteligencia, en actividades que ponen a prueba nuestra condición física, en situaciones que nos exponen a nuestras emociones, y todo con el objetivo de trascender nuestros límites y entonces lograr la satisfacción completa de uno mismo. Sin embargo frecuentemente necesitamos de los demás para crecer en este sentido, por eso hacemos amistad con otros y, efectivamente, en su momento nos afanamos en la búsqueda de una relación de pareja.

Todos necesitamos realizarnos de diferentes maneras, y esto es parte de la razón por la que surge una de las broncas más recurrentes entre las parejas de chavas o de chavos: la competencia. Es común escuchar que para un hombre poderse realizar, necesita mantener una familia, ser tosco y masculino, siempre ser proveedor y promiscuo, porque “así son los hombres”. Por otra parte, para una mujer realizarse debe ser comprensiva, femenina y cuidar de los suyos porque “ya sabes como son las mujeres”. Todos hemos escuchado este rollo que se repite hasta el hartazgo, y en mayor o menor grado nos lo hemos creído, integrándolo a nuestra manera de entender al mundo; de modo que si te detienes a pensar sobre como es un hombre de “a de veras”, muy probablemente se te ocurra imaginártelo muy rudo o agresivo.

Es difícil encontrar a una persona gay ajena a esta influencia; por eso cuando dos hombres se juntan en una relación, viven dudando poder realizarse como tales, pues se cree por inercia que uno debe de dominar al otro. Igualmente sucede con dos chavas en pareja, una tendiendo a ser maternal y la otra también. A veces es chido preguntarse: ¿como vamos a realizarnos mi chavo y yo como hombres?, ¿dónde está nuestra realización como mujeres?, ¿necesito yo realizarme específicamente como hombre?, o ¿qué es lo que realmente necesito?, y luego compartir estas reflexiones con nuestra pareja y escuchar lo que tiene que decir al respecto.

Cuando no afrontas directamente estas preguntas, así como la respuesta con completa franqueza, corres el riesgo de llevar tu relación hacia una dinámica de competencias, donde uno buscará reafirmar su calidad de hombre sobre la de su pareja (reduciendo la realización del otro consecuentemente), o su calidad de mujer, cuando son chavas, sobre la de su compañera. Este bache en la relación se nota mucho más cuando él trata de ser el que decide, quien gana más dinero, o incluso a quien se le nota menos su homosexualidad; o entre ellas, cuando una trata de convertirse en la fuente única de satisfacción para las necesidades de la otra, coartando a la larga su libertad y volviéndose tremendamente asfixiante para la pobre chava. Simplemente unos y otras se dejan llevar por lo que todos aprendimos, y tratan de cumplir con el rol que de niños nos fue inculcado; creyendo que su felicidad depende de que cumplan con estos papeles.

Entre las parejas que no consiguen salvar este obstáculo, puedes encontrarte con que un miembro de la relación cede, concediendo la supremacía al otro con la intención de preservar la armonía entre los dos; pero también puede ser que en lugar de ceder se embarque de lleno en la dinámica y vuelvan de la competencia una manera permanente de relacionarse. En cualquiera de los casos, la competencia invariablemente se convierte en violencia, sin importar si es una pareja de chavos o de mujeres; violencia que puede manifestarse con golpes, insultos, silencios o actitudes que paulatinamente crecen la distancia entre ambos, hasta que se fractura la relación.

Y si, evitar esto no son enchiladas, pero vale la pena lograr una relación donde uno y otro sean iguales, valgan lo mismo para los intereses de la pareja y tengan cada cual el mismo poder de decisión en la elección de posibilidades; al cabo ninguno está solo, se tienen mutuamente, y como ya lo dijimos antes: son un equipo que trabaja por sacar adelante su proyecto de pareja. Una estrategia que puede servir fabulosamente es la negociación, es decir, comunicar cada quien sus necesidades y juntos encontrar una solución que satisfaga a ambos.

Vamos, un ejemplo de lo anterior: supongamos que eres un chavo de los que les encanta ser protectores y tu pareja es igual; entonces ambos se toman la tarde y platican a fondo sobre esto, hasta identificar la situación en que cada quién se percibe a sí mismo vulnerable y así ponen en claro en que momentos le toca a uno proteger y en cuales le toca al otro ser protegido, acto seguido se comprometen los dos a dejarse apoyar ¡y listo!, no pelearán por ser el superhombre porque cada quién tendrá su oportunidad de serlo. Inténtalo este fin de semana y nos cuentas cómo te fue.