domingo, 5 de diciembre de 2010

Las premisas detrás de la homofobia

Al margen de la creciente aceptación que la comunidad parece estar teniendo en lo general hacia el tema  gay (particularmente en el campo del marketing) sobresale en nuestra sociedad un particular rechazo hacia los homosexuales que todavía está vigente, y ese rechazo, constituido por una serie de atribuciones negativas en referencia a la homosexualidad, es lo que llamamos homofobia; no importa si se maneja el tema como una carencia o un defecto, como pecado, malformación, perversión o delito, la homofobia es un acto de discriminación que descalifica a la persona de la que se hace objeto y nos negamos a relacionarnos con ella (o con él), independientemente de su forma de ser, sus ideas, su simpatía o cualquier otra característica personal.

Cuando discriminamos lo que más importa es nuestra idea de lo bueno y lo malo, basada en generalizaciones hacia una categoría de personas, categoría o etiqueta arbitraria que nos sacamos de la manga, porque tenemos prejuicios y nos permitimos ver el mundo a través de ellos. Y no importa demasiado que en los últimos años haya habido trabajos científicos, filosóficos y médicos en torno a temas como el de la homofobia, que demuestran que no hay nada en la homosexualidad que sea patológico o antinatural, lo que importa es la precaria e inargumentable idea en mi cabeza que me moviliza a discriminar y descalificar.

Y hablando de discriminar, la que se dirige hacia hombres y mujeres homosexuales es una, pero ¿qué me dirías de la que sufren los hombres y mujeres transexuales? Te invito a echarle una oreja a este podcast de Fernanda Tapia acerca de los derechos de las personas transexuales

Tener prejuicios es la cosa mas sencilla del mundo, de hecho, me atrevería a decirte que los prejuicios están entre las primeras cosas que aprendemos cuando somos niños: “no hables con extraños”, “a la gente sucia nadie la quiere”, “las niñas buenas no usan pantalones”. Están tan ligados a nuestra educación que es difícil cuestionarlos; en primera, es difícil identificar que están ahí, usualmente a muchos de los prejuicios que conservamos, elegantemente los llamamos “valores”, en segunda, tenemos tantos que tardaríamos una vida en deshacernos de todos. Una vida. Pero el punto no es dejar de tener prejuicios, sino lo que hacemos con ellos: los prejuicios son “juicios previos” que de manera tentativa nos explican el mundo, pero son tentativos, sugieren que algo puede ser bueno o malo para nuestros intereses, pero no son determinantes, así que en nosotros queda la decisión de averiguar si lo que pre – entendemos es algo para ratificar o rectificar, si nuestros prejuicios son correctos o dejaron de estar vigentes.

Nuestros  prejuicios son opiniones personales (heredadas de nuestros padres y ellos las heredaron de nuestros abuelos) que no nos definen como persona, por eso podemos estar dispuestos soltarlos cuando dejan de sernos útiles. Pero hasta el momento en que nos liberamos de ellos vamos a continuar, por ejemplo, ejerciendo al homofobia, la cual se mantiene en el discurso colectivo aunque carece de argumentos racionales; es un prejuicio social que no surgió de la nada, lo aprendimos, nos lo quedamos y le damos réplica para enseñárselo a nuestros hijos, y como con todos los prejuicios, no nos detenemos a preguntarnos porqué lo mantenemos o de dónde o cuando surgió, solamente le obedecemos y actuamos guiados por él.

¿De dónde salió la homofobia? Cuando mantenemos un prejuicio, lo hacemos a partir de nuestra certeza en determinadas premisas, tales como “el objetivo de la sexualidad es la reproducción”. Así, la homosexualidad existe en el contexto de un modelo sexual hegemónico: la heterosexualidad, que tiene un carácter claramente reproductor. La heterosexualidad es “buena” porque se ajusta a esa premisa donde reproducción y sexualidad son equivalentes, la homosexualidad es “mala” porque es una versión de la sexualidad en la que la reproducción no es el objetivo. En el histórico momento en que el ser humano afirmó que sexualidad y reproducción son la misma cosa, convirtió la sexualidad en patrimonio exclusivo de las parejas heterosexuales de mediana edad (edad reproductora) y bajo el cobijo del matrimonio (institución avalada para tener hijos). De esa premisa se desglosan una serie de interesantes prejuicios: el sexo entre personas del mismo sexo es malo, el sexo entre dos ancianos es malo, el sexo fuera del matrimonio es malo, buscar el placer durante el sexo es malo, usar métodos anticonceptivos durante una relación sexual…

Primera premisa:

Acerca de la homosexualidad entre varones, el contacto erótico no desencadena proceso reproductivo alguno (evidentemente), por lo que la actividad sexual no es otra cosa que “el desperdicio de la simiente”, dicho en términos bíblicos. Desde este contexto religioso, el homoerotismo entre hombres desconoce “el desarrollo natural de todo ser humano que nace, crece, se reproduce y muere”, y cuestiona el proyecto de vida de quienes efectivamente buscan trascender a la muerte preservando su existencia en un hijo. Este es el argumento central de los jerarcas en las iglesias y una que otra persona de fe, sustentándose en la premisa de que toda mujer u hombre debe de dedicar su vida a la procreación y la construcción de un contexto adecuado para el desarrollo de un humanito nuevo. ¿Donde quedan quienes no incluyen hijos en su proyecto de vida?, bueno, con esta premisa las religiones se encargan de dar el visto bueno a unos proyectos de vida, y de no dárselos a otros.

El deseo reproductivo, mediante el que, efectivamente, pueden realizarse y trascender algunas personas, adquiere en el ser humano, que es racional y consciente de sí, un carácter opcional, elegible según el proyecto de vida de cada hombre o mujer; capacidad de elegir que es negada al individuo cuando queda establecida una hegemonía centrada en la heterosexualidad.

Concretamente, si yo digo “vi dos homosexuales en la calle” tu muy probablemente vas a imaginarte a dos tipos caminando y tomados de la mano, puede que hasta dándose un beso. Exactamente lo mismo pasa cuando se hacen campañas sociales para sensibilizar contra el rechazo a la homosexualidad, ves afiches con fotografías de hombres; y en la mercadotecnia homosexual hay productos para hombres. ¿Sabías que también las mujeres pueden ser homosexuales? Lo que sucede es que mantenemos ciertas ideas hacia la sexualidad de las mujeres que, incluso en el ámbito de la homosexualidad, también están presentes: las mujeres son seres delicados e inocentes. Por eso cuando nos referimos a la sexualidad de una chava, usualmente agregamos adjetivos juguetones como “sucia” o “perversa”, lo que no pasa cuando hablas de la sexualidad de un varón. ¿Machismo?, si… totalmente.

El deseo sexual entre hombres es algo normal para las concepciones de nuestra cultura (los hombres piensan en sexo, después en sexo y al final en sexo, dice la vox populi), pero paralelamente, nuestro Occidente judeocristiano le ha negado a la mujer el reconocimiento de su deseo sexual: históricamente existe la convicción de que las mujeres no sienten, ni buscan, ni pretenden el deseo sexual. Por eso pensamos la sexualidad entre mujeres más como un juego inocente que como un acto erótico. Si ves a dos mujeres caminando por la calle, tomadas de la mano, pensarás probablemente que se trata de dos grandes amigas.

Segunda premisa:

La segunda premisa que alimenta el prejuicio contra la homofobia se instala, en la prohibición del placer: “buscar el placer es malo”. Nos cuesta trabajo hablar de lo que nos da placer y es difícil aceptar que a veces lo que hacemos está únicamente motivado por el placer de hacerlo, porque nos creemos obligados a ser productivos y generar un bien para la comunidad, al mismo tiempo que menospreciamos el valor del placer como una manera de nutrirnos tan válida como la satisfacción del trabajo bien hecho. Este sistema de creencias encuentra su nicho en el discurso moral de las religiones, las cuales enfatizan la “malignidad” del placer como una forma de pecado; para muchas doctrinas morales, este mundo es el valle de lágrimas y dolor por el que tenemos que cruzar para acceder a la tierra prometida, al paraíso que obtendremos luego de que nos muramos.

El tema de las religiones es uno interesante, porque si bien el universo total de seres humanos se compone de conjuntos distintos de creyentes y no creyentes, tanto unos como otros crecen y se desarrollan en comunidades donde las iglesias son instituciones con poder, cuyos discursos alcanzan a sus feligreses y a los vecinos, hijos, amigos de esos feligreses. Es entonces cuando el hombre más agnóstico se sorprende obedeciendo por simple inercia a los cánones católicos, por ejemplo, o aceptando las premisas de una religión, sin necesariamente compartir su doctrina.

El hombre y la mujer homosexuales, entonces, no solo llevan la práctica de su sexualidad lejos de la intensión reproductiva, sino que, incluso, ejercen esa sexualidad fundamentalmente motivados por el placer, contraviniendo las premisas de una sociedad educada bajo los axiomas de la abstinencia, el auto castigo y la continencia para expiar o prevenir los pecados. Entonces, así como el placer es malo, la sexualidad que busca el placer también lo es; y si bien lo del desperdicio de la simiente es un tema que atañe más directamente al varón homosexual, la búsqueda del placer es anatema para las mujeres, que siendo figuras delicadas, virginales e inocentes expresan en el lesbianismo su derecho (y necesidad) al disfrute y el gozo, manteniendo por motu proprio relaciones sexuales con otras mujeres.

Tercera premisa:

La tercera y última cuestión tiene todo que ver con la estratificación social: así como, según nuestra sociedad, no es lo mismo ser presidente que barrendero, adulto que joven, o jefe que empleado, tampoco resulta igual ser hombre que ser mujer. Nos encanta crear jerarquías para todo, y el sistema de géneros no es la excepción, lamentablemente.

El sexo de cada persona corresponde a sus características fisiológicas, hormonales, anatómicas y etcétera: hombre y mujer. El género, en cambio, es el conjunto de atribuciones que hacemos para una persona a partir de su sexo: los hombres deben vestir de azul, ser rudos, varoniles, fuertes, formales y hasta feos, buenos proveedores para la casa y conseguirse una buena mujer; las mujeres deben vestir de rosa, ser delicadas, femeninas, frágiles y hermosas, buenas para la cocina y siempre bien portaditas para que un hombre las elija. El sexo tiene un fuerte componente biológico, pero el género, en cambio, es cultural. Esto implica que apenas naces ya tienes encima de ti un montón de exigencias que van a coartar la libertad que tienes para hacer elecciones de vida: ¿estas seguro que quieres ser bailarín?, ¿cómo se le ocurrió a ella ser piloto? En esta determinante cultural se instala la premisa de que ser hombre es mejor que ser mujer; eso habla de niveles en una jerarquía, ellos arriba, ellas abajo. Así funciona desde la Roma Imperial.

Roma fue una sociedad con gran aprecio por la virilidad y sus valores asociados, sin embargo no era un mundo que encasillara el comportamiento amoroso según el sexo; sí, en cambio, según el papel activo o pasivo que adoptaba el ciudadano; ser activo es actuar como un macho frente al partenaire sexual, y lo que condenaban era la pasividad del varón, importando poco si era pasivo frente a una mujer o con otro hombre.
Esta noción, que era muy propia de las sociedades patriarcales y / o guerreras, en que se atribuyen al varón roles dominantes en lo sexual, económico y político, no es exclusiva de la sociedad romana, pero su difusión a través de la cultura y el derecho romano ha dejado una sólida impronta que prevalece en nuestras sociedades hasta nuestros días y que explica parte de las actitudes que mantenemos hacia las sexualidades no ortodoxas y hacia la afectividad, incluso no catalogada homosexual, entre varones.

Poco después llegó el buen San Pablo, un hombre cero progresista, que apoyó muchos de los argumentos romanos como si fueran palabra del señor y declaro que la mollities, o pasividad masculina, era una grave falta en la cada vez más amplia escala de pecados de la carne, y la comete cualquier varón que permite que su cuerpo sea empleado por otra persona, ya sea hombre o mujer, para obtener placer. Este tabú hacia la pasividad en el varón, que lo “degrada” del lugar preferencial entre los géneros al “nivel inferior que le corresponde a la mujer”, se ha mantenido firme hasta nuestros días, nada más que las palabras cambiaron: en determinados lugares de México y Latinoamérica el homosexual es el hombre que es penetrado por otro, no el que penetra, a quien recibe la penetración se le llama “pasivo” y se le ve en una escala inferior al “activo” que ejecuta la penetración.

Frente a las premisas contra la búsqueda del placer o la equivalencia entre sexualidad y reproducción, la prohibición contra la pasividad del hombre es el factor de mayor peso en el mantenimiento de la homofobia; es por esta razón que la mayor parte de críticas a la homosexualidad aludan a la figura del hombre que se feminiza, y también por la que la homosexualidad masculina causa mayor revuelo que la femenina. Otra evidencia del tabú hacia la pasividad masculina está en el discurso social, donde los chistes y anécdotas de humor hacen burla del hombre “dominado”. La feminización del hombre despierta el rechazo de homosexuales y heterosexuales por igual: cuando el hombre gay abre su sexualidad homoerótica a sus padres, el principal temor de éstos es que su hijo desarrolle conductas notorias de “afeminamiento”; cuando dos grupos de hombres gay se confrontan, surge espontáneamente una jerarquización donde los más femeninos quedan en la base y los más masculinos se instalan arriba de la jerarquía.

En la homofobia se asume que el hombre homosexual esta renunciando a su lugar en la jerarquía de género, quedando “a nivel de las mujeres” (se asume también que en consecuencia esto invertiría el orden social) y mereciendo el escarnio público por tal “degradación”. De este modo se asocia el mito de la superioridad del varón, con la homofobia; de hecho, la homofobia es un mecanismo de control que previene que muchos hombres se muevan en esta estructura de poder, pues saben que renunciar a su postura privilegiada en la jerarquía de género les hará receptores de la desacreditación y el escarnio.

La gran pregunta después de esta reflexión es: ¿cuando obedeces a tus prejuicios, identificas cuál es la premisa que los motiva? La mayoría de nosotros mantenemos rasgos homofóbicos, independientemente de nuestra orientación sexual, porque guardamos premisas acerca de cómo debe de vivirse la sexualidad, asumiendo que hay una manera que es la adecuada para todos de vivirla. ¿Tu identificas cuales son las premisas detrás de cada uno de tus prejuicios? Es probable que sea un tema más relevante el qué haces con tus prejuicios, que el hecho mismo de que los tengas; y es posible que conociendo tus propias premisas, puedas elegir mejor actuar o no obedeciendo tus prejuicios o decidir, incluso, descontinuarlos. La chamba es tuya.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Las premisas detrás de la homofobia

Al margen de la creciente aceptación que la comunidad parece estar teniendo en lo general hacia el tema  gay (particularmente en el campo del marketing) sobresale en nuestra sociedad un particular rechazo hacia los homosexuales que todavía está vigente, y ese rechazo, constituido por una serie de atribuciones negativas en referencia a la homosexualidad, es lo que llamamos homofobia; no importa si se maneja el tema como una carencia o un defecto, como pecado, malformación, perversión o delito, la homofobia es un acto de discriminación que descalifica a la persona de la que se hace objeto y nos negamos a relacionarnos con ella (o con él), independientemente de su forma de ser, sus ideas, su simpatía o cualquier otra característica personal.

Cuando discriminamos lo que más importa es nuestra idea de lo bueno y lo malo, basada en generalizaciones hacia una categoría de personas, categoría o etiqueta arbitraria que nos sacamos de la manga, porque tenemos prejuicios y nos permitimos ver el mundo a través de ellos. Y no importa demasiado que en los últimos años haya habido trabajos científicos, filosóficos y médicos en torno a temas como el de la homofobia, que demuestran que no hay nada en la homosexualidad que sea patológico o antinatural, lo que importa es la precaria e inargumentable idea en mi cabeza que me moviliza a discriminar y descalificar.
Y hablando de discriminar, la que se dirige hacia hombres y mujeres homosexuales es una, pero ¿qué me dirías de la que sufren los hombres y mujeres transexuales? Te invito a echarle una oreja a este podcast de Fernanda Tapia acerca de los derechos de las personas transexuales

domingo, 28 de noviembre de 2010

Los rostros del VIH

Hoy el SIDA ha dejado de ser el escalofriante fantasma  que acechaba en la oscuridad de nuestras sábanas (o la del hotel, el asiento trasero del auto o los cuartos oscuros, ya sabes), paulatinamente ha ido perdiendo su rostro demacrado y afectado por la lipodistrofia, atacado por el sarcoma y muerto, finalmente muerto. Hoy tenemos tratamientos y medicamentos que no son tan agresivos como lo fueron en los años ochenta, cuando la enfermedad debutó en nuestra sociedad dictando una sentencia segura para la mayoría de quienes se infectaron con el virus; hoy sabemos que vivir con VIH no implica necesariamente estar enfermo, y mucho menos que vas a morirte pasado mañana.

Nos habíamos habituado a tener miedo y como una reacción natural del ser humano, trivializamos el origen de nuestra ansiedad para conseguir respirar tranquilos. A nadie le gusta vivir con miedo. La consecuencia fue que progresivamente le hemos restado importancia al riesgo que para la vida tiene el SIDA, y seamos puntuales: no para la cantidad, sino para la calidad de vida.

Los laboratorios de investigación científica se han encargado de que una mujer u hombre que padecen cáncer, hepatitis, SIDA o alguna de entre muchas otras enfermedades, puedan alcanzar una buena expectativa de vida; en lo mismo contribuyen instituciones de varios tipos que, con programas y planes de salud pública, proporcionan todo lo necesario para que el paciente se estabilice y sobreviva. Eso está bien; estupendo, comparado con lo poco que teníamos antes. Y con noticias como esta, también la actitud de la gente está cambiando.

No es, necesariamente, que la sociedad mexicana sepa más que antes acerca del VIH, pero una cosa si tenemos muy en claro todos: no está padre discriminar a alguien porque vive con un padecimiento determinado, o porque vive infectado de algo que no puede transmitirse por mecanismos más cotidianos, como el virus del SIDA. A las personas, actualmente nos da pena que nos cachen discriminando en público, por eso, al menos a veces nos guardamos nuestras actitudes negativas para lo privado, cuando casi nadie nos escucha. Con esta situación de lo políticamente correcto, ya no da “tanta” pena salir de casa para hacer cola en una clínica de salud y solicitar tu dotación mensual de antirretrovirales; la creciente aceptación social, ya sea genuina o solo aparente, permite que cuando vives como portador del VIH puedas asimilar con “más facilidad” esa condición en tu vida.

El punto de referencia para afirmar algo como esto es la escasa calidad de vida que le quedaba a un hombre o mujer en los años ochenta e inicios de la década de los noventa, cuando inesperadamente adquiría el VIH por transmisión sexual o sanguínea; y considerando, por supuesto, que estas líneas que lees, se refieren a países o poblaciones relativamente avanzados. En una comunidad africana, indígena o viviendo en extrema pobreza, no había ni hay mucho que hacer cuando te sabes infectado por un virus como este. Paralelamente, es necesario puntualizar que vivir con VIH es siempre un reto de vida, por lo que, sin importar cuán avanzados sean los tratamientos, nunca será del todo sencillo vivir siendo seropositivo.

A menos, claro, que los tratamientos consistan en una vacuna o una cura.

Todo hace evidente, incluso para el observador más distraído, que está cambiando el modo en que nuestras sociedades se están relacionando con el VIH; ya no vivimos con el miedo que nos conmovía en otro momento, porque hoy el SIDA dejó de ser ese extraño mal del que no sabíamos nada, y le temíamos fundamentalmente porque nos era desconocido. Hoy es un tema bien cotidiano; le vemos en películas campañas publicitarias y obras de teatro, todos ahora conocemos alguien que vive con VIH o de un famoso que falleció por una dolencia que se complico por la presencia del SIDA o etcétera. Ya no tenemos miedo, al menos no tanto, y ese vivir sin miedo está bien. Por eso las nuevas campañas de sensibilización contra el VIH necesitan recursos y discursos distintos a la propagación del miedo para impactar en el público; uno ya no le pega a escuchar que si no haces tal o cual cosa te vas a morir, o que sufrirás un tormento eterno si no te portas como debes. Ahora el discurso necesita ser otro, especialmente en el tema del VIH,
porque la relación que hoy tenemos con el SIDA también ya es otra.

En televisión y otros medios te dan diez mil argumentos de porqué debes para evitar enfermarte; pero ¿cuántas campañas se han hecho acerca del autocuidado? Te hablan con lujo de detalles acerca de la muerte; ¿pero qué tal que te hablaran un poco de las delicias de la vida?

Efectivamente no se trata de vivir con miedo, pero tampoco se trata de normalizar el riesgo al grado de neutralizar toda conducta de prevención: con la llegada del nuevo siglo se difundieron prácticas sexuales, como el bareback, que no solo crecieron en popularidad, sino que han ayudado a que crezcan las estadísticas de infección por VIH. En el bareback, quienes sostienen una relación sexual eligen no usar condón en el momento de la penetración; las razones de esta preferencia son muy variadas y van desde el “con condón no se siente lo mismo”, hasta “me gusta ponerme en manos de mi hombre”, o “quiero que mi pareja confíe totalmente en mi”.  Es verdad que el encuentro sexual sin protección con una persona que es portadora del VIH no necesariamente va a causar la transmisión del virus, pero la sola y aleatoria posibilidad de que eso suceda durante el sexo no protegido es equivalente a apostar nuestra calidad de vida en el tiro de una moneda. ¿Cuántos apostadores expertos conoces que se apuntarían a un juego como este?

Igual, en años recientes se ha difundido en Estados Unidos una alarmante práctica sexual que conjuga fiestas sexuales, clandestinidad y VIH, pero no incluyen en la fórmula al sexo protegido, no por olvido, sino por estrategia. Vamos, pensemos que por definición una orgía es un encuentro sexual multitudinario que puede o no involucrar el uso de condones; en las orgías, además, puede haber quien prefiere solamente ver, sin participar, o quien solo vaya a pasearse desnudo. En las fiestas sexuales donde el VIH es el invitado de honor, en cambio, los participantes asisten enfáticamente para exponerse a la transmisión del “bug” o bicho, que es el sobrenombre con el que identifican al virus, mediante un acto que ellos llaman “the gift”, o el regalo. Pueden verse las convocatorias en distintas redes sociales de Internet donde dan a conocer fecha y lugar del evento, a ellas asisten quienes pretenden obsequiar el virus y quienes quieren recibirlo. Actualmente ya empieza a haberlas en México.

Algunos de los receptores del regalo sostienen que gracias a “the gift” pueden mantener con ellos una parte de su pareja (la de turno), que en algunos casos es quien transmite el virus; otros insinúan que al momento de tener en su sangre el “bug” su vida cambia (lo cual es a todas luces innegable), se visualizan a sí mismos como algo distinto a lo que eran, con un sentido de pertenencia y una identificación con otras personas portadoras. Conversando con ellos en entrevista a través de chats, da la impresión de estar conversando con personas en una profunda búsqueda de su propia identidad e incómodos consigo mismos. Lo que su noción del VIH plantea, es que siendo portadores de virus tienen acceso a programas sociales, grupos de apoyo, redes y otros espacios a los cuales pertenecer. De alguna manera, eligen llevar su búsqueda por una identidad al reto de vivir con VIH, finalmente, confirman ellos, tener VIH no es necesariamente estar enfermo.

Vivir con VIH efectivamente no implica estar enfermo, pero también es cierto que la calidad de vida queda tremendamente comprometida. La persona que vive siendo portador o portadora del virus, necesita cuidar mucho de su calidad de sueño, de sus hábitos alimenticios, prácticas sexuales, actividad física y hasta de sus estados de ánimo; ok, es cierto  que todo ser humano también requiere de cuidar su sueño, sexualidad, comida, ejercicio y emociones para tener una buena calidad de vida, pero cuando se es portador del VIH, lo que en un momento era recomendable, ahora se vuelve obligatorio. No importa qué institución se encargue de proveerte de recursos para estar bien, ni que organización te ofrezca programas para que no te sientas solo en tu lucha contra el virus; finalmente eres tú mismo quien elige o no salir de casa y enfrentar la vida, eres quien lleva el virus en su interior y quien elige o no seguir los tratamientos para mantenerse bien o abandonarlos.

La existencia del SIDA y la posibilidad de infectarse de VIH no es algo que deba tomarse a la ligera. Es verdad que lo que hace un portador del virus para sobrevivir, es precisamente lo que cualquiera tendría que hacer consigo mismo para estar bien, pero con el VIH uno tiene menos oportunidades de equivocarse, y menos tiempo que perder. Trabajando en psicoterapia con personas que son portadoras del virus he conocido personas que viviendo con VIH han conseguido mantenerse bien, y de paso, han logrado construirse vidas ejemplares, se un nivel de salud que yo mismo  envidiaría: cuidan de sí mismos y de sí mismas, valoran de una manera sustancial la vida y han trabajado tanto en encontrar el “equilibrio”, que se han convertido en grandes personas; pero hay algo que suelen decir: que pena que tuve que vivir con el virus para tener que darme cuenta de esto.

Finalmente, no importa que rostro le demos al SIDA, no es otra cosa que una enfermedad que se puede originar con la infección por VIH; y ultimadamente tampoco importa tanto la forma en que nos relacionamos con él, simplemente cambiemos el enfoque: lo relevante es la manera en que yo me relaciono conmigo mismo o conmigo misma y el valor que le pongo a mi futuro y mi calidad de vida, ¿yo podría enfrentar al reto de vivir toda una vida con VIH?, ¿cómo se facilitarían mis planes a futuro si hoy le doy importancia a mi bienestar?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Los rostros del VIH

Hoy el SIDA ha dejado de ser el escalofriante fantasma  que acechaba en la oscuridad de nuestras sábanas (o la del hotel, el asiento trasero del auto o los cuartos oscuros, ya sabes), paulatinamente ha ido perdiendo su rostro demacrado y afectado por la lipodistrofia, atacado por el sarcoma y muerto, finalmente muerto. Hoy tenemos tratamientos y medicamentos que no son tan agresivos como lo fueron en los años ochenta, cuando la enfermedad debutó en nuestra sociedad dictando una sentencia segura para la mayoría de quienes se infectaron con el virus; hoy sabemos que vivir con VIH no implica necesariamente estar enfermo, y mucho menos que vas a morirte pasado mañana.

Nos habíamos habituado a tener miedo y como una reacción natural del ser humano, trivializamos el origen de nuestra ansiedad para conseguir respirar tranquilos. A nadie le gusta vivir con miedo. La consecuencia fue que progresivamente le hemos restado importancia al riesgo que para la vida tiene el SIDA, y seamos puntuales: no para la cantidad, sino para la calidad de vida.

Los laboratorios de investigación científica se han encargado de que una mujer u hombre que padecen cáncer, hepatitis, SIDA o alguna de entre muchas otras enfermedades, puedan alcanzar una buena expectativa de vida; en lo mismo contribuyen instituciones de varios tipos que, con programas y planes de salud pública, proporcionan todo lo necesario para que el paciente se estabilice y sobreviva. Eso está bien; estupendo, comparado con lo poco que teníamos antes. Y con noticias como esta, también la actitud de la gente está cambiando.

No es, necesariamente, que la sociedad mexicana sepa más que antes acerca del VIH, pero una cosa si tenemos muy en claro todos: no está padre discriminar a alguien porque vive con un padecimiento determinado, o porque vive infectado de algo que no puede transmitirse por mecanismos más cotidianos, como el virus del SIDA. A las personas, actualmente nos da pena que nos cachen discriminando en público, por eso, al menos a veces nos guardamos nuestras actitudes negativas para lo privado, cuando casi nadie nos escucha. Con esta situación de lo políticamente correcto, ya no da “tanta” pena salir de casa para hacer cola en una clínica de salud y solicitar tu dotación mensual de antirretrovirales; la creciente aceptación social, ya sea genuina o solo aparente, permite que cuando vives como portador del VIH puedas asimilar con “más facilidad” esa condición en tu vida.

lunes, 4 de octubre de 2010

¿Qué es la terapia familiar?

Para nadie es extraño afirmar que la familia en México es una institución fundamental para el desarrollo tanto de las personas, como de sus identidades, y tampoco es nuevo pensar en la influencia que mantiene la familia sobre el  bienestar social y personal, además de que hay factores externos que ponen en entredicho su desarrollo económico, emocional e incluso biológico; a partir de todo eso, tiene mucho sentido promover un abordaje psicoterapéutico que, desde una epistemología sistémica, considere a la entidad familiar como el sujeto de sus estrategias e intervenciones.

En este sentido, la Terapia Familiar de enfoque sistémico aborda a las familias como un conjunto de individuos que, al mantenerse en cotidiana interacción, conforman un sistema, es decir, una unidad en sí misma, poseedora de sus propias reglas y pautas organizativas que tienden a una constante autorregulación con el fin de preservarse.

Dentro de una familia, el malestar o bienestar de cada uno de los integrantes va a repercutir en el bienestar del resto de miembros del sistema e, incluso, en su estructura completa. 

¿Qué es la terapia familiar?

Para nadie es extraño afirmar que la familia en México es una institución fundamental para el desarrollo tanto de las personas, como de sus identidades, y tampoco es nuevo pensar en la influencia que mantiene la familia sobre el  bienestar social y personal, además de que hay factores externos que ponen en entredicho su desarrollo económico, emocional e incluso biológico; a partir de todo eso, tiene mucho sentido promover un abordaje psicoterapéutico que, desde una epistemología sistémica, considere a la entidad familiar como el sujeto de sus estrategias e intervenciones.

En este sentido, la Terapia Familiar de enfoque sistémico aborda a las familias como un conjunto de individuos que, al mantenerse en cotidiana interacción, conforman un sistema, es decir, una unidad en sí misma, poseedora de sus propias reglas y pautas organizativas que tienden a una constante autorregulación con el fin de preservarse. Dentro de una familia, el malestar o bienestar de cada uno de los integrantes va a repercutir en el bienestar del resto de miembros del sistema e, incluso, en su estructura completa.  Con este fundamento como punto de partida, el proceso terapéutico que se dirige a una parte de la familia va a repercutir generando cambios en toda ella, y de forma inversa, la psicoterapia que interviene a la familia completa moviliza a cada uno de los integrantes involucrados en la cotidianidad del sistema.


jueves, 30 de septiembre de 2010

Radiografía de tus apegos

Desde que empezamos eso que llaman la era de Acuario, ha habido un tremendo boom de corrientes new age que proponen mil y una estrategias para vivir mejor, algunas más sensatas que otras, definitivamente, pero todas ellas envueltas en un sutil encanto de magia, destino y misticismo. Puede que no a todos les atraigan al grado de querer practicarlas, pero pocos podrían negar que les parezcan, al menos, interesantes.

Hace unos días, por ejemplo, conversaba con un amigo acerca del cómo, según teorizan algunos, antes de nacer y formar parte de este mundo, negociamos las experiencias y los retos que necesitaremos tener para lograr un nivel mayor en nuestra evolución espiritual. Según esta idea, entonces, a veces experimentamos problemas de un mismo tipo porque son los problemas que elegimos experimentar para aprender y seguir creciendo.

¿Tú que opinas?, ¿qué tan improbable te suena?

En realidad, a todos nos ha sucedido alguna vez que los problemas que enfrentamos nos llevan a reconocer qué es lo realmente importante; cuando estás preocupado o preocupada por lo que está por venir, y no tienes energía para hacer las mil cosas que normalmente harías, solamente te dedicas a lo que importa, o a las personas que importan. Es lo que suele pasar con todas las crisis; tienen un extraño efecto clarificador. Se dice que cuando hay problemas identificas a tus verdaderos amigos, conoces tus capacidades reales y ubicas aquello por lo que sí vale la pena luchar.

Te quedas con lo que es importante para seguir viviendo, y lo que no es importante, simplemente lo sueltas para dejarlo pasar.

Entonces puede ser que los problemas que experimentamos en la vida tengan la consecuencia involuntaria de mostrarnos lo que hay que soltar a lo largo del camino: esas cosas, memorias, situaciones o relaciones que únicamente nos estorban para continuar creciendo. ¿Puede un globo elevarse sin soltar primero su lastre?, a lo largo de la vida es menos difícil identificar lo que es lastre de lo que no, que permitirnos soltarlo una vez que lo hemos identificado.

Para la psicología es claro que muchos de los problemas que solemos enfrentar, surgen de una actitud de no querer soltar aquello a lo que estamos demasiado apegados, aun cuando reconozcamos que son elementos de nuestro pasado que ya no necesitamos, ni funcionan, ni nos nutren emocional o espiritualmente. Muchas filosofías coinciden al prevenirnos en contra de los apegos, algunas se alarman frente a los apegos en general y otras, más de lado de la psicología, solamente nos previenen ante ciertos apegos, de esos que no hacen otra cosa que estorbar.

¿Te ha sucedido que sostienes relaciones que en lugar de satisfacerte solamente te agobian más?; quizá un amigo o amiga con quien en lugar de contribuir a sentirte mejor, sabe siempre cómo hacer para que te sientas peor;  quizá esa fotografía que todavía cuelga de la pared, y que cada vez que la miras nuevamente te parte el alma; o ese trabajo en el que llevas años, pero que mancha de gris los días que te pudieron haber sido soleados. ¿Tu qué lastres identificas que vas cargando?

Quizá en esta vida, con nuestras decisiones vamos eligiendo los problemas que habremos de enfrentar posteriormente; posiblemente no elegimos nuestras dificultades antes de nacer, eso suena extremadamente precipitado, pero es más probable que en el día de hoy, al aferrarme a algo que debí de haber soltado y que ayer dejó de pertenecerme, esté forzando situaciones que me generen los problemas de mañana, y si insisto obstinadamente en aferrarme, continuamente el mismo tipo de problemas van a sucederse una y otra vez, hasta que por fin, me decida a soltar.

Piensa en una relación de pareja que ya no funciona, que lo han intentado todo y ni parándose de cabeza logran que la cosa cambie; pero no quieren estar solos, y aplican ese axioma del “peor es nada”. Entonces viene un problema derivado de esa incapacidad para soltar la relación, quizá con gritos y platos volando contra las paredes; luego uno más fuerte, después otro mayor; al cabo de un tiempo, si la pareja no se separa, el creciente aumento en los problemas los van a llevar a una situación insostenible con la que deberán romper y seguir cada cual su vida, sin el lastre en el que se había vuelto su relación.

El inconveniente está en que los problemas no son un consejero amable, y si te esperas a que sean ellos quienes solucionen la disyuntiva del soltar o no hacerlo, cuando la situación se resuelve, invariablemente, alguien termina lastimado.

¿Qué ocurre cuando no suelto el cigarro y me aferro al hábito de fumar?, mis problemas recurrentemente serán de salud; ¿qué sucede cuando no corto el cordón umbilical con mi familia?, probablemente mi relación de pareja estará plagada de problemas por falta de intimidad; ¿y si me aferro a mostrar en público una imagen que no me corresponde?, puede que en una de esas, el problema sea que me convertí en cliente frecuente de asaltantes y secuestradores.

Problemas siempre vamos a tener, porque tienen una innegable función en nuestra evolución como seres humanos; lo que no está bien es que continuamente un determinado tipo de problemas siempre nos haga víctima, y de peor forma en cada ocasión. Vale la pena preguntarse qué necesito cambiar para que eso deje de sucederme, y probablemente lo que haya que cambiar, consista justamente en un lastre que deberé de soltar.

¿Conoces personas para las que les sea un poco más sencillo soltar, o que puedan elegir con mayor claridad sus apegos?; cuando te cae el veinte de los lastres que cargas (o de al menos algunos de ellos) trasciendes los problemas que te causaban y empiezas a tener problemitas más cotidianos, más superables. Las corrientes new age te dirían que ésta es una forma de armonizarte con el mundo en que vives, tomando lo que necesitas y soltándolo cuando deja de serte necesario.

Hay personas que no suelen tener problemas en cierta área de su vida, aunque si los tengan en otros campos: o es gente que nunca se enferma de gravedad, o nunca tienen problemas de pareja o económicos, o puede que en general parezca que siempre les va bien. ¿Ubicas a alguien así? Toma un momento para mirarte en un espejo e identifica qué es lo que para ti es sencillo soltar, ubica cuál es esa área en la que no sueles tener grandes problemas: ¿cómo le hiciste para aprender a no cargar con ese tipo de lastres?, ¿puedes hacer igual con los que no son tan sencillos de desprenderte?

Vale la pena intentarlo; soltar no es sencillo, pero te va a permitir llegar más alto.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Radiografía de tus apegos

Desde que empezamos eso que llaman la era de Acuario, ha habido un tremendo boom de corrientes new age que proponen mil y una estrategias para vivir mejor, algunas más sensatas que otras, definitivamente, pero todas ellas envueltas en un sutil encanto de magia, destino y misticismo. Puede que no a todos les atraigan al grado de querer practicarlas, pero pocos podrían negar que les parezcan, al menos, interesantes.

Hace unos días, por ejemplo, conversaba con un amigo acerca del cómo, según teorizan algunos, antes de nacer y formar parte de este mundo, negociamos las experiencias y los retos que necesitaremos tener para lograr un nivel mayor en nuestra evolución espiritual. Según esta idea, entonces, a veces experimentamos problemas de un mismo tipo porque son los problemas que elegimos experimentar para aprender y seguir creciendo.

¿Tú que opinas?, ¿qué tan improbable te suena?


miércoles, 18 de agosto de 2010

Identidad gay: ¿realidad o simple mito?

Es muy probable que hayas alguna vez escuchado un chiste, de entre los tantos que se cuentan con desenfado en las fiestas familiares y reuniones de trabajo, que habla de cómo un hijo llega tímidamente con su padre y le dice: “Papa, soy gay”, a lo que el padre responde con una serie de cuestionamientos acerca de si el chamaco en cuestión tiene un departamento en la Condesa, un auto BMW o estudios hechos en alguna universidad de muy elevado prestigio. Ante las sucesivas negativas del hijo, quien estudió en una universidad pública, viaja en metro a dondequiera que va y vive con sus padres en un departamento de interés social, el padre concluye tajantemente que su confundido retoño definitivamente no es gay, sino un homosexual ordinario.
Hasta hace algunos años, ser gay era socialmente visto como una sofisticación de lo homosexual, una moda frívola que trataba de abordar con eufemismos todo lo relacionado con una sexualidad disidente; percepción que aparecía en los chistes, en los medios de comunicación y donde fuera que el tema saliera a flote. Quién se decía gay, entonces, adquiría la obligación de ser tan sofisticado y socialmente exitoso como la misma palabra lo era; y, como en el chiste líneas arriba, si no eras suficientemente “gay”, según el estereotipo, no tenías posibilidad de dejar de ser un simple homosexual.
Hoy, ser gay aún involucra la posibilidad de ser todo lo anterior, pero no exclusivamente. De hecho, sucede que actualmente puedes ser homosexual, pero jamás considerarte gay; ¿qué es ser gay, entonces?

Vamos desde el principio. Un día, no habiendo llegado siquiera a la edad de la pubertad, caes en la cuenta de que sientes más atracción por tus compañeritas que por tus compañeritos de la escuela, o, si eras niño, más por ellos en sus uniformes de educación física que por ellas queriendo jugar contigo a la casita. Paulatinamente te vuelves consciente de que eso no es lo que se acostumbra, ya que creciste al cobijo de unos padres heterosexuales y muy de cerca a personas de comportamiento heterosexual. Llega ese momento y de golpe te cae el veinte: eres diferente.

Vas creciendo y la consciencia de esa diferencia es cada vez más contundente, mientras escuchas a tu madre hablar de cuando tu tengas tus propios hijos, de cuando su hijito encuentre una mujer que le aguarde en casa o, en su caso, cuando su pequeña consiga a un hombre al cuál amar para toda la vida. Te cuentan historias heterosexuales de personajes heterosexuales en situaciones heterosexuales para que aprendas como funciona el mundo: te consigues una pareja de sexo distinto al tuyo, repito: distinto, y haces una familia a la cual vas a mantener o vas a cuidar celosamente desde el seno del hogar; serás el pilar de un nuevo núcleo social y preservarás nuestras tradiciones y nuestros genes. Estarán orgullosos de ti.
¿Y quién no quiere que estén orgullosos de uno?
Pero te gustan los otros niños o las otras niñas que, en definitiva, no tienen un sexo diferente al tuyo, y el tiempo pasa y el conflicto crece, hasta el momento en que tienes que elegir. Tienes dos posibilidades, en una de ellas puedes hacer como que nada sucede; todo esto es transitorio y con el tiempo, más tiempo todavía, se te irá pasando. Aprenderás a no querer tanto, a enamorarte de las unas y no de los otros, o corregirás tus afectos para sentir lo que te han enseñado que es lo correcto sentir. Como nadie tiene que enterarse, guardarás silencio y harás justo lo contrario de lo que sientes que es tu deseo hacer. Y al final, frente a tu conducta heterosexual, tus padres sonreirán por ver en ti lo que siempre pensaron que serías, en tanto que tú reprimes tu frustración ante todo esto que jamás hubieras querido ser y guardas tu homoerotismo dentro de una permanente clandestinidad. Elegiste no ser gay.
La segunda posibilidad te lleva al sentido contrario, es decir, asumes que tus emociones hacia quienes son de tu mismo sexo son claras, es socialmente incómodo, pero así eres, y decides trabajar en reconciliarte con ese homoerotismo. También es un camino difícil, porque ya nadie hay que te diga como funciona el mundo, no hay quién te de consejos o te oriente a lo largo del proceso. De estar solo o sola, empiezas a hacer distancia de quienes te piden una conducta heterosexual y te aproximas a quienes pueden entender la manera en que se manifiestan tus sentimientos; en breve, descubres que no es necesario estar solo.
Habiendo aceptado amar a otros hombres o a otras mujeres, y renunciado a mucho de lo que implica ser heterosexual, encuentras a gente que también ama como tú lo haces, y que puede entregarse a personas de su mismo sexo con idéntica pasión. Te identificas con ellos y adoptas para ti ese estilo de vida gay, donde carece de importancia si eres una mujer que ama a otras mujeres o un hombre que se enamora de otros como él.
Esta posibilidad es, efectivamente, elegir ser gay, si bien jamás elegiste que te gustaran otros hombres u otras mujeres; y a partir de esa elección continúas construyéndote como un ser humano, integralmente, involucrando la importancia de tus afectos en tu proyecto de vida y recibiendo el apoyo de otras personas. Al definirte gay puedes incluir a otros en la estructura de tu vida, quienes elijas, incluidos aquéllos que en otro momento esperaron de ti una forma distinta de amar; sin embargo esa es otra decisión que depende tan sólo de ti.

Nadie puede decirte que elección es la mejor ni cuál te garantiza la felicidad. No hay garantías. Pero lo que es claro, es que decirse gay no es obedecer a una moda o tratar de ser mas sofisticado, ser gay es sentir que formas parte de algo y haber elegido crecer sin negar tus emociones o tu necesidad de amar; un acto de valor del que finalmente, bien puede uno sentirse plenamente orgulloso.
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Identidad gay: ¿realidad o simple mito?

Es muy probable que hayas alguna vez escuchado un chiste, de entre los tantos que se cuentan con desenfado en las fiestas familiares y reuniones de trabajo, que habla de cómo un hijo llega tímidamente con su padre y le dice: “Papa, soy gay”, a lo que el padre responde con una serie de cuestionamientos acerca de si el chamaco en cuestión tiene un departamento en la Condesa, un auto BMW o estudios hechos en alguna universidad de muy elevado prestigio. Ante las sucesivas negativas del hijo, quien estudió en una universidad pública, viaja en metro a dondequiera que va y vive con sus padres en un departamento de interés social, el padre concluye tajantemente que su confundido retoño definitivamente no es gay, sino un homosexual ordinario.

Hasta hace algunos años, ser gay era socialmente visto como una sofisticación de lo homosexual, una moda frívola que trataba de abordar con eufemismos todo lo relacionado con una sexualidad disidente; percepción que aparecía en los chistes, en los medios de comunicación y donde fuera que el tema saliera a flote. Quién se decía gay, entonces, adquiría la obligación de ser tan sofisticado y socialmente exitoso como la misma palabra lo era; y, como en el chiste líneas arriba, si no eras suficientemente “gay”, según el estereotipo, no tenías posibilidad de dejar de ser un simple homosexual.

Hoy, ser gay aún involucra la posibilidad de ser todo lo anterior, pero no exclusivamente. De hecho, sucede que actualmente puedes ser homosexual, pero jamás considerarte gay; ¿qué es ser gay, entonces?


domingo, 8 de agosto de 2010

Los Trimonios, parejas de tres

Coloquialmente, reconocemos en el entorno gay a las “parejas abiertas” como aquellas que han elegido abrir su relación de pareja para integrar a terceros, ya por una sola noche y un solo encuentro sexual, ya para que el tercero se instale como un miembro permanente de la relación, la que evidentemente deja de ser una pareja para convertirse en trío o “trimonio”, como algunos prefieren denominarla. Es un acuerdo mutuo entre ambos integrantes de la relación y consecuentemente producto de nuevas reglas del juego.
La situación concreta es: un día uno de ellos le propone al otro el salir a conocer gente, salen y ligan a ese tercero, o salen y alguno de ambos va de ligue y trae al tercero para presentarlo a su pareja. Los motivos para hacer algo como esto son varios, cada pareja es muy distinta de las demás, distinta incluso de las que en el pasado pudieron sostener los mismos integrantes de la relación; frecuentemente se vuelven víctimas de una fatiga crónica, una suerte de hastío que sucede tras meses o años de vivir juntos sin la oportunidad de abrirse a otros vínculos sociales, en otras ocasiones la pareja se ha desconectado emocionalmente y extraviado su correspondiente encanto sexual.

Cuando esto u otras situaciones aparecen bajo el aspecto de un aburrimiento frente al otro miembro de la pareja, de una pérdida de la química sexual o de un déficit importante en la comunicación, algunas parejas eligen romper, asumir el dolor de la perdida y el fracaso y buscar la construcción de una nueva relación, cada cual por su lado. Algunas otras identifican el problema cuando aún es posible negociar, y eligen concretamente abrir su relación.

Es imposible determinar el modo en que esta alternativa puede rescatar la relación, dado que la dinámica de cada pareja es distinta y lo que funciona bien para una, puede ser catastrófica para otra. Así que, si efectivamente abrir la relación es una alternativa, es necesario considerar estos cuatro aspectos:

– Tu pareja y tu deberán tomarse un tiempo para sentarse y poner las cartas sobre la mesa: ¿Quién propuso abrir la relación?, ¿Porqué? Es menester que quede bien identificada la necesidad que van a satisfacer o lo que solucionará esta decisión y si tal necesidad es personal o compartida.

– Una vez identificada la necesidad que van a cubrir abriendo la relación, establezcan reglas, no obvien nada ni den por hecho que el otro sobreentendió algo que no fue dicho. ¿Hasta donde permitirán que el tercero o los terceros penetren en la relación?, ¿Con que frecuencia?; ¿Será solamente sexual la interacción con el tercero, o lo incorporarán a su vida como pareja?, ¿Valdrá enamorarse?, ¿Se valdrá verlo cada cual por su lado, o siempre deberán involucrarse con terceros como pareja?

– Definan un espacio intocable, un momento o actividad que jamás será compartida con nadie y será terreno exclusivo para los dos. Ningún tercero tendrá acceso a este marco de intimidad.

– Finalmente, definan cómo será esa persona a la que buscarán para incluirla en la relación: su edad, nivel sociocultural, etcétera, según los atributos que para ambos sean importantes. Esto será una pauta para salir a la búsqueda.

Cuatro puntos que tienen por ingrediente central a la negociación. Hay que ser claros al hablar y tomar este diálogo tan en serio como seria sea su relación, de esto depende que lo que pudiera ser una ayuda, lo sea tal cual y no la sentencia final para la pareja. Consideren, sin embargo, que pueden existir espejismos que los conduzcan a un importante error en su decisión, algunos son, por ejemplo, el buscar fuera de su relación las respuestas que únicamente pueden encontrar al interior de ésta, a veces es mejor checar si han sido suficientemente honestos entre ambos para darse a conocer el modo en que cada cual está experimentando la relación que comparten; a veces el amor ya se terminó, e incluir a un tercero es una manera de buscar enamorarse de nuevo sin enfrentar el fracaso de la relación, ni la soledad de la despedida; y a veces uno de los dos simplemente no sabe cómo comunicarse y plantearle al otro sus necesidades, por lo que incluir a alguien más es, en realidad, agregarle un mediador a la dinámica de pareja.

¿Cómo saber que no estás equivocándote al elegir? La comunicación con tu pareja es la clave; mientras sea honesta y persistente, tendrás una mayor certeza de cómo va tu relación. Para una excelente comunicación: la confianza plena en tu compañero o compañera. No busques consejo con otros respecto a si debes o no abrir tu relación, esa cuestión les concierne a ustedes y finalmente no se trata de algo bueno ni malo, no implica necesariamente adicción al sexo o una mala relación de pareja; si lo consideras necesario, no dudes en revisar la idea con tu compañero.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Los Trimonios, parejas de tres

Coloquialmente, reconocemos en el entorno gay a las “parejas abiertas” como aquellas que han elegido abrir su relación de pareja para integrar a terceros, ya por una sola noche y un solo encuentro sexual, ya para que el tercero se instale como un miembro permanente de la relación, la que evidentemente deja de ser una pareja para convertirse en trío o “trimonio”, como algunos prefieren denominarla. Es un acuerdo mutuo entre ambos integrantes de la relación y consecuentemente producto de nuevas reglas del juego.

La situación concreta es: un día uno de ellos le propone al otro el salir a conocer gente, salen y ligan a ese tercero, o salen y alguno de ambos va de ligue y trae al tercero para presentarlo a su pareja. Los motivos para hacer algo como esto son varios, cada pareja es muy distinta de las demás, distinta incluso de las que en el pasado pudieron sostener los mismos integrantes de la relación; frecuentemente se vuelven víctimas de una fatiga crónica, una suerte de hastío que sucede tras meses o años de vivir juntos sin la oportunidad de abrirse a otros vínculos sociales, en otras ocasiones la pareja se ha desconectado emocionalmente y extraviado su correspondiente encanto sexual.


jueves, 5 de agosto de 2010

¿Qué es T+C?

Terapia y Conversaciones es T+C, un espacio virtual para quienes han iniciado el camino hacia su recuperación emocional o están en busca de medios y estrategias para conocerse mejor a sí mismos o a sí mismas. Los artículos aquí reunidos son textos centrados en el Desarrollo Humano y originales de Hernán Paniagua, de lectura sencilla y sobre tópicos relevantes al bienestar emocional, desde un enfoque humanista y sistémico, diverso y también sensible al género.

Si los contenidos en T+C son de tu agrado, no dudes en dejar alguna opinión que nos oriente acerca de cómo mejorar este espacio.

De igual modo, si no estás de acuerdo con alguna idea en estos textos, o te generan más dudas que necesiten respuestas, será grato contestar a tus comentarios al pie de cualquiera de los artículos o directamente en el correo electrónico: xiu.cuautli@gmail.com.

Físicamente, T+C se ubica en Insurgentes Sur 534, col. Roma Sur. Ciudad de México. Informes y citas al número de whatsApp: 55 1507 5382, o mediante el correo electrónico.

Horario de lunes a sábado en horas previamente convenidas.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

¿Qué es T+C?

Terapia y Conversaciones es T+C, un espacio virtual para quienes han iniciado el camino hacia su recuperación emocional o están en busca de medios y estrategias para conocerse mejor a sí mismos o a sí mismas. Los artículos aquí reunidos son textos centrados en el Desarrollo Humano y originales de Hernán Paniagua, de lectura sencilla y sobre tópicos relevantes al bienestar emocional, desde un enfoque humanista y sistémico, diverso y también sensible al género.

Si los contenidos en T+C son de tu agrado, no dudes en dejar alguna opinión que nos oriente acerca de cómo mejorar este espacio.

De igual modo, si no estás de acuerdo con alguna idea en estos textos, o te generan más dudas que necesiten respuestas, será grato contestar a tus comentarios al pie de cualquiera de los artículos o directamente en el correo electrónico: xiu.cuautli@gmail.com.

Físicamente, T+C se ubica en Insurgentes Sur 534, col. Roma Sur. Ciudad de México. Informes y citas al número de whatsApp: 55 1507 5382, o mediante el correo electrónico.

Horario de lunes a sábado en horas previamente convenidas.

jueves, 1 de julio de 2010

Diferenciando entre parejas gay y heterosexuales

Ya Marina Castañeda, en su libro La Experiencia Homosexual, resaltaba el que algunos psicoterapeutas bienintencionados tendían a tratar a la pareja homosexual como si fuesen heterosexuales, bajo la consigna de evitar la discriminación y no partir en el acto terapéutico del estigma social. Sin embargo la estrategia no es funcional al cien por ciento.
Ni siquiera al 40…
No es una novedad el que una pareja hetero tiene una dinámica de relación distinta a la de una pareja homo, y tampoco es igual una conformada por dos hombres que otra de dos mujeres. Todos ellos fueron, muy probablemente, educados como heterosexuales y en un escenario hetero: si eres mujer, te realizas como tal embarazándote, siendo madre y teniendo hijos; si eres hombre, te toca realizarte siendo proveedor, macho y el que manda.

Los adeptos del psicoanálisis dirían que a unos les toca ser sádicos y a otras masoquistas, o sea, unos activos y las otras pasivas. Esto funciona cuando él y ella se unen en pareja, cada cual con sus roles establecidos, y no habrá conflicto, a menos que por cuestiones de personalidad o educación alguno de entre ambos cuestione estas directrices. Hasta ese momento todo esta equilibrado.

El conflicto llega cuando a un integrante de la pareja hetero le da por no querer cumplir con su rol y se revela, queriendo ser tan activa como se supone que es el hombre, o tan frágil como se supone que es la mujer, por poner un ejemplo. Habrá competencia, uno querrá la exclusividad del atributo que le corresponde según su género y la otra el suyo, por no mencionar que la mujer que quiere ser protegida, porque así le enseñaron, no querrá protegerlo a él y enfrentar la incertidumbre de sentirse descobijada; mientras él, que le educaron para ser “el que manda”, no querrá delegarle la decisión a ella pues le haría sentir menos masculino: menos hombre, siguiendo con el ejemplo.
No es necedad ni neurosis de su parte, es solo que estamos tan profundamente condicionados por la cultura que tomamos de la familia, los amigos, los medios y etcétera, que es lento en extremo el proceso aquél de liberarte de los estereotipos de género. La mujer no querrá ser menos mujer y el hombre no querrá ser menos hombre, porque de serlo, la sociedad los castigaría con la burla, la ley del hielo o la desacreditación neta.
En una pareja homo es casi igual. Educados para ser como se supone que deben ser hombres y mujeres, dos hombres que forman una pareja querrán ambos ser EL proveedor, EL que toma las decisiones y EL protector; dos mujeres en pareja querrán ser LA que nutra, LA maternal, LA que cuide con ternura del otro. El no conseguir la satisfacción de esta necesidad emocional por cumplir con su rol de género, genera el riesgo de vulnerar la imagen que tienen de sí mismos y el grado en que se quieren a sí mismos.
Como con la pareja hetero, entre dos personas gay, la competencia proviene de las ideas de género; sin embargo, mientras que en la primera se origina cuando cuestionan el rol que les determinaron seguir, en la segunda comienza desde el inicio y no finaliza sino hasta que cuestionan ese mismo rol. Por ello el conflicto venido de la competencia es más importante en una pareja homo que en su contraparte heterosexual.
Por otro lado, no está igual vista una pareja gay que una hetero, ¿cierto? Ser gay implica ser mal recibido, los cuchicheos de la gente y el estigma y la desacreditación en menor o mayor grado. Un homosexual es, por principio de cuentas, alguien que emplea el sexo únicamente para encontrar placer, sin ocuparse de las funciones reproductivas que su sexualidad tiene inherentes. Al menos eso dicen las voces de derecha.
Aquí en México está Provida, por ejemplo. Conozco chistes muy buenos contra ellos. Por no mencionar al Partido Ación Nacional, al que pertenece nuestro H. Presidente y a la Iglesia, en sus piadosos esfuerzos por hacer de nosotros buenos hombres y mujeres castrados, asexuales y tremendamente frustrados por ser. Sólo por ser.
La sexualidad ha sido y probablemente será tópico tabú y motivo de vergüenza, dentro del marco de esta vergüenza intrínseca que mantiene el ser humano por ser tan humano. La única excusa aceptable que la moral acepta para ser sexual es la reproducción, y lo inadmisible aparece cuando se ejerce la sexualidad sólo por placer. Menudo origen de todos los pecados: el placer. Todavía hay algunos que no entendemos que el placer viene luego de que te mueres, dentro de un paraíso de algodones de azúcar blanco que puede que exista y que quizá nos esté esperando; mientras tanto, es nuestro deber moral sufrirle y sangrarle en este valle de lagrimas que es la vida…
…y así quieren que tengamos salud mental?
A los homosexuales no se les mira con buenos ojos por ese pecaminoso hedonismo que se les atribuye, por esa contranaturalidad en la que incurren, y todo aquél que haya sido educado dentro de una cultura igual o paralela a la judeocristiana, va a aplicarles el estigma en pequeña o gran medida. Los hombres y mujeres gay nacieron en una cultura así, por lo que tampoco se salvan de ejercer el estigma y la discriminación contra otros homosexuales… y contra sí mismos.
Y es que puedes manejar el discurso, ser consciente de la falla y argumentar convencido al respecto de ella, pero las emociones van a tardar mucho en adaptarse. De igual manera a como un hombre puede saber que la araña que sostienen en la mano no le hará daño, no implica que deje de sentir con angustia una opresión en su pecho; o así como el que argumenta con convicción contra el machismo se va a sonrojar cuando una mujer pague de su bolsa el taxi del que se están apeando. Razón y emoción. Siempre será más fácil trabajar la primera que la segunda, y siempre la primera será la vía para lograr un cambio a nivel emocional. El que sostiene la araña o el que rechaza el machismo no tienen la labor ya terminada, les falta trabajar sus emociones, pero llevan ya un muy buen camino recorrido.
Igual pasa con la mujer o el hombre gay. Probablemente sepan que ser homo no esta mal… ni bien, que únicamente es y existe ajeno a cualquier axiología. Quizá sepan que son tan valiosos como cualquiera y tal vez más, según sus características individuales. Posiblemente dominen todo este discurso, pero aún necesiten tener relaciones sexuales con la luz apagada, o todavía se nieguen abiertamente a decir que son gay. Razón y emoción, la diferencia entre saberlo y sentirlo.
Por esto, dentro de una pareja homo suele haber esa discriminación hacia el otro y hacia sí mismo, lo que lleva a coercionar al otro cuando muestra “demasiado” su homosexualidad y a reprimir la propia expresión, pera no parecer “tan“ homosexual.
Es este mismo tenor el que lleva a la comunidad gay en el mundo a segmentarse en sub grupos: leather, queens, rubber y etcétera, donde un grupo discrimina a otros según el grado en que manifiestan su homosexualidad. En general, como diría Goffman en su ensayo sobre el estigma, los que presentan el objeto de su estigma con mayor evidencia o notoriedad son puestos en lo más bajo de la jerarquía, mientras quedan en la cima del prestigio aquéllos a los que “se les nota” en menor medida.
…en una pareja homo existe una dinámica de competencia mucho más fuerte que en una hetero por las razones de género que mencionan los primeros párrafos y por el estigma, donde uno y otro tratarán de que sea a quien menos se le note que es homosexual. Por eso, en psicoterapia, no puedes tratar igual a una pareja que a otra, porque cada cual tiene sutiles características que las diferencian y necesidades muy particulares.
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Diferenciando entre parejas gay y heterosexuales

Ya Marina Castañeda, en su libro La Experiencia Homosexual, resaltaba el que algunos psicoterapeutas bienintencionados tendían a tratar a la pareja homosexual como si fuesen heterosexuales, bajo la consigna de evitar la discriminación y no partir en el acto terapéutico del estigma social. Sin embargo la estrategia no es funcional al cien por ciento.

Ni siquiera al 40...

No es una novedad el que una pareja hetero tiene una dinámica de relación distinta a la de una pareja homo, y tampoco es igual una conformada por dos hombres que otra de dos mujeres. Todos ellos fueron, muy probablemente, educados como heterosexuales y en un escenario hetero: si eres mujer, te realizas como tal embarazándote, siendo madre y teniendo hijos; si eres hombre, te toca realizarte siendo proveedor, macho y el que manda.


Breve reflexión acerca de la mentira

Hace unos días, una buena amiga conversaba conmigo acerca de que entre los antiguos judíos, la verdad de las palabras que alguien expresaba estaba implícita en la confianza. En ese escenario semita, uno podía creer en lo que escuchaba por el simple hecho de que el otro se hacía responsable de las palabras salidas de sus labios, porque la mentira a primera instancia ponía en juego el vínculo entre el interlocutor y la persona, y les afectaba a ambos, y les hería a ambos.

Pero los tiempos modernos son muy distintos a los que se vivían hace miles de años, y ahora lo verdadero es lo que es comprobable, y uno no es inocente hasta que es demostrado lo contrario. ¿Por qué tanta desconfianza?

En nuestro mundo las mentiras piadosas son una licencia que a veces la verdad se toma para no herir al otro; las mentirillas blancas corresponden a travesuras que no lastiman a nadie y que se olvidan en poco tiempo. Teóricamente.

Para la corriente filosófica llamada “postestructuralismo”, la realidad corresponde al lenguaje: a lo que la gente dice. Pero no porque lo que decimos sea determinado por el modo en que son las cosas, sino al contrario, que lo que decimos determina cómo son: el lenguaje estructura la realidad. En otras palabras, la realidad que nos envuelve es percibida por nosotros según cómo la describimos y según la describen aquellos con quienes hablamos mediante el lenguaje.

Físicamente se trata del mismo vaso, pero para uno está medio lleno y para otro está medio vacío. De sutilezas como ésta depende el modo en que vemos al universo.

Pero siendo realistas, los humanos mentimos con cierta asiduidad; a veces por hábito. Yo miento, tú mientes e incluso los animales mienten. Se trata de una cuestión de sobrevivencia, ya en un contexto salvaje, ya en uno social. Pero lejos de afirmar que la mentira es algo positivo, sí puedo decir que en ocasiones es necesaria. ¿Qué ocasiones?, bueno, eso ya depende del criterio y la mesura de cada quien. El mismo quien que además habrá de ser confrontado por las consecuencias de su mentira.

Un escenario común para la mentira suele ser el científico, en el que el investigador establece una hipótesis y recaba datos que luego, mediante cien malabares silogísticos, habrá de ajustar para que encajen dentro de su planteamiento inicial. Los que no entren serán catalogados como excepciones poco significativas para la regla, y así una nueva ley ve la luz del debate científico.

No toda la ciencia se basa en mentiras, evidentemente, pero el engaño, aún sin dolo, a veces parido por un exceso de entusiasmo, suele ser recurrente. Los científicos son susceptibles de engañarse a sí mismos ajustando la realidad a sus hipótesis, y engañar consecuentemente a los otros; porque, a última instancia, la mentira sirve para modificar la realidad.

Particularmente la realidad que no nos agrada. En el terreno de lo cotidiano la mentira es todavía más recurrente; a veces las personas echamos mano de ella para modificar la imagen de lo que somos, esencialmente cambiando el modo en que nos describimos. Más cotidiano de lo que llegamos a concebir, nos hacemos ver como personas de mayor distinción para impresionar infaliblemente al que es o la que es objeto de nuestro afecto; nos presentamos más profesionales para obtener mejores empleos; más amenazadores para evitar alguna trifulca que vemos llegar.

Probablemente un exceso sea el momento en el que la mentira irrumpe y se instala en las relaciones cercanas que mantenemos con los otros; amigos, familia, relaciones que en teoría debieran ser el santuario donde podemos romper nuestra defensa y descansar de las presiones sociales que nos requieren mentir. No hay un lugar como este en el que quede más claro que la mentira pone en riesgo el vínculo entre dos personas.

Puede suceder que lo que percibimos ser, no forme parte de una realidad que nos guste particularmente, y por eso hagamos una descripción de nosotros, para los demás, que no se ajuste a lo que en verdad somos. Un engaño. A veces esta mentira se prolonga más allá del momento en que la relación inicia, más allá del tiempo de la primera impresión, y permitimos que la relación completa se sustente en algo falso. Sucede mucho con las llamadas caretas, las poses y actitudes parecidas, que dan una imagen falsa de nosotros y ponen en juego, por no decir en riesgo, la relación a la que estábamos apostándole.

Cuando la otra persona se da cuenta que ha establecido una relación con alguien que no es lo que conocía, siente desconcierto y frecuentemente decide partir.

Y en ocasiones necesitamos que los otros nos mientan, que nos digan que somos de una manera en la que no creemos ser. Les proyectamos una imagen falsa para que nos devuelvan una descripción más cercana a lo que querríamos ser, que a lo que en realidad somos. Es la situación que se asocia al estereotipo del bravucón o el sabelotodo, que cada tanto aprovechan la oportunidad para reforzar la imagen que desean proyectar de sí, aún cuando sin enterarse, vayan forjando una dinámica que irónicamente los distancia de la gente.

El sabelotodo, particularmente, no tiene empacho en fingir contar con respuestas que no tiene; dice las cosas sin medir la consecuencia, dado que su principal interés es demostrar “una vez más” que es él quien sabe. Contradice a los otros con suficiencia e inventa hechos que suenan bien, ganando prestigio a partir de sus aseveraciones falsas que son aceptadas en lugar de las que son ciertas. De este modo moldea inintencionadamente el modo en que sus interlocutores perciben el mundo a partir de la mentira.

El sabelotodo, quien miente sistemáticamente para mantener su estatus, sabe para su coleto que lo que ven los demás en él es falso, pero puede resistir calladamente la incongruencia mientras se sienta aceptado por ellos. Lamentablemente para él, en su búsqueda por aparecer como quien guarda y mantiene la verdad, entra en una dinámica de competición, dentro de la que le es menester desacreditar a sus amigos u otras personas que le son personalmente significativas, para conservar el anhelado prestigio. Tristemente, el engaño sostenido sienta una distancia entre él y la misma gente cuya aceptación busca.

El mentiroso sistemático vive condenado a no ser conocido por aquellos a los que quiere, a no establecer intimidad con nadie en tanto haga uso de la mentira como su vía de interacción. Las personas se vinculan con su careta y no con él; recuerdan sus narraciones, pero no su historia. Y finalmente, la mentira se vuelve en la defensa que es difícil de abandonar, pues para él siempre existirá la incredulidad frente a lo exitoso que su verdadera forma de ser pudiera resultar; la duda de que sin la mentira todavía podría conseguir ser agradable a los ojos de los otros.

El mentiroso queda tristemente cautivo en un calabozo del que él mismo guarda la llave.

¿Qué tanto es tantito?, diríamos aquí en México. La mejor manera de conocer cuándo la mentira raya en lo “demasiado” es cuando empezamos a sentir que el ocultar la verdad nos distancia de nuestra gente. Ese puede, probablemente, ser una alerta eficaz.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Breve reflexión acerca de la mentira

Hace unos días, una buena amiga conversaba conmigo acerca de que entre los antiguos judíos, la verdad de las palabras que alguien expresaba estaba implícita en la confianza. En ese escenario semita, uno podía creer en lo que escuchaba por el simple hecho de que el otro se hacía responsable de las palabras salidas de sus labios, porque la mentira a primera instancia ponía en juego el vínculo entre el interlocutor y la persona, y les afectaba a ambos, y les hería a ambos.

Pero los tiempos modernos son muy distintos a los que se vivían hace miles de años, y ahora lo verdadero es lo que es comprobable, y uno no es inocente hasta que es demostrado lo contrario. ¿Por qué tanta desconfianza?

En nuestro mundo las mentiras piadosas son una licencia que a veces la verdad se toma para no herir al otro; las mentirillas blancas corresponden a travesuras que no lastiman a nadie y que se olvidan en poco tiempo. Teóricamente.


miércoles, 30 de junio de 2010

Identidades en construcción

Y a todo esto, ¿quién dices eres tú?; ok, más allá de cómo te llaman, que no me dice demasiado y mucho más allá de esas frases hechas y tan tremendamente comunes que ya han dejando de decir algo, ¿quién eres tú?, ¿cómo defines lo que eres y, especialmente, cómo defines la manera en que sientes?

Hace algunos años, cuando tomé la decisión de hacer la tesis para convertirme finalmente en un psicólogo hecho y derecho, me motivaba particularmente un capricho por rascarle más al asunto de las identidades. Tiempo después, durante el desarrollo de ésta investigación teórica aterrizada en el tema gay, me he sorprendido ante el alcance que este sencillo concepto tiene; no sólo por su belleza teórica que, por teórico, a nadie le sirve, sino por la posibilidad que tiene para dar explicaciones acerca de lo que nadie se pregunta, pero que a todos nos mueve… de alguna manera.

Por ejemplo, ¿te has detenido a pensar cuantas cosas tenemos seguras en la vida? o dime por favor una verdad que sea absolutamente irrefutable.

Ok, tal vez la he puesto muy difícil. No me consta que la tierra sea redonda, pero lo creo porque eso me han dicho. Es la versión oficial. Ni me consta que Japón este en Asia, jamás he ido a comprobarlo. No estoy seguro de que Cortés, Colón y Jerónimo hayan existido, o Sócrates, o la Atlántida; pero algo que si puedo garantizar con absoluta convicción es que yo estoy aquí, escribiéndote para que leas esto. Se también que soy un hombre, que soy más alto que el promedio, más viejo que unos, más joven que otros… Y aún cuando todo en el mundo esté incierto, aunque nada sea seguro y todas mis convicciones se pudieran quebrantarse, aún así sabré que hay algo cierto a secas: que soy yo quien está ahí, tratando de entender lo que sucede.

Denme una palanca y moveré al mundo. Igual funciona con una certeza.

Ah!, pero no puede ser tan simple. Ya Heráclito decía que lo único constante en el universo es el cambio mismo. Pantha rei, todo cambia. No puedes bañarte dos veces en el mismo río, porque ese río de aguas mutables ha cambiado al mismo instante en que le has dejado atrás y, peor aún, tú dejaste de ser ese que momentos antes había entrado en sus tibias aguas. Te transformas mientras lees mis líneas, te conviertes en algo distinto al desplazarte por el tiempo, por el espacio, por las experiencias que vives.

El Tao te cambia.

Siempre una misma ecuación, pero las variables cambian, volviendo la fórmula cada vez más exacta, más perfecta, incluso mas sabia. ¿Notas tú como cambiaste de ayer a hoy? No eres el mismo, no piensas igual, ni sientes de la misma manera. ¿Maduraste?, ¿Creciste?, eso no lo se, pero has cambiado y la definición que haces de ti mismo también lo ha hecho. Tu identidad cambió y lo seguirá haciendo.

Identidad es eso que dices que eres ahorita, y aquello en lo que quieres convertirte. Un hombre soltero de mediana edad. Ese es mi caso. Sin embargo, cuando me haya casado, si lo hago, esa definición que tengo de mí ya no va a servir, y me veré forzado a abandonarla y hacerme otra que me quede bien. ¿Has notado como se siente eso? Cuando te das cuenta que lo que creías ser, ya no lo eres más.

Lo único que tenemos seguro es que somos lo que sabemos que somos; y si cambiamos deberemos de ajustar nuestra identidad, a la brevedad, hacia nuestro nuevo modo de ser y de estar. El niño se vuelve un incierto adolescente, el estudiante debe ahora buscar trabajo, el soltero ve que se ha casado, el expatriado ya no es más paisano de sus padres. En cada caso se trata de renunciar a ser lo que fuimos y transformarnos en algo nuevo, o quedarnos fingiendo que nada ha cambiado y que aún somos lo que, en realidad, no seremos más, lo que no tenemos necesidad de ser más.

Al fin y al cabo, solo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.

Hay que renunciar y dejar morir la piel que ya no utilizaremos; la que nuestros padres conocieron, nuestros amigos, nuestros rivales. Pero renunciar no es sencillo, y suele doler mucho y asustar profundamente.

Eso es la identidad, un proceso de construcción, a pulso, de nuestra mayor obra: nosotros mismos. Hacia donde nos llevamos, en que elegimos transformarnos y que a pieles nos aferramos sin querernos desprender. A veces es tranquilo y paulatino, como el crecer del día con día; otras es súbito y violento, como la muerte del marido de la que a partir de ahora será viuda, pero siempre hay que dejar ir, soltar los lastres para que el peso de lo que hemos sido no nos doble la espalda y canse nuestro espíritu.

¿En qué te estás transformando ahora?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Identidades en construcción

Y a todo esto, ¿quién dices eres tú?; ok, más allá de cómo te llaman, que no me dice demasiado y mucho más allá de esas frases hechas y tan tremendamente comunes que ya han dejando de decir algo, ¿quién eres tú?, ¿cómo defines lo que eres y, especialmente, cómo defines la manera en que sientes?

Hace algunos años, cuando tomé la decisión de hacer la tesis para convertirme finalmente en un psicólogo hecho y derecho, me motivaba particularmente un capricho por rascarle más al asunto de las identidades. Tiempo después, durante el desarrollo de ésta investigación teórica aterrizada en el tema gay, me he sorprendido ante el alcance que este sencillo concepto tiene; no sólo por su belleza teórica que, por teórico, a nadie le sirve, sino por la posibilidad que tiene para dar explicaciones acerca de lo que nadie se pregunta, pero que a todos nos mueve... de alguna manera.

Por ejemplo, ¿te has detenido a pensar cuantas cosas tenemos seguras en la vida? o dime por favor una verdad que sea absolutamente irrefutable.


lunes, 21 de junio de 2010

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Contra el Sida, una buena calidad de vida

Carlos es un hombre que llegó un día a consulta, considerando que era ya tiempo de ver como andaba su infección por VIH. Me sorprendí mucho al verlo entrar: un tipo alto y atractivo, cercano a los cuarenta, de cuerpo extremadamente atlético, bronceado y de movimientos enérgicos. Llegó sonriendo, haciendo bromas como si la entrevista que habríamos de sostener fuese de lo más cotidiano, y con toda la tranquilidad del mundo, me contó su breve historia.

Sucede que él fue uno de aquellos hombres que se infectaron de VIH en la década de los ochenta, y entre orgías, fiestas y parrandas, un día, por la mañana, decidió hacerse la prueba de detección de anticuerpos al virus y ver como andaba la cosa. El resultado fue positivo. Ser seropositivo a los veinticinco años no era el sueño de su vida, pero no por vivir con el VIH iba Carlos a renunciar a sus proyectos que ya empezaban a materializarse.

Y cuenta que asimilarlo fue muy difícil. Pasó de una etapa de negación a la de enojo y por ahí a todas las fases que se viven a lo largo del duelo, pero paulatinamente fue descubriendo que, al menos en su caso, el VIH no tenía que ser el protagonista de su historia, porque el protagonista verdadero era Carlos; y así empezó a vivir.

Sin volver a negar su realidad como hombre que vivía con VIH, Carlos resolvió no construir su existencia en torno al virus, y su primera acción fue informarse; saber que era lo que sucedía si no se protegía en lo sucesivo y se reinfectaba, saber cuando eran necesarios los medicamentos antirretrovirales, y conocer sus posibilidades, en general. Resolvió que se medicaría a las primeras señales de deficiencia inmunológica, que se cuidaría al tener sexo para no reinfectarse y fortalecer al virus, y que haría lo que estuviese en sus manos para ser feliz.

Yo al ver al hombre que me contaba esta historia, contada un poco más per extenso que como yo se las platico en estas líneas, me quedó muy en claro que él lo había conseguido: sentado frente a mí, en mi consultorio, tenía a un hombre que era feliz. De los ochenta a la fecha había vivido su vida de manera especial, más enfocado en su bienestar de lo que se enfoca la gente común, y más consciente que los demás del estado de sus propias emociones. Se cuidó a sí mismo, dice, como cuidaría de alguien a quien amara tremendamente; se arriesgó como se arriesgaría cualquiera para conseguir sus proyectos, pero siempre hubo ciertas cosas que no eran negociables, como su tiempo para estar consigo mismo y con los suyos, como sus momentos de descanso y etcétera.

Finalmente, Carlos terminó platicándome que en su caso, el VIH cambió su vida de una forma en que él mismo jamás hubiera imaginado; aprendió a vivir para evitar morirse, adquirió una firme responsabilidad de sí y conoció los sabores, colores y esencias del mundo mediante toda la capacidad de sus sentidos. Estaba efectivamente más vivo que muchos que a su alrededor vivían sin la infección, y se sentía más feliz. Jamás me mencionó estar agradecido por haberse infectado, hubiera sido muy bizarro que así lo hiciera, pero sí insistió un par de veces en el orgullo que sentía por haber encontrado la manera de salir adelante.

Semanas después, Carlos regresó por los resultados de su prueba; serológicamente era positivo como podía esperarse, dado que el VIH no desaparece del sistema sino que, como resultó ser el caso de Carlos, llega en las mejores situaciones a un nivel indetectable entre las células de la sangre y hace innecesario el tratamiento con medicamentos antirretrovirales.

Se dice que hay personas que toleran mejor que los demás la infección al VIH y que pueden jamás llegar a desarrollar enfermedad ninguna asociada con este virus. Se dice que es debido a su genética privilegiada, a una cuestión cromosomática y etcétera, etcétera. Con Carlos dudo que haya sido así.

Cuando una mujer o un hombre vive con la infección del virus, el estilo de vida es fundamental para protegerse del SIDA: el VIH afecta directamente las células blancas de la sangre, las que corresponden al sistema inmunológico, y lo deterioran. Cuando las defensas quedan tan bajas, las enfermedades oportunistas llegan y hacen su agosto sobre la salud de la persona. Paralelamente, cuando nosotros estamos muy contentos y reímos, cuando bailamos o hacemos ejercicio y cuando, básicamente, estamos muy a nuestro gusto, el organismo secreta unas hormonas de nombre: endorfinas. Las endorfinas afectan inmediata y positivamente la producción de células del sistema inmunológico, fortaleciéndolo y protegiéndonos de las enfermedades.

Lo que Carlos hizo al vivir monitoreando el bienestar de sus emociones, haciendo ejercicio y buscando sentirse a gusto con él mismo, fue precisamente fortalecer su sistema inmunológico contra los ataques diarios del VIH. Además, Carlos se tomaba muy en serio sus horas de descanso. El no lo sabía, pero mientras dormimos, nuestro cuerpo secreta una sustancia llamada “hormona del crecimiento”, la que tiene por labor el regenerar todos los tejidos que se van deteriorando a lo largo del día, ya sea por el desgaste cotidiano o por la presencia de algún virus insidioso que merma al sistema inmunológico.

Así Carlos pudo mantener su salud, pese a vivir infectado por el virus que puede llegar a ocasionar el SIDA, en un tiempo en el que los medicamentos antirretrovirales eran verdaderamente agresivos contra el organismo de la persona que vivía con VIH. En nuestros días la cuestión es ligeramente más sencilla, los medicamentos han dejado de ser tan nocivos y existe una mayor apertura frente al tema del síndrome de inmunodeficiencia adquirida, pero todavía hace falta entender lo que de manera intuitiva fue muy clara para Carlos: la calidad de vida puede ser una determinante para desarrollar o no el SIDA o, incluso, otras enfermedades.

Actualmente, en ocasiones me encuentro con él en la barra de algún bar, charlando con alguien o despidiéndose luego de una o dos cervezas. Él, por supuesto, no se llama realmente Carlos, pero creo que su historia es una anécdota sobre la que podríamos reflexionar un rato.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C
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Contra el Sida, una buena calidad de vida

Carlos es un hombre que llegó un día a consulta, considerando que era ya tiempo de ver como andaba su infección por VIH. Me sorprendí mucho al verlo entrar: un tipo alto y atractivo, cercano a los cuarenta, de cuerpo extremadamente atlético, bronceado y de movimientos enérgicos. Llegó sonriendo, haciendo bromas como si la entrevista que habríamos de sostener fuese de lo más cotidiano, y con toda la tranquilidad del mundo, me contó su breve historia.

Sucede que él fue uno de aquellos hombres que se infectaron de VIH en la década de los ochenta, y entre orgías, fiestas y parrandas, un día, por la mañana, decidió hacerse la prueba de detección de anticuerpos al virus y ver como andaba la cosa. El resultado fue positivo. Ser seropositivo a los veinticinco años no era el sueño de su vida, pero no por vivir con el VIH iba Carlos a renunciar a sus proyectos que ya empezaban a materializarse.

Y cuenta que asimilarlo fue muy difícil. Pasó de una etapa de negación a la de enojo y por ahí a todas las fases que se viven a lo largo del duelo, pero paulatinamente fue descubriendo que, al menos en su caso, el VIH no tenía que ser el protagonista de su historia, porque el protagonista verdadero era Carlos; y así empezó a vivir.

martes, 18 de mayo de 2010

Salir del closet

Una vez que has descubierto que tu sexualidad difiere a la de tus compañeros en la escuela, a la que te enseñaron tus papás en casa y la que ves exhibida continuamente en el cine y la televisión, lo más difícil es tratar de que esa diferencia no sea tan notoria como para que los demás la vean. Mientras que a tu alrededor florecen los comentarios en contra de los homosexuales y bisexuales y sus formas de amar, la única certeza clara es que no te conviene que “se note” que tu amas de esa manera distinta. Consecuentemente, ingresas tu estilo de vida a la discreción del clóset.
Usualmente se le llama “estar en el clóset” a vivir una vida muy discreta en la que no integras tu homosexualidad con las otras esferas de tu vida, tales como la escuela, la familia, el trabajo y etcétera; estando en el clóset te encargas de que prácticamente nadie se entere de que eres una mujer o un hombre gay, evitando enfrentar así determinadas situaciones por demás incómodas. Esto te lleva consecuentemente a un continuo discernimiento acerca de que personas van a volverse excepcionalmente partícipes de tu estilo de amar, y de que personas continuarán ignorando que eres homosexual. Mientras más personas haces partícipes de esto, más fuera del clóset estás, y mayor libertad adquieres para vivir tu sexualidad.
La discreción en torno a la sexualidad que no es heterosexual, usualmente tiene más que ver con la prudencia que con cualquier otro factor, pues es una especie de reflejo automático que se activa frente a las primeras evidencias del propio homoerotismo. Con el paso del tiempo y la exploración por ensayo y error, los hombres y las mujeres homosexuales van descubriendo que pueden esperar de la gente a su alrededor, cuales suelen ser las reacciones de solidaridad, discriminación, comprensión, indiferencia, cariño o etcétera, que pueden esperar de tales o cuales personas, y con base en ello deciden abrirse paulatinamente y compartir plenamente su estilo de vida, incluyendo su orientación homosexual.

Esto es “salir del clóset”, que si bien se maneja de ordinario como un solo acto que se ejecuta luego de una concienzuda reflexión personal, podemos afirmar que más bien corresponde a un proceso continuo de elecciones, cada cual de ellas según la persona con la que se interactúa y según el escenario muy específico del que se trata; es decir, abrimos nuestra orientación sexual para las personas que nos son significativas, aquellas con quienes nos interesa establecer intimidad, como nuestros familiares, nuestros amigos y demás.

En general, difícilmente podremos encontrar una persona, mujer u hombre, que se encuentre globalmente fuera del clóset: en el trabajo, con la familia, en la escuela. Existen escenarios donde revelar esta diferencia sexual puede resultar socialmente contraproducente, dando pie a un trato hostil o franca discriminación por parte de nuestro interlocutor en un contexto dentro del que tendríamos mucho que perder, quizá como en nuestro empleo o en una oficina para realizar un trámite importante.

Cotidianamente cada persona evita mostrar algo de sí para poder interactuar con los demás: hay quienes no mencionan que son mormones sino hasta que son invitados a una ceremonia católica, otros omiten no gustar de los perros frente a miembros de alguna asociación canófila, y algunos simplemente evitan conversar sobre ciertos temas que saben que llevarán la convivencia a una situación incómoda, como suele suceder con la política, el fútbol y la religión. Es una cuestión de diplomacia.

Mantenerse dentro del clóset posee sus ventajas: a quien es homosexual no se le cuestiona por serlo, ni se le da un trato diferente, dado que los demás asumirán a priori que se trata de alguien heterosexual. Sin embargo tendrá que lidiar con las ocasiones en las sus amigos le presenten un amigo o una amiga, dado que constantemente le ven sin pareja, o en las que la conversación termina por girar en torno a las relaciones entre ambos sexos; pero si se es hábil, no existirá mayor problema.

Lo que resulta un problema mayor, es cuando se trata de la gente que sí importa quien quiere presentarle un amigo a quien se desconoce que es una chica homosexual, o le preguntan por su novia, con sincero interés, al hombre gay del que desconocen su orientación erótica. Con el paso del tiempo, la necesidad de mentir a la gente que se desea emocionalmente cerca, es una incomodidad que crece paulatinamente; mientras contrariamente, existe también la necesidad de compartir las experiencias buenas que suceden en torno al corazón y los amores, e igualmente las situaciones que no son tan buenas en este terreno de los afectos. El clóset protege eficientemente, pero también aísla.

Las personas que mantienen sus vidas inmersas completamente en el clóset, finalmente se sumergen en un aislamiento que se traduce en soledad y en una creciente desconexión con los demás. Compartir es parte de la naturaleza humana, pero el ser humano también implica elegir con quién es que se comparte; tratándose de la propia sexualidad homoerótica, la misma elección es indispensable para incluir en nuestra vida a las personas que específicamente se lo han ganado, o con quienes simplemente se nos antoja compartir. Hacerlo es una decisión personal que nadie puede cuestionar.
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Salir del closet

Una vez que has descubierto que tu sexualidad difiere a la de tus compañeros en la escuela, a la que te enseñaron tus papás en casa y la que ves exhibida continuamente en el cine y la televisión, lo más difícil es tratar de que esa diferencia no sea tan notoria como para que los demás la vean. Mientras que a tu alrededor florecen los comentarios en contra de los homosexuales y bisexuales y sus formas de amar, la única certeza clara es que no te conviene que “se note” que tu amas de esa manera distinta. Consecuentemente, ingresas tu estilo de vida a la discreción del clóset.

Usualmente se le llama “estar en el clóset” a vivir una vida muy discreta en la que no integras tu homosexualidad con las otras esferas de tu vida, tales como la escuela, la familia, el trabajo y etcétera; estando en el clóset te encargas de que prácticamente nadie se entere de que eres una mujer o un hombre gay, evitando enfrentar así determinadas situaciones por demás incómodas. Esto te lleva consecuentemente a un continuo discernimiento acerca de que personas van a volverse excepcionalmente partícipes de tu estilo de amar, y de que personas continuarán ignorando que eres homosexual. Mientras más personas haces partícipes de esto, más fuera del clóset estás, y mayor libertad adquieres para vivir tu sexualidad.


martes, 27 de abril de 2010

Ser convertido en victima

Publicado en Lider Mundial Social [http://lms-mex.com/]

Mucho hemos escuchado a lo largo de la vida, y especialmente durante nuestra infancia, acerca de jóvenes príncipes y princesas que por obra de una malvada bruja o hechicero, terminan convertidos en sapo, rata, cisne, cuervo, caballo, perro y hasta en candelabro, maceta o tetera. Pero, ¿qué hay de cierto en estas historias?; ¿son estas prácticas de uso común hoy en día? En las líneas que siguen develaremos los hitos de verdad detrás de la ficción, y conoceremos el destino fatal de quien ve transformada su identidad en algo distinto de sí: un ser repugnante, que frecuentemente termina siendo verde y a veces viscoso.

Después de una exhaustiva revisión de cuanto cuento de hadas se atravesó, encontramos que los testimoniales describen el diversificado proceder de los agresores, quienes eligen una víctima al azar y ejercen posteriormente sus artes en su contra. El acto dura unos breves instantes, a veces basta con un par de palabras para levantar su maldición; pero se ha registrado que, en algunas ocasiones, el no decir nada frente a la víctima obra los mismos resultados.

El interfecto, por su parte, quien se había hecho cargo de su vida y controlaba quien venía siendo hasta ese momento, mas o menos orgulloso u orgullosa de sí, con mayor o menor satisfacción al respecto y con el bosquejo a cuestas de un futuro en vías de ser alcanzado, ve de repente que su identidad ha sufrido un perverso impacto que la trastoca, algo cambia como si diera un vuelco, y observa con fulminante pesar que su reflejo en los espejos no le devuelve más la imagen a la que se había acostumbrado. Ya no es más quien era, ya no se agrada, ya no se enorgullece ni se mira con satisfacción. Ve con un progresivo dolor que ha dejado de ser esa persona que luchó tanto por llegar a ser y que ahora es otra cosa: le han convertido en una víctima.

De ahí que los tipos de víctimas sean muy variados: hay quienes se ven convertidos en animales de carga, en bichos desagradables, en gatas, gatos, perros, muebles y hasta los que refieren sentirse completamente invisibles.

Reconocerse como una victima es solo el primer paso de un largo proceso de transformación que empieza con recibir el impacto del agresor. Una víctima es una persona a la que se le arranca de las manos las riendas de su vida, se le obliga a verse como algo que no es y se le impide llegar a ser quien desea ser: se le niega la posibilidad de realizar sus sueños, planes o deseos. La víctima es un ser transformado. Se define a sí misma mediante la forma en que la mira su agresor, y jamás le olvida, quedando en su memoria el rostro de la maligna bruja o hechicero como una marca tatuada con fuego; absolutamente indeleble.

Una victima, entonces, al continuar en su transformación, se va descubriendo cada vez más pequeñito o cada vez más pequeñita; descubre deformaciones en su imagen que le vuelven desagradable a su propia mirada, se vuelve alguien imbuido de temor, se aísla a parajes lejanos donde los demás no puedan ver su fealdad y se niega a tocar o ser tocado por nadie. Y en la soledad y el aislamiento, la victima termina, al final de su transformación, absolutamente destruida y sin vestigios del ser orgulloso y suficiente de sí que fuera en otros tiempos.

Los demás notan también el cambio, aunque para ellos no es tan evidente. La maldición que la víctima sufre, le permite ver con absoluta claridad en que criatura se va convirtiendo, por eso huye, porque sabe que tarde o temprano los demás igual lo descubrirán.

La percepción de la víctima hacia lo que el o ella misma fuera en el pasado, es igual que pensar en alguien ajeno que pertenece a la historia de cualquier otro cuento. Mirando su imagen en la superficie de alguna charca, encuentra en su reflejo a un ser sin aprecio de si, sin seguridad, sin futuro y culpable, porque no pasa mucho tiempo sin que, al recordar lo que pasó, la victima le retire cualquier responsabilidad a su agresor y se achaque toda la culpa, creyéndose ser merecedor o merecedora del sino que le condena.

Hoy en día estas prácticas de brujas y antiguos hechiceros están tan difundidas y tan tremendamente en boga como beber Coca Cola; hoy, tanto cualquiera ejercemos este oscuro arte, como en cualquier momento podemos estar, dentro de las situaciones más cotidianas, ante el riesgo de quedar transformados en una víctima. Van unos ejemplos: la amiga que en lugar de escuchar tus penas se ha dado la vuelta dejándote con la palabra en la boca, el banco que arbitrariamente te cobra una comisión de más, el vigilante que sin fundamentos te pide retirarte del mismo gimnasio al que estas inscrito, el hombre que te insulta en la estación del autobús, el amigo que te bajo a la novia, el asaltante que te obligó a tirarte al suelo mientras vaciaba tu bolsa  de cualquier objeto de valor.

Todos son ejemplos de una misma especie, pero hay magnitudes diferentes, y estos casos o los otros muchos que puedan venir a tu imaginación, obran exactamente el mismo efecto: te arrancan las riendas de tu vida, te obligan a sentirte impotente, alteran la percepción que tienes de ti, etcétera.

¿Qué es lo que hay que hacer entonces?, de tan común que son, a cada momento podemos ser objeto de ellas, y podemos también hacer victimas a los demás, incluso y por descuido, sin enterarnos que lo estamos haciendo; pero en cualquier caso, dejarse transformar en víctima en solamente una de las alternativas.

La otra alternativa es hacer frente al agresor y pedirle explicaciones, o denunciarle cuando no es posible hacerle frente. Frecuentemente las personas aseguran que denunciar a un asaltante, por ejemplo, no tiene ningún sentido porque no le van a encontrar o no va a hacerse justicia, pero en realidad esa no es la meta; la meta, frente a la magia oscura que te va convirtiendo en víctima, es llevar a cabo un acto de reparación que frene tu transformación. Una víctima es, por definición, un ser que no actúa, más bien alguien sobre el que los demás actúan y deciden. Cuando actúas durante los primeros momentos en que te vas volviendo víctima, la maldición se rompe y continúas siendo tu, con la misma mayor o menor satisfacción y orgullo de ser quien eres; con el mismo control para ser quien eliges ser.

Hay incluso reportes de personas comunes que estuvieron a punto de volverse víctimas, y al impedir el desarrollo del encantamiento se transformaron en príncipes o princesas. Estas historias han sido ya convenientemente ratificadas por testigos.

Así, en toda ocasión en que una persona se vea en riesgo de ser transformada en algo que no desea ser, debe ella misma de recurrir a un ritual que cancele el poder de esa magia. Cada situación amerita un ritual de purificación distinto, por ejemplo: decirle a la amiga que necesitamos ser escuchados y pedirle que se quede a oír, solicitar al banco la cancelación del cobro injusto, reportar al vigilante con la gerencia del gimnasio, ser cortés con el hombre que te interpeló mediante insultos, hacerle ver tu desconcierto a tu amigo y a tu (ahora) ex novia, denunciar al asaltante, o lo que tu sientas que te haga falta hacer; la clave es hacer algo. En esencia, no se trata de buscar el castigo o la venganza contra el agresor, el objetivo es demostrarte a ti mismo o a ti misma que no hay quien pueda transformarte a ti en una víctima, y que nada te hará ser lo que tú no deseas ser.

Pero a veces hay magia demasiado poderosa y difícil de esquivar, y puede ocurrir que aunque no te lo propongas, te encuentres en vías de transformarte en una víctima. Entonces haz como en los viejos cuentos donde el poder de un beso era suficiente para romper cualquier encantamiento. Un beso, un abrazo, una caricia o una charla con alguien que sabes que te quiere y que puede entenderte.

Si el viejo ogro en lugar de correr a la soledad del pantano, hubiera pedido el abrazo de alguien que le quisiera, o bien llorado en el hombro de algún amigo, la parte triste de la historia habría durado mucho menos y él habría vuelto a ser un feliz hombre mucho más rápido.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C