Probable crónica de la feminidad

Y en el principio estaba la diosa... probablemente. Piénsalo: para la humanidad primitiva, las únicas certezas eran la vida y la muerte, el hambre, la enfermedad y la necesidad de tener alguien que fuera el receptor de las plegarias de cada día. Sabían o sabíamos, que los ciclos eran inmanentes y que el Sol sucedería a la Luna eternamente, que lo mismo, las estaciones se perseguirían en la misma sucesión hasta el fin de los tiempos. Lo único que no era eterno era el ser humano.

Al darnos cuenta de lo efímero de la vida, seguramente nació en nosotros el miedo a la muerte.

Y entonces en el principio, la humanidad le dió un rostro de divinidad a todo aquello que parecía eterno a su alrededor y le empezó a pedir para solventar el miedo; y como modelo para esa divinidad relevante a nuestras plegarias, nos basamos en los pequeños milagros cotidianos: el nacimiento de la vida, el crecimiento desde lo más pequeño y vulnerable, el amor incondicional por un hijo... y todo eso lo mezclamos con la nostalgia de nuestra propia fragilidad en los brazos de nuestras madres.

Así nació la diosa, como una metáfora de la feminidad humana, de la tierra generosa y de fuego ardiendo en el centro de la tribu.


Todavía en ciertas zonas de la África actual, existen pueblos que veneran la capacidad de las mujeres para dar vida, ya que ven en esta cualidad, la capacidad de devolver los ancestros al mundo de los vivos. Ellas obtuvieron este don cuando protegieron hace muchos, muchos eones, a un pequeño espíritu que estaba a punto de ser devorado. Era el ibú, y la primera mujer le dió refugio en su seno y desde entonces ellas son un puente entre la muerte y la vida.

Así que en este principio posible estuvo la diosa con poderes sobre la vida y la muerte, escuchando las plegarias de los seres humanos; porque ellos necesitaban dirigirse a un ser superior que dominara con creces la magia cotidiana que ellos admiraban, los alimentos, la seguridad y la medicina. Progresivamente la diosa adquirió potestad sobre cada aspecto de la existencia humana: obviamente la fertilidad, y la abundancia, la justicia... y un creciente etcétera.

Conforme esta Diosa Madre adquirió relevancia, las mujeres se convirtieron en sus sacerdotisas y oficiaron la santificación de los vínculos, acompañaron a los partían hacia el Inframundo mediante los rituales de sepultura, y les dieron la bienvenida de vuelta a quienes nacían durante el parto. Las mujeres aprendieron la sabiduría de las estaciones, la siembra, las plantas curativas y todos los misterios de la diosa.

La diosa fue dibujada en el imaginario a partir de como eran las mujeres de la tribu, y las mujeres definieron sus feminidades a partir de los infinitos aspectos de la diosa.

El surgimiento (probable) de la diosa dió organización y fortaleció los primeros grupos humanos que se fueron multiplicando y dispersando por la tierra, una tierra cada vez menos abundante y unos grupos sociales cada vez más numerosos. Pronto hubo que luchar por los terrenos de caza o los campos de siembra, los refugios para habitar y los manantiales para beber, pues la tierra habitable era limitada y se iba cansando de tanta humanidad rebotando por doquier.

Entonces la guerra nació. A alguien se le ocurrió una idea brillante al tener la conciencia de que la fortaleza espiritual proviene de los dioses y la ideología; derriba pues la fortaleza espiritual, y obtendrás la victoria física.

Así que en algún momento de la historia probable, los grupos invasores dirigieron sus ataques de conquista directamente contra la diosa y sus símbolos, descoyuntando su imagen y fragmentando su dominio; como a la antigua Coyolxauhqui, por ejemplo. Así, la diosa primigenia que fue la Madre de Todo, quedó dividida en piezas sueltas, cada pedazo más débil que el todo en armonía: una diosa para la caza, otra más para los hogares, una para la sabiduría y cualquier otra para la belleza o la curación.

Pero claro, los atributos de la diosa primigenia que implicaban mayor potencia y poder, pasaron ciertamente a ser potestad de dioses masculinos, apareciendo un dios de la guerra, otro del inframundo, uno de las tormentas, y así... y rigiendo los nuevos panteones ¿quién quedaba?, pues claro: un dios masculino con relámpagos fulgurantes entre las manos.

La diosa primigenia no necesitaba armas, los nuevos dioses si, en cambio: espadas, tridentes, cascos, relámpagos, Miholnirs, Xiucoatls y demás.

¿Complot del patriarcado contra la mujer? ...no necesariamente. Es posible que el único interés para tanta violencia cultural, fuera la subyugación ideológica y la conquista permanente de recursos; y para lograrlo había que destruir una espiritualidad que, da la casualidad, venía siendo femenina.

Sin embargo a la diosa es difícil destruirla, ya que cada mujer en su humanidad individual es avatar y recordatorio de la Diosa Madre, por lo que no bastaba desarticularla a Ella, sino que había que quebrantar a las mujeres que la evocaban. Solamente así podría extinguirse a la diosa a través del olvido.

La sociedad naciente, si bien todavía bastante antigua comparada con la nuestra, sometió a las mujeres de poder mediante el yugo del matrimonio... es decir, las volvió cónyuges; a las mujeres sabias las proscribió llamándolas brujas para exiliarlas en los bosques; a las dadoras de vida les arrancaron sus hijos y le dieron a los bebés el nombre de sus padres... y a las sacerdotisas que todavía recordaban a la diosa, las silenciaron por medio de rituales y mitos nuevos.

Va de nuevo...

En el principio era Cronos o tal vez Indra, el padre de todo; de cuyo vientre inflamado brotaron sus hijos, los dioses olímpicos, cuando Zeus, Júpiter o quien fuera lo partió en dos con el filo de una vieja guadaña y liberó a sus hermanos. Porque el anciano dios devoraba a sus vástagos conforme eran paridos por Rea, su esposa, y así les daba la oportunidad de volver a nacer ahora sí, de un vientre masculino.

La diosa primigenia entonces, se va borrando del imaginario colectivo.

Hoy en día el ritual de bautismo católico representa al ser humano en su nacimiento, que en lugar de emerger del líquido amniótico de su madre, desde el ritual religioso, sale purificado por aguas bendecidas de una pila bautismal y es por supuesto, un hombre el que le da la bienvenida a la vida nueva en la fe. Examinando los rituales religiosos judeo - cristianos, podemos encontrar una colección muy larga de actos simbólicos semejantes, que superponen la presencia masculina por encima de la original feminidad divina.

Dicen algunos que a la feminidad de las mujeres se le define por una sostenida e irresoluble envidia al falo, pero reflexionando un poco: ¿no será la masculinidad quien envidia de lo femenino la capacidad de dar vida y resolver la muerte? ¿No será en corto, que los hombres envidiamos la cercanía que ellas se permiten tener con nuestros hijos, a quienes elegimos no aproximarnos porque tenemos miedo a extraviarnos en el amor que sentimos?

¿Será que elegimos mantener a una diosa muerta, incluso a costa de extinguirnos con ella?

Porque a la diosa primigenia hemos, aún en nuestros días, de mantenerla en el olvido; muerta pero soñando... desde cada uno de sus fragmentos desarticulados. Ella parece que vuelve un poquito cuando una mujer la descubre mirándose dentro de si misma, y también parece que muere un poco más, cuando es asesinada una mujer más... cuando nos burlamos o proscribimos lo femenino... o cuando creemos estúpidamente que ella es un símbolo de debilidad.

Descoyuntada como la Coyolxauhqui, a veces la Madre Naturaleza, otras veces la Madre Tierra, o la Madre Virgen; antes la Madre de Todo... representa ahora nuestro débil potencial creativo y sanador como humanidad, nuestra capacidad que se extingue para poder amar y ser compasivos, y este don al que estamos renunciando para nutrirnos de la tierra y saber nutrirla de vuelta.

¿Qué es de la humanidad si no tiene madre?

Si, en el principio estaba la humanidad, y con el tiempo nos inventamos lo masculino y lo femenino, y aquella humanidad que éramos, se fracturó y empezó la guerra de los sexos. En eso andamos todavía, divididos... y vencidos.

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