jueves, 21 de noviembre de 2013

El dilema disfuncional de la Familia Ideal

Desde la década de los setenta ha habido una tremenda difusión a lo que los medios de comunicación primero, y después los programas gubernamentales han definido como la familia ideal. En las series de televisión hemos visto agrupaciones familiares donde, salvo algún que otro conflicto intrascendente, todo es armonía, amor y colaboración: la familia Ingalls en su casita de la pradera, los Adams que aunque un poco locos, bastante “funcionales”, y etcétera. No es difícil prolongar esta lista de aquél entonces, hasta la serie animada de “Padre de Familia” que dejará de transmitirse en el 2014.

El modelo de la familia ideal nos ha vendido, y nosotros nos hemos comprado, la sentencia de que para que una familia sea funcional, necesita incluir una mamá, un papá y al menos dos hijos para que se hagan compañía mutuamente, que según porque los hijos únicos crecen traumatizados. La familia ideal puede incorporar uno o ningún perro al grupo, según sea el gusto. Con este bombardeo cultural, en Latinoamérica y especialmente aquí en México, hemos asumido peligrosamente que una familia sin estos elementos es una familia incompleta y disfuncional.

Y no solamente atribuimos que para que una familia funcione debe contar con todas estas piezas; porque además, cada integrante de la familia ideal tiene una función específica que cumplir: el papá trabaja y trae dinero, la mamá cocina y cuida de la casa, el hijo es responsable de cuidar a su hermana y la hija ayuda a la mamá a servir la comida y ver que se le ofrece a su hermano. Y de nuevo, si hay alguien que no cumpla con la labor prescrita dentro de la familia, la familia entera recibe la etiqueta de disfuncional. ¿La mamá trabaja y el papá no encuentra un empleo?, ¿la hija sale a jugar fútbol americano y llega toda batida a casa?, ¿el hijo le ha dado por meterse al ballet?

Con esta carga de exigencias sociales, tendemos a olvidar que la función de una familia es aportar y contribuir a que personas de bien se incorporen en nuestra sociedad. Por eso es verdad que la estabilidad familiar es importante, o que lo que aprendemos en la familia determina como nos relacionaremos con las personas y las instituciones cuando seamos mayores, y así. Pero ¿qué es una familia disfuncional?

Según el modelo de la familia ideal, obviamente una familia disfuncional es toda aquella familia que no se apegue al patrón ideal. Y entonces uno sale a las calles buscando un ejemplo satisfactorio de “familia ideal” y regresa a casa si haber encontrado ninguna. Eso querría decir que lo habitual y cotidiano en las familias es ser disfuncionales; y en parte es correcto.

No se trata de que por formar parte de una familia donde los papás se han separado, o donde el hijo menor se hace cargo de la casa, todos estén condenados a la disfuncionalidad. Subrayo, no se trata de eso: el modelo de la familia ideal no es la clave de la armonía o la funcionalidad. La clave para una familia funcional es que cada familia encuentre su propia y única manera de funcionar, la manera de organizarse que más les acomoda y el estilo para comunicarse que mejor les resulta.

En cualquier ocasión en que una familia trata de seguir los patrones que otra familia mantiene para relacionarse, en ese momento empezarán a tener conflictos; básicamente porque el contexto que rodea a una, es bien distinto al contexto de todas las demás. No importa si a los Gutiérrez les funciona muy bien esa manera de hacer las cosas, a los Hernández no les va a resultar, porque ellos tienen que encontrar su propia manera.

¿Cómo saber si estamos funcionando? En primera instancia, olvidémonos de perseguir al fantasma de la familia ideal, ese solamente funciona en los cuentos modernos de las telenovelas mexicanas. Y eso a veces.

Sabrás que tu familia está funcionando cuando las reglas que se ponen para relacionarse, son reglas que se mantienen y no cambian de la noche a la mañana; es decir, no está padre si lo mismo que en su momento mereció un castigo, hoy causa indiferencia o incluso celebración.

Sabrás que tu familia funciona si los roles están definidos para cada quien según su edad, posición en la familia y recursos personales, pero esos roles se originan en el contexto de la familia, no de estereotipos donde “por ser el hombre tiene que traer dinero” o “por ser mujer no sale de la cocina”. Cuando los hijos regañan a los papás, por ejemplo, podemos intuir probablemente que los roles se han invertido.

Sabrás además que la comunicación no está funcionando en tu familia cuando las emociones se van quedando estancadas; es decir, cuando llegas a casa y todos están enojados en mayor o menor grado, cuando están más o menos nerviosos o asustados, tal vez tristes o etcétera. Las emociones fluyen conforme fluye la comunicación; por eso, si notas que a la dinámica emocional de tu familia ya se le trabó las velocidades, pregúntate de qué asunto importante no están hablando.

Vamos, que si en tu familia van a cambiar las reglas, es importante que hablen acerca de eso y puntualicen las razones de ese cambio y el modo en que se va a abordar eso mismo en el futuro. Los acuerdos son así también: si hoy acordaron hacer las cosas de cierto modo y en determinado momento ese acuerdo ya no funciona, en lugar de cambiar el acuerdo espontáneamente, háblenlo y planteen mediante una nueva negociación, una nueva estrategia.

La familia suele ser una estructura social jerarquizada, donde cuando hay hijos, ellos van abajo y papás y mamás van arriba; los adultos por su mayor experiencia de vida y amplitud al evaluar las circunstancias tienen derecho de veto y mayor opinión en la toma de decisiones. Está bien que involucremos a los niños en el proceso de decidir, pero es muy estresante para ellos hacerse responsables de las decisiones desde los recursos que tienen que, por ser niños, todavía son poquitos.

Todas las familias tienen lo necesario para funcionar, y estadísticamente, son más las familias que funcionan que las que no lo hacen. Una familia donde falta el papá, puede ser una familia muy funcional; también lo puede ser una familia con dos mamás o con dos papás; una familia sin papás, o una donde en vez de papás hay abuelos y etcétera. Lo funcional no depende de quiénes conforman la familia, sino la calidad de la comunicación entre sus integrantes y su capacidad para adaptar su organización según los retos que como familia van afrontando.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

El dilema disfuncional de la Familia Ideal

Desde la década de los setenta ha habido una tremenda difusión a lo que los medios de comunicación primero, y después los programas gubernamentales han definido como la familia ideal. En las series de televisión hemos visto agrupaciones familiares donde, salvo algún que otro conflicto intrascendente, todo es armonía, amor y colaboración: la familia Ingalls en su casita de la pradera, los Adams que aunque un poco locos, bastante “funcionales”, y etcétera. No es difícil prolongar esta lista de aquél entonces, hasta la serie animada de “Padre de Familia” que dejará de transmitirse en el 2014.

El modelo de la familia ideal nos ha vendido, y nosotros nos hemos comprado, la sentencia de que para que una familia sea funcional, necesita incluir una mamá, un papá y al menos dos hijos para que se hagan compañía mutuamente, que según porque los hijos únicos crecen traumatizados. La familia ideal puede incorporar uno o ningún perro al grupo, según sea el gusto. Con este bombardeo cultural, en Latinoamérica y especialmente aquí en México, hemos asumido peligrosamente que una familia sin estos elementos es una familia incompleta y disfuncional.


martes, 19 de noviembre de 2013

Prohibido hacer sus necesidades

La mayor parte de los hombres homosexuales que viven su sexualidad de manera clandestina, fantasea en algún momento con poder expresar su erotismo de forma abierta y frente a la aceptación de las personas con quienes convive, particularmente las que le son emocionalmente significativas.

Básicamente, salir del clóset es estructurar alrededor de uno un estilo de vida que sea congruente con sus necesidades afectivas y sociales, es decir, si quiero ser novia de otra mujer, serlo; si quiero ir a bares gays sin temor a ser pillado, hacerlo.

En general a todos nos gustaría poder hacer lo que nos viene en gana sin restricciones, pero a veces no es del todo posible debido a normas, códigos o prejuicios sociales.

En ocasiones los límites son reales y válidos, como los que se refieren a portar armas en la calle, matar a tus congéneres, violar los derechos de otra persona o etcétera; y otras veces están sustentados en una percepción del modo en que el mundo “debiera” ser a partir de presupuestos morales e ideas claramente descontextualizadas, o más bien, fuera de tiempo (por no decir retrógradas).

A esta segunda categoría, la de las limitaciones retrógradas, pertenecen las restricciones para las mujeres acerca de abordar o no a un pretendiente con intenciones sexuales, los límites acerca del grado en que un hombre puede mostrar sus sentimientos y permitirse actuar en consecuencia de éstos, o un sin fin de otros de impedimentos impuestos. Todos tenemos presente al menos una decena de normas que nos vemos forzados a seguir sin que haya una lógica funcional o práctica detrás de ellas.

Se dice: “los hombres no pueden hacer pareja con otros hombres; lo natural es que se hagan novios de mujeres que los quieran y formen una familia” Este es un discurso que hasta nuestros días suena sin enfrentar tanto cuestionamiento como quizás debiera, y es arrojado a la cara de las personas gay como un argumento incuestionable para negar a todo homosexual el derecho de satisfacer su necesidad afectiva homoerótica.

Si hubiera que contra – argumentar, podríamos decir que en la naturaleza la homosexualidad existe muy recurrentemente, entre los monos, los perros, los delfines, las hienas, etcétera, e incluso sucede que en la misma naturaleza hay hasta transexualidad, porque ni a Nemo ni a los otros peces payaso, por dar un ejemplo, les molesta lo más mínimo pasar de macho a hembra, cada que sus necesidades así se los demandan.

Algo así puede argumentarse cuando tratan de negarte el derecho a expresar tus emociones y actuar en consecuencia de tus sentimientos, pero, la verdad es que finalmente no estas obligada u obligado a argumentar nada.

Los españoles dicen: “a palabras necias, oídos sordos”; ¿que más necio hay, que el tratar de obligar a alguien a amar de una forma y no de otra?, u obligarle a moverse de determinada manera más masculina o a vestir de un modo que no es el que él o ella prefieren.

¿Con que palabra definirías el acto de forzar a otra persona a obedecer mis valores personales, expectativas y creencias? Probemos con esta palabra: Violencia.

La violencia consiste en negar a alguien la posibilidad de satisfacer sus necesidades. Es violento quien impide que alguien coma, quien no deja ser feliz a otra persona, quien no le permite satisfacer su necesidad afectiva, o quien le coarta sus posibilidades para evolucionar como ser humano.

La violencia ejercida sobre los demás, repercute categóricamente en la salud de quien es violentado, ya en el ámbito físico (manifestándose como moretones, fracturas, desnutrición o lo que se te pueda ocurrir), en el social (que se ve cuando la persona es aislada del contacto con sus amigos, familia y demás), o en el emocional (identificado por sentimientos de tristeza y frustración marcando a la persona y generando una baja autoestima y sólidos impedimentos para su realización personal).

Cuando la violencia aparece, lo hace empleando argumentos que invariablemente carecen de validez, lo que a su vez es una excelente manera de detectar una situación violenta. Todos podemos ser generadores o receptores de la violencia, porque, finalmente, vivimos en una cultura que exalta el uso de la fuerza para evitar cualquier esfuerzo dirigido a la negociación o el diálogo.

Entonces, efectivamente vivimos en una cultura violenta.

Nos desarrollamos en una sociedad en la que es sencillo negarles a los otros la posibilidad de hacer cuanto necesitan hacer, el derecho inherente a todo ser humano de satisfacer sus necesidades en vías de constituirse como un ser pleno y satisfecho de sí mismo; y eso nos devuelve al origen de este texto, porque para que exista una persona que violenta a otra, es necesario que haya otra que permita ser violentada.

En las paredes de algunos barrios en mi ciudad, se lee la leyenda: “Prohibido hacer sus necesidades!!”, ¿cómo es que no salta a la vista la violencia contenida en esta frase? Bueno, es que nos hemos habituado a mensajes como este y porque nos son familiares, hemos dejado de cuestionarlos.

Si alguien sostiene que careces del derecho para satisfacer tus necesidades, cuales quiera que sean; las afectivas, por ejemplo; quizá porque da la casualidad de que en tu caso estas necesidades son distintas al de la mayoría estadística de personas, lo único que ese alguien necesita para privarte de tu libertad es que le des la razón de alguna manera, que de alguna manera también tu creas que no tienes el derecho de alcanzar lo que necesitas.

¿Qué te hace falta para creer en la validez de tus propias necesidades?

Tu necesidad de sentir lo que sientes, de expresar lo que piensas, de nutrirte en la manera concreta o simbólica en que te es menester. Tus necesidades son válidas y genuinas, lo que es materia de negociación es el modo en que las satisfaces, ya sabes, satisfacerte sin negar la posibilidad de satisfacer sus necesidades a otros, porque entre las personas como en las naciones, el respeto al derecho ajeno es algo que algunos pensadores mexicanos ya han atesorado en su momento.

En el espacio intermedio entre las necesidades de los otros y las propias, reside el diálogo y la negociación, ¿cómo le haremos para negociar nuestros intereses de modo que todos ganemos?; ¿están ellos dispuestos a negociar?, ¿lo estoy yo?

En una sociedad que avanza, no se vale afirmar que esta prohibido hacer sus necesidades.

Prohibido hacer sus necesidades

La mayor parte de los hombres homosexuales que viven su sexualidad de manera clandestina, fantasea en algún momento con poder expresar su erotismo de forma abierta y frente a la aceptación de las personas con quienes convive, particularmente las que le son emocionalmente significativas. Básicamente, salir del clóset es estructurar alrededor de uno un estilo de vida que sea congruente con sus necesidades afectivas y sociales, es decir, si quiero ser novia de otra mujer, serlo; si quiero ir a bares gays sin temor a ser pillado, hacerlo. En general a todos nos gustaría poder hacer lo que nos viene en gana sin restricciones, pero a veces no es del todo posible debido a normas, códigos o prejuicios sociales.

En ocasiones los límites son reales y válidos, como los que se refieren a portar armas en la calle, matar a tus congéneres, violar los derechos de otra persona o etcétera; y otras veces están sustentados en una percepción del modo en que el mundo “debiera” ser a partir de presupuestos morales e ideas claramente descontextualizadas, o más bien, fuera de tiempo (por no decir retrógradas). A esta segunda categoría, la de las limitaciones retrógradas, pertenecen las restricciones para las mujeres acerca de abordar o no a un pretendiente con intenciones sexuales, los límites acerca del grado en que un hombre puede mostrar sus sentimientos y permitirse actuar en consecuencia de éstos, o un sin fin de otros de impedimentos impuestos. Todos tenemos presente al menos una decena de normas que nos vemos forzados a seguir sin que haya una lógica funcional o práctica detrás de ellas.


viernes, 8 de noviembre de 2013

Adictos a despedirnos

Conforme pasan los años, vamos volviéndonos expertos en despedir a personas de nuestra vida, pero no alimentamos la capacidad de darle la bienvenida a personas nuevas.

Crecen las intolerancias, abundan las manías. Cada vez nos hacemos mas solemnes, formales y buscamos tener la razón a costa de cualquiera.

Tenemos derecho a poner nuestro ego frágil por encima de cualquier relación, pero pensémoslo: ¿dentro de treinta años quién será una mejor compañía, el amigo que me ha acompañado durante tanto tiempo, o este ego que hoy defiendo como si no hubiese un mañana?

La diferencia entre la vejez digna de ser vivida, y una contaminada por el abandono y la soledad, estriba hoy en saber hacer ese recorrido bien acompañadas y acompañados.

Echa tus barbas a remojar...