miércoles, 3 de octubre de 2012

Vivir para trabajar

que la muerte pierda su asquerosa puntualidad
que cuando el corazón se salga del pecho
pueda encontrar el camino de regreso
que la muerte pierda su asquerosa
y brutal puntualidad
pero si llega puntual no nos agarre
muertos de vergüenza
Mario Benedetti, poeta (1920 – 2009)

Probablemente todo inició al comienzo del tiempo, cuando dios “condenó” a hombre y mujer a trabajar para ganarse el pan que les da sustento; al menos según el mito judeocristiano. De ahí en adelante pareciera que incluso hoy en día, todavía miramos el trabajo diario como un castigo inevitable; algo a lo cual resignarnos. Basta que paremos tantito la oreja a media calle, en una banqueta concurrida, para escuchar los comentarios de los transeúntes camino a sus oficinas y entender sin mucha complejidad la opinión que ellos y ellas tienen de su chamba*: “pues voy al trabajo, ya que”, “yo aquí, haciendo como que trabajo para que ellos hagan como que me pagan”, “ya merito es fin de semana”, etcétera.

Y efectivamente navegamos cada semana anhelando el fin. El lunes es el comienzo de nuestra tortura, el martes la consumación; el miércoles es un respiro que se interrumpe cuando el jueves trae su pinta de “y cuando despertó, su trabajo seguía ahí”. El viernes sabe rico porque la jornada semanal ya va amainando, pero no se puede cantar victoria sino hasta que ese día termina y triunfalmente podemos declararnos en sábado. Entonces nos regodeamos alegremente del placer sabatino; pero cuando acaba, el agridulce domingo nos dice que el fin de semana está a un tris de terminar. Y luego de nuevo es lunes y el círculo sin escapatoria da otra lenta vuelta más.

¿Será que esto es alguno de los escenarios perdidos entre los que describe Dante en el infierno de su Comedia divina?

Así al infinito. Grosso modo, vivimos la vida anhelando el final del día, el final de la semana, el final de la quincena; sobrevivir lánguidamente con el fin de mes en la mira. Cualquiera de mente menos compleja podría entender esta dinámica en el sentido de creer que nosotros anhelamos el final de nuestra vida; y puede que no estuviera tan equivocado, pues en una de esas, efectivamente es un anhelo a cuentagotas. De repente un año se termina, y nos preguntamos a dónde fue que nos duró tan poco.

¿Qué dios cruel nos impuso tal condena del trabajo? Según Federico, aquél prusiano que fuera hijo de la muy respetable Elizabeth Engels, ningún dios nos castigó con nada; el estaba convencidísimo de que el trabajo dignifica y desarrolla al ser humano.

Engels opinaba que hombres y mujeres dejamos de ser changos en aquellos tiempos prehistóricos gracias a que vimos la posibilidad de trabajar, o sea, de realizar actividades entre nosotros que en suma generaban productos más grandes de lo que individualmente podríamos conseguir. Él cree que gracias al trabajo en invierno usamos guantes con el dedo pulgar opuesto; él cree que gracias a la invención del trabajo tenemos guantes que calzar en nuestras manos, ciudades donde vivir, e internet que podemos usar para publicar nuestras intimidades cuando estamos aburridos. Engels hoy podría afirmar que el trabajo nos da el control sobre nuestro entorno, posibilitándonos construir el mundo a nuestro gusto, posibilitándonos incluso, construirnos a nosotras y nosotros mismos a nuestro gusto.

Pero Engels está muerto, así que tendrá que aguantarse las ganas de decir nada.

La tierra, como el orgasmo, es de quien la trabaja; o algo así afirmó Zapata en algún momento. Los seres humanos necesitamos tener un sentido de pertenencia hacia las cosas, los lugares y también hacia las personas que nosotros o nosotras elegimos. Ese vínculo lo construimos con la interacción emocional: sufriéndolo, involucrándonos, haciendo planes, frustrándonos, felicitándonos o resolviendo los percances con los que tropecemos en el camino. Nada valoramos más que aquello que nos cuesta trabajo, a nadie queremos más que a la persona con la que hemos superado las peores circunstancias; porque en general, la vida es de quien la trabaja.

Y la vida, al menos en la sociedad latinoamericana de hoy, es hasta un 75% trabajo: vamos, diariamente convivimos más con los compañeros de la oficina que con nuestras propias familias, pasamos más horas del día en la chamba que en casa, y tenemos más preocupaciones asociadas al trabajo que a nuestra mismísima vida personal. Y sin embargo, es particularmente en nuestro trabajo donde claudicamos el control y la responsabilidad de nuestras vidas.

Llegamos al trabajo y nos volvemos robots operativos, si creatividad ni iniciativa, haciendo simplemente lo que se espera que hagamos. Y nuestros sueños o proyectos personales los dejamos para nuestros  tiempos libres, cuales quiera poquitos que estos sean. Permanecemos cotidianamente resolviendo bomberazos, atendiendo lo urgente, postergando nuestra propia vida y a las personas y proyectos con los que decimos estar involucrados. Nuestro universo significativo se vuelve un cubículo de dos por dos metros y ahí termina la historia.

Cuando dedicamos nuestra vida al trabajo, el tiempo pasa vertiginoso y sin espacios para nosotros, y caemos en la fantasía de que cosas espantosas sucederían si detenemos el tiempo y nos tomamos un respiro para saludar a alguien que nos es importante, o para comer un helado como hacía mucho no lo hacíamos; tal vez para revivir un viejo pasatiempo, ir nuevamente al gym o lanzarnos al cine. Cuando vives para trabajar, no puedes darte semejantes lujos; cuando has visto que una cafetera o una computadora se detengan a comerse un sándwich.

Manejado de esa forma, el trabajo siempre será una tortura; pero sólo cuando lo manejo de esa forma. Quizá, si no tengo cuidado, al término de mi tiempo laboral productivo el fin de los años también me llegue y puede que no haya aprendido todavía a relacionarme con la vida de otra forma que distinta a estar trabajando. Puede que tal como puntualmente semana a semana, quincena a quincena lo fui deseando, y la muerte me llegue, llame a mi puerta y me pregunte cómo es que me fue con este negocio de estar vivo; en una de esas le sabré contestar, pero también puede que me agarre en curva, y así de desprevenido, me dé solo por morirme de vergüenza.

* Chamba: trabajo, empleo.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Vivir para trabajar

que la muerte pierda su asquerosa puntualidad
que cuando el corazón se salga del pecho
pueda encontrar el camino de regreso
que la muerte pierda su asquerosa
y brutal puntualidad
pero si llega puntual no nos agarre
muertos de vergüenza
Mario Benedetti, poeta (1920 - 2009)

Probablemente todo inició al comienzo del tiempo, cuando dios “condenó” a hombre y mujer a trabajar para ganarse el pan que les da sustento; al menos según el mito judeocristiano. De ahí en adelante pareciera que incluso hoy en día, todavía miramos el trabajo diario como un castigo inevitable; algo a lo cual resignarnos. Basta que paremos tantito la oreja a media calle, en una banqueta concurrida, para escuchar los comentarios de los transeúntes camino a sus oficinas y entender sin mucha complejidad la opinión que ellos y ellas tienen de su chamba*: “pues voy al trabajo, ya que”, “yo aquí, haciendo como que trabajo para que ellos hagan como que me pagan”, “ya merito es fin de semana”, etcétera.

Y efectivamente navegamos cada semana anhelando el fin. El lunes es el comienzo de nuestra tortura, el martes la consumación; el miércoles es un respiro que se interrumpe cuando el jueves trae su pinta de “y cuando despertó, su trabajo seguía ahí”. El viernes sabe rico porque la jornada semanal ya va amainando, pero no se puede cantar victoria sino hasta que ese día termina y triunfalmente podemos declararnos en sábado. Entonces nos regodeamos alegremente del placer sabatino; pero cuando acaba, el agridulce domingo nos dice que el fin de semana está a un tris de terminar. Y luego de nuevo es lunes y el círculo sin escapatoria da otra lenta vuelta más.


jueves, 13 de septiembre de 2012

Fidelidad, ¿una violencia normalizada?

Infidelidad: según Wikipedia proviene del latín infidelĭtas, -ātis, e implica obviamente el incumplimiento de un compromiso de fidelidad. ¿Pero qué es fidelidad?

La fidelidad, y vuelvo a copiarlo de Wikipedia, tiene un significado vinculado con la lealtad (de una persona para con un señor o un rey) y la atención al deber; la palabra “fidelidad” deriva de la palabra fidelitas (latín), y su significado es servir a un dios. Estas acepciones hablan de sometimiento y describe una dinámica vertical y jerárquica de una persona que domina a otra; pero aunque resulta chocante una concepción así en el contexto de las relaciones de pareja, la incongruencia se explica con un poquito de paciencia y dos tantos de perspectiva histórica, veamos: la fidelidad se volvió un tema relevante en la Edad Media, cuando las instituciones eclesiásticas convencieron a las parejas de que cada mujer solamente debía de tener una pareja sexual en la vida, y los hombres demandaron esta premisa como un derecho de nacimiento así, por el puro hecho de ser hombres.

Ellos eran los propietarios de los bienes económicos, e impidiendo que ellas tuvieran hijos de otros hombres, garantizaban que la herencia de su patrimonio (del latín patri que significa ‘padre’, y onium: ‘recibido’) pasara exclusivamente a manos de sus propios hijos varones. Entonces, en la Europa medieval la exigencia de la fidelidad estaba dirigida a las mujeres, y los hombres podían contratar cortesanas y prostitutas, mantener amantes o hacer con su vida sexual cuanto les apeteciera, pues esas actividades no vulneraban la estructura económica ni agobiaban a nadie.

Apuntemos entonces que la fidelidad surgió tras la caída del Imperio Romano para amarrar a las mujeres al núcleo de la relación matrimonial. ¿Qué tanto han cambiado estas nociones desde la Edad Media hasta nuestro tiempo?; veamos, ¿hoy quien recibe el peor juicio social por ser infiel: un hombre o una mujer?, ¿a cuál se le ataca con peores adjetivos?, ¿qué tan sencillo es para una mujer divorciada casarse de nuevo, y cuando lo es en comparación para un hombre? De respuesta en respuesta, quizá descubramos que de la Edad Media al siglo XXI nuestra forma de pensar no ha evolucionado demasiado. Puede que incluso, si me lo permiten, continuemos preservando valores que lejos de ser universales, resultan anacrónicos y descontextualizados para nuestro tiempo.

Y entonces nos regresamos a las definiciones de Wikipedia, quien hace el favor de explicarnos la fidelidad a través tanto de la lealtad hacia un señor o un rey, como del deber adquirido a partir de la sumisión. ¿Será efectivamente que todavía hoy demandar lealtad es exigir sometimiento?; en una de esas, sería posible incluso que en pleno siglo XXI todavía entendamos las relaciones de pareja como una obligatoriedad con el otro (en vez de un compromiso personal), una renuncia a los proyectos individuales y la incorporación en nuestra vida de una nueva autoridad a la que rendirle cuentas. En cualquier caso, si la definición en la enciclopedia virtual es pertinente, entonces aceptaríamos que dentro de las relaciones de pareja regidas primordialmente por la demanda de fidelidad, no existiría una relación equitativa y “pareja”, en toda la extensión de la palabra.

Hoy en día uno encuentra en los escenarios clínicos, un montón de parejas que asisten al médico porque ella, toda magullada, “nuevamente se ha caído por las escaleras”, o “se pegó accidentalmente con la puerta… repetidas veces”; en los consultorios de psicoterapia ellos declaran sentirse descalificados y creen que solamente se les valora porque llevan dinero a casa: “solamente tenemos sexo en días de quincena”, me comentaba compungido alguien por ahí. ¿Qué es lo que sucede?, ¿porqué recurrir a estrategias terroristas dentro de la pareja, si la relación es efectivamente “pareja”?, ¿porqué hay mujeres golpeadas por el hombre que dice que las ama, y hombres descalificados consistentemente por ellas?

Esto es violencia, y el objetivo de la violencia SIEMPRE es el control sobre el otro (o sobre la otra) y su dominación; y si no quieres ser violentada o violentado, tendrás que someterte de antemano. Violencia es tanto un golpe que deja moretón, como uno que no; es impedirte hacer tu vida, responsabilizarte a ti por mis emociones o incluso por los quehaceres domésticos, quererte por el grosor de tu billetera, impedirte nutrir tu autoestima, serte un estorbo para que te desarrolles y accedas a las mejores versiones de ti mismo o de ti misma. Se trata de un control para protegerme a mí, para yo ser quien saque el mejor partido de esta relación y sea el mayor beneficiario o la mayor beneficiaria de nuestra vida en pareja; se trata de que no te me salgas del huacal porque aquí yo tendré la relación que deseo, aún a costa y a  pesar de ti.

¿Quién en su sano juicio querría quedarse en una relación así?

Cuando la violencia en cualquiera de sus formatos está presente, por donde lo veas es imposible una relación igualitaria, es decir, ahí no habría una pareja. Cuando dos personas viven en una dinámica de violencia y control, ambas se van a enfrascar en una relación donde unas veces domino yo, y otras veces me dominas tú; pero nunca quedamos al mismo nivel de circunstancias; y entonces para no quedarme si ti y terminarte ahuyentando por el ejercicio que hago de la violencia, o tu ahuyentándome por el ejercicio que haces de la violencia sobre mi, invocamos el santo deber de la fidelidad para que te quedes conmigo y yo contigo, por muy mal que marchen las cosas, pero sin un interés de modificar nuestra dinámica o de propiciarte y propiciarme una vida mejor porque no hay autocrítica sino un mal hábito. Los seres humanos al final a todo nos acostumbramos.

El juego de ejercer la violencia siempre es un partido de ping pon donde ambos continuamente devuelven la pelota, solo que los hombres hemos aprendido a ejercer la violencia de manera principalmente física y económica, y las mujeres ponderan  las formas emocionales o psicológicas, pero al final todas esas formas son la misma violencia y tienden a destruir el aplomo de las personas, su propia estima de sí y su salud física y emocional a corto o mediano plazo.

En este contexto, ¿la fidelidad es un ejercicio de violencia?; ¿qué tal que en una de esas la fidelidad normaliza el ejercicio de la violencia, volviéndola invisible?

Más allá de Wikipedia, cada pareja hoy en día define “fidelidad” muy a su manera. A veces la entienden como una lealtad emocional que no involucra lo sexual, a veces solamente implica la cuestión económica; en algunos escenarios más tradicionales, tiene una connotación total exclusividad en palabra, pensamiento, obra y omisión. Hasta ahí, cada quien promete lo que cree capaz de cumplir; pero ¿qué condiciones debería yo de cubrir para visualizarme con la autoridad de demandarle a otra persona adulta que no busque otro placer que el que yo puedo brindarle, que no busque otra relación significativa que la que mantiene conmigo o que no piense en otro más que en mi?

¿Realmente me considero tan omnipotente como para lograr ser el TODO para otra persona?, a veces yo mismo no me soy suficiente a mí, ¿puedo imaginarme siendo suficiente para alguien más?; de la soberbia a la más llana ingenuidad. Sobre los hechos, las parejas que colocan la fidelidad rígida (esa que abarca la exclusividad ante absolutamente toda necesidad emocional que te puedas imaginar) como el valor más importante de su relación, son parejas que se terminan aislando del mundo porque frecuentar amistades causa conflicto, lo mismo que asistir a eventos sociales o ver a las familias de cada quien. Hay suspicacia por las actividades a donde solamente va uno y no ambos, temor ante los mensajes de celular que recibes yo no leo, de los mails ni se diga o de los compañeros en el trabajo, y de ahí agrégale lo que se te ocurra dentro de un pavoroso etcétera.

Con tantas prohibiciones ambos acaban renunciando a los múltiples factores que enriquecían sus vidas y lentamente, tras tantas renuncias sus personalidades se van marchitando. El otro integrante de la relación lentamente se va volviendo el único estimulo de mi existencia y yo voy demandándole cada vez más, y más… lo que me hubiera nutrido con mis amigos, se lo pido a ella; lo que hubiera recibido de mis pasatiempos, se lo pido a ella; el cariño de mi familia, mi realización profesional, mi independencia, todo eso se lo pediré a ella porque al final ella sera lo único emocionalmente cercano a quien ahora yo soy.

¿Qué haría entonces sin ti, ahora que te has convertido en mi mundo?

A veces la fidelidad como meta se vuelve el pretexto para la violencia, para esa cadena de prohibiciones y expectativas incumplibles que despiertan las pequeñas venganzas cotidianas; y la pareja se mantiene, porque mientras mayor es el tiempo que pasan juntos, más difícil es que cada cual pueda llegar a aceptarse viviendo sin el otro. El peligro de tomarse la fidelidad demasiado en serio es que a la larga lo que nos vincule en pareja no sea el amor, sino una versión triste y casera del Síndrome de Estocolmo.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Fidelidad, ¿una violencia normalizada?

Infidelidad: según Wikipedia proviene del latín infidelĭtas, -ātis, e implica obviamente el incumplimiento de un compromiso de fidelidad. ¿Pero qué es fidelidad?

La fidelidad, y vuelvo a copiarlo de Wikipedia, tiene un significado vinculado con la lealtad (de una persona para con un señor o un rey) y la atención al deber; la palabra "fidelidad" deriva de la palabra fidelitas (latín), y su significado es servir a un dios. Estas acepciones hablan de sometimiento y describe una dinámica vertical y jerárquica de una persona que domina a otra; pero aunque resulta chocante una concepción así en el contexto de las relaciones de pareja, la incongruencia se explica con un poquito de paciencia y dos tantos de perspectiva histórica, veamos: la fidelidad se volvió un tema relevante en la Edad Media, cuando las instituciones eclesiásticas convencieron a las parejas de que cada mujer solamente debía de tener una pareja sexual en la vida, y los hombres demandaron esta premisa como un derecho de nacimiento así, por el puro hecho de ser hombres.


miércoles, 8 de agosto de 2012

Los amigos: tu familia de elección

Hagamos un pequeño juego: cierra los ojos e imagina que han pasado diez años y estás en casa, sentado a la mesa cenando con tu familia. Visualízate, todavía con los ojos cerrados, sintiéndote completamente a gusto, dentro de lo que en toda su extensión puedes llamar hogar; es tuyo, te sientes acompañado y es esa compañía, la de tu familia, la que te hace sentirte fuerte, seguro y poderoso o segura y poderosa. ¿Listo? Abre los ojos y recorre con tu mirada a quien o quienes te acompañan en la mesa. ¿Esta tu pareja sentada por ahí?

La mayor parte de quienes hacen este ejercicio, efectivamente no incluyen a su pareja en la visualización, pues por alguna razón no le consideran como parte de su familia o como su familia en sí; cosa curiosa si consideramos que es con él o con ella con quien construirán un proyecto que presumiblemente habrá de durar toda la vida.

¿Qué es la familia? La actualidad es un momento social en el que los viejos esquemas están siendo desechados para abrir paso a otros nuevos, más ajustados a nuestras necesidades modernas y más realistas. El concepto de familia es uno de ellos. Hasta hace algunas décadas, el modelo familiar estaba integrado por un papá, una mamá, dos o más hijos y hasta un perro de nombre coqueto; pero de repente las mujeres y los hombres descubrieron que el divorcio se valía cuando la situación en la pareja se volvía insostenible, y entonces surgieron familias de un papá, uno o más hijos y un perro, o de una mamá el lugar del papá. También sucedió que jamás existió un papá y quedamos con una mamá soltera, los hijos y el perro, o que la mamá se enamora de su mejor amiga y entonces quedan dos mamás, los hijos y el perro, quizá dos papás; o mejor aún, un papá, una mamá, dos hijos y ningún perro.

Pareciera entonces que no hay en el mundo dos familias iguales: con un papá o dos o ninguno, con dos mamás o solamente una o también ninguna, más de un hijo o ni uno, un perro, dos o la perrera completa, quizás un gato o un dragón de Komodo, hijos naturales, adoptados o la suegra entrometida que no se regresa a su casa, el amigo que llegó hace cinco años para quedarse supuestamente solo unos meses y etcétera; todas estas son posibilidades de un modelo de familia con dinámicas de interacción bien específicas para cada uno. Cada ejemplo que se te ocurra puede, a su vez, ser el modelo de una familia perfectamente funcional.

Entonces, ¿qué es una familia? De lo anterior queda en claro que se trata de un grupo de personas, dos o más, unidos por fuertes lazos entre sí, vínculos emocionales que hacen a cada uno significativo para el otro. Hay interés mutuo, solidaridad, empatía y apoyo, además de planes compartidos que evolucionan a la par de los proyectos de vida de cada quien. Usualmente se trata de personas que comparten un mismo techo, pero no hay una regla que determine que siempre deba ser así. Y finalmente, su finalidad es formar, por así decirlo, un equipo para enfrentar los avatares de la vida. En la familia las personas encuentran el impulso para seguir adelante y pueden estar unidos por lazos de sangre, pero puede también no ser así.

De familias hay muchos tipos, mas para lo que concierne a estas líneas, diremos solamente que existe la familia biológica por un lado y la familia de elección por el otro. Ambas importantes, pero cada cual en su respectiva etapa de la vida.

La biológica es por la que se dice que uno nunca escoge a su familia; es el núcleo social donde naciste: usualmente con un papá y / o una mamá, quizá hermanos o hermanas y a veces también un participante extra como la abuelita, el tío, o ve tú a saber. A través de ella aprendes cómo funciona el universo, conoces los axiomas fundamentales de la vida e identificas el sitio que te toca entre los demás mortales. En esencial durante tu infancia o adolescencia, pero llegado el momento de la independencia, la familia biológica ya no es suficiente.

La familia de elección es la que surge después; es un círculo de confianza al que vas introduciendo, una por una, a las personas que son especiales para ti: como algunos de tus amigos, a tu pareja y a uno que otro selecto miembro de tu familia biológica. La construyes a pulso, con base a un constante ejercicio de ensayo y error, para constituir alrededor de ti el santuario social donde habrás de guarecerte para cobrar fuerzas, crecer y sentirte apoyado, aunque no necesariamente existan lazos de mutua consanguineidad. Esto es especialmente trascendental para chavos gays y chicas lesbianas que requieren de un escenario social en el cual expresar con libertad su estilo de vida homoerótica; por eso no es de extrañar que en el ambiente gay los amigos cumplan una función en extremo relevante, pues constituyen para uno su familia de elección.

Y en las familias hay roles. Cuando se trata de una familia biológica, a todos nos queda claro cuál es el papel que se espera cumpla el papá, o la hermana mayor, pero en el caso de las familias de elección, ¿cómo saber que papel le corresponde a cada quién? En este caso, el tipo de rol estará determinada por la cercanía que cada uno tiene con respecto a ti: hablábamos de un círculo de confianza, donde en el centro estás tú, cerca del centro están quienes son más importantes para ti, como tu pareja o tu mejor amigo, por ejemplo. Quiénes están más próximos al centro tienen vínculos más estrechos contigo y hay un mayor compromiso recíproco, y mayor intimidad, lo que determina el tipo de relación que sostendrán contigo y el importante papel que cumplen en tu familia de elección. Sin embargo, algo que suele estropear la dinámica dentro de los círculos familiares, tiene que ver justamente con cuáles integrantes de tu familia de elección ubicas más cercanos al centro. Cuando, por ejemplo, tienes una pareja y a él o a ella no le permites aproximarse lo suficiente, cuando sí se lo permites a un amigo o a tu mamá, por ejemplo, entonces estarás destinando el puesto de mayor compromiso e intimidad a esa persona y no a tu pareja, quien no podrá relacionarse contigo como debiera, en su calidad de compañero o compañera, porque entre su puesto dentro del círculo y tú, está otra persona a quien ubicaste más próxima al centro. Es en esas ocasiones, cuando llegan los reclamos del estilo: “…es que nunca me das mi lugar!”, ¿te suena conocido?

Échale un ojo al círculo de confianza donde está tu actual familia de elección, ya esté integrada por dos personas, cinco, veinte o cincuenta; date cuenta de quienes mantienes lejos, en la periferia, y a quienes tienes cercanos al centro: ¿están en el lugar donde deben?, considera que mientras más alejados estén de ti, será menor lo que puedas esperar de ellos; mientras que con los más próximos compartirás mayor apoyo y compromiso. Dibujar un círculo en papel y ubicar en él los nombres según como sientas que correspondan, siempre puede ser de gran utilidad; si crees que hay alguien a quien tienes olvidado porque aparece más cerca de la periferia, casi afuera de tu círculo, pero en realidad te gustaría tener más próximo a ti, entonces guarda tu hoja de papel y consigue su número telefónico. Nunca es tarde para pasar más tiempo con la familia.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Los amigos: tu familia de elección

Hagamos un pequeño juego: cierra los ojos e imagina que han pasado diez años y estás en casa, sentado a la mesa cenando con tu familia. Visualízate, todavía con los ojos cerrados, sintiéndote completamente a gusto, dentro de lo que en toda su extensión puedes llamar hogar; es tuyo, te sientes acompañado y es esa compañía, la de tu familia, la que te hace sentirte fuerte, seguro y poderoso o segura y poderosa. ¿Listo? Abre los ojos y recorre con tu mirada a quien o quienes te acompañan en la mesa. ¿Esta tu pareja sentada por ahí?

La mayor parte de quienes hacen este ejercicio, efectivamente no incluyen a su pareja en la visualización, pues por alguna razón no le consideran como parte de su familia o como su familia en sí; cosa curiosa si consideramos que es con él o con ella con quien construirán un proyecto que presumiblemente habrá de durar toda la vida.

¿Qué es la familia? La actualidad es un momento social en el que los viejos esquemas están siendo desechados para abrir paso a otros nuevos, más ajustados a nuestras necesidades modernas y más realistas. El concepto de familia es uno de ellos. Hasta hace algunas décadas, el modelo familiar estaba integrado por un papá, una mamá, dos o más hijos y hasta un perro de nombre coqueto; pero de repente las mujeres y los hombres descubrieron que el divorcio se valía cuando la situación en la pareja se volvía insostenible, y entonces surgieron familias de un papá, uno o más hijos y un perro, o de una mamá el lugar del papá. También sucedió que jamás existió un papá y quedamos con una mamá soltera, los hijos y el perro, o que la mamá se enamora de su mejor amiga y entonces quedan dos mamás, los hijos y el perro, quizá dos papás; o mejor aún, un papá, una mamá, dos hijos y ningún perro.


martes, 31 de julio de 2012

Desatanizando la Infidelidad

Cuando sostienes una relación romántica con alguien, de vez en cuando surgen los conflictos y las desavenencias, los malentendidos, las conjeturas y otros extraños fenómenos que pueden llevar a la pareja a su final en uno de los momentos más inesperados de la relación. Aceptémoslo, hoy en día es mucho más sencillo mandar al pepino una relación consolidada de lo que era cuando nuestros abuelos flirteaban entre ellos en los alrededores del viejo kiosco de alguna concurrida alameda. ¿Qué ha cambiado?, han cambiado una serie de factores que en la actualidad vemos como obvios e irrelevantes, pero que en conjunto marcan una diferencia sustanciosa: ya no hay un estigma tan dominante contra la persona que se divorcia, ya no tememos “tanto” ser padres o madres solteras, ya no es “tan” mal visto estar soltero o soltera después de los treinta, y etcétera.

Hoy en día es más sencillo terminar y empezar nuevas relaciones, y por eso las relaciones han generado nuevas estrategias para mantener su estabilidad, a veces aun a costa de los integrantes de la pareja en cuestión; estrategias como la negociación y los acuerdos, como el vivir separados, tener mascotas que alivianen el estrés dentro de la pareja y, por qué no, también como la infidelidad.

Durante siglos hemos considerado la infidelidad como el verdugo de las relaciones de pareja, señal inequívoca de que el amor ha terminado y en su lugar queda solamente la traición y el abandono. Incuestionablemente, pudo haber sido así en algún momento, pero como dije, hoy en día el escenario es distinto.

Supongamos que en una pareja las respectivas jornadas laborales han empezado a comerse los tiempos de ambos para convivir con calidad, o supongamos que ha nacido un hijo al interior de la pareja y el otro integrante de la relación se siente hecho o hecha a un lado; puede suceder que la monotonía y el tiempo hayan vuelto de ambos un par de extraños, o puede que habiendo cambiado de intereses o de mutuas idiosincrasias ya no se sientan tan conectados. La reacción a la antigüita hubiera sido aguantarse, hacer de tripas corazón y sacrificar la propia satisfacción a favor de la pareja, porque “…una como quiera, pero ¿y las criaturas?”, pero hoy ya no sentimos la obligación de quedarnos donde no estamos a gusto, o donde no nos sentimos valoradas o valorados. Así que el primer impulso para solucionar la cosa es terminar con la relación.

Pero frecuentemente sucede que aun amamos, o mínimamente nos cae bien el fulano o fulana con quien estamos en pareja, y aunque dentro de la relación encontramos carencias que nos impiden sentirnos felices, de todos modos elegimos no romper. Pero las carencias ahí están, y a veces uno no encuentra el camino para hablar de ellas y resolverlas; puede que no haya la confianza o no se dé el momento. Entonces elegimos resolverlo sin la intervención del otro o de la otra. Esta última decisión frecuentemente conduce a una misma salida: la infidelidad propiamente dicha.

En casos como estos, que no son poco frecuentes, la relación externa a la pareja satisface las necesidades no atendidas formalmente por la relación, pero sin la necesidad de romper con la pareja. Es una relación auxiliar a la de pareja cuya función irónicamente es preservarla: reducir la tensión que generan las disfunciones cotidianas para que estas carencias pierdan relevancia y la relación continúe. ¿Cuánto durará la infidelidad?, tanto como duren esas carencias dentro de la pareja o la infidelidad sea descubierta.

En el ciclo de vida de las parejas, a todas ellas les llega un momento en que estas carencias aparecen, especialmente en los momentos en que la relación transcurre de una etapa de vida a otra (cambio de trabajo o domicilio, irse a vivir juntos o separarse, adoptar, embarazarse, cumplir cuarenta años, treinta, cincuenta o etcétera); llegadas las carencias y las necesidades insatisfechas, el mejor abordaje es abrirse a la comunicación clara de nuestra vivencia de la relación. Comunicación implica expresar cómo me va en mi relación contigo, e implica a la vez que seas receptiva o receptivo para entender lo que me ocurre. Si la comunicación no es viable, la probabilidad de que aparezca la infidelidad se incrementa.

Entonces ¿la infidelidad no es el final de la relación?, no necesariamente; ¿la infidelidad tiene algo que ver conmigo?, tampoco. La infidelidad frecuentemente es una respuesta a la dinámica de la pareja en su conjunto y no un producto de la forma de ser de alguno de los miembros de la relación.

Ok, es innegable que también existen personas especialmente propensas a las infidelidades; pero estos casos, que son minoría, no están evidentemente reflejados dentro de este texto. Como sea, hay que considerar esto la próxima vez que evaluemos una infidelidad; evita evaluarla como lo hubieran hecho nuestros abuelos, date chance de sopesar todos los factores y aquello que “verdaderamente importa”. Quizá sirva para no tomárnosla tan tremendamente a pecho y hacer decisiones más firmes al respecto de nuetsra relación.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Desatanizando la Infidelidad

Cuando sostienes una relación romántica con alguien, de vez en cuando surgen los conflictos y las desavenencias, los malentendidos, las conjeturas y otros extraños fenómenos que pueden llevar a la pareja a su final en uno de los momentos más inesperados de la relación. Aceptémoslo, hoy en día es mucho más sencillo mandar al pepino una relación consolidada de lo que era cuando nuestros abuelos flirteaban entre ellos en los alrededores del viejo kiosco de alguna concurrida alameda. ¿Qué ha cambiado?, han cambiado una serie de factores que en la actualidad vemos como obvios e irrelevantes, pero que en conjunto marcan una diferencia sustanciosa: ya no hay un estigma tan dominante contra la persona que se divorcia, ya no tememos “tanto” ser padres o madres solteras, ya no es “tan” mal visto estar soltero o soltera después de los treinta, y etcétera.

Hoy en día es más sencillo terminar y empezar nuevas relaciones, y por eso las relaciones han generado nuevas estrategias para mantener su estabilidad, a veces aun a costa de los integrantes de la pareja en cuestión; estrategias como la negociación y los acuerdos, como el vivir separados, tener mascotas que alivianen el estrés dentro de la pareja y, por qué no, también como la infidelidad.

Durante siglos hemos considerado la infidelidad como el verdugo de las relaciones de pareja, señal inequívoca de que el amor ha terminado y en su lugar queda solamente la traición y el abandono. Incuestionablemente, pudo haber sido así en algún momento, pero como dije, hoy en día el escenario es distinto.


domingo, 8 de julio de 2012

Fantasmas de tus decisiones pasadas

La forma en que tomamos decisiones depende en parte de nuestra personalidad, así como del estado de ánimo que tenemos y el grado de presión que sentimos en el momento de hacer nuestra elección.

Simultáneamente, el contexto en el que debemos decidir impacta mucho la claridad con la que elegimos la mejor alternativa, por ejemplo ¿sabías que cuando hemos dormido mal somos mucho más influenciables y eso afecta negativamente nuestra toma de decisiones?, igualmente nuestra autoconfianza. Por eso, si un día te levantas sintiéndote un flan mal cuajado porque no dormiste bien, o de plano ese día no te gustas ni tantito, evita tomar decisiones importantes.

Por definición, una decisión es la elección  significativa entre dos o más alternativas. Para muchas personas, la dificultad de tomar una decisión concreta, estriba en que al elegir la alternativa A, debemos renunciar a la alternativa B; pero ¿qué pasa si la B era la mejor?, ¿qué pasa si me equivoco?

En toda decisión hay de primera instancia la pérdida de todo aquello que no elijo, las alternativas a las que renuncio al hacer mi elección son elementos que probablemente jamás formarán parte de mi vida, y si bien tampoco en el pasado formaron parte, eso no impide que al no elegirlas ya empecemos a extrañarlas.

Fantasmas de tus decisiones pasadas

La forma en que tomamos decisiones depende en parte de nuestra personalidad, así como del estado de ánimo que tenemos y el grado de presión que sentimos en el momento de hacer nuestra elección. Simultáneamente, el contexto en el que debemos decidir impacta mucho la claridad con la que elegimos la mejor alternativa, por ejemplo ¿sabías que cuando hemos dormido mal somos mucho más influenciables y eso afecta negativamente nuestra toma de decisiones?, igualmente nuestra autoconfianza. Por eso, si un día te levantas sintiéndote un flan mal cuajado porque no dormiste bien, o de plano ese día no te gustas ni tantito, evita tomar decisiones importantes.

Por definición, una decisión es la elección  significativa entre dos o más alternativas. Para muchas personas, la dificultad de tomar una decisión concreta, estriba en que al elegir la alternativa A, debemos renunciar a la alternativa B; pero ¿qué pasa si la B era la mejor?, ¿qué pasa si me equivoco? En  toda decisión hay de primera instancia la pérdida de todo aquello que no elijo, las alternativas a las que renuncio al hacer mi elección son elementos que probablemente jamás formarán parte de mi vida, y si bien tampoco en el pasado formaron parte, eso no impide que al no elegirlas ya empecemos a extrañarlas. Frecuentemente luego de tomar una decisión, imaginamos con pesar cómo hubiera sido nuestra vida de habernos quedado con la alternativa B, que nunca se vio tan atractiva como ahora que la hemos descartado.


jueves, 14 de junio de 2012

Lo que no se dice en la pareja

Imagina que tengo una caja de zapatos pintada de negro y que la he agitado enfrente de ti, haciendo sonar el montón de cosas que lleva adentro. Imagina que sabes que me la pase toda la semana juntando cosas para meterlas ahí con dedicación, y te he contado que algunas de ellas son muy interesantes, y que algunas incluso te van a sorprender.  Entonces la pongo sobre la mesa, a tu alcance y me dispongo a enseñarte su contenido. Desamarro el listón con que la cerré, le quito la cinta adhesiva y en el camino me acuerdo y te comento que algunas de esas cosas te serían muy útiles. Pero de repente cambio súbitamente de opinión y la vuelvo amarrar, la quito de la mesa y me la llevo de ahí. ¿Con qué emociones vas a quedarte tú después de este evento?

Ahora imagina que este ejercicio de expectativas e incertidumbres se hace cotidiano. Verás a tu pareja transformarse lentamente y terminar haciendo lo que jamás antes hubiera hecho: jaquear tu cuenta de correo, colocar un spyware en tu computadora o contratar un detective privado, como a la antigüita.  Suena muy extremo, pero aunque no lo creas esta dinámica es habitual en ciertas y enloquecedoras relaciones de pareja. En términos generales, la fórmula es: guárdate información que tu pareja necesita porque él o ella asume que es algo importante y en cada momento en que puedas, suéltale datos aislados acerca de eso que ya se sabe que callas, pero nunca la información completa. Así, él o ella no podrá tomar decisiones respecto a la relación o a su propia vida hasta que sienta que están todas las cartas sobre la mesa, y con eso le mantendrás en un estado de congelamiento desesperante tanto como tú lo desees.

Pero como nadie puede aguantar una situación como esta por mucho tiempo; por eso notarás que tu pareja tratará de conseguir la información por sí misma y te preguntará de ello con mayor obstinación cada vez, pretendiendo convencerte o coercionarte para que sueltes la sopa. Y si no aplica el abordaje directo, es posible que revise las conversaciones en tu celular o entre a tu cuenta de Facebook para obtener por sí misma o por sí mismo las respuestas que necesita. La premisa básica es que el no saber algo importante causa una terrible incertidumbre.

Consecuentemente, la incertidumbre origina celos, agresión, desconfianza; por no mencionar la invasión a la intimidad.

En lo cotidiano, frecuentemente tenemos miedo de abordar desde la comunicación clara y directa determinados temas que creemos que nuestra pareja tomará mal o no sabrá entender; y entonces a la vez que no lo hablamos, nuestra comunicación no verbal deja entrever que hay algo preocupante que no estamos diciendo. Nuestra pareja quedará libre de inventarse las historias que desee al respecto de esta información que no le damos, y en algunos casos va a imaginarse lo peor, según si sus inseguridades personales están lo suficientemente cerca para sugerirle los escenarios más catastróficos detrás de tu silencio.

A veces callamos lo importante porque no queremos lastimarle, y a veces callamos porque ante la posibilidad de provocar su enojo, no queremos salir lastimados. Pero en uno u otro caso la relación se vulnera. En las relaciones de pareja los y las participantes están tan emocionalmente cerca, que lo que no decimos forma una zona oscura que denota que ahí hay algo, aunque no pueda verse lo que es; esto efectivamente es un llamado a la honestidad y la confianza en la relación, pero no necesariamente una invitación a compartirlo todo.

En cualquier relación interpersonal se vale no estar a gusto con cómo se desarrollan las cosas, se vale que queramos ser tratados o tratadas de forma distinta e incluso, se vale no querer continuar con la relación. Cuando la situación es de este tipo, hay que hablarlo, porque es algo que concierne a los involucrados en esa relación. Siempre hay una forma y un momento para hacerlo, y si el momento jamás llegara y no tuviéramos la lucidez para clarificar cuál sería la “mejor forma de decirlo”, concéntrate simplemente en comunicarlo; considera que siempre hace más daño no decirlo y dejar a que lo que callábamos se vuelva evidente por si mismo.

Si lo que te agobia es algo personal y no deseas compartirlo por las que sean tus razones, entonces puedes decirlo, delimitando el terreno de lo que no estás comunicando: “si, si ocurre algo pero no tiene que ver contigo; quizá pueda contártelo después, pero por ahora prefiero no hacerlo”. No tienes que ir por la vida compartiéndolo todo, se vale que guardes aspectos de tu vida en tu intimidad, y recordarle esto a los demás es un buen ejercicio de establecimiento de límites; solo recuerda, si lo que callas incumbe a tu relación, la otra persona tiene derecho a saberlo, de lo contrario la incertidumbre convertirá tu relación en un pequeño infierno.

Este texto lo redacté desde un escenario hipotético en el que eres tu quien tiene el control de lo que se dice o deja de decirse; una situación en la que es tu pareja quien recibe el peso de la incertidumbre. Hazme ahora un favor y vuelve a leerlo, pero esta vez asumiendo que le escribo a tu pareja conminándole a que administre adecuadamente la información que te proporciona acerca de su relación contigo. Imagina que sentirías tú si supieras que hay algo que parece importante y de lo que nadie te dice nada, imagina lo que harías.

-¿Sabes cómo dejar un gallego en suspenso durante 24 horas?
-…mañana te digo.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Lo que no se dice en la pareja

Imagina que tengo una caja de zapatos pintada de negro y que la he agitado enfrente de ti, haciendo sonar el montón de cosas que lleva adentro. Imagina que sabes que me la pase toda la semana juntando cosas para meterlas ahí con dedicación, y te he contado que algunas de ellas son muy interesantes, y que algunas incluso te van a sorprender.  Entonces la pongo sobre la mesa, a tu alcance y me dispongo a enseñarte su contenido. Desamarro el listón con que la cerré, le quito la cinta adhesiva y en el camino me acuerdo y te comento que algunas de esas cosas te serían muy útiles. Pero de repente cambio súbitamente de opinión y la vuelvo amarrar, la quito de la mesa y me la llevo de ahí. ¿Con qué emociones vas a quedarte tú después de este evento?

Ahora imagina que este ejercicio de expectativas e incertidumbres se hace cotidiano. Verás a tu pareja transformarse lentamente y terminar haciendo lo que jamás antes hubiera hecho: jaquear tu cuenta de correo, colocar un spyware en tu computadora o contratar un detective privado, como a la antigüita.  Suena muy extremo, pero aunque no lo creas esta dinámica es habitual en ciertas y enloquecedoras relaciones de pareja. En términos generales, la fórmula es: guárdate información que tu pareja necesita porque él o ella asume que es algo importante y en cada momento en que puedas, suéltale datos aislados acerca de eso que ya se sabe que callas, pero nunca la información completa. Así, él o ella no podrá tomar decisiones respecto a la relación o a su propia vida hasta que sienta que están todas las cartas sobre la mesa, y con eso le mantendrás en un estado de congelamiento desesperante tanto como tú lo desees.


sábado, 2 de junio de 2012

La responsabilidad de ser LGBTTI

¿Te has preguntado alguna vez cómo le hacen las sociedades para evolucionar?, desde un análisis muy ligero de una comunidad, puedes distinguir dos vertientes ideológicas muy claras: las que tienden a la derecha y las que tienden a la izquierda. La ideología de extrema derecha busca el mantenimiento del status quo, que lo que se ha ganado se mantenga y lo que ha funcionado para establecer la estructura social nunca cambie. La ideología de extrema izquierda guarda una postura crítica desde la que todo tiempo futuro puede siempre ser mejor; buscan innovaciones, cambios, arriesgarse para el crecimiento de la colectividad.

En la práctica, las agrupaciones sociales de derecha parecieran tener más poder y mayores recursos que las que tienden ideológicamente hacia la izquierda, y si esto fuese un patrón sostenido, entonces se mantiene la pregunta de ¿cómo es que pueden evolucionar las sociedades si la fuerza más potente de la comunidad tiende hacia el status quo? La respuesta no está en las estructuras de poder más elevadas, sino en pequeños grupos sociales que buscan el reconocimiento de sus necesidades e identidad; ellos y ellas son las minorías.

Desde los ochentas el tema de las minorías ha crecido en importancia dentro del discurso demagógico y los planteamientos sociales: indígenas, personas de la tercera edad, inmigrantes, gente viviendo desde la diversidad sexual, etcétera. Y algunos grupos que no son numéricamente inferiores, se vuelven minoría porque la discriminación y violencia de la que son objeto las vuelve foco de atención para políticas de protección; por ejemplo las mujeres o los jóvenes. En este contexto hay minorías que son objeto de atención por su sola existencia, y hay las que reclaman la atención de su sociedad desde una demanda puntual de reconocimiento. Estas últimas son las minorías activas.

Ahora podemos responder a la pregunta inicial: quienes a lo largo de la historia han logrado cambios sustanciales en la sociedad han sido las minorías que desde una postura activa, cuestionan las afirmaciones que el status quo sostiene hacia la comunidad. Las mujeres obtuvieron el voto al activarse como minoría, los homosexuales lograron el reconocimiento legal de los matrimonios gay, y etcétera. Revisando cualquier volumen de historia universal del colegio, te encuentras con múltiples ejemplos de esto. De ahí que sea innegable que es responsabilidad de las minorías activas llevar a su sociedad hacia rumbos que le permitan renovarse y continuar existiendo. Una sociedad que se niega a escuchar a sus minorías es por default, una sociedad decadente.

Y esa responsabilidad desciende de la colectividad minoritaria hacia cada uno de sus integrantes, convirtiéndolos en factores de cambio social. El poder de las minorías termina, en el mejor de los casos, cuando pueden asimilarse a un nuevo status quo que ya identifica y respeta la identidad y necesidades de quienes la conformaban; pero en el peor de los casos, también termina cuando las minorías esperan que sea otra figura la haga su chamba y promueva el cambio, cuando dejan de estar activas, cuando se resignan sin asimilarse.

Hoy en día ser hombre gay o chica lesbiana, o ser bi, o trans (quizá especialmente ser trans) implica una enorme responsabilidad social, porque equivale a conducir a la comunidad hacia un cambio necesario y urgente. No importa si el gobierno de una nación está en manos de la derecha o de la izquierda, las minorías activas siempre estarán existiendo y demandando transformaciones que van más allá del confort de lo teórico y lo ideológico; esa voz en cuello de las minorías llama hacia el aquí y el ahora, hacia lo que es más cotidiano e impostergable.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

La responsabilidad de ser LGBTTI

¿Te has preguntado alguna vez cómo le hacen las sociedades para evolucionar?, desde un análisis muy ligero de una comunidad, puedes distinguir dos vertientes ideológicas muy claras: las que tienden a la derecha y las que tienden a la izquierda. La ideología de extrema derecha busca el mantenimiento del status quo, que lo que se ha ganado se mantenga y lo que ha funcionado para establecer la estructura social nunca cambie. La ideología de extrema izquierda guarda una postura crítica desde la que todo tiempo futuro puede siempre ser mejor; buscan innovaciones, cambios, arriesgarse para el crecimiento de la colectividad.

En la práctica, las agrupaciones sociales de derecha parecieran tener más poder y mayores recursos que las que tienden ideológicamente hacia la izquierda, y si esto fuese un patrón sostenido, entonces se mantiene la pregunta de ¿cómo es que pueden evolucionar las sociedades si la fuerza más potente de la comunidad tiende hacia el status quo? La respuesta no está en las estructuras de poder más elevadas, sino en pequeños grupos sociales que buscan el reconocimiento de sus necesidades e identidad; ellos y ellas son las minorías.


viernes, 1 de junio de 2012

La culpa

Pensando en inteligencia emocional, podríamos decir que todas las emociones que somos capaces de sentir nos conducen a cierto tipo especifico de movimiento; por ejemplo, la tristeza te mueve hacia el aislamiento, te lleva a introvertirte y ver qué ocurre dentro de ti. La felicidad tiene lo suyo, que te lleva a buscar a las personas y compartir con ellas; el miedo te hace correr en el sentido contrario, la nostalgia a revisar tu historia de vida y a veces a reinterpretarla. Pero, ¿qué hay con la culpa?

Del extenso abanico de emociones que los seres humanos somos capaces de sentir, la culpa es la que tiene peor imagen pública, y no sin razón. Ella te conduce a una baja opinión de ti misma o de ti mismo y en la mayoría de los casos, a convertirte a ti en tu propio juez, jurado y verdugo implacable. Las personas habituadas a  sentir culpa, frecuentemente viven intranquilas y con pensamientos de reproche que les restan energía para encarar a los demás o iniciar proyectos. La frase más vinculada a la culpa es “no me lo merezco”, no importa qué. Es como tener un lastre amarrado al cuello y que por más que intentas subir, no te lo permite.

Disexionemos  a la culpa: se trata de una emoción que me pone en deuda debido a una acción que he llevado a cabo o que evité hacer. Tiene que ver con alguien más, es decir, que esa deuda ¿moral? que he adquirido concierne además a otra persona distinta a mí; de ahí que la culpa usualmente sea respecto a alguien: evitamos ver a fulanita porque nos da culpa, aceptamos lo que nos pide menganito porque sentimos culpa, y así. Ahora, si el enojo nos mueve a generar cambios alrededor de uno, ¿hacia dónde nos mueve la culpa?

La culpa sin duda es un arrepentimiento, un tache que le ponemos a nuestro proceder pasado. Seguramente hemos decepcionado a alguien que esperaba algo de nosotros, probablemente hemos deteriorado la imagen que esa persona tenía de nosotros; y ahí está el espíritu de la culpa, justo en la premisa silenciosa de: “debo cumplir con las expectativas de los demás, debo satisfacer lo que los otros esperan de mi”, incluso a veces a costa de mi mismo.

¿Por qué no siento culpa al no haberme comprado la chamarra de la que tenía ganas?, ¿porqué no me reprocho no haber ido al parque ayer? La culpa es una emoción de carácter social; nos vincula a los demás de una forma jerárquica. Cuando la culpa está presente y domina al resto de mis emociones, yo me siento por debajo de los demás, y especialmente inferior a una persona en especial. La culpa me pone en desventaja frente a alguien y me mueve a compensar.

No hay peor negociador que una persona con culpa, porque entonces sus emociones le llevarán a ceder en todo y va a ponerse en manos de aquél o aquella persona frente a quien se siente culpable. En una macroescala, el objetivo de la culpa es la sumisión. Si yo consigo estimular la culpa en mi pareja, él o ella hará todo cuanto yo le pida; si estimulo la culpa en mis empleados, yo podré reducirles el sueldo sin que ellos protesten demasiado: “Godínez, usted nunca trabaja lo suficiente; ¿así quiere prosperar en esta empresa?”.

Empero, no todas las personas son igualmente propensas a sentirse culpables; al menos no en la misma magnitud. Quienes son asiduas víctimas de la culpa cuentan en su personalidad con una elevada exigencia hacia sí mismas o hacia sí mismos, una que les demanda cumplir las expectativas de los demás y acoplarse a la imagen que los otros se han hecho de él o ella. La culpa manifiesta entonces esa obligación de ser más congruente con los demás que conmigo mismo.

¿En su personalidad?, mejor pongamos que han desarrollado el hábito de satisfacer las expectativas de las personas importantes a su alrededor, ya sea porque no hacerlo tendría un costo más elevado, o ya porque no tenían expectativas propias que cumplirse a sí mismas o mismos. La culpa llega cuando rompen esa mala costumbre y hacen lo que necesitan (o quieren) hacer y no lo que se espera que hagan, entonces una vocecita en su cabeza les reprocha y les trata de convencer de compensar de alguna manera tan “imperdonable” falta.

¿Entonces hay que aprender a ignorar a la culpa? Claro que no. Del arcoíris de emociones que los seres humanos somos capaces de sentir, y piénsalas todas ellas como colores en un espectro que va de lo más luminoso a lo más oscuro, es necesario experimentarlas todas a lo largo de la vida para vivir con plenitud; así que experimentar la culpa tiene un aspecto funcional y positivo. La cuestión es no confundirse: en lugar de ignorarla, solo evita darle la razón por default. Evalúa tu culpa, revisa si tiene razón de estar ahí porque la has regado, ya sea por negligencia, maldad o descuido al hacer algo que afectó a alguna persona que es importante para ti. Si eres honesta u honesto y la culpa tiene sentido, has algo al respecto.

Si lo que hiciste o no hiciste, fue porque necesitabas portarte con mayor lealtad contigo que con los demás, y la decisión que tomabas te ponía en la encrucijada de ser más congruente con la otra persona que contigo, entonces apechuga y acepta que no tienes el material suficiente para sentirte culpable.

Y en presencia de la culpa, saca cuentas: ¿frente a quién me siento culpable?, ¿cuál es el reclamo que supongo que él o ella me haría?, ¿cómo defino esta deuda que yo asumo hacia esa persona?, ¿de qué manera imagino que podría saldar esa deuda para recuperar mi tranquilidad? Detecta cómo muchas de las reflexiones que pueden clarificar el sentimiento de culpa son en realidad conjeturas; a veces uno se siente el más culpable y la persona hacia la que nos sentimos en deuda no tiene absolutamente nada que se le ocurra reprocharnos; la culpa surge de lo que yo mismo pensaría imperdonable, pero afortunadamente todas las personas pensamos cosas diferentes.

También pasa que para alguien pueda ser imperdonable que no le visite en casa todos los  días y como su queja no tiene sentido para mí, no me estimule la menor culpa.

Recuerda no darle la razón a la culpa tan a la primera; planteate punto por punto respecto a qué y a quién te sientes culpable y escucha tus propios argumentos, escribelos, ¿sigue manteniendo la culpa su mismo peso? Si le das la razón a la culpa y te sientes en deuda con alguien, pacta contigo una forma de resarcir tu falta; plantéate el modo en que pagarás tu deuda para que ésta no quede en tu consciencia marcándote de por vida.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

La culpa

Pensando en inteligencia emocional, podríamos decir que todas las emociones que somos capaces de sentir nos conducen a cierto tipo especifico de movimiento; por ejemplo, la tristeza te mueve hacia el aislamiento, te lleva a introvertirte y ver qué ocurre dentro de ti. La felicidad tiene lo suyo, que te lleva a buscar a las personas y compartir con ellas; el miedo te hace correr en el sentido contrario, la nostalgia a revisar tu historia de vida y a veces a reinterpretarla. Pero, ¿qué hay con la culpa?

Del extenso abanico de emociones que los seres humanos somos capaces de sentir, la culpa es la que tiene peor imagen pública, y no sin razón. Ella te conduce a una baja opinión de ti misma o de ti mismo y en la mayoría de los casos, a convertirte a ti en tu propio juez, jurado y verdugo implacable. Las personas habituadas a  sentir culpa, frecuentemente viven intranquilas y con pensamientos de reproche que les restan energía para encarar a los demás o iniciar proyectos. La frase más vinculada a la culpa es “no me lo merezco”, no importa qué. Es como tener un lastre amarrado al cuello y que por más que intentas subir, no te lo permite.


miércoles, 30 de mayo de 2012

Damas y Caballeros: el lenguaje incluyente

Género (del latín genus, -eris, clase) es el conjunto de los aspectos sociales de la sexualidad, un conjunto de comportamientos y valores (incluso estéticos) asociados de manera arbitraria, en función del sexo.

-Wikipedia

Recientemente recibí un correo electrónico en el que se cuestiona el hábito de algunos comunicadores de especificar ambos géneros (las y los) en determinados adjetivos y sustantivos que emplean, como por ejemplo, al decir “ciudadanos y ciudadanas”.

Pienso que ese mensaje refleja una opinión compartida por muchas personas, que creen que es una moda que inició Vicente Fox (expresidente mexicano) durante su sexenio; lo cual no es muy atinado, pero al menos las fechas podrían pasar por ciertas si uno no profundiza.

El mismo texto describe cómo esta tendencia es una total ofensa para la sintaxis y gramática del castellano; esto último podría ser cierto.

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Damas y Caballeros: el lenguaje incluyente

Género (del latín genus, -eris, clase) es el conjunto de los aspectos sociales de la sexualidad, un conjunto de comportamientos y valores (incluso estéticos) asociados de manera arbitraria, en función del sexo. 
-Wikipedia
Recientemente recibí un correo electrónico en el que se cuestiona el hábito de algunos comunicadores de especificar ambos géneros (las y los) en determinados adjetivos y sustantivos que emplean, como por ejemplo, al decir “ciudadanos y ciudadanas”. Pienso que ese mensaje refleja una opinión compartida por muchas personas, que creen que es una moda que inició Vicente Fox (expresidente mexicano) durante su sexenio; lo cual no es muy atinado, pero al menos las fechas podrían pasar por ciertas si uno no profundiza. El mismo texto describe cómo esta tendencia es una total ofensa para la sintaxis y gramática del castellano; esto último podría ser cierto.

La consideración de emplear ambos géneros en el lenguaje, especialmente cuando de cierto tipo de tópicos se trata, no es una tendencia iniciada por los políticos en el sexenio de Vicente Fox, sino por los y las investigadoras sociales que promueven una visibilidad y equidad en el discurso, que sea inclusivo y que tome en cuenta características diferenciales tanto de ellos como de ellas en un mismo mensaje. Un ejemplo: en nuestra sociedad tenemos temas que el uso ha vinculado a género específico, como el embarazo que se considera un tema para mujeres y el éxito profesional uno que suponemos para hombres. Pero cuando yo elaboro un texto sobre éxito dirigido a ellos, las mujeres que me lean no van a sentirse cabalmente incluidas en las situaciones que pueda yo plantear; y si redacto un texto sobre embarazo de riesgo o lactancia, los hombres van a pasar el tema de largo.


El 1, 2, 3 de la autoestima

La autoestima es tema protagónico en la literatura de superación personal de los años recientes. En lo que prácticamente cualquier par de libros de este género podrán coincidir, es en que una buena autoestima es la base de relaciones saludables y el logro de nuestros proyectos; además hay una relación muy estrecha entre la satisfacción que mantienes hacia tu vida y el grado en que sientes estima por tí misma o por tí mismo. Una persona que ha descuidado su autoestima, puede caer en conductas adictivas con mayor frecuencia, estar en riesgo de sufrir depresiones y atreverse menos a hacer cambios en su vida. A alguien con una autoestima saludable se le nota y le luce tanto como un buen auto o una buena marca en su ropa, y a veces mucho más.
Quien tiene escasa belleza física, pero una autoestima bien trabajada, posee ese no se que, que le vuelve irresistible. Tiene carisma, atracción y esa personalidad magnética que le lleva a sentirse bien a uno. Y lo que pasa es que quien con buenas autoestimas se junta, tarde o temprano a quererse aprende; pero más vale empezar por uno.

Una de las creencias mas firmes sobre autoestima, es que una vez que la trabajaste y la has dejado reluciente, así se queda; serias alguien con eso que le llaman: una buena autoestima. Sin embargo no pasa de ese modo. La autoestima es un rasgo de la relación que sostienes contigo y que todo el tiempo esta cambiando, porque depende de la opinión que tienes de ti mismo o de ti misma, y ese autoconcepto a veces cambia de enfoque, o crece o disminuye; y tu autoestima con él.

Visualiza tu autoestima como un globo picado que necesitas mantener inflado. Le soplas y se hincha, dejas de hacerlo y se desinfla; esto te obliga a estarle soplando todo el tiempo. Tu autoestima necesita que estés alimentándola todo el tiempo. Alguien con una buena autoestima, no es entonces alguien que nunca se caiga gordo, sino la persona que sabe cómo y por donde soplarle a su autoestima para que no se le desinfle. Diariamente, sin prisa pero sin pausa, la vas alimentando con actividades que te hagan sentir eficiente, ya sean pasatiempos o proyectos laborales, buenas amistades que te devuelvan una imagen agradable de ti, decisiones adecuadas para estar cada vez más orgullosa de ti u orgulloso.

Parte de tu autoestima se consolida también en quién eres, y esa definición de ti es un factor de orgullo y autoestima; por eso evalúa todos los aspectos con los que conformas tu identidad y checa cuáles te hacen sentir mejor, cuáles te son más sencillos de salir al mundo a presumirlos. Yo, por ejemplo, soy mexicano, hombre, psicólogo, adulto contemporáneo, me gusta el ejercicio, leer y etcétera. Para alimentar mi autoestima he de elegir alguno de esos atributos (o de preferencia varios, los que más me gusten) y hacer planes y tener actividades o estimular más relaciones interpersonales que subrayen ese atributo. Un ejemplo: si valoro ser psicólogo, cada cosa que haga desde ese factor de mi identidad alimentara mi autoestima; así, puedo rodearme de amigas y amigos psicólogos, ir a congresos de psicología, escribir artículos de divulgación sobre psicología y etcétera, y todo lo que haga en relación a eso que valoro, va a nutrir la estima que siento por mí.

¿Qué es lo que tu valoras, que podría ayudarte a nutrir tu autoestima?

Ahora la otra cara de la moneda, ¿hay aspectos negativos a través de los cuales también me defino?, probablemente si, e identificarlos es un importante ejercicio de autocrítica. Al contrario que en el párrafo anterior, cada cosa que yo evite hacer o decisión que evite tomar en relación a los aspectos desagradables de mi identidad, van a proteger mi autoestima: si ubico que soy flojo, y no me gusta serlo, deberé tomar acciones que me alejen de la flojera. Si no me gusta el trabajo que tengo, si ya no me gustan las amistades que conservo, debo proteger mi autoestima desprendiéndome de lo que me estorva para desarrollarme.

Y entre lo que puede ser un obstáculo para que podamos nutrir nuestras autoestimas, hay que tomarnos en serio determinados valores sociales que hoy en día están mal entendidos: la humildad, la modestia. Bajo la consigna de que “creerse mucho” es malo, las personas evitamos decir o incluso pensar que somos grandiosos, porque sentimos que de esa manera descalificamos a los demás. Pero imagina que llega el jefe a tu oficina y te dice “señorita Gutierrez (o señorito, según convenga), estamos considerando ajustar los salarios y quiero que me informe de sus avances en este puesto para considerarle en el nuevo plan de incentivos”. Gutierrez puede decir con humildad que sólo ha hecho su chamba, o puede en verdad sacar cifras y evidencias de su buen desempeño para convencer al jefe de que merece ese aumento.

La vida nos plantea muchas situaciones así, en las que hemos de presumir nuestra grandeza a quien quiere asociarse con nosotros, ser nuestra pareja o cualquier otra posibilidad en la que necesitemos hablar bien de nosotros mismos. ¿Tu a que estas más habituado o habituada, a hablar bien o mal de ti, o de plano a mejor no hablar?, si hablaras de ti ¿de qué sentirías más orgullo?, ¿que harías si la vida te preguntara qué hay de grandioso en ti?

Puede que mañana, cuando te levantes, te mires en el espejo y no encuentres nada simpático a tu reflejo; entonces te harás esa misma pregunta y tendrás que responder para que tu autoestima no se desinfle. ¿Que hiciste hoy que te haga sentirte orgulloso u orgullosa el día de mañana?

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

El 1, 2, 3 de la autoestima

La autoestima es tema protagónico en la literatura de superación personal de los años recientes. En lo que prácticamente cualquier par de libros de este género podrán coincidir, es en que una buena autoestima es la base de relaciones saludables y el logro de nuestros proyectos; además hay una relación muy estrecha entre la satisfacción que mantienes hacia tu vida y el grado en que sientes estima por tí misma o por tí mismo. Una persona que ha descuidado su autoestima, puede caer en conductas adictivas con mayor frecuencia, estar en riesgo de sufrir depresiones y atreverse menos a hacer cambios en su vida. A alguien con una autoestima saludable se le nota y le luce tanto como un buen auto o una buena marca en su ropa, y a veces mucho más.
Quien tiene escasa belleza física, pero una autoestima bien trabajada, posee ese no se que, que le vuelve irresistible. Tiene carisma, atracción y esa personalidad magnética que le lleva a sentirse bien a uno. Y lo que pasa es que quien con buenas autoestimas se junta, tarde o temprano a quererse aprende; pero más vale empezar por uno.

Una de las creencias mas firmes sobre autoestima, es que una vez que la trabajaste y la has dejado reluciente, así se queda; serias alguien con eso que le llaman: una buena autoestima. Sin embargo no pasa de ese modo. La autoestima es un rasgo de la relación que sostienes contigo y que todo el tiempo esta cambiando, porque depende de la opinión que tienes de ti mismo o de ti misma, y ese autoconcepto a veces cambia de enfoque, o crece o disminuye; y tu autoestima con él.


martes, 24 de abril de 2012

Taxonomía del workahólico


En opinión de algunos, el trabajo engrandece; otros, como Federico Engels, creen que es a lo que debemos el surgimiento y evolución de nuestra sociedad. Hay para quienes el trabajo día a día es un completo suplicio, para otros es mera rutina, y para ciertos afortunados y afortunadas es una pasión cotidiana. Cada quién hablará de su trabajo como le vaya en la feria, pero en lo que todos estamos de acuerdo es que al final trabajamos para vivir y cumplirnos ciertos pequeños lujos como comer, vestir, tener un techo o entretenernos.

Sin embargo también existen personas que viven para trabajar, y visten lo apropiado para su puesto y malcomen cuando pueden y van al baño cuando su trabajo se los permite. ¿Relaciones?, pues sólo que sean por Facebook. ¿Pasatiempos?, sería buena idea, si la fatiga con la que llegan al sábado les permitiera otra cosa que dormir y reponerse del trajín de la semana.  ¿Quiénes son estos personajes tan adictos al trabajo?, son los ergómanos (del griego ergon = trabajo), también llamados workahólicos. He aquí los tres tipos más frecuentes:

El ergómano ambicioso / La ergómana ambiciosa: Contrario a la creencia popular, no hay nada malo en ser ambicioso. Ciertas personas siguen proyectos profesionales dirigidos a acumular grandes cantidades de bienes, prestigio o cualquier otra ganancia material o simbólica; se han fijado una meta concreta y no descansarán hasta alcanzarla. El riesgo a la larga es que no sepan cuando detenerse e irracionalmente  busquen cada vez más y más, llegando a trabajar en un exceso tal que descuiden su vida personal y su salud.


lunes, 2 de abril de 2012

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De pañales, biberones... y gays

Para muchos, los niños son una bendición en la vida; pero para otros y otras, son una franca pesadilla. Hay quienes se sienten en la obligación de tener hijos para sentir que han tenido una vida “completa”, y hay para quienes ser madre o padre no es, de plano, una opción que les interese. ¿Tú ya lo has considerado?

En la decisión de tener o no un hijo, entran en juego innumerables factores como el del género, la orientación sexual, el estilo de vida o los estereotipos sociales. A muchas mujeres de treinta o más años, probablemente les sea familiar la presión del reloj biológico que les urge a ser mamás, si es que no lo han sido ya. Es algo entre fisiológico y cultural. Los hombres no tenemos una urgencia biológica por ser padres, pero hay quienes necesitan serlo para sentirse plenos. En paralelo, nuestra sociedad espera que si eres heterosexual, la paternidad o maternidad formen parte importante de tu proyecto de vida; pero si eres lesbiana, gay o trans, por ejemplo, se asume que tus intereses existenciales van por otro lado.

Ese es el peso de los estereotipos, que lo queramos o no, impactan incluso en la manera en que nos miramos a nosotros mismos y nos planteamos proyectos a futuro: dado que las personas gays “no hacen familia”, no nos permitimos tomar en serio la paternidad o maternidad como un plan para nuestro futuro. ¿Pero quién dijo que no nos interesa hacer familias?, ¿quién dice que no las tenemos ya?; ¿porqué habrías de ser un mal ejemplo solamente porque eres lesbiana?, ¿porqué pensar que no te tomarás tu paternidad en serio porque eres gay? A este respecto, los psicólogos del desarrollo tienen claro que un niño o una niña con un solo papá, o con dos mamás, puede crecer plenamente sin carencias afectivas ni emocionales, y para quienes les preocupe, puede además desarrollar una orientación sexual autónoma e independiente de la de sus progenitores. No hay razones, desde los términos de su orientación o identidad sexual, por las que una persona no deba criar una hija o un hijo.

Se dice que todo niño necesita nacer bajo el cuidado de unos padres que mantengan entre sí una buena relación romántica; también eso es falso. Si bien es correcto pensar que a nadie le favorece crecer en un ambiente de gritos y sombrerazos, no hay que confundir lo que es una pareja romántica, con ser pareja parental: la primera es una relación definida por el romance y el interés mutuo, independiente de cualquier tercera persona. La pareja parental, en cambio, se define por la existencia de esa tercera persona: un hijo o hija, o varios. Dos personas pueden elegir dejar de romancear entre sí, pero si son responsables, no pueden elegir dejar de compartir el rol de padres, porque en la parentalidad su compromiso no solo es mutuo, sino centrado en el hijo que eligieron procrear: un hombre gay puede hacer pareja parental con una chava para tener un hijo, por ejemplo,  y no sería necesario que pretendieran ser una pareja romántica; habría entre ellos una relación parental frente a la que habrán de encontrar los modos y estrategias para organizarse y ser una familia, aunque sus vidas románticas sean independientes.

Así está la cosa. Si en tu caso tienes esta cosquillita, date tiempo de valorar tus opciones; considerar que es un compromiso de por vida, que puede ser fabuloso y a la vez desgastante, que puede valer mucho la pena, y etcétera. Date la oportunidad de tomarte enserio como candidata a mamá o candidato a papá, y no te niegues la oportunidad de evaluarlo solamente porque no eres heterosexual.

Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C
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De pañales, biberones... y gays

Para muchos, los niños son una bendición en la vida; pero para otros y otras, son una franca pesadilla. Hay quienes se sienten en la obligación de tener hijos para sentir que han tenido una vida "completa", y hay para quienes ser madre o padre no es, de plano, una opción que les interese. ¿Tú ya lo has considerado?

En la decisión de tener o no un hijo, entran en juego innumerables factores como el del género, la orientación sexual, el estilo de vida o los estereotipos sociales. A muchas mujeres de treinta o más años, probablemente les sea familiar la presión del reloj biológico que les urge a ser mamás, si es que no lo han sido ya. Es algo entre fisiológico y cultural. Los hombres no tenemos una urgencia biológica por ser padres, pero hay quienes necesitan serlo para sentirse plenos. En paralelo, nuestra sociedad espera que si eres heterosexual, la paternidad o maternidad formen parte importante de tu proyecto de vida; pero si eres lesbiana, gay o trans, por ejemplo, se asume que tus intereses existenciales van por otro lado.


miércoles, 21 de marzo de 2012

Una pareja de mentiritas

Existen dos factores muy relacionados entre sí dentro de las dinámicas de pareja: el primero es el de una continua exigencia de honestidad, y el otro es la creencia equivocada de que si el amor es puro, ambos deben compartirlo todo. En realidad ambos factores son exigencias que generan la expectativa inalcanzable de que es posible vivir dentro de una total transparencia y sin fronteras entre ambos.

Y no. Los seres humanos necesitamos desarrollar diferentes aspectos de nuestra identidad como nuestra individualidad o nuestras relaciones de forma simultánea; no basta que nos avoquemos intensamente al desarrollo de alguno de esos aspectos cuando otros los dejamos descuidados, porque al final nos sentiremos igualmente incompletos o incompletas como si no hubiéramos evolucionado en lo absoluto. Y la identidad es, fundamentalmente el modo en que nos definimos como personas; algo parecido a la explicación que hacemos de quién, porqué y de qué manera voy siendo.

Así, un aspecto de la identidad relevante para este texto es mi individualidad (el yo): lo que soy a partir de mi mismo y mis propias expectativas, mi proyecto de vida, mis valores personales, mis metas. Otro aspecto es mi identidad como pareja (el nosotros), o sea: mi proyecto de pareja que comparto contigo, mis expectativas hacia ti, lo que creo que esperas de mí. El reto es desarrollar simultáneamente mi identidad como individuo y mi identidad como pareja, sin descuidar en ningún momento cualquiera de ellas. Cuando estando en pareja doy mayor énfasis a mi individualidad, probablemente mi pareja sea más celoso o celosa hacia mí, porque puede que no me perciba suficientemente involucrado en la relación; cuando doy mayor prioridad a mi identidad de pareja que a mi individualidad, lo esperaré recibir todo en reciprocidad y probablemente generaré expectativas altísimas.
Con el tiempo, quien vive más su relación desde el “nosotros” que desde el “yo”, termina extrañándose con mucha nostalgia a sí mismo o a sí misma, añorando los pasatiempos que tenía, las amistades que frecuentaba, etcétera; y entonces extrañará todo cuanto dejó de ser. Quien vive su relación más desde el “yo”, no logra consolidar un trabajo en equipo que le permita hacer de su relación un territorio confortable en el cual confiar, no consigue establecer una asociación en equipo y aunque emparejado, permanece sintiéndose solo o sola y en aislamiento.
Lo óptimo es un equilibrio entre mi vivencia de la relación tanto desde el “yo”, como desde el “nosotros”. Cuando este balance no es posible dentro de la dinámica de la pareja, cuando el “nosotros” se impone a la experiencia individual de ambos, es cuando cobra fuerza la fantasía de que es posible y deseable compartirlo todo y que no puede haber nada desconocido para ti en el mundo de aquél o aquella a quien tanto amas. Entonces, con esta premisa nos volvemos invasivos y buscamos ir cada vez más y más adentro en la intimidad del otro, llegando a asumir actitudes de posesividad y agresión: queremos, por ejemplo, saber a toda costa a dónde va, por cuánto tiempo, porqué no nos lleva, con quién va y todo un inquisitivo etcétera. Además buscamos su contraseña de Facebook, le echamos un ojo a la bandeja de mensajes en su celular y obviamos cualquier otra muestra de respeto hacia su espacio personal.
Cuando la dinámica de pareja se tuerce de esta forma y el “nosotros” termina aplastando las mutuas individualidades, alguno de los dos responde con estrategias para delimitar y diferenciar su espacio personal: la comunicación asertiva es la mejor manera. Mediante la asertividad podemos expresar nuestra necesidad de nuevos límites u otras reglas de interacción cuando las que hay dejaron de ser suficientes. El ideal sería que los dos integrantes de la relación pudieran hablar de lo que les molesta, desde su propio punto de vista, sin que el otro o la otra encuentre en lo que oye una agresión o el material para una confrontación. Eso sería lo ideal.
En lo estadístico, sin embargo, lo ideal es más bien lo más inusual; si bien es correcto afirmar que la buena comunicación es la vacuna contra muchos males que enfrentan las parejas, muy frecuentemente no aceptamos el punto de vista ajeno y queremos imponer a toda costa nuestra propia perspectiva. No escuchamos, no buscamos entender lo que nuestra pareja nos dice; y ante la imposibilidad de ser escuchado, la comunicación se interrumpe indefinidamente.
Rota la posibilidad de comunicarse, pero todavía siendo interrogado o interrogada acerca de qué, cómo, hasta cuándo y con quién haces las cosas, la única alternativa es mentir. A veces, lamentablemente, la mentira es el último bastión de la individualidad, una estrategia poco recomendable para la sobrevivencia de la propia intimidad. Hay muchas parejas para las que es preferible una mentira, que un saludable “no te metas”.
Entonces, si en la relación no hay respeto a la intimidad del otro y le exigimos honestidad plena para que no se permita escondernos nada, la respuesta más probable de su parte será mentir. Le cachamos entonces las primeras mentiras, y por eso le observamos más y le interrogamos más, lo que hace que se defienda con más mentiras de las que luego tampoco podrá salir después. Presionamos más y genera más mentiras que harán que a nuestra vez presionemos más y así, hasta el infinito. ¿Qué tal con el círculo vicioso? La solución está, en lo que aprenden a comunicarse de manera más clara, directa y sin actitudes defensivas o agresivas, está en retirarse cada cual a su esquina y dejar de presionar. Las mentiras irán desapareciendo conforme dejemos de invadir su espacio (real o simbólico: sus pertenencias, cuentas en Internet, o las cosas de las que elige no platicarnos) y conforme crezca nuevamente la confianza. Eso solo ocurre cuando asumimos que la otra persona tiene derecho a vivir una vida independiente, absolutamente independiente de uno; además de la vida que comparte en pareja con nosotros.
Mi individualidad más nuestra relación; un balance cotidiano: nuestro espacio compartido más nuestras espacios individuales. ¿Le culparías por mentir si descubrieras que sus mentiras son una respuesta al tipo de relación que han construido?; si no reestructuran su dinámica, probablemente así como hoy miente ella o él, así mañana también estarás mintiendo tu. Vale la pena considerarlo, ¿no es así?
Una psicoterapia de enfoque humanista y sistémico, diverso y sensible al género: T+C

Una pareja de mentiritas


Existen dos factores muy relacionados entre sí dentro de las dinámicas de pareja: el primero es el de una continua exigencia de honestidad, y el otro es la creencia equivocada de que si el amor es puro, ambos deben compartirlo todo. En realidad ambos factores son exigencias que generan la expectativa inalcanzable de que es posible vivir dentro de una total transparencia y sin fronteras entre ambos.

Y no. Los seres humanos necesitamos desarrollar diferentes aspectos de nuestra identidad como nuestra individualidad o nuestras relaciones de forma simultánea; no basta que nos avoquemos intensamente al desarrollo de alguno de esos aspectos cuando otros los dejamos descuidados, porque al final nos sentiremos igualmente incompletos o incompletas como si no hubiéramos evolucionado en lo absoluto. Y la identidad es, fundamentalmente el modo en que nos definimos como personas; algo parecido a la explicación que hacemos de quién, porqué y de qué manera voy siendo.


El camino a la asertividad

La palabra asertivo, de aserto, proviene del latín assertus y quiere decir “afirmación de la certeza de una cosa”, de ahi se puede deducir que una persona asertiva es aquella que afirma con certeza y seguridad en lo que dice. La asertividad en términos generales, es un modelo de relación interpersonal que consiste en conocer los propios derechos y defenderlos, respetando a los demás; por supuesto, su premisa fundamental es que toda persona, tú, ella, ellos o yo, poseemos derechos básicos.

Como estrategia y estilo de comunicación, la asertividad se diferencia y se sitúa en un punto intermedio entre otras dos conductas polares: la agresividad y la pasividad. Suele definirse como un comportamiento comunicacional maduro en el cual la persona no agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que manifiesta sus convicciones y defiende sus derechos. Es también una forma de expresión consciente, congruente, clara, directa y equilibrada, cuya finalidad es comunicar nuestras ideas y sentimientos o defender nuestros legítimos derechos sin la intención de herir o perjudicar, actuando desde un estado interior de autoconfianza, en lugar de la emocionalidad limitante típica de la ansiedad, la culpa o la rabia.

En torno a este tema se suele hablar de unos “Derechos asertivos”, que son precisamente los principios a los que tenemos derecho al entrar en contacto con las y los demás; finalmente ser asertivo es tener la capacidad para expresar o transmitir lo que se quiere, lo que se piensa o se siente sin incomodar o herir los sentimientos de la otra persona, y estoy principios surgen de esa consideración:

1. Derecho a ser tratado con respeto y dignidad.

2. Derecho a tener y expresar los propios sentimientos y opiniones.

3. Derecho a ser escuchado y tomado en serio.

4. Derecho a juzgar mis necesidades, establecer mis prioridades y tomar mis propias decisiones.

5. Derecho a decir “no” sin sentir culpa.
 
6. Derecho a pedir lo que quiero, dándome cuenta de que también mi interlocutor tiene derecho a decir “no”.

7. Derecho de opinión, idea o línea de acción.

8. Derecho a cometer errores.

9. Derecho a pedir información y ser informado.

10. Derecho a obtener aquello por lo que pagué.

11. Derecho a ser independiente.

12. Derecho a decidir qué hacer con mis problemas, cuerpo, tiempo, etc., mientras no se violen los derechos de otras personas.

13. Derecho a tener éxito.

14. Derecho a gozar y disfrutar.

15. Derecho a mi descanso y aislamiento.

16. Derecho a superarme, aun superando a los demás.

Aprender a desarrollar una comunicación asertiva es imprescindible para desarrollar relaciones sanas con los demás y de las que podamos recibir estímulos que nos ayuden a ser mejores con los demás y sobre todo, con nosotros mismos. Así que la asertividad en un sentido práctico no es otra cosa que el hacernos valer y respetar, decir lo que pensamos y opinamos sin temor a las represalias, eso si, haciéndolo siempre con elegancia y desde una posición de respeto máxima. Frecuentemente cuando evitamos decir lo que pensamos, lo hacemos porque queremos eludir el conflicto que la comunicación honesta podría ocasionar; pero al final del día, no haber sido asertivos causa un malestar mayor que el que hubiéramos afrontado con el conflicto que nos preferimos ahorrar.

Es imprescindible considerar que la asertividad no es un conjunto de estrategias para eludir los conflictos; pensar esto implicaría en primera instancia que la conducta asertiva es una conducta de evasión, cuando en realidad lo es de afrontamiento, y también que los conflictos son indeseables, cuando es precisamente mediante ellos como obtenemos oportunidades para evolucionar y estrechamos nuestros vínculos con los demás. La asertividad es el medio para lograr crecimiento a partir de los conflictos.

Ser asertivo se basa en coger lo que es tuyo. La típica escena que refleja muy bien la asertividad es cuando por ejemplo, pedimos una Coca – Cola y el camarero nos trae una Pepsi, nosotros por vergüenza y falta de asertividad decimos: “no pasa nada” y nos bebemos nuestra Pepsi para no molestar al camarero. La parte totalmente desproporcionada y contraria a esta escena sería que esa misma persona en vez de pedir educadamente que le traigan la Coca – Cola que ha pedido, empiece a gritar e insultar al camarero. En medio de ambas reacciones está la respuesta asertiva: “no pasa nada caballero, por favor llevese esta Pepsi y traigame la Coca – Cola; gracias”.

Ser asertivo no es ser maleducado y mucho menos agresivo, pero tampoco se trata de solicitar lo que necesitamos con mil excusas de pormedio y pidiendo perdón ante la ineludible necesidad de solicitar lo que queremos. Por eso, para practicar la asertividad debemos ser muy precisos pero elegantes al hablar, dándole importancia a nuestras necesidades, pero sin dejar de expresar respeto por nuestro interlocutor. Una persona asertiva no duda de lo que dice, dado que se comunica con certeza. La comunicación asertiva se basa en transmitir de forma clara, concisa, rápida y con contundencia lo que queremos, dándole mayor posibilidad a nuestro mensaje de ser entendido y aceptado.

De lo anterior se entiende que antes de expresarte de manera clara, necesitas saber con claridad qué es lo que quieres expresar y cómo vas a presentarte en el momento en el que te expresas. De ser posible, antes de ser asertivo, date un instante de honestidad contigo mismo o contigo misma: ¿qué es lo que necesitas?, ¿qué esperas que la otra persona haga para solucionarlo?, ¿Qué concepto  quieres que tu interlocutor tenga de ti mientras habla contigo? Si tu tienes para ti esta claridad, vas a poder proyectarla a la persona con la que hables, él o ella en mucho, va a responder a tu propia expectativa de la solicitud que le harás: si tu crees que accederá, tu manera de comunicarte será una, y distinta a la que tendrás si piensas que te dará una negativa, serás quizá más abierto o abierta, hablarás de manera más fluída o con mayor desenfado, lo que facilitará la empatía de tu interlocutor haca ti y su consiguiente disponibilidad.

Así que, si sientes que te van a decir que no o que saldrás perdiendo en la negociación, antes de pensar cómo le venderás la idea a esa persona, piensa en cómo te la venderás a ti mismo o a ti misma, y por qué razón mereces satisfacer esta necesidad que tu tienes. Por principio de cuentas, si piensas que recibirás un “no”, le predispondrás a negarse ante lo que sea que le estés pidiendo.

Otro ejemplo de comunicación no asertiva sucede cuando el camarero nos pregunta “¿que desea?”, y le respondemos “pues verás, no lo tengo del todo decidido; por una parte, verás, lo que yo quiero exactamente y espero que puedan traérmelo es algo que me quite la sed, ya sabes, tal vez una Coca – Cola, ¿me entiendes lo que quiero?”. Este mensaje kilométrico se entiende: lo que queremos es una Coca – Cola, pero para pedirla nos hemos tardamos casi cinco minutos;  además le hemos dado tantas vueltas a la pregunta, que es probable que el camarero se haya retirado confundido y al rato regrese trayéndonos una Pepsi.

La sencillez es elegante: “quiero una Coca – Cola, por favor”.  Esta afirmación es asertiva y no deja un lugar a la confusión.

El ejemplo del camarero y la Coca – Cola es muy elemental, pero el mismo principio se extiende a incontables ámbitos de la vida; por ejemplo, el estudiante que necesita pedirle a su  profesor que le permita entregar el trabajo más tarde que el resto de sus compañeros. En esta situación, una comunicación no asertiva hará que el profesor deseche la solicitud.

Una forma de abordar al profesor es: Disculpe profesor. Verá, no sé si podré presentar el trabajo que pidió, tengo muchas cosas que hacer y no se si me va a dar tiempo; puedo intentarlo si quiere,  pero la verdad creo que no puedo porque va a estar bien difícil,  por eso le pido que por favor, si no le es mucha molestia, me haría el favor, por favor, de entregarlo un poquito más tarde.

Otra manera es ésta: Hola profesor, no me es posible entregar el trabajo a tiempo. El motivo es que tengo 2 trabajos de historia también para mañana, y en la tarde tengo una cita con el médico que también me quitará mucho tiempo. Por eso, le pido que me deje presentarle este trabajo puntualmente el próximo jueves.

¿Cuál es la manera en que te gustaría que alguien te pidiera algo importante? En la primera opción, vemos que el estudiante pierde la mayor parte del tiempo en pedir perdón, titubear, redundar y prestar excusas, y al final termina siendo vaga la urgencia de su demanda. En la segunda opción el estudiante es más concreto al expresar lo que necesita y plantear los motivos de su demanda, además da una alternativa para la situación, él dice: no se lo entrego hoy, sino el jueves entrante.

Una clave de asertividad para estos casos es puntualizar qué queremos, los motivos (ojo, no las excusas) de lo que necesitamos y la alternativa o alternativas de solución que podemos plantear. Nada más. Si lo que queremos lo expresamos de manera rebuscada e incluso descalificando nuestra propia petición, probablemente quien nos escucha se impacientará y decidirá decirnos que no, aún antes de que hayamos terminado de hablar.

Pese a que la comunicación asertiva tiene un porcentaje alto de eficiencia, no olvidemos que no hace magia, aumenta nuestro éxito pero no nos asegura que obtendremos respuestas positivas el 100% de las veces; sin embargo, su uso consuetudinario marca una diferencia significativa en el momento en que logramos o no alcanzar nuestras metas. Eh aquí algunas técnicas y trucos que te pueden permitir salir avante de algunas situaciones donde mantenerte asertivo o asertiva puede ser complicado:

1. Rendición simulada: consiste en mostrarnos de acuerdo con los argumentos de nuestro interlocutor pero sin abandonar nuestra postura; puede parecer que cedemos, pero solo tomamos impulso. Es útil en negociaciones de todo tipo. Ejemplo: “Entiendo cómo te sientes y estoy seguro que yo vería las cosas del mismo modo, pero pienso que sería oportuno considerar otros enfoques”. Su ventaja es que quien discute con nosotros ya no se siente tan confrontado o confrontada, ni tan a la defensiva.

2. Ironía asertiva: ante una crítica agresiva o fuera de tono, no debemos responder en el mismo tono a nuestro interlocutor; podemos buscar maneras de responder sin abandonar nuestra postura de calma, y posiblemente también con una elegante ironía: “no sabía que me percibías de ese modo, muchas gracias por compartirlo”. Con esta estrategia ahogamos lo que podía haber sido una discusión acalorada que podría desviarnos del tema que se debate.

3. Movimientos en la niebla: tras escuchar los argumentos de la otra persona podemos favorecer la empatía aceptándolos y parafraseándolos, pero agregando lo que defendemos. Es parecido a la rendición simulada pero incorporamos con ella nuestras propias ideas: “Entiendo lo que dices, y pienso que podríamos también hacer lo otro simultáneamente”. De este modo nuestro interlocutor se sentirá escuchado y que entendemos sus argumentos, y ademas probablemente se mostrará mas accesible para aceptar los nuestros.

4. Pregunta asertiva: en ocasiones es necesario iniciar haciendo una paráfrasis, para luego obtener información más precisa con la cual fortalecer nuestra argumentación: “dice que no te convence mi idea, pero ¿qué es lo que no te gusta exactamente?”. Con esta pregunta asertiva declaramos nuestro interés por lo que nuestro interlocutor argumenta, y recabamos información más profunda acerca de lo que no le agrada de nuestra postura.

5. Acuerdo asertivo: en ocasiones tenemos que admitir los propios errores, dado que no hacerlo empeoraría las cosas. En este caso se puede procurar alejar esa falla de nuestra personalidad. Ejemplo: “si, como una circunstancia excepcional, llegué tarde esta mañana”. Con ella empiezan a establecerse pequeños acuerdos para dar paso a los que son más significativos; además nos permitimos ser quien cede primero sin que implique una pérdida real para la negociación.

6. Ignorar: al igual que la ironía asertiva, es una herramienta a utilizar en caso de interlocutores “violentos” o alterados. En este caso se procura retrasar la conversación para otro momento donde ambos estén en buena predisposición para el diálogo. Ejemplo: “creo que ahora estás un poco alterado. Lo mejor es que te tranquilices y hablemos cuando estés calmado”. Es una táctica extrema que resulta especialmente útil cuando uno mismo está a punto de perder la calma.

7. Romper el proceso de diálogo: cuando se quiere cortar una conversación se pueden utilizar los monosílabos y la comunicación breve para mostrar desacuerdo, desinterés, etc.  La utilidad de esto radica en los momentos en los que tenemos prioridades distintas y queremos expresar que no es el mejor momento para la conversación. Ejemplo: “no pinta mal”, “si”, “quizás”, “si no te importa hablamos luego”.

8. Disco rayado: no tiene por qué significar que tengamos que repetir la misma frase todo el tiempo, lo cual es de poca educación. Me refiero a repetir nuestro argumento tranquilamente, empleando distintas palabras y sin dejarnos despistar por asuntos poco relevantes. Ejemplo: “si, pero lo que yo digo es…”, “entiendo, pero creo que lo que necesitamos es…”, “la idea está bien pero yo pienso que…”. Es una estrategia adecuada cuando lo que pretendemos es no perder terreno y no consideramos prudente ceder.

9. Manteniendo espacios: cuando uno da la mano no es raro que te cojan el brazo. En estos casos hay que delimitar muy claramente hasta dónde llega un punto negociado. Ejemplo: “sí, puedes utilizar la sala de reuniones pero para coger el proyector primero debes hablarlo con administración”. De este modo delimitamos los aspectos en los que estamos dispuestos a ceder, sin que esto implique que perdamos el control de la negociación.

10. Aplazamiento: en una reunión es buena idea llevar un papel o cuaderno donde tomar notas. En este caso podremos anotar consultas o críticas para abordarlas en otro momento y así no alejarnos del objetivo del momento. Ejemplo: “tomo nota para hablarlo en la próxima reunión”.

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