Pigmalión & Galatea

A veces somos afortunados en el trabajo y desafortunados en el amor. Pigmalión exactamente así. Él era de esos artistas famosos, onda los Marín o los Ponzanelli, cuyas esculturas adornaban los jardines de las mansiones más prominentes de Grecia; pero simultáneamente, con los temas del romance, el chavo estaba verdaderamente negado.

A la postre, era experto en encontrarle defectos al ligue que se consiguiera: unas veces que muy flaca, otras que muy gorda, que si era tonta o que se pasaba de lista, que si pero se conocieron en Tinder, que si le gustaban las bacanales, que si en su juventud había sido una virgen vestal... total, que con ninguna mujer quedaba contento.

Una mañana, como él era escultor, le llegó en un embarque fenicio, un bloque de granito de la más tremendamente hermosa composición: tenía unas vetas minerales y unos colores en su superficie, realmente espectaculares. Tornasolados, bien padrísimos y así. Él decidió que iba a usar tan buen material para un proyecto personal: se le ocurrió esculpir con el, a la mujer más hermosa que jamás hubiera conocido. Literalmente, aquella a quien jamás habría conocido.

Y así sucedió. Le invirtió extensas horas de trabajo por la noche, cada que terminaba los encargos que tenía pendientes; porque eso si, Pigmalión siendo muy profesional, jamás quedaba mal con sus clientes.

Con el tiempo se hizo famoso el proyecto del escultor, y la gente se apelotonaba en su calle, frente a la ventana del taller, para ver con admiración cómo iba quedando la escultura; que lo que fuera de cada quién, estaba quedando verdaderamente bonita.

Bien bonita de su carita...

Era tanta la pasión romántica que Pigmalión volcaba sobre la escultura, que en aquellos rasgos de fino mármol, florecieron conjugados los atributos más resplandecientes de la belleza femenina.

Tal virtuosismo entregado en una sola obra, solamente podían significar una cosa: Pigmalión se había enamorado de Galatea. Ah!!, porque la escultura ya tenía nombre, el artífice la había nombrado así: Galatea.

La fama de Galatea se había extendido tanto por todos los rincones de Grecia, que por supuesto, el rumor llegó a oídos de Afrodita, quien ni lenta ni perezosa, como no queriendo la cosa, se dejó un día aparecer por ahí.

Y se dice que la diosa quedó tan conmovida por la belleza de Galatea, qué viéndola casi terminada, en un ataque de generosidad se decidió a infundirle vida.

Ataque... fue el que casi le dió a Pigmalión cuando vio que Galatea había dejado de ser una mujer perfecta de mármol, para convertirse en una mujer perfecta de carne y hueso. Y tu dirás, “que feliz se habrá sentido Pigmalión¡!”, ¿verdad?

Pues fíjate que al principio sí, pero al poco tiempo empezó a descubrir que entre la perfección de Galatea, habían también sus detallitos.

Si, efectivamente resultó que además de ser profundamente hermosa, ella poseía una inteligencia muy aguda y un carisma radiante; pero la sagacidad imparable de Pigmalión, le permitió descubrir que Galatea tenía tres pestañas más en su ojo izquierdo de las que había en su ojo derecho; al caminar lo hacía sin tanta delicadeza, y su tierna fragilidad femenina, se veía opacada por desplantes más propios de un varón, como si de alguna manera, esta mujer recordara que alguna vez fue sólida como una roca.

Ella lo amaba con gratitud, pero la pasión hacia Pigmalión se reducía conforme él la llevaba a diario, a sentirse insuficiente.

Pigmalión en cambio, la instruía con fervor, propuesto a hacer de ella su proyecto romántico más trascendental; porque la amaba como jamás había amado a ninguna, por eso haría de ella la mujer que él mismo necesitaba. La miraba... y en el fondo de su ser, él sabía que un día se iba a sentir muy orgulloso de ella.

Total, que entre críticas, regaños y didácticas innecesarias, Galatea se terminó hartando. Y aunque amaba mucho a Pigmalión, se dio cuenta que en las condiciones presentes, nunca iba a tener una relación equitativa con el señor, dado que Pigmalión jamás dejaría de verla como su proyecto personal.

Así que, en un arranque de claridad emocional y haciéndose cargo de sí misma, Galatea se marchó bien lejos.

¿Sabía Afrodita que esto pasaría con el supuesto obsequio que le hizo al escultor?, jamás lo sabremos, probablemente. Los dioses suelen ser caprichosos.

El caso es que se dice de Galatea, que hoy vive en la isla de Creta y enseña lucha grecorromana a las mujeres espartanas que no encuentran quien les enseñe artes marciales en su localidad. Cuentan que conoció a un pastor ovejero que la acepta tal cual es, y que ella vive muy feliz siendo para sí misma su propio proyecto personal.

Pigmalión por su parte, permanece sin saber que fue lo que sucedió; y dicen que ya encargó un bloque de la mejor madera mediterránea para fabricarse otra novia, y que a ver si Afrodita le hace otra vez el milagrito.

Así las cosas con Pigmalión. Cualquier semejanza con tu realidad, es mucho más que coincidencia.

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