Homeschooling... y un hacha

Cuentan que en un reino lejano, muy lejano, se organizó un concurso de talar árboles y muchos leñadores con experiencia se apuntaron para participar. Cuando dieron el banderazo de salida que daba inicio al certamen, todos los participantes corrieron hacia su árbol designado, y arremetió cada cual contra el suyo, hacha en mano y determinación en la mirada. 

Había sin embargo, un leñador que no tuvo tanta prisa, y en cambio, ocupó parte de su valioso tiempo para afilar su hacha ante el desconcierto de los aficionados, los otros concursantes, y de Willy, el inocente árbol que le tocó derribar y que, habiendo tenido una vida feliz, meciendo sus ramas al ritmo del viento, veía ahora muy cercano el final de sus días. 

Conforme la competencia avanzaba, cada participante descubrió que la tarea era más complicada de lo esperado, pues los árboles aguantaban con resiliencia mientras las hachas se empezaban a mellar y los músculos de los leñadores, a fatigar. Entonces, el último leñador, el que invirtió su tiempo afilando su hacha, caminó tranquilamente hacia Willy, quien sudaba clorofila del puro terror, y así, empezando a destiempo de sus contrincantes, iniciando tarde la tarea, en escasos golpes de su hacha afilada y bien calibrada, derribó su árbol, ganando la competencia. 

De tal suerte que la vida del árbol Willy terminó, sin que nuestro amigo sufriera demasiado.

De esta historia podemos extraer dos aprendizajes: el primero es que no está padre talar árboles, y el segundo radica en el valor de “afilar el hacha”.

En la vida adulta, suele sucedernos que nos bombardea una serie ininterrumpida de circunstancias a las que vamos necesitando dar solución en calidad de “urgente”; y especialmente en tiempos de crisis sanitaria del SARS CoV-2, podemos sentir que ni teniendo cien brazos y cincuenta cabezas, lograríamos darnos abasto suficiente. Entonces colapsamos, nuestra mente se ofusca, y mientras más tratamos de resolver, vamos dando peores resultados. 

Llega la fatiga emocional, el mal humor, la intolerancia y el burnout. Tu autoestima va progresivamente a la baja, lo mismo que tu sentido de auto - eficiencia, tu empoderamiento y la atribución que te das de estar en control. Y de tus relaciones cercanas con la familia, tus amistades y tu tribu en general, ni hablar, porque probablemente irás detectando conflictos que elijas resolver luego, eventualmente, pero no ahora.

¿Qué necesitas hacer para sobrevivir? Detenerte. Frena y revisa el filo de tu hacha; antes de actuar identifica ¿objetivamente? los parámetros del reto que tienes enfrente, los recursos con los que cuentas, las personas en quienes puedes apoyarte y, claro, acaso considerar la posible necesidad de afilar tu hacha. 

El verdadero desafío es que, conforme van surgiendo los bomberazos a nuestro alrededor, las personas vamos asumiendo una postura cada vez más reactiva a los estímulos. En lo absoluto nos detenemos a evaluar la circunstancia, el desafío y nuestros recursos; simplemente reaccionamos, dejando que sean los eventos los que determinen nuestra toma de decisiones. Por eso, justamente no es raro que sientas que vas perdiendo el control. Si te sirve de consuelo: si, si lo estas perdiendo, y no, no te lo estás imaginando. Debes hacer algo... o dejar de hacerlo.

Para recuperar el control, necesitas hacer a un lado el sentido de urgencia y el pánico, y detenerte a afilar tu hacha. 

Pensemos como ejemplo, el súbito homeschooling al que muchas mamás o papás se han visto sumergidos en favor de la educación de hijas e hijos por igual. En muchas familias, este formato educativo en casa, era una posible opción, pero en el contexto de la pandemia, lo que era una opción se ha convertido en una inevitable obligación a la que hay que dar una respuesta urgente. Además, probablemente estamos en mitad del período escolar. 

Para empezar, revalúa tus objetivos: si el contexto ha cambiado y necesitas echar mano de recursos diferentes porque la logística ahora es distinta, lo más prudente es que reconsideres el objetivo. Tal vez, te hubiera encantado ser mamá o papá de una niña con excelencia académica, pero con estas nuevas reglas del juego y asumiendo que niñas y niños probablemente estarán igual de estresados que tú, conviene poner pausa esa expectativa. ¿Estaría muy mal que le apostáramos a que tus bendiciones acreditaran el periodo escolar y ya?

¡Pero eso sería promover su mediocridad! 

Falso. Lo que estarías promoviendo es que desde la infancia adquieran habilidades de planeación, estrategia y adaptación, e identifiquen lo importante que es afilar el hacha antes de aventarse a perseguir un objetivo. Niñas y niños tienen perfectamente la capacidad de entender este tipo de aprendizaje y sacarle partido, si tu les guías a través de esa reflexión. 

Reconoce que en un sentido trascendente, es más importante la salud emocional de tus hijos o hijas, que el logro de una calificación aprobatoria. Igualmente, tu propio bienestar emocional es prioritario, y lo mismo, la calidad en la relación con tus niños. ¿Para que quieres que obtengan dieces en la escuela, si para logrado has tenido que sumergir a tu familia en más estrés innecesario y resentimiento? Afilar el hacha también implica hacer una pausa y reconocer tus prioridades. 

En los contextos donde lo más relevante es la productividad (contextos que asumo, no corresponden ni debieran, al escenario de tu familia), suele funcionar la “Técnica del Pomodoro”, que consiste en administrar el tiempo de trabajo en bloques, donde un bloque de tiempo es para trabajar y otro bloque de tiempo es para dispersarse, nuevamente hay un bloque de tiempo para trabajar, y así sucesivamente. Con la técnica del Pomodoro se reconoce el valor que hay en el descanso y se acepta la realidad de que no podemos prestar atención enfocada a una misma tarea, durante demasiado tiempo, sin perder la calidad de nuestra ejecución. Tú no puedes, tus hijas e hijos, mucho menos. 

Googlea el concepto. Encontrarás que la sugerencia básica es administrar una hora de trabajo, dedicando 40 minutos a estudiar o hacer tareas al 100%, y 20 minutos para hacer cualquier otra cosa más divertida, ya sea saltar la cuerda, patear un balón, o mirar el episodio de alguna caricatura. Tú puedes meterte a Instagram, hacer scrolling en Facebook, o darte 20 minutos de ejercicio para activar los mecanismos de aprendizaje y retención de tu cerebro, por ejemplo. 

Después de los 20 minutos divertidos, vienen 40 minutos de trabajo; pero tú puedes adaptar estos parámetros según tus propias necesidades y lo que conoces de tu familia. Si identificas que tienes un hijo que necesita divertirse más tiempo y trabajar menos, entonces podrías manejar un parámetro distinto, como de 30 minutos por 30 minutos, y así. 

"Échale ganas", "esfuérzate", pero identifica además ese “peor escenario” que pueda estar motivando tu ansiedad: ¿sería lo más terrible del universo si perdieran el curso escolar?, ¿sería ese el peor escenario para ti? Otro escenario muy oscuro, pudiera ser que dentro de 15 años, tu hija o hijo recordaran la época de las cuarentenas sanitarias como el tiempo en que le tuvieron mucho miedo a su papá o a su mamá. ¿Cómo te haría eso sentir?

Éstos son tiempos de aprendizaje ...en casa. Te sugiero no tener tanta urgencia en perseguir buenos resultados, y quizá, buscar formas de lograr que el recorrido hacia esos resultados, sea agradable para ti y para tus hijas o hijos, y tal vez, incluso divertido. Puede ser que para conseguirlo, debas soltar algunas expectativas que hoy, en lugar de motivarte, pueden sabotearte. 


No hay comentarios.:

Me interesa conocer tu opinión, escríbela y te responderé en breve: