jueves, 31 de diciembre de 2009

Legalización del matrimonio "gay"

Medio distraídos por la navidad, ni oportunidad tuvimos de ponernos alegres por la aprobación del matrimonio entre hombres y mujeres homosexuales. Este acontecimiento, que casi pudo arrastrar al soponcio a ciertos líderes ideológicos que no están de acuerdo con la noticia, da un giro al modo en que cientos de personas gays se planteaban su propio proyecto de vida: uno crece, consigue un trabajo, una pareja, forma una familia y etcétera; especialmente cuando se es heterosexual. Ya ves, todo cuanto dice el manual tradicional de cómo uno debe vivir, una versión sofisticada y aumentada del “nacer, crecer, reproducirse y morir”.

¿Qué implica hoy, tener la posibilidad de contraer matrimonio entre personas de un mismo sexo?

Fundamentalmente eso, una posibilidad.

Si anteriormente una mujer o un hombre gay no se casaban, era porque no podían; hoy si no se casan es porque eligieron no hacerlo. Es una diferencia sutil, pero importantísima cuando hablamos de existir en un contexto social que nos da o no los recursos necesarios para vivir plenamente. Pero, quién no querría casarse, pudiendo hacerlo y habiendo encontrado a la persona adecuada?; las opiniones ciertamente se dividen.

Legalización del matrimonio "gay"

Medio distraídos por la navidad, ni oportunidad tuvimos de ponernos alegres por la aprobación del matrimonio entre hombres y mujeres homosexuales. Este acontecimiento, que casi pudo arrastrar al soponcio a ciertos líderes ideológicos que no están de acuerdo con la noticia, da un giro al modo en que cientos de personas gays se planteaban su propio proyecto de vida: uno crece, consigue un trabajo, una pareja, forma una familia y etcétera; especialmente cuando se es heterosexual. Ya ves, todo cuanto dice el manual tradicional de cómo uno debe vivir, una versión sofisticada y aumentada del “nacer, crecer, reproducirse y morir”. ¿Qué implica hoy tener la posibilidad de contraer matrimonio?

Fundamentalmente eso, una posibilidad. Si anteriormente una mujer o un hombre gay no se casaban, era porque no podían; hoy si no se casan es porque eligieron no hacerlo. Es una diferencia sutil, pero importantísima cuando hablamos de existir en un contexto social que nos da o no los recursos necesarios para vivir plenamente. Pero, ¿quién no querría casarse, pudiendo hacerlo y habiendo encontrado a la persona adecuada?; las opiniones ciertamente se dividen.


miércoles, 2 de diciembre de 2009

,

Gay + Viejo = Una combinación explosiva

Cuando éramos pequeños, era frecuente que tuviéramos que dar respuesta a la pregunta más existencial del momento: “dime Juanito, ¿qué quieres ser de grande?”, y entonces nosotros, o Juanito en este caso, abandonábamos nuestros juegos para imaginarnos rescatando heroicamente a las ahumadas víctimas de algún incendio, arrestando peligrosos criminales o hasta de safari por ignotos recovecos del África Negra; y entonces contestábamos con satisfacción anticipada y una sonrisa de oreja a oreja, lo que seríamos de grandes.

Años después crecimos, fuimos al bachillerato; tal vez nos aventamos una carrera y entre desvelos, trabajos, exámenes, y sábados de ligue, nos topábamos con nuestras tías y las amigas de mamá que interrumpían su algarabía social para preguntarnos otra vez: ¿qué harás al terminar tus estudios, Juanito?, y el pobre Juanito, así como en su momento también nosotros, mira estupefacto a las menopáusicas señoras mientras se devana los sesos buscando para ellas una respuesta convincente.

Así, Juanito se enfrenta cada tanto a una nueva versión de la misma pregunta; cada tanto debe buscar dar atisbos de lo que va a ser su futuro para darle un sentido al hoy que a su vez le ocupa. Y con los años, llega el cumpleaños en que no es más Juanito, sino un Don Juan adulto que por fin es lo que iba a ser de grande y ya hace lo que se supone que haría cuando terminara sus estudios, con cierto margen de error, por supuesto.

,

Gay + Viejo = Una combinación explosiva

Cuando eramos pequeños, era frecuente que tuviéramos que dar respuesta a la pregunta más existencial del momento: “dime Juanito, ¿qué quieres ser de grande?”, y entonces nosotros, o Juanito en este caso, abandonábamos nuestros juegos para imaginarnos rescatando heroicamente a las ahumadas víctimas de algún incendio, arrestando peligrosos criminales o hasta de safari por ignotos recovecos del África Negra; y entonces contestábamos con satisfacción anticipada y una sonrisa de oreja a oreja, lo que seríamos de grandes.

Años después crecimos, fuimos al bachillerato; tal vez nos aventamos una carrera y entre desvelos, trabajos, exámenes, y sábados de ligue, nos topábamos con nuestras tías y las amigas de mamá que interrumpían su algarabía social para preguntarnos otra vez: ¿qué harás al terminar tus estudios, Juanito?, y el pobre Juanito, así como en su momento también nosotros, mira estupefacto a las menopáusicas señoras mientras se devana los sesos buscando para ellas una respuesta convincente.


miércoles, 28 de octubre de 2009

Rompe el miedo: ¡hazte la prueba!

Usualmente no nos gusta hablar de SIDA o VIH, e incluso, muchas veces es molesto el simple hecho de que se nos mencione el tema. Nos causa inseguridad, nos despierta el miedo porque, muy probablemente, todos alguna vez en nuestra vida hemos tenido conductas sexuales de alto, mediano o bajo riesgo. A todos alguna vez se nos ha roto el condón, o tuvimos relaciones sexuales sin siquiera sacar al preservativo de su bolsita, o al menos una vez hemos hecho sexo oral sin protegernos. Y al final, cuando nos ponemos a sacar cuentas, resulta que mejor no queremos ni hablar de eso.

De eso. El SIDA es un fantasma que forma parte de las vidas de muchas personas que viven sin haber sido infectados por el VIH, o quizá habiendo sido infectados; la cuestión es que no saben, ni tienen idea. Para sí mismas, reconocen que pudieron haberse infectado con el virus “la noche aquella, entre copas, con aquel moreno ardiente, en esa playa sin testigos y un calor que te ponía la libido al cien”, pero evitan pensar en ello y tajantemente descartan de entre sus alternativas la idea de hacerse la prueba.
La tan mencionada “prueba”, es un análisis de anticuerpos que se le hace a una pequeña muestra de sangre, de quien está interesado en conocer su estado serológico al respecto del VIH. No se trata de una prueba que revise directamente la presencia del virus, lo que hace es dar un vistazo a las huellas que a su paso, el VIH va dejando. Si se trata de la sangre de una persona que ha sido infectada, entre las células de su plasma sanguíneo habrá vestigios de anteriores batallas libradas contra este invasor, es decir: anticuerpos. Los anticuerpos son códigos muy específicos que emplean las células del sistema inmunológico para dejar instrucciones de cómo neutralizar a los agresores, como si fueran archivos o vitácoras, y cuando estos códigos andan entre las células de la sangre, se entiende que ha habido batallas ulteriores contra, en este caso, el virus VIH.
La prueba se llama ELISA, y es la que más comúnmente se realiza en laboratorios y centros de salud. En sí, la confiabilidad de la prueba es la misma, igual de buena, en los unos y los otros. En los centros de salud, cuando el resultado generado por la ELISA es positivo (es decir, que la existencia de anticuerpos evidencia la presencia del VIH) se hace con la misma muestra de sangre una segunda prueba, llamada Western Blot, que es muy similar a la primera, pero todavía más exacta. Esto implica que el resultado final, de ser positivo, fue confirmado por una segunda prueba antes de que uno la reciba; así, un resultado negativo habla de la ausencia del virus, uno positivo, de su presencia. Ser seronegativo es no estar infectado por el virus, ser seropositivo es sí estarlo.
Realizarse la prueba implica una de entre dos consecuencias importantes: recibir un resultado negativo implica el fin de la incertidumbre y del miedo, puedes seguir tu vida sabiendo que no estás infectado y que no lo estarás en tanto te cuides durante tus próximas relaciones sexuales; por otra parte, recibir un resultado positivo es ser avisado muy en tiempo para empezar a valorar el estado del virus en nuestro cuerpo y conocer como hemos de cuidarnos.
Sin embargo, es por temor a un resultado positivo por lo que generalmente no nos realizamos la prueba. Comúnmente tenemos la idea, muy irracional por cierto, de que la enfermedad inicia una vez que nos es diagnosticada. Por eso no vamos al médico, porque no queremos que nos digan que ese dolor en la boca del estómago es una gastritis, y no vamos ni iremos hasta que la situación, por hacerse insostenible, nos obligue a pedir consulta; entonces será tarde. Lo mismo sucede con el dentista, o con la prueba de VIH. Entre las historias que surgen en torno al virus, hay demasiados casos en los que alguien muere de neumonía u otra enfermedad que surgió debido al SIDA, y que por temor a afrontar la posibilidad de vivir con VIH dejó que éste evolucionara hasta conducirle a una condición sin retorno.
¿Y nada más de SIDA? También hay historias idénticas en torno al cáncer, la diabetes e incluso a un incipiente dolor de muelas que paulatinamente condujo a la pérdida del oído. El asunto aquí es tener el valor de conocer cómo está nuestra salud, y si esta bien, seguirnos cuidando; y si está mal, corregirlo para volver a estar bien. Sin embargo cuando vamos a una consulta, generalmente nuestros pensamientos orbitan en torno al natural temor que le tenemos a la muerte, y convertimos al hecho de tomar consciencia de nuestra salud, en una aproximación a la muerte, cuando en realidad es contundentemente una aproximación a la vida.
Así pues, hazte la prueba; se trata de tu tranquilidad.
Y si vas a hacerte la prueba, aquí van tres tips que pueden serte de utilidad:
Checa si el establecimiento donde te harás la prueba te ofrece consejería o apoyo psicológico; en el peor de los casos, no querrás que te den el sobre con tu resultado y te echen a la calle para que lo abras a la orilla del Periférico. Usualmente los Centros de salud u organizaciones contra el SIDA te dan este servicio.Acude a realizártela prueba al menos dos meses después de tu última práctica de riesgo, es decir, de la última vez que tuviste sexo sin condón, que se te rompió o etcétera. Hacerte la prueba una semana después de haberte expuesto, dará un resultado negativo aún existiendo la infección.
Habla con un amigo o amiga, un familiar o con tu pareja para que te acompañe hacerte la prueba. Si es tu pareja, podrían hacérsela los dos. Sin duda se trata de un trance que es mejor pasarlo acompañado por alguien que nos pueda dar soporte y apapacho silo necesitamos.
Y un consejo más: ¡infórmate!, los nervios y el miedo suelen ser producto de ideas erróneas, datos a medias, tabúes y franca ignorancia. Si hay algo que te asusta investiga, verás que no era tan terrible como lo pensabas.
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Rompe el miedo: ¡hazte la prueba!

Usualmente no nos gusta hablar de SIDA o VIH, e incluso, muchas veces es molesto el simple hecho de que se nos mencione el tema. Nos causa inseguridad, nos despierta el miedo porque, muy probablemente, todos alguna vez en nuestra vida hemos tenido conductas sexuales de alto, mediano o bajo riesgo. A todos alguna vez se nos ha roto el condón, o tuvimos relaciones sexuales sin siquiera sacar al preservativo de su bolsita, o al menos una vez hemos hecho sexo oral sin protegernos. Y al final, cuando nos ponemos a sacar cuentas, resulta que mejor no queremos ni hablar de eso.

De eso. El SIDA es un fantasma que forma parte de las vidas de muchas personas que viven sin haber sido infectados por el VIH, o quizá habiendo sido infectados; la cuestión es que no saben, ni tienen idea. Para sí mismas, reconocen que pudieron haberse infectado con el virus “la noche aquella, entre copas, con aquel moreno ardiente, en esa playa sin testigos y un calor que te ponía la libido al cien”, pero evitan pensar en ello y tajantemente descartan de entre sus alternativas la idea de hacerse la prueba.

jueves, 16 de julio de 2009

Barebacking: el gusto de tener sexo sin condón

Le llaman bareback a la acción de tener relaciones sexuales sin usar un condón. En el vox populi es una práctica que se asocia más con la comunidad formada por hombres gay, dentro de la que se ha hecho más revuelo y ha llegado, incluso, a asumirse que se trata de un mal traído al mundo por nuestra comunidad. ¿Qué hay en torno a este tema?

El primer referente cuando se trata el tema de no tener sexo protegido (usando el condón) es el VIH o virus de la inmunodeficiencia humana, que se ha transmitido principalmente mediante relaciones sexuales, a través de la sangre y el semen. Cuando se lleva a cabo sexo oral el riesgo de infección, en caso de que uno de los participantes en la relación sexual viva con el virus en su sistema, es bajo. No así cuando es vaginal o anal, en cuyo caso el riesgo aumenta considerablemente.

El sentido común habla de protegerte a ti y proteger al otro durante una relación sexual, para que ninguna infección se transfiera por esta vía. Sin embargo, en términos prácticos lo más conveniente es que tú te protejas a ti mismo, sin esperar que el otro se preocupe por mantener tu salud y confíes en que el otro, o los otros, harán lo propio.

Suena como si efectivamente habláramos de hombres homosexuales, sin embargo lo que ahora llamamos bareback es, en realidad, una práctica cotidiana en una multitud de matrimonios heterosexuales, quienes una vez contraídas las nupcias y asumido el pacto de monogamia entre ambos, dejan de lado el condón durante sus noches de pasión; especialmente cando ambos ya han tomado medidas permanentes para no tener más hijos como la vasectomía y la ligadura de las trompas de Falopio. Es decir, la idea que prevalece es que si ya no deben de cuidarse de traer mas hijos al mundo, y además son monógamos, ¿porqué habrían de protegerse durante el sexo?

En teoría el argumento tiene sentido, sin embargo su plan tiene alguna grave falla por la que el virus se ha colado alarmantemente hacia la población de mujeres casadas que no han tenido sexo fuera de su relación conyugal; ¿son ellas victimas del bareback, o solamente el “solo con tu pareja” se aplica únicamente de dientes para afuera?

Socialmente no asociamos el bareback con las relaciones sexuales entre una mujer y un hombre, aun cuando muchos hombres heterosexuales aseguran que efectivamente lo prefieren hacer sin condón porque “con condón no se siente nada”, o “no se me para con condón”, y etcétera, o hay mujeres que sostienen que no les gusta sentir el látex dentro de su vagina e, incluso, llegan físicamente a tensarse tanto por sus ideas al respecto, que cuando hay un condón de por medio, la relación sexual en lugar de placentera les es completamente dolorosa y, por ende, aversiva.

¿Cómo obligar a hombres o mujeres a usar el condón cuando tienen sexo? A principios de este siglo, la Organización Mundial de la Salud publicó una lista de derechos sexuales en los que, grosso modo, se ponía en claro que todo ser humano tenía el derecho de vivir su sexualidad con absoluta libertad según sus propias orientación, preferencias por una u otra práctica, y a la frecuencia de su actividad sexual. Con esto se descarta la posibilidad de obligar a nadie a usar condón, solo queda exponer un buen argumento a ver si al otro le hace sentido protegerse.

En nuestra cultura occidental hay una especie de gusto extraño por lo espontáneo e improvisado, como en el sexo. Se piensa que el encuentro sexual más memorable es ese en el que nada indicaba que se llegaría a dar, ejemplo: los acontecimientos llevaban un curso tal, y de repente, “¡cachacuas!”, ya estamos en pelotas y el uno adentro del otro. Este plus que aporta la espontaneidad nos lleva muchas veces al acto sexual sin la menor preparación; no solamente en lo que al condón se refiere, sino también a las ganas, la higiene o la conveniencia del lugar en el que a uno le ha “agarrado la calentura”.

Cosa distinta es lo contrario: compras unas velas aromáticas y las dispones a lo largo y ancho de la estancia, metes unas botellas de vino al refrigerador, te bañas, te perfumas, te rasuras los excesos de vello (en caso de que venga al caso) y pones unos focos que iluminen bajito; armas una buena selección de música en tu iPod para que no tengas que estar preocupándote por cambiarle al disco e, incluso, si se te antoja, podrías preparar en la cocina algo rico, aromático y sensual. Entonces, ya con algo rico preparado para cada uno de tus cinco sentidos, traes al susodicho o susodicha al lugar y te dispones a disfrutar de su compañía, su presencia, su cuerpo… y del escenario que tan maravillosamente diseñaste. Suena rico, ¿no?

Muchos hombres no traen un condón a la mano, por si llega a ofrecerse, porque muchas mujeres, u otros hombres, de inmediato les tachan de pervertidos, de que solamente van por sexo, de que avanzan muy rápido y vayan ustedes a saber que más. Muchas mujeres no traen condones a la mano porque, bueno, en nuestra sociedad una mujer con condones no es lo mejor visto. Igual sucede con la mujer que pide un condón cuando ha llegado el jugoso momento de la verdad. Nuestras tradiciones determinan que la mujer en lo sexual no tiene ni voz, ni voto; a lo mucho puede decir, “no, por favor”, lo que a oídos del macho es un “si, muchas gracias”, o un “wow, estuviste fabuloso”, pero en ningún caso queda bien que diga “estas bien sabroso” o “vamos a mi departamento”. Ahora, solicitar un condón es anatema, ¿que se va a decir de ella?

Sugerir el condón, en cualquier caso también puede interpretarse equivocadamente como un acto de desconfianza, o como una silenciosa declaración de culpabilidad.

Frecuentemente los hombres que gustan del bareback también le confieren una especial importancia a la virilidad y establecen con esta práctica un puente entre su masculinidad y el sexo; no es simplemente que el que se arriesga a “coger a pelo” sea más hombre, se trata del deseo de poseer o ser poseídos al o por el otro y relegar a este o recibir la responsabilidad. Habiendo entrevistado a media docena de hombres gay que practicaban con exclusividad el bareback por encima de otras prácticas sexuales, ellos enfatizaron este encuentro entre masculinidades y tal posesión de la virilidad del otro: se protege al que es poseído, hay jerarquización, se asume confianza, pero se ignora el riesgo.

Se diría que para algunas personas el acto sexual es el momento en que uno toca y es tocado; ¿recuerdas cómo empieza la película con Sandra Bulock “Crash”, que en español se nombró “Alto impacto”?, dice que las personas buscamos ser tocadas, hacer contacto. En las megalópolis en que vivimos pareciera que nos rosamos entre nosotros continuamente, pero son roses, raspones que irritan más que agradar. En realidad no hay un contacto real que de pauta para una intimidad, y en el bareback esta búsqueda llega al territorio de la metáfora explícita: el deseo de tocar y sentir al otro, sin barreras.

De ser correcto este argumento, el bareback genera la falsa impresión de un “contacto verdadero” entre ambos partenaires sexuales; pero finalmente es falso, porque no se establece una intimidad mayor que la de ambos estar desnudos. La intimidad y comunión que todos deseamos se construye con la cotidianidad, difícilmente a través de un solo instante.

El vox populi ha satanizado el bareback en los medios de comunicación y en las charlas de café, argumentando que es algo propio de esos homosexuales que se ponen cada vez más en riesgo durante el sexo. Hay quienes sugieren que se trata de la delicia en lo prohibido lo que lleva a una persona a arrojar el condón a la basura, sin siquiera abrirlo; otros sugieren que se trata de la consecuencia de políticas de sensibilización inadecuadas en una cultura en la que hablar de sexo es anatema; ¿cómo te voy a explicar la importancia de cuidar tu sexualidad si no puedo permitirme decir “culo”, “verga” y demás palabras de uso cotidiano?

Nos hemos inventado palabras light aprobadas por la academia de medicina, que además de sonar a quirófano, están emocionalmente esterilizadas. Puedo decir “pene”, “vagina” o “clítoris” con voz de tenor y sin que se caiga de mi ojo el monóculo de la elegancia, siempre que me refiera a las partes (así, como refacciones de auto) del cuerpo humano. Aunque diga “pene”, no puedo hablar de “mi pene” porque eso no está bien visto. El arte de ser elegante y bien acomodado en esta sociedad estriba en hablar impersonalmente todo el tiempo y con las palabras adecuadas.

Y luego se preguntan porque anda en las calles tanto neurótico.

El bareback y la entrada del VIH a los hogares nupciales presuntamente monógamos y heterosexuales son simplemente síntomas de un mal mayor: nuestra sociedad subsiste negando cada día poseer una sexualidad y sintiéndose culpable cuando esa sexualidad rompe las cadenas que le imponemos (que le impongo yo, que le impones tu). Y vamos, ¿quién creemos que somos, que en esta cultura aspiramos llegar un día a rediseñar un ser humano sin sexualidad?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Barebacking: el gusto de tener sexo sin condón

Le llaman bareback a la acción de tener relaciones sexuales sin usar un condón. En el vox populi es una práctica que se asocia más con la comunidad formada por hombres gay, dentro de la que se ha hecho más revuelo y ha llegado, incluso, a asumirse que se trata de un mal traído al mundo por nuestra comunidad. ¿Qué hay en torno a este tema?

El primer referente cuando se trata el tema de no tener sexo protegido (usando el condón) es el VIH o virus de la inmunodeficiencia humana, que se ha transmitido principalmente mediante relaciones sexuales, a través de la sangre y el semen. Cuando se lleva a cabo sexo oral el riesgo de infección, en caso de que uno de los participantes en la relación sexual viva con el virus en su sistema, es bajo. No así cuando es vaginal o anal, en cuyo caso el riesgo aumenta considerablemente.

El sentido común habla de protegerte a ti y proteger al otro durante una relación sexual, para que ninguna infección se transfiera por esta vía. Sin embargo, en términos prácticos lo más conveniente es que tú te protejas a ti mismo, sin esperar que el otro se preocupe por mantener tu salud y confíes en que el otro, o los otros, harán lo propio.

lunes, 25 de mayo de 2009

Autoaceptación y miedo en la experiencia homosexual

En esta nuestra sociedad, uno de los desafíos más profundos para personas homosexuales, es la constante sensación de ser observados y juzgados por su orientación sexual. Este miedo no es únicamente una reacción ante las y los demás, sino el eco de una lucha interna por la autoaceptación; descubriendo nuestra identidad y enfrentando el proceso de asumir nuestra sexualidad, es común sentir que la diferencia con el resto de la gente es evidente: que cada persona del rededor lo nota y que esta percepción provoca rechazo.

¿De qué modo estas percepciones afectan las relaciones interpersonales y nuestra salud mental, y cómo podemos aprender a gestionar este miedo y a aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos?, no son preguntas sencillas.

El miedo a ser visto /a

Lo dicho: frecuentemente la preocupación de que “se nota que soy gay” genera una angustia constante, especialmente en las primeras etapas de autoexploración que a veces suceden en la adolescencia, y a veces antes. La experiencia común, es la de caminar por la calle y sentir que todas las miradas están puestas sobre uno, desde el vendedor de la esquina, el conductor del Uber, hasta la señora cruzando la calle. Esto no solamente reproduce una nube de ansiedad, sino que igual, genera una falsa creencia de que la gente nos percibe únicamente a través de nuestra orientación sexual.

Y tu, ¿temes que lo gay se te note?

Hay algo muy común que sucede cuando se es gay, particularmente cuando empiezas el proceso de explorar y aceptar tu orientación sexual y no sabes cómo relacionarte con el mundo, o que esperar de la gente; es esa sensación de que tu sexualidad distinta es tremendamente notoria, que cada persona que te mira lo puede percibir y que, consecuentemente, adopta una actitud negativa hacia ti. A veces pasa que sales a la calle y sientes en ti las miradas de todo el mundo porque eres gay, desde el vendedor de revistas en su local, hasta la señora que está cruzando la calle en el semáforo. Y lo cierto es que nadie te pela ni te juzga, ni se han enterado que estás pasando por ahí, pero tu mantienes esa sensación como tu nube personal de tormenta.

La cosa se agrava cuando tienes que interactuar con alguien: digamos el cajero del banco, la encargada de una tienda o los compañeros del trabajo, mientras una pequeña vocecita te dice que se están dando cuenta, porque “se te nota” que eres gay. Entonces tu comportamiento se vuelve raro frente a ellos, se hace defensivo, cauteloso, reservado, y ellos reaccionan a esa conducta rara con la que los tratas, efectivamente tratándote distinto a su vez; esta reacción de ellos hacia ti confirma, como en un círculo vicioso, que todas tus eran correctas: se te nota a leguas y le chocas a la gente porque eres homosexual. Así, mientras ves “moros con tranchete”, como diría mi abuela, te dejas envolver por una confusa secuencia de malas interpretaciones, donde tu miedo genera en la gente conductas que te hacen creer que saben de tu orientación sexual. Esto le ha pasado, prácticamente a toda persona gay alguna vez en su vida, pero aunque hay unas pocas personas a quienes les sucede esto todo el tiempo.


lunes, 19 de enero de 2009

Causas y peligros del auto - boicot

Cuando trabajas en un consultorio, es sorprendente el número de personas que acuden a psicoterapia tras el final abrupto de una relación de pareja. Entre ellos, es aún más sorprendente la cantidad de personas que terminan su relación por problemas relacionados con su celular.

Imaginemos la historia de Juan e Israel:

Cuando Juan se quedó solo en el departamento, descubrió que Israel, su novio, había dejado olvidado su teléfono celular en el buró del dormitorio. Juan lo tomó y mientras miraba la televisión, jugueteaba mecánicamente con el aparatito entre las manos.

“La tentación era demasiada”, me dijo en el consultorio un mes después. Lo abrió rápidamente entre un comercial para aspiradoras y un adelanto de la telenovela, cuidándose de que Israel no apareciera de repente cruzando la puerta.

Juan se dirigió directamente a los mensajes de texto recibidos en los últimos días. Nunca antes lo había hecho y tampoco esperaba encontrar nada en específico. Al menos eso es lo que él dijo.

El hecho es que entre los mensajes, además de encontrar los que él mismo le había escrito a Israel, se topó con varios de un tal Gerardo X., quien en un mensaje confirmaba una cita dos días antes, en otro avisaba que llegaría tarde a la susodicha, y en algunos más le enviaba una dirección o un número de teléfono. Juan estaba furioso, eso ya se lo imaginaba, ahora para él todo tenía sentido.

Causas y peligros del auto - boicot

Cuando trabajas en un consultorio, es sorprendente el número de personas que acuden a psicoterapia llevados por el final de una relación de pareja que acaba de manera abrupta; y entre ellos, todavía más sorprendente es el número de gente que termina su relación por problemas con su celular.

Me explico:

Cuando Juan se quedó solo en el departamento, descubrió que Israel, su pareja, había dejado olvidado su teléfono celular en el buró del dormitorio. Juan lo tomó y mientras miraba la televisión, jugueteaba mecánicamente con el aparatito entre las manos. "La tentación era demasiada", me dijo en el consultorio un mes después; lo abrió rápidamente entre un comercial para aspiradoras y un adelanto de la telenovela, y cuidándose de que Israel no apareciera derepente cruzando la puerta. Juan se dirigió directamente a los mensajes de texto recibidos en los últimos días; nunca antes lo había hecho, tampoco esperaba encontrar nada en específico.