El fantasma de las navidades pasadas

Navidad es una de esas conmemoraciones que divide opiniones: están quienes no pueden esperarse a decorar el arbolito con sus luces, escarcha y esferas, y están quienes rechazan aquella compulsión consumista con la que identifican estas fechas. Lo mismo están las personas que encuentran la navidad muy ajena, porque la asocian a una religión que no les atañe, que quienes sufren una depresión que los tortura de principio a fin del Guadalupe – Reyes. 

¿A qué se debe esta depresión navideña que atrapa a no pocas personas durante diciembre?

A decir verdad, las razones son muchas, por ejemplo: la cotidianidad del ser humano está muy sujeta a ciclos, y la vida misma obedece a este hábito ancestral. Por eso, muchas personas con enfermedades terminales suelen fallecer en vísperas de año nuevo, dejando a sus familiares y amigos con el recuerdo de “aquella navidad en la que se nos fue el Tío Crispín”. Por ello, las navidades subsecuentes quedarán impregnadas con tantito de esa pérdida lamentable, y dependerá mucho de qué tan bien se haya elaborado el duelo, es decir, aceptado y resignificado la pérdida del Tío Crispín, para poder disfrutar de las navidades futuras.

Que la navidad nos recuerde con pesar a las personas queridas que han muerto en años anteriores, es indicio de que todavía no aceptamos bien a bien su partida, y es recomendable visitar a un tanatólogo para que nos ayude a desprendernos de esa carga que aún pesa sobre nuestros hombros.

Por otra parte, están esas navidades donde alguien aprovecha la reunión para difundir una noticia que estropea la dinámica navideña, por ejemplo: “su mamá y yo queremos anunciarles que nos divorciaremos el próximo año”, o “familia, quiero que sepan que soy lesbiana”, y etcétera. Evidentemente a quien peor le caiga la noticia, mayormente le va a generar una experiencia aversiva contra el ambiente decembrino. La navidad así, va a caerles de peso en lo que tardan en asimilar el cambio en sus vidas que vino con aquella noticia que recibieron en Noche Buena.

Pero de todas las razones por las que podemos deprimirnos en navidad, existe una más recurrente y cotidiana para mirar estas fiestas con tristeza; más correctamente, con añoranza, nostalgia y melancolía: se trata del fantasma de las navidades pasadas.

Cuando somos niñas y niños, la navidad es un evento excepcional y emocionante, repleto de regalos propios de Navidad y Día de Reyes, comida, reuniones, jugar con los primos a quienes no viste en todo el año, fuegos pirotécnicos, a veces vacaciones fuera de casa, el arbolito, los abrazos, los tequieros, y ¿qué más?. Para la mayor parte de nosotros, la navidad reúne un cúmulo de recuerdos y anhelos entrañables que marcan nuestra infancia como “la mejor época de nuestra vida”.

Cabe reflexionar, ¿en verdad la niñez fue la mejor época de tu vida?; ¿qué tu no pasaste por irte a la cama sin cenar, la entrega de boletas, las tardes de hacer tarea, el hígado encebollado y las veces que te mandaron de castigo con el director?

Tengo mis reservas…

Como sea, la navidad solía ser un evento excepcional y emocionante que simplemente ocurría al final del año y siendo niña o niño, no te detenías a preguntarte de donde venía o quién se hacía responsable de que sucediera; tu labor sencillamente era dejarte llevar y jugar, comer, y abrir los regalos una vez que “llegaba la navidad”.

Pero sucede que conforme te haces mayor, la navidad va llegando cada vez menos emocionante y excepcional. De repente sales del trabajo y te encuentras caminando por las calles ahogadas en el congestionamiento de autos, gente histérica y comercios haciendo la venta del año a expensa de los consumidores, y te preguntas en qué momento perdió su magia la navidad. Ahí empieza la tristeza navideña, la melancolía y esa añoranza por las navidades pasadas.

Es un duelo por la pérdida de lo que asumimos que no va a volver a suceder, en parte porque ya no hay adultos que se encarguen de hacer que la navidad llegue para nosotros. La navidad ya no llega por arte de magia como cuando éramos niños. Entonces, cuando eres mamá o papá, te integras al ciclo y te vuelves responsable que la navidad llegue ahora para tus hijos, y te alegras con ellos y te esfuerzas por obsequiarles una navidad emocionante y excepcional como en otros tiempos tus padres te la obsequiaron a ti. Pero sigue sin ser tu navidad, porque estás construyendo la navidad de alguien más.

¿Qué es lo que te gustaba tanto de estas fiestas durante tu infancia?, ¿eran los regalos?, ¿los viajes?, ¿las visitas?

Una forma muy convincente de acabar con la depresión navideña es hacerte cargo de tu propia navidad; así como antaño otros se encargaban de construirte el evento del año, memorable y cargado de emoción, ahora le corresponde a uno responsabilizarse de que no se extinga el espíritu navideño. Llamémosle a esta iniciativa: gestión de la navidad.

Gestionar tu propia navidad es identificar qué echas de menos de tus navidades pasadas y anotarlas como las características que conformarán tu próxima navidad: ¿extrañas la navidad con tus primos?, pues esta navidad invitaras a celebrar a todos tus amigos; ¿extrañas romper una piñata?, esta navidad rellenarás una con fruta y caramelos bajos en calorías. Organiza quién traerá qué para la cena y cómo se repartirán los regalos.

Cuando te responsabilizas de gestionar tu propia celebración navideña, no solo acabas con la añoranza de las navidades pasadas; también contagias del verdadero espíritu navideño a tus hijos, tus amigos y todos con quienes elijas compartir tu navidad. Así que llegó el momento de pensar: ¿dejarás que se te pase el Guadalupe – Reyes tristeando, o vas a hacerte cargo de gestionar la mejor de las navidades?