Las telenovelas mexicanas

Las telenovelas son un fenómeno profundamente arraigado a la cultura pop mexicana, y de acá, al mundo. Desde Verónica Castro hasta Thalía, pasando por quien quiera que haya dicho “maldita lisiada”, estas producciones televisivas han abonado un sinfín de elementos que hemos incorporado a nuestra identidad colectiva, encontrando en este universo de simbolismos harto regocijo y un sólido vínculo con nuestra gente y con nuestros espacios más familiares.

Aunque no tuviésemos la asiduidad de ver novelas en la tele, cualquier referente a ellas nos lleva de vuelta a casa, evocando sabores a apapacho, sopita caliente y tribu.

Gente un poco más analítica que uno, mira en las telenovelas un característico estilo propio: una narrativa que marca la evolución de un / una protagonista que suele ser la versión extendida de la tragedia de Cenicienta, la que al estilo de María la del Barrio, debe aguantar sucesivos desencantos hasta que finalmente se resuelva su destino, en gran parte por la suerte y en parte también por la gracia de alguien más que les rescata del foso para llevarle hacia la luz.

Son historias emocionantes. La racha más reciente de telenovelas tiene protagonistas con mayor empoderamiento, pero aún conservan este atributo sutil que les vuelve fatídicamente víctimas de las circunstancias; al menos hasta que los escritores deciden quitarles el castigo y permitirles ser felices, lo cuál es peligroso, porque com la felicidad suele llegar el final de la novela.

La felicidad no vende historias, porque no nos identificamos con ella; con la tristeza y la desesperanza en cambio... cállate y toma mi dinero¡!

Se dice que actores y actrices en las telenovelas, necesitan un estilo histriónico que exalte las emociones, de modo en que toda secuencia debe contener un arrebato emocional: un despliegue de tristeza, o un arrebato de ira, alguien que cae en un profundo amor, temor, desasosiego y etcétera. Cada episodio de telenovela necesita ser un festival de emociones desparramándose desde el televisor.

 ...y si no me crees, mira por 3 minutos la Rosa de Guadalupe.

Y precisamente ahí es donde tenemos un problema. Déjame te cuento que la función más trascendente de las emociones es la de formar tribu. Para muchas sociedades ¿primitivas? las emociones no existen en lo individual, no tiene sentido para ellas que alguien pueda sentir enojo en solitario, amor o tristeza; las emociones existen en la relación con el Otro.

En nuestras sociedades ¿avanzadas? en cambio, dado que hemos proscrito las emociones, y les hemos hecho una prensa espeluznante, las personas hemos aprendido a no manifestarlas, a callarlas y en medida de lo posible a tragarnos nuestras emociones, y luego tienes a la vox populli explicando que por eso luego le anda dando cáncer a uno.

No es verdad, tragarte tus emociones no te va a dar cáncer, la evidencia científica nunca ha dicho tal cosa, pero probablemente con una depresión clínica o una ansiedad sea más que suficiente. En esta cotidianidad tremendamente racional y estéril para las emociones, experimentarlas es un placer postergado, y bajo la consigna de no permitirnos sentir, sentimos placer cuando presenciamos la efervescencia de emociones de alguien más. Como no nos permitimos experimentar de lleno nuestras emociones, hemos vuelto de las experiencias emocionales un espectáculo que Karla Estrada y Luis de Llano en su momento, supieron capitalizar.

Y Chespirito, y Juan Osorio, y Rosy Ocampo, y Silvia Pinal... acompáñenme a ver esta triste historia:

Cuando te identificas con el personaje de una narrativa (ya sea de una película, un libro, una obra teatral o una telenovela), tu sientes lo que el personaje siente, y tu cerebro experimenta las emociones que esta viendo manifestar a ese personaje; y más si la actriz o actor exacerban las emociones como técnica de actuación. Experimentarás a lo largo de la telenovela, las emociones arrebatadoras que los protagonistas (que sin duda son los que más sienten) están experimentando.

Las novelas nos permiten experimentar lo que de otra forma no tendríamos ocasión o definitivamente no nos permitimos experimentar. Difícilmente le gritaríamos a alguien “maldita lisiada” en un arrebato de rencor, y sin embargo es placentero para nosotros y lleva a nuestro cerebro a generar litros de serotonina, cuando vemos a alguien permitiéndose externar tal improperio contra una chica en silla de ruedas. Da igual que solamente sea una actriz interpretando.

Además, las emociones generan tribu. Por eso la sociedad mexicana mira a las estrellas de novela como miembros de su familia, y les reclaman sus decisiones privadas y están al tanto de sus matrimonios y divorcios, porque en efecto forman parte estrecha de su vida cotidiana, y la gente, el auditorio televisivo, viven experiencias más coloridas y enriquecedoras gracias a esas actuaciones medianamente convincentes en la pantalla.

Lo mismo, por eso una empresa como Televisa, productora no. 1 de telenovelas, tiene tanta influencia sobre nuestra sociedad. Pero los tiempos cambian y quienes desarrollan contenidos deben de adaptarse.

Hay que actualizar las narrativas, los escenarios y los canales para mantenerse vigentes, pero no debes dejar de proyectar emociones desbordadas, porque eso atrae al auditorio como la miel a las abejas. Y entonces tienes “Exponiendo infieles”, “Acapulco Shore” o cualquier lista de reproducción de pranks en YouTube.

Consumimos narrativas repetitivas y de baja calidad, con malas actuaciones que solo demandan saber tirarse al suelo, gritar mucho y sacar la lágrima porque de esa firma experimentamos las emociones que no nos damos permiso de sentir; ¿que dice eso de nosotros en lo individual?

 Esta, verdaderamente, si es una triste historia.

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