Tú y yo no nos conocemos tanto, pero apostaría que la Navidad es importante para ti, como lo es para mi. Y en realidad no es que yo mismo sea demasiado sagaz, sino que la humanidad lleva tanto tiempo celebrando estas fiestas, que al final, las traemos tatuadas en la naturaleza misma de quienes somos.
Ya sabes, llega diciembre y metes a tu casa un pino que va a representar el árbol Yggdrasil de la mitología nórdica, y lo decorarás con esferas que simbolizan la fatídica manzana del Jardín del Edén; vas a dar y recibir jugosos obsequios como lo hicieran los romanos durante las Saturnales y en una de esas, hasta te sentarás en las piernas de un Santa Claus, cuya imagen diseñó CocaCola, porque hacer “merchandising” también es celebrar.
Todo esto al rededor del Solsticio de Invierno, momento del año en el que los vikingos conmemoraban una vuelta más a la Rueda de la Vida; los persas honraban exactamente el 25 de diciembre el nacimiento del dios Mitra, y los egipcios celebraban el renacimiento de Osiris, exactamente el 6 de enero.