El humano moderno se siente orgulloso del progreso que ha consolidado con el paso de los siglos.

Hoy las personas presumen sus autos con tecnología de punta, sus teléfonos celulares que son en realidad pequeñas supercomputadoras de bolsillo, o sus casas que suben o bajan la luz, enciendan o apagan electrodomésticos con solamente un comando de voz… y mientras la tecnología que nos envuelve va cobrando inteligencia, nosotros la vamos perdiendo; y en una de esas, nuestra humanidad también.
En tiempos de la economía de la información y la vida 2.0, la y el pequeño cavernícolas, se resisten a ser solo un aspecto rancio de nuestro pasado evolutivo. Lo rancio se mantiene, pero mi pequeño cavernícola interior personal, todavía se despabila y quiere salir a jugar cuando los humanos a su alrededor se asustan viendo extranjeros que migran a su vecindario, cuando un hombre golpea a una mujer porque no le hizo su cena o cuando pretendemos categorizarnos desde una jerarquía imaginaria a según de nuestro color de piel y rizado en el cabello.
Si, en el fondo seguimos siendo cavernícolas con teléfonos inteligentes.