En la Tribu del Oso Cavernario siempre podían surgir conflictos, ya que tenías a casi una decena de familias conviviendo en un mismo espacio, y en cada ocasión en la que tenían que mudarse debido a un derrumbe, una plaga, un terremoto, el ataque de depredadores que se merendaban a los miembros de la tribu, o simplemente porque la tribu había crecido, surgían nuevamente las disputas para decidir el espacio que cada familia ocuparía en la nueva caverna, y de ahí se redistribuían los roles a cumplir dentro de la tribu, la distribución de alimentos y etcétera.

Sin embargo, al final cada habitante de la caverna reconocía en los demás a los miembros de su propia tribu y la armonía regresaba pacíficamente. Saber quiénes son parecidos a ti y pertenecen a tu misma tribu es “identidad”: la capacidad de mirar un reflejo de ti en cada gente.
Pero llegó un día en el que, de cambiarse de una caverna vieja a una más nueva, la Tribu del Oso Cavernario conoció a la Tribu del León Cavernario. Unos y otros se miraron con rechazo porque cada cual representaba una amenaza para el otro, pues no conocían ni los modos e intenciones de la otra tribu, ni sabían si los recursos eran suficientes para ambas comunidades; pero si ubicaban lo llamativo que era para los depredadores, tener a mucha gente reunida en un mismo lugar.