Un cambio centrado en ti

¿Alguna vez has escuchado la expresión de cómo un solo árbol te impide ver el bosque? En realidad es una frase muy útil para advertir que estamos perdiendo de vista el objetivo global, a favor de particularidades que distraen nuestra atención. Así sucede a veces en terapia, y genera el riesgo de que el proceso terapéutico gire en torno al terapeuta mismo, y no desde y para quien va a consulta.

Me explico. Eso que llamamos tan solemnemente "proceso terapéutico", consiste básicamente en ese recorrido que alguien hace, a partir de que decide cambiar algunos aspectos de si misma o de si mismo que, en su consideración personal, ya no le están funcionando. Personal. Esto implica que difícilmente te vas a someter al jolgorio de cuestionarte, confrontarte y transformarte, solo porque alguien te lo ha sugerido, o porque se te está presionando para que así lo hagas. La motivación para involucrarse en un proceso de cambio, necesita venir del interior de cada quien; si a la propia persona no le hace sentido cambiar, no habrá proceso terapéutico que obre el milagro de transformarle permanentemente.

Esto me lleva al chiste aquél de "¿cuántos psicólogos se necesitan para cambiar un foco?" Claro, los que sean en tanto que el foco esté dispuesto a cambiar...


El proceso terapéutico entonces, es un recorrido que inicia con un análisis, una autoevaluación y finalmente una decisión: la persona empieza a transformarse. Cada proceso lleva su propio tempo, dependiendo de la magnitud y profundidad con la que quiere construirse ese cambio, y de los recursos de quien hace este recorrido. Todo ello es terapéutico: cada cosa que la persona hace para aprender más de si, cada reto que se pone para ampliar sus habilidades, cada decisión que toma para conducir su cotidianidad hacia situaciones y resultados distintos. Eso es terapéutico, o sea, una serie de acciones conducidas hacia la sanación emocional, el autoconocimiento, el auto - desarrollo, el rediseño de la vida y /o etcétera.

Y sucede que algunas veces, las personas que inician para si, un proceso terapéutico, invitan a un o una terapeuta a que les acompañe en este recorrido. ¿Porqué?, pues porque a veces es agradable caminar este proceso acompañados de alguien con cierta experiencia. Un terapeuta conoce estrategias para abreviar las etapas del proceso, para incrementar la precisión y eficacia de cada esfuerzo y reducir la ansiedad que da cada vez que nos auto evaluamos y no nos damos una calificación aprobatoria.

Un terapeuta conoce que eso que alguien atraviesa, ya ha sido parte del recorrido de otras muchas personas, así que no hay razón para considerarse un monstruo por tener que enfrentar esa circunstancia. Un terapeuta, además, te va a recordar que frente a las situaciones que te disgustan, tendrás dos opciones: resolverlas y seguir, o obligarte a aceptar que estas cruzando por esas situaciones, y luego resolverlas y seguir. El o ella te van a compartir lo que otras y otros han hecho en situaciones parecidas, y tal vez lo que las teorías del desarrollo humano dicen al respecto de lo que te esta sucediendo; un terapeuta va a trabajar contigo en equipo, a veces llevando el o ella el liderazgo, y a veces no estorbando para que la batuta la lleves tu. Finalmente, ¿de quién es el proceso?

Pero algunas veces un árbol nos impide ver el bosque. A veces, habiendo incluido a un terapeuta en nuestro proceso, le damos tanta relevancia al "especialista", que circunscribimos el proceso a su persona, y entonces todo comienza a girar en torno al terapeuta, y queremos su aprobación, y necesitamos su participación, y construimos la certeza de que sin su presencia en nuestro proceso, nuestro cambio se suspendería. Es más, llegamos a creernos que la terapia es solo lo que hacemos en los breves 60 minutos a la semana que dura nuestra sesión. ¿Y el resto de horas en nuestra vida?

Antes de meter a un terapeuta en esto, tu esfuerzo era constante, tipo 24/7 y sin descanso. Buscabas, te arriesgabas y pasito a pasito ibas avanzando en la transformación que pretendes consolidar. Pero desde que pisaste el consultorio, entras en riesgo de delegar esas iniciativas a otra persona. Corres el riesgo de que asistir a sesión sea mas importante que vivir tu proceso terapéutico. ¿Que tan real es para ti este peligro?

No te relajes, que cada vez te falta menos para alcanzar tus objetivos.

Por supuesto que la idea no es que te quedes solamente tu en tu proceso, es muy buena idea involucrar a un especialista en desarrollo humano, pero no permitas que sobre la marcha tu trasformación se centre en el o en ella. No dejes que tu compromiso de asistir a las sesiones se vuelva más importante que vivir tu proceso día a día. La terapia sigue, no en manos del terapeuta, sino en las tuyas... propias... de ti misma o de ti mismo. El líder de este proceso eres tu, y un terapeuta es simplemente el actor invitado.

Y ampliemos un poco la perspectiva. A veces no se trata de recurrir a una o un terapeuta; puede suceder en ocasiones, que nos hemos apoyado en un profesor, una amiga o amigo, o en nuestros padres y en general, en cualquier persona en quien vemos cierta autoridad moral para orientarnos. Eso sin duda, suma al proceso, pero hemos de cuidar nuevamente que la motivación detrás de nuestras decisiones, iniciativas y esfuerzos surja desde nuestro interior, y no del reconocimiento o aceptación que esperamos de alguien más. Eso sería un proceso distinto.

La clave es básicamente, hacerte día con día esta pregunta: ¿que hice hoy para avanzar en este proceso hacia una mejor versión de mi?, o que tal ésta: ¿que haré hoy para avanzar un paso más? A veces responderás que ese algo será asistir a sesión con tu terapeuta, pero probablemente también quepa regalarte 15 minutos de meditación, o invitarte a una cita para pasar más tiempo contigo, o irte al cine, o sentarte a organizar con papel y lápiz tus futuras estrategias, y etcétera; las posibilidades son infinitas cuando eres tu quien está a cargo.